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Categoría: Maduras

Mi nueva vecina

Por aquella época yo tenía unos 30 años, me había acabado de comprar un piso en Sevilla y me independicé. El piso era un primero, con bajos comerciales y formaba parte de un grupo de pisos, adosado de dos en dos, de forma que teníamos una escalera por cada dos pisos, es decir, que el acceso a mi piso lo compartía sólo con el piso de al lado.



 



A los pocos meses llegaron los nuevos vecinos de al lado, que tras la mudanza, vino a presentarse una señora, que tendría unos 45 años de edad, delgada, con pelo rubio recogido con un moño, ojos azules y gafas pequeñas. Vestía de modo informal, un pantalón vaquero ancho y una camisa blanca que transparentaba un poco su sujetador, que aunque no permitía ver con claridad sus formas, parecía que tenía una cinturita estrecha, vientre liso y pechos más bien pequeños.



 



- Hola, me llamo María, soy tu nueva vecina.



- Hola, respondí. Yo me llamo Paco.



- Me acabo de trasladar y no he tenido tiempo en venir a presentarme antes por el lío de la mudanza, espero no haberte dado mucho ruido. Me dijo.



- No te preocupes, respondí. No me has ocasionado ninguna molestia.



- Bueno, pues aquí estamos para lo que necesites, vivo sola con mi madre que es viuda, es muy mayor. Y tú ¿estás casado?



- No, respondí, soy soltero y vivo sólo. Y aquí estoy también para lo que necesitéis.



- Yo también soy soltera, me dijo. Bueno adiós.



- Adiós, respondí.



 



Se dio la vuelta y caminó hacia su piso, ocasión que aproveché para asomarme al pasillo y mirar su culo. La verdad es que parecía tener un buen culito, aunque un poco caído, lógicamente la edad no perdona.



 



Pasados los meses, en una ocasión, eso fue un sábado por la noche, en que coincidimos llegando los dos a la puerta del bloque, por lo que gentilmente abrí la puerta y le cedí el paso. Ella vestía más provocativa que de costumbre. Llevaba un vestido de lycra escotado que le cubría a medio muslo, y le marcaba gentilmente las formas del cuerpo, medias negras, zapatos de tacón medio y un sujetador que seguro que llevaba relleno puesto que el tamaño que marcaban sus pechos era mayor del que estaba acostumbrado a ver. Me entretuve un poco cerrando la puerta del portal, y dejar tiempo para que comenzara a subir las escaleras delante de mí y poder ver mejor sus piernas.



 



A así fue, como empecé a subir las escaleras algunos peldaños más abajo mirando como movía su culo y como le resbalaba el vestido de lycra con las medias subiéndosele aún más. Esta situación me provocó tanto morbo que noté como empezó a crecerme el pene bajo mis pantalones. Cuando llegó al descansillo de la escalera agaché rápidamente la cabeza mirando a los escalones para que no se diera cuenta que la estaba mirando a la hora de tomar el segundo tramo de las escaleras, tras el cuál continué deleitándome con el panorama hasta llegar a la planta, en la que ella paró a sacar las llaves de su bolso mientras me nos dimos las buenas noches entrando cada uno en su piso. Nada más entrar tuve que hacerme una paja pensando ella porque me había puesto a mil. Nunca me había fijado en las señoras maduras, pero ésta por alguna razón me había provocado.



 



El tiempo iba pasando y yo seguía con mis andanzas, que algún fin de semana que otro, me traía alguna chica al piso y nos pegábamos el lote de follar a altas horas de la madrugada. A veces me preguntaba si nos escucharía la vecina, ya que antes como no vivía nadie en el piso de al lado, no me preocupaba, pero ahora empezaba a sentirme incómodo cuando alguna de mis ligues empezaba a gritar como una posesa cada vez que se corría.



 



Lo cierto es que nunca dio golpes en la pared como protesta, ni tampoco me miró con cara de reproche cuando coincidíamos en la escalera, por lo que supuse que bien no oía nada, cosa que dudaba, puesto que en el silencio de la noche y sabiendo que la pared de mi dormitorio coincidía con el del piso de al lado, era difícil que no se oyera nada, ya que yo solía escuchar hasta el sonido del interruptor cuando al lado apagaba o encendía la luz del dormitorio. O igual la que dormía en el dormitorio contiguo era la abuelita y no se enteraba de nada. Pudiera ser que fuese el dormitorio de ella pero no decía nada. A veces me preguntaba si le daba vergüenza quejarse, o lo mismo, le gustaba oír los sonidos de mis aventuras sexuales.



