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Categoría: Incestos

Mi nuera, mi amante, mi puta. Parte 1

Soy un tipo de sesenta y algo más, todos los bríos y potencial de sus años mozos, para conseguirlo, una receta simple. Se necesitan dos ingredientes, motivación y creérselo de verdad, luego conseguir la mujer adecuada, agitarnos dentro de ella, dejar fluir mi esencia masculina en ella y vivir la vida como si hoy fuera el último día.

Esta es una de esas historias que permanecen como secreto de familia, este ámbito cuasi testimonial, donde solo somos un Nick. Puede servir de efecto liberador, trascender al conocimiento de otros para que deje de ser tabú, extravagante o perverso, que se entienda y comprenda que la carne es débil y la pasión muy fuerte, que también les sucede a otros como uno.

El relato prueba que cuando se produce la atracción de tamaña dimensión entra a tallar la pasión y sale por la ventana la razón. La pasión es la fuerza arrolladora que no respeta ni pelo ni marca, tampoco vínculos familiares; la infidelidad y la traición no son obstáculos, es una locomotora fuera de control que arrolla con lo que le ponga delante, un toro que embiste cegado por el rojo pasión del capote que se agita en hembra que obnubila los sentidos. Si la mujer nos gusta y nos da vía libre, haremos hasta lo indecible por conseguirla…

Mi nuera fue esa mujer, pero en este caso fue ella quien perdió el sentido del pudor yo cometí el pecado capital de permitirme ser enredado en su lujuria. Fuimos pecadores, sin arrepentimos: seguimos gozando.

Todo comenzó esa noche luego de una opípara cena familiar, el vino y el licor corrió a discreción, noche de sábado con todo el día siguiente para reponernos. Los primeros en dejar la sala fue mi hijo, llevándose al nieto, siguió mi esposa y mi otro hijo con la otra nuera, solo quedamos Sara, mi nuera, y yo compartiendo la sobremesa y terminando las copas.

Desde siempre hubo entre ambos una particular forma de ver las cosas, no diría que confrontábamos, pero era la única del grupo que no se avenía con facilidad a arriar sus banderas cuando creía que tenía la razón, como fuere siempre nos quedábamos un poco más discurriendo sobre el tema ocasional. Era notorio que había una fuerte conexión, aún en la confrontación.

Esa noche, quizás por las copas de más o vaya uno a saber por qué cosas del señor que mueve los hilos del destino, fue distinto, hasta las formas era de otro modo, se mostraba más receptiva y podría decirse que más dócil, por decirlo de algún modo.

Como de la nada ella trajo el tema de la atracción y la infidelidad, remanente de una situación comentada en la previa de la cena, algo así como… una relación de la suegra de unos conocidos suyos con el yerno de ésta o cosa parecida, de la cual sin saber por qué me abstuve de entrar en la controversia.

—Dígame Luis… ¿usted cree que puede suceder algo así?

—No sé a qué cosa en particular te refieres… - sabía, pero preferí escaparme por la tangente, me pareció un tema escabroso, mejor eludirlo.

—Sí que sabe a qué me refiero. Al tema de la suegra de…

—¡Ah! Era eso…

—Sí, era eso y usted no entró en el juego de opinar. ¿puedo saber por qué? ¿o soy demasiado invasiva de su privacidad?

En verdad me tenía atrapado, se había dado cuenta y ahora jugaba conmigo, me cerró la puerta para obligarme a opinar.

—Mira Sara… en verdad… no es un tema opinable, depende de tantas circunstancias que no sabría cómo…

—Es cierto, no conocemos en detalle, pero mi pregunta apunta a otra cosa. ¿Lo cree verdadero? ¿Cree que puede suceder?

—Pues claro que sí, de hecho, debe suceder mucho más de lo que creemos.

—Eso quería saber… es decir que no es una traición o perversión, tal vez no sea lo corriente, pero es algo

Como… una atracción fatal que ninguno de los dos pudo eludir. ¿Le parece?

Le di mi opinión, diciendo que todo es posible, siendo adultos y donde no se vulnera la voluntad de nadie, no veía otra complicación que fueran los inconvenientes lógicos del escándalo familiar cuando se descubra, pero si lo hubieran hecho de forma discreta sería una aventura disfrutable por ambos y nada habría sucedido.

—A ver si entendí, dices que si hubieran sido discretos nadie sabe nada hubiera sucedido. Y… si esta relación fuera para solucionar algún problema de carencia sexual bien podría estar dentro de lo no tan moral pero aceptable. ¿Estoy cerca de tu pensamiento?

—Pues diría que casi…, digamos que en un ciento por ciento.

—¡Ajá! ¿Es decir que todo se reduce a que haya discreción para no lastimar a los otros, que fuera de eso y en libre decisión lo considera aceptable?

—Algo así.

—¿Luis puedo ser franca contigo? -asentí con la cabeza, y prosiguió: - La verdad no sé de qué modo comenzar con algo que me está preocupando… - intenté preguntar o detenerla, pero se opuso poniendo su dedo índice en mis labios para no perder la decisión, agradeció y retomó sus dichos: - Bueno voy a decirlo así, de una, para no perder el valor de hacerlo. La situación entre Marcelo y yo desde el nacimiento del niño no ha sido la mejor, tal vez no haya sido un hombre que me diera todo el sexo que una mujer joven, sana y tan llena de deseos como yo necesita… me daba lo necesario, bueno… según su valoración, ¡ja! Pero desde el nacimiento del niño sus atenciones maritales han perdido la frecuencia de ser lo as que eran antes para hacerlo mucho menos. ¿No sé si soy del todo clara?