 



Pasaba el tiempo y un domingo de verano por la tarde estaba en mi dormitorio descansando, puesto que el sábado llegué de mis salidas al amanecer y hasta la bola de whisky, y sólo tuve ganas de ducharme a mediodía cuando desperté y de quedarme en la cama recuperándome del mal cuerpo que tenía, eso sí, después de haberme comido un bocata. Esto de vivir sólo me llevó a alimentarme de conservas, bocadillos y frituras, ya que no entiendo ni papa de cocina.



 



Estaba en la cama mientras oía ruidos en el dormitorio de la vecina, era como de arrastrar muebles y abrir y cerrar puertas del ropero. A eso que se hizo un poco de silencio y de repente sonó el timbre de mi piso. El sonido era el del timbre de la puerta y no el del portero electrónico del portal, por lo que no tuve la menor duda que se trataba de mi vecina. Rápidamente me levanté de la cama, me puse unas calzonas de deporte, ya que estaba desnudo, una camiseta y me apresuré a mirar por la mirilla y a abrir la puerta.



 



Allí estaba ella, con una camisola de estas que usan las mujeres para estar por casa, de color blanco, y por lo que pude apreciar no llevaba puesto sujetador ya que sus pequeños pechos se apreciaban más debajo de la altura a que normalmente estaba acostumbrado a ver, aunque me extrañaba por otra parte que siendo blanca la camisola no se le transparentara la oscuridad de las aureolas de sus pezones.



 



- Hola Paco, me dijo. Espero no molestarte pero es que necesitaría que me ayudaras.



- No hay de qué, respondí. ¿Qué necesitas?.



- Pues resulta que estoy cambiando de sitio el ropero de mi habitación pero no puedo moverlo sola y quería ver si me podías ayudar a moverlo.



- Pues claro que sí, respondí. Voy a cambiarme y salgo en un momento.



- No te preocupes, me dijo, no hace falta que te cambies con el calor que hace es mejor así como estás y a mí no me importa, ya también tengo puesta ropa fresca.



 



Y tan fresca pensé. Así que cogí las llaves y dije – Vamos allá.



 



Ella salió delante de mí, y no pude evitar fijarme en cómo se transparentaban sus bragas blancas bajo la camisola, y fijándome en sus hombros intentando ver las tirantes del sujetador, que estaba claro que no llevaba puesto que no se apreciaban.



 



Pasé tras ella a su casa y me dirigió hacia su dormitorio. Allí estaba la abuelita, en medio del dormitorio, del que había quitado la cama y estaba el ropero ligeramente separado de la pared y que no había podido mover, explicándome que había decidido cambiarlo de ubicación puesto que le venía mejor, pero que después de haber desmontado la cama para poder dejar espacio para arrastrarlo, ahora no podía ella sola.



 



Así que decidimos ponernos manos a la obra, pero antes le dije que pasara por el suelo la fregona con agua jabonosa para facilitar el deslizamiento del dichoso ropero.



 



- Buena idea, me dijo ella, la verdad es que no se me había ocurrido.



 



Así que cogió el cubo de la fregona, y empezó a mojarla y extenderla por el suelo. Labor que permitió que al reclinarse mientras daba con la fregona al suelo, se le despegara la camisola y que me permitió por unos instantes ver sus pechos a través del escote.



 



No había duda que no llevaba sujetador, tal y como era evidente, sus pechos eran un poco pequeños, algo caídos lógicamente por la edad, y lo que evidenció el porqué no se le transparentaban las aureolas era porque éstas eran de un rosa tan pálido, que apenas se distinguía con el blanco de su piel.



 



En ese momento empecé a notar en mi pene el inicio de una erección. Maldición – pensé. No me he puesto calzoncillos, como me empalme no sé que voy a hacer para disimularlo.



 



Estaba totalmente aturdido y no sabía que hacer, así que intenté distraer mi mente y evitar mirar para evitar la erección.



 



- Ya está, dijo ella. Uf, menos mal que ha terminado pensé yo.



 



Así que nos pusimos a intentar mover el ropero, ella lo agarró de un costado, yo del otro y empezamos a empujar separándolo de la pared, pero cual fue nuestra sorpresa cuando quedó atrancado en una de las juntas de las baldosas y casi lo volcamos, y lo peor de ello es que la abuelita estaba allí en medio, que si se nos vuelca, le hubiese caído encima.



 



- ¡Vaya susto! Exclamó María. Mamá, te voy a bajar al parque hasta que terminemos no sea que te pase algo.



 



La abuelita tenía problemas con las rodillas y no podía subir las escaleras sola, por lo que tenía que bajarla y subirla cogida del brazo. Así que me dijo que me esperara mientras la bajaba al banco del parque que teníamos frente al bloque.



 



Al poco subió y preocupada me preguntó que haríamos para poder mover el ropero, a lo que le contesté, que para evitar el vuelco la solución era agacharnos y empujarlo por la base del mismo. Así que nos agachamos y cada uno agarrado a un costado comenzamos a moverlo.



 



A eso que miré hacia ella, y pude contemplar una escena que me provocó una erección irremediable e instantánea. Ella estaba en cuclillas, con las piernas abiertas tirando del ropero, mostrando con toda plenitud sus bragas blancas de algodón, pudiéndose notar toda la zona que cubrían éstas desde la zona inferior de su culo por la que se hundían sus bragas hasta la parte que cubría su coño donde marcaban la prominencia de sus labios mayores. Creo que inconscientemente me quedé hipnotizado mirándole su entrepierna llegando ella a darse cuenta por lo que apresuradamente empujó su camisola entre las piernas cubriendo el hueco. En ese instante levanté la vista y aprecié como ella me miraba a los ojos, con cara de circunstancias, que no pude descifrar si era de sorpresa o reproche hacia mí por mi descaro. El caso es que una vez puesto el ropero en sus sitio, ella se puso de pie, pero yo no podía hacerlo, puesto que tenía la polla que me iba a estallar, y con las calzonas que llevaba puestas iba a ver la tienda campaña que tenía montada. Así que me quedé agachado haciendo pequeños desplazamientos del ropero hacia un lado y otro intentando hacer ver que lo estaba ajustando a la pared.



 



- Ya está bien colocado. Me dijo ella. Ya puedes levantarte.



 



Así que no tuve más remedio que levantarme con el pene semi-erecto, a lo que ella no tardó en apreciar cuando observé que bajaba la mirada en dirección a mi paquete.



 



En ese momento me moría de vergüenza, pero era algo que no podía controlar. Todo era cuestión de esperar a que mi desobediente polla se relajara.



 



- ¡Uf, que calor! Dijo ella. Vamos a la cocina a tomar agua fresca.



 



Así que nos encaminamos hacia la cocina a través del pasillo, ella caminaba ante mí y yo miraba al techo, para evitar mirar a su culo y que mi desobediente polla terminara relajándose.



 



Al llegar a la cocina me apresuré a sentarme en una silla de la cocina para intentar seguir disimulando la erección que ya era pública pero que me tenía en la obligación de ocultar por pudor.



 



Ella puso dos vasos de agua sobre la mesa y abrió el frigorífico para sacar una botella de agua fresca, y ¡maldición!, tras cerrar la puerta del frigo y darse la vuelta, no pude evitar ver los dos pezoncitos de María que se habían puesto duritos con el frío y se le marcaban a través de la camisola. Tetitas pequeñas, pezoncitos pequeños pensé. Al verlos, me recordaron a los de mi primera novia, cuando teníamos 15 años, en que tuve la primera oportunidad de verle las tetitas apenas desarrolladas. María, una mujer madura, tenía unos pezoncitos de adolescente.



 



Joder, no sabía como dejar de pensar, puesto que otra vez me estaba creciendo aun más la polla. Opté por cruzar las piernas, poner el brazo sobre mi polla apretando para agacharla y coger con la otra mano el vaso de agua que me ofrecía, que me lo bebí de un solo trago mientras ella se sentaba frente mí, eso sí, apretando de nuevo la camisola entre sus piernas para no volver a mostrarme sus bragas blancas.



 



Permanecimos unos segundos en silencio mientras ella volvió a llenarme el vaso y yo volví a zampármelo de un trago.



 



- Estas acalorado. Me dijo ella mostrando una sonrisa.



- Un poco, contesté yo, algo avergonzado, no sabía si lo de acalorado se refería a mi erección que sin duda había apreciado o al esfuerzo de la mudanza.