—volví a asentir y otra vez me impone silencio, y prosigue: - Luis la situación hace tiempo que se me hace intolerable, usted que es un hombre que sabe de mujeres y de sexo, sabrá entender de mis necesidades primarias de una hembra que necesita tener sexo con mucha frecuencia, que no me va eso de “ajusticiarme por propia mano” que necesito tener un hombre dentro, que necesito, que necesito, que necesito… - se puso a llorar y no pudo seguir.

La tomé de los hombros para contenerla, que pudiera esconder sus lágrimas en mi pecho. Se dejó, buscó asilo y protección, me miró a los ojos y preguntó:

—¿Podrías ser el alivio a mis pesares? -No me animé a responder, tenía miedo que pudiera escuchar mis

Pensamientos. Siguió diciendo: - Susana (mi otra nuera) me chismeó, que se enteró que “te volteaste“ (cogiste) a la tía Lily, más aún que la tía comentó que coges muy bien, que coges muy rico, que la tienes bien gordota y que te agradaba mucho hacerle siempre “el marrón” (el culo). No te cuestiono para nada la fama de conquistador, mucho menos de gran cogedor, solo que me gustaría probarte yo también, podrías ¿porfa?

Me dejó anonadado, todo esto y de una sola vez es mucho, en un primer momento vinieron a mi mente los frenos morales, los vínculos familiares y todo ese rollo de la infidelidad y la traición. Para cuando sus manos hicieron una oferta tan explícita como despertar mi sexo, ya no pude pensar en otra cosa que no fuera en ella, toda mi atención y el deseo encendidos y tras los movimientos de Sara.

Huelgan las palabras, solo hablan las manos de la muchacha, que no ceja de acariciarme, tampoco intento detenerla, me dejo llevar en sus hábiles e inquietas manos. El que calla otorga, la falta de resistencia era una aceptación, así lo debe haber entendido.

La baja intensidad de la luz, estar sentados de espalda a la entrada a la sala nos daba cierto margen como para cubrirnos ante una llegada imprevista, poco probable, pues había transcurrido un tiempo que todo estaba en el más profundo silencio, todo esto contribuyó para que Sara “metiera manos a la obra”, abriera la bragueta y rescatar la verga de su encierro.

Hábil en manualidades, tomó el miembro con decisión y precisión, sabia en despertar los instintos más primarios de la calentura de un hombre, sabía cómo hacerlo, no me apartó la mirada, necesitaba saber y controlar mis reacciones, “pájaro en mano” y la cabeza recostada sobre mi pecho me está manejando y excitando como nadie. Se conduce con propiedad y dominio de la situación, la calentura crece en la medida de su manipulación, apura y demora, controla el vaivén de la calentura, la respiración y los gemidos ahogados en su cuello la van guiando. Comienzo a moverme, siente que el momento supremo está próximo, aprieta más y sacude con intensidad. El gemido caliente y ahogado en su cuello, es el último aviso, la calentura está en punto de ebullición, la esperma comienza a buscar libertad. Sus manos se aferran a la verga, sacude con rapidez, constante, sin pausa, coloca el glande dentro de su boca, sin dejar de agitármela, solo la sacó para decir:

—Luis, que gorda la tienes… él no heredó este tamaño ni tu calentura… ¡Me gusta, gorda y cabezona!

—¡Ah! ¡Ahh! ¡Agggghhh! - fue todo el vocabulario que pude decir antes de venirme.

La boca apretada contra el cuello, ahí justamente debajo del cabello para morderla y no dejarle marcas visibles imposible de justificar. Me siento el padrillo, el bronco sujetando a su yegua mientras la sirve, el instinto animal en su más pura esencia es lo que esta joven nuera ha despertado en su suegro. Nada más importaba, la calentura más atroz se había desatado en mí, el volcán entró en erupción, el final feliz, y muy feliz, fue todo en su boca, dentro de la boca más receptiva y más caliente…

—¡Aggggggg!!!

Deberían inventar palabras para describir ese momento, la carga emotiva y calenturienta era algo inédito, las imágenes más lujuriosas, las sensaciones más obscenas y las percepciones más voluptuosas invaden todo mi ser. Increíble acabada, largué toda mi leche en su boca, movimientos coitales, final feliz a toda orquesta, timbales retumban en mi cabeza, mientras una dulce geisha está recibiendo el efluvio de mi descarga seminal.

La siento degustar y tragar, se queda lamiendo el glande hasta no dejar rastros de la energía vital masculina de este hombre que se siente el rey del universo. Levantó su cara para mostrar de qué modo había gozado mi semen, la lengua atrevida y perversa se pasea por los labios simulando rescatar alguna gota de semen. Es la más viva y fiel imagen de lujuria y voluptuosidad, una hembra que despierta y atiza las sensaciones más alucinantes.

El ámbito y el tiempo no permite mucho más, me coloco a su derecha, soy más hábil con la diestra. Mi mano se pierde bajo su falda, respira profundo, bocanada para tragar aire como pez fuera del agua, apreté mis labios sobre su cuello, aspirando su perfume y devolverlo en besos tiernos y apasionados. En la palma de la mano pude contener todo el papo abultado, frotar los vellos y llenarme la mano de sus aromas, el índice y el mayor abrieron el camino a la perdición, entraron todo en ella, enseguida sumó el anular para dilatar la raja de esta hembra necesitada. 

La calentura que transmite la fragua vaginal contagia, meto los dedos hasta lo máximo, tan profundo que cuando muevo el resto de la mano siento como se eleva en cada pulsación digital. Reprime los gemidos, ahoga los aullidos que le provoca el tocamiento, contagia su pasional forma de sentir, nos dejamos envolver