- Cada vez que la miraba, no podía evitar dirigir la mirada a los pezoncillos que se marcaban a través de su camisola, y mi polla no se relajaba.



 



Voy a tener que pegarme toda la tarde aquí sentado como no consiga controlar mi polla, pensé.



Y nuevamente otro pequeño silencio que volvió ella a romper con una pregunta.



 



- ¿Tienes novia?



- No, contesté.



- Pues mira, que más de una noche me ha parecido oír a una mujer a través de la pared. Y es que hoy en día hacen los pisos con unas paredes tan finas que se oye todo.



 



Ya no podía tener dudas de que el dormitorio contiguo al mío era el suyo, y que estaba claro que estaba al tanto de los polvos que echaba con mis ligues, poco frecuentes para mi pesar, pero intensos.



 



- De vez en cuando paso la noche con alguna amiga, pero no tengo intenciones de tener novia ni nada por el estilo – Contesté.



- Así que eres un ligón. Me dijo ella.



- Ojalá, contesté yo. La verdad es que me cuesta, porque soy muy tímido, y hasta que no me tomo dos whiskys, no me lanzo.



- Pues no se nota, menudas noches te pegas de vez en cuando mozo. Que te pasas más de una hora dale que te pego. Me dijo mientras que reía discretamente.



 



Yo no sabía si me lo decía cómicamente o me estaba echando la bronca. Pero mi subconsciente se lo tomó como una bronca porque en ese momento la polla se me bajó del todo.



 



- Lo siento, contesté. No sabía que se oyera nada, ni siquiera que tu dormitorio estaba tras el mío. Pero no te preocupes que intentaré que no vuelva a ocurrir.



- ¡No, pero si no me molesta! Contestó ella. ¿Quieres un whisky?, yo no suelo beber pero tengo alguna botella para cuando vienen mis sobrinos.



 



En ese momento yo no sabía que hacer, por un lado me confiesa que no le molesta que la despierte con los orgasmos de mis aventuras de madrugada, y ahora me ofrece un whisky tras saber que me hace perder la cabeza, además de haberse dado cuenta que me he empalmado al verle las bragas.



 



Creo que la solterona está receptiva, deduje de inmediato. Así que acepté que me echara el whisky, cosa que hizo y una vez más, al sacar el hielo del frigo, de nuevo pezoncitos marcados. Pero esta vez, perdí la vergüenza antes de tomarme el whisky y no desvié la mirada, ni siquiera cuando me echaba el whisky en el vaso en que pude verlos nuevamente a través del escote de su camisola, pero ella al darse cuenta se puso la mano sobre el escote y me privó del magnífico escenario que me estaba poniendo burro de nuevo.



 



- ¿Y no te echas un whisky para ti?. – Le recriminé, ya que sólo me lo había puesto a mí.



- Es que a mí me pasa lo que a ti. – Me contestó. También pierdo la vergüenza cuando bebo y por eso lo hago muy de vez en cuando.



- Pues yo no voy a beber sólo, así que o me acompañas o no me lo tomo.



- Vale, dijo ella, y se puso a servirse uno.



 



Volvió a sentarse delante de mí y de nuevo otro silencio que una vez más interrumpió ella.



 



- Yo sólo he tenido un novio, cuando era joven, que me dejó y desde entonces no he vuelto a tener ningún novio más a pesar de que me han salido muchos pretendientes.



- Pues con lo buena que estás no sé como que no aprovechas para ligar – contesté esta vez con algo de descaro, viendo como de inmediato se puso roja como un tomate.



- Es que todo el que se me ha acercado ha ido buscando lo mismo. Ya me entiendes.



- Eso es lo normal entre hombres y mujeres – contesté yo.



- Ya, pero en mis tiempos no era así, las mujeres éramos mas recatadas que ahora. Si me pillara joven en estos tiempos imagino que haría como el resto de las muchachas.



- Pues aún estás a tiempo de disfrutar si quieres – respondí.



- Tú eres bastante más joven que yo – me dijo. ¿Te atreverías a hacer algo con una mujer de mi edad?



-  Uf que vergüenza – continuó mientras se aventaba el rostro con la mano dándose aire al mismo tiempo que volvía a ponerse colorada como un tomate.



- ¿Quieres que te toque? – le pregunté.



- No sé – respondió ella. Me da mucho corte.



 



A eso que me puse de pie, esta vez sin tratar de ocultar mi erección y pude ver como miraba mi paquete, que más bien parecía una tienda campaña poniendo los ojos como platos. Me puse tras ella, que permanecía sentada en la silla de la cocina y comencé a acariciar sus hombros al mismo tiempo que bajaba los tirantes de su camiseta.



 



Inmediatamente ella se levantó como un resorte de la silla mientras exclamaba – ¡qué locura, que locura!. Y salió corriendo por el pasillo tras lo que oí cerrase una puerta al fondo del pasillo.



 



Me quedé atónito, sin saber que ocurría. Ya la he cagado – pensé. No sabía si esperar a que volviera para disculparse o marcharme a mi piso y a partir de ahora evitar cruzarme con ella por las escaleras. Decidí quedarme esperando a que saliera para disculparme como opción mas caballerosa. La polla que durante todo el tiempo había estado dejándome en evidencia, ahora la muy jodida estaba tan encogida que ni me la sentía.



 



A cabo de unos segundos pude oír caer un chorro de agua. Se estará lavando las lagrimas así que ya saldrá y podré disculparme.



 



A continuación empecé a oír un nuevo ruido de agua, esta vez un chop, chop, chop. Este sonido me era familiar, era exactamente el mismo que hacían las chicas que me llevaba al piso cuando entraban al baño, se estaba lavando el chocho.



 



En ese momento sentí un cosquilleo por todo el cuerpo que hizo que mi polla volviera a salir como accionada por un resorte. Así que me volví a sentar en la silla esperando a que volviera, cosa que ocurrió al momento.



 



- Perdona – dijo tras entrar a la cocina, bajando la persiana, a lo que le impedí diciéndole que no me gustaba estar a oscuras, petición que aceptó dejándola a medio bajar y sentándose de nuevo en la silla.



 



Volví a colocarme tras la silla de ella en comencé de nuevo a acariciar sus hombros, mientras ella comenzaba a jadear suavemente teniendo como pequeños escalofríos. Empecé a bajarle la camisola dejando sus pequeños pechos al aire y comencé a apretar sus pezones con mis dedos índice y anular haciendo pequeños giros a derecha e izquierda mientras le besaba el cuello. En ese instante ella comenzaba a gemir con intensidad, notaba como se le aceleraba la respiración y empezaba a mover su culo adelante y atrás frotándolo con el duro asiento de la silla de la cocina. Cada vez jadeaba con más intensidad, su respiración se hacía más profunda y acelerada y yo le apretaba más los pezones entre mis dedos, dándole pequeños tironcitos, a lo que me exclamaba – que bien lo haces, nunca me habían tocado tan bien como lo haces tú –me estás volviendo loca.



 



Me di la vuelta y me puse frente a ella, mientras permanecía de pie observando sus pechos agachó la cabeza como avergonzada y se subió los tirantes del vestido tapándose sus desnudos pechos.



 



Me puse de rodillas frente a ella y le separé las piernas, volviendo a ver las mismas bragas de algodón de estar por casa que mostraban una mancha de humedad en la zona central de su coño, ella hizo un pequeño esfuerzo por cerrar las piernas, pero se lo impedí abriéndoselas aún más que antes. Subí mis manos por sus muslos y agarré sus bragas por ambos lados tratando de bajárselas, y que como estaba sentada lógicamente no podía bajar, labor que me facilitó apoyando sus manos en el borde de la silla y levantando el culo mientras volvía a exclamar – ¡qué locura, que locura!



 



Bajé sus bragas por sus piernas mientras volvía a poner su culito sobre la silla, paré al llegar a sus tobillos, le quité las zapatillas de loneta blanca que calzaba y terminé de quitarle las bragas poniéndolas sobre la mesita de la cocina, acto seguido volvió a cerrar las piernas volviéndose a poner la camiseta entre las mismas intentando ocultar su coño.



 



Comencé a besar una de sus rodillas al mismo tiempo que volvía a abrirle las piernas mientras que ella intentaba cerrarlas de nuevo, cosa que impedí haciendo más fuerza. Oía como su respiración se hacía tan excitada que se le escapaban gemidos. Cuando le tenía las piernas abiertas metí los brazos bajo la camisola sobre sus muslos hasta su culo y tirando hacia mí hasta llevar su culo hasta el borde de la silla, ante lo que tuvo que poner sus manos sobre la parte trasera del asiento para mantener el equilibrio echado su espalda hacia atrás mientras exclamaba – ¡estás loco! ¿qué vas a hacer?.



 



Yo callaba mientras que dirigía mi vista hacia su coño, que resultó ser precioso. Tenía el vello rubio, más bien escaso, aunque largo, se notaba que no se lo mantenía, ante lo que no puede reprimirme en preguntarle ¿no te recortas el pelo del chocho? – no, sólo cuando voy a ir a la playa para ponerme el bañador, pero este año aún no he ido y por eso lo tengo algo larguito.



 



Acerqué la silla sobre la que yo estaba sentado antes para poner una de sus piernas sobre la misma y así poder tener mejor visión del precioso rubito coño que tenía ante mí. Acto seguido metí mi cabeza entre sus piernas y le pegué un lametón en toda la raja que hizo que diera un grito no sé si de sorpresa o de placer, a lo que correspondió con otro – ¡estás loco!. Noté en mi lengua un exquisito sabor mientras que rozaba unos suaves y finos labios menores de abajo a arriba hacia su intersección donde encontraría su clítoris, donde paré con la lengua para dar unas vueltecitas tratando de encontrarlo, y sí que lo encontré pero mi sorpresa es que era minúsculo, poco más que un grano de arroz, me pareció casi imperceptible comparado con los que estaba acostumbrado a ver, normalmente del tamaño de un pequeño guisante.



 



Así que me separé un poco para poder disfrutar de la visión plena de su rubito coño. Separé sus labios menores y pude ver dos labios, de fino espesor, color rosa pálido, que partían desde la comisura del clítoris hasta pasado su agujerito, de piel lisa y suave, eran los labios más bonitos que jamás había visto, en realidad era el coño más bonito que jamás había visto. Me hubiese encantado poder hacerle una foto para tenerla y poder verlo cada vez que quisiera.



 



Era tal la calentura que tenía que volví a meter la cabeza entre sus piernas y seguí comiéndome ese apetitoso coño, mientras ella seguía gimiendo como una posesa, exclamando que estaba loco, que la estaba volviendo loca a ella también, yo no paraba de darle con mi lengua al clítoris, que llegó a ponerse como mucho del tamaño de una lenteja, cuando empecé a notar las contracciones que hacía meterse para adentro por lo que inequívocamente estaba a punto de sentir un orgasmo, y efectivamente, comenzó a gemir, a gritar, levanté la mirada y vi como se pellizcaba los pezones por encima de la camisola, mientras observaba que sus ojos azules se ponían en blanco a través de sus pequeñas gafas que las llevaba por la punta de la nariz, a punto de caérseles mientras me gritaba - ¡sigue, no pares, sigue! Así que volví a meter la cabeza y continué mientras me agarraba del pelo y me apretaba moviendo su culo sobre la silla y exclamaba - ¡que gusto, que gusto! Hasta que fue parando poco a poco mientras que su respiración se calmaba. Me aparté, mientras que ella se quitaba las gafitas, poniéndolas sobre la mesita de la cocina y se secaba el sudor de la cara con las manos mientras volvía a exclamar – ¡qué locura, que locura!



 



Así que me puse de pie y al ella al ver mi polla toda tiesa, me preguntó – ¿no has podido terminar?.



- No respondí, he estado a punto pero no me ha dado tiempo.



 



Así que me senté y le dije – Ahora te toca a ti.



Ella se agachó ante mí y yo me baje las calzonas mostrando mi pene que miraba al techo palpitante.



 



Comentó – Vaya no es tan grande como parecía.



 



Esto me dejó un poco cortado – siento decepcionarte, pero creo que mide unos dieciséis centímetros que creo que está dentro de la media nacional. (nunca me la he medido) pero creo que es lo que mide poco más o poco menos. Por lo que veo tu novio la tenía más grande ¿no?



 



Ella no contestó, así que le pedí que me la chupara, a lo que contestó – vale, pero no te corras en mi boca que me da asco ¿vale? – vale, contesté. En ese momento pensé esta es la petición que se nos hace y que en la mayor parte de las ocasiones no somos capaces de cumplir porque cuando se nos va la cabeza se nos olvida avisar antes de eyacular.



 



Así que comenzó a hacerme la mamada, que bien nunca la enseñaron a hacer o bien lo había olvidado, lo cierto es que parecía que estaba lamiendo un helado en lugar de hacerme una mamada, pensé que tal vez allí agachada estaba incómoda y no disponía de buena postura  así que le propuse que nos fuéramos al sofá del salón para estar mas cómodos, ya que la cama la tenía desmontada y no era cuestión de meternos en el dormitorio de la abuelita.



 



Pasamos al salón, me senté y comenzó de nuevo a chupármela, pero no lo hacía bien y no tardó en darse cuenta ya que me lo preguntó, a lo que le respondí que no importaba y que podíamos hacer otra cosa, así que le dije, espera un momento que voy a mi piso a por condones.



 



Cogí mis llaves de encima de la mesa del salón y salí corriendo a por los condones a mi piso. Tardé poco más de un minuto cuando estaba de nuevo en el salón y me quité de golpe toda la ropa, y me puse a quitársela a ella, a lo que me trató de impedir diciendo que le daba vergüenza. ¿cómo era posible? Le acabo de comer todo el coño y ahora me dice que le da vergüenza. Estaba claro que se había enfriado, por lo que le dije que se sentara a mi lado y comencé otra vez desde el principio.



 



Esta vez y después de tocarle las tetitas sobre la camiseta, se las saqué de nuevo y me puse a comérselas. De inmediato se puso de nuevo a gemir, comencé a darle pequeños mordiscos en los pezones y cada vez gemía con más intensidad mientras me preguntaba que qué le estaba haciendo, a lo que le contesté que le estaba dando mordisquitos. A continuación le pasé la mano entre sus muslos, a lo que reaccionó abriéndose de par en par, permitiendo que le hiciera un rápido masaje en el clítoris y acto seguido la puse de pie.



 



Por fin le saqué la camisola mientras me miraba con cara de vicio. Ya la tenía a punto.



- Tanto tiempo soltera y sin relaciones que me cuesta todo un poco – me dijo.



 



Se tumbó en el sofá y yo sobre ella, seguí comiéndole las tetitas, mientras le intentaba abrir las piernas, que de nuevo trató de impedir que lo hiciera, hasta que accedió y me permitió rozar con mis dedos su precioso coño, a lo que bajé de nuevo y comencé a comérselo pero esta vez metiéndole un dedo - ¿qué me estas haciendo que me gusta más que antes? – Metiéndote un dedo mientras te lo como, respondí.



 



Pasé de nuevo sobre ella y empecé a rozarle mi polla por la raja hasta llegar al clítoris, cosa que la hizo estremecerse y volverse como loca, así que pensé que ya era el momento, por lo que cogí el condón y me dispuse a colocármelo. Entonces ella me dijo – soy virgen -¿cooomooo? Exclamé sin poder contenerme, estaba totalmente burro, convencido de que le iba a meter toda la polla y ahora me encontraba con que era virgen, y si llevaba tantos años virgen, estaba claro que no iba a ser yo a estas alturas el que la desvirgara.



 



Así que me senté en el sofá y le pregunté ¿qué hacemos entonces? – quiero que me lo hagas. Contestó ella. Ya va siendo la hora, puesto que ya se me ha pasado todo el arroz.



 



- Entonces ¿no me dijiste que habías tenido un novio?



- Si, pero me dejó porque yo era muy mojigata y no quería hacerlo hasta que no nos casáramos, así que se aburrió y me dejó por otra.



- Entiendo, contesté. Pero ¿estás segura que quieres?



- Estoy completamente segura, siempre he estado deseándolo, no sabes lo que me arrepiento de no haberlo hecho antes.



 



Me quedé un rato pensativo, la primera vez que lo hago con una madura, y resulta que es virgen.



 



- ¿Has desvirgado alguna vez al alguna chica? – me preguntó.



- Sí una vez, a mi primera novia. – contesté.



 



Por aquella época sólo había desvirgado a una sola chica, mi primera novia, aunque al día de hoy he desvirgado a otra más que lo contaré en otra ocasión.



 



- Bueno, al menos ya tienes experiencia en eso, y sabrás hacerlo bien.



- Eso espero, solo que cambia la edad, espero no tener que romperte el virgo con un martillo.



- Ja, ja, ja, rió ella.



- Igual, no hay nada que romper, le contesté. ¿nunca te has metido nada para masturbarte?



- No – contestó ella, sólo utilizo un dedo, éste – mostrándome el anular, que además lo tenía muy delgadito.



- ¿y el ginecólogo? – le pregunté.



- Te he dicho que soy virgen, no me hagas mas preguntas que soy yo quien conoce mi cuerpo. ¿quieres hacérmelo ya?



- Vale, vale – contesté. No te impacientes ahora.



- Tu me guías ¿vale?



- Vale



 



Así que pasamos a meternos en faena. Empecé a comérselo para lubricarlo bien, y cuando estaba a punto, pasé a colocarme el condón a lo que ella me dijo que no hacía falta que ya no tenía la regla y no había peligro. Me quedé pensando un momento, yo le echaba 45 pero si no tiene la regla creo que tendría que tener más edad. Parece como si adivinara lo que estaba pensando y me dijo – dejé de tener la regla hace poco, a los 41. En mi familia ha pasado más, creo que es algo genético.



 



¿Te la meto ya? ¿estás preparada? – sí , contestó.



 



Ábrete bien que voy, bajaré un poco para darte unos lametones más y lubricarlo bien, así que bajé y empecé a lamerle ese precioso coñito rubio, y no pude resistir la tentación de abrirlo, hasta ver su agujerito para ver si era virgen de verdad, lo cierto es que tampoco tengo conocimientos como para poder distinguirlo, aunque cuando lo abrí pude observar que sí que se veía un agujerito más pequeño de los que estaba acostumbrado a ver. Seguí lamiendo y empezó a rogarme – métemela ya, métemela ya. Así que me puse sobre ella y empecé a dirigir mi pene hacia su agujero, primero lo fui rozando dando pequeños círculos para echar a los lados los labios menores, y cuando detecté que estaba justo en mi punta comencé a entrar muy despacio. Ella jadeaba y al mismo tiempo me decía que le dolía un poco. Seguí apretando y sacando poco a poco y suavemente para permitir la lubricación de sus fluidos impregnando la punta de mi polla, hasta que noté que entraba cada vez más.



 



Fui empujando poco a poco, sentía como mi verga era aprisionada como si estuviera anillada y sentí como un pequeño desgarro, como si se hubiera roto el condón que no llevaba puesto, seguido de un – ay que exclamó ella y acto seguido se la metí hasta el fondo.



 



¿te duele? – un poco. Me contestó ella. Pero sigue que el gusto es mayor. Así que seguí bombeando hasta que sentí que me iba a correr, la excitación de la situación hizo que no tardara más de diez minutos en llegarme, a lo que la avisé y a los pocos segundos comencé a soltar chorros de semen en el interior de su coño exclamando ella que lo sentía caliente mientras se corría y me pedía – échame más, échame más.



 



Le eché todo lo que tenía y nos separamos. Al retirarme pude ver como le salía la leche por su agujerito manchada con un hilillo rojizo de sangre. No había duda de que era virgen. Le di un beso mientras se levantaba corriendo del sofá para no mancharlo y corría a por sus braguitas de algodón para ponérselas. Miré mi polla y aparecía brillante de los flujos y con hilillos rojizos de sangre también. Por lo que me dirigí al baño para limpiármela. – En el mueble hay toallitas húmedas, me dijo.



 



Nos vestimos y me despedí de ella, a lo que me comentó que le había gustado mucho, y que no se lo iba a lavar hasta mañana para poder tener mi leche en su chocho toda la noche.



 



Y aquí termina la historia que tuve con mi vecina madura, lo hicimos más veces llegando a echar unos polvazos tremendos, mejor que con ninguna de las chicas que he conocido y es que un amigo mío decía que una de cuarenta hace por dos de veinte y qué razón tenía. Llegamos a echar polvos de casi dos horas sin parar, aunque algunas veces se ponía celosa cuando me oía de nuevo a través de la pared haciéndolo con alguno de mis ligues. Aunque debo reconocer que con la madura he echado los mejores polvos de mi vida.



 



Finalmente se mudó a una casa de planta baja en un pueblo cercano a Sevilla, porque la abuela ya no podía subir las escaleras, y aunque quedamos en que nos visitaríamos. No hemos vuelto a vernos.



 



A día de hoy he repetido con otra madura, aunque actualmente yo también soy maduro. Historia que ya contaré en otra ocasión. Y espero tener más...



 


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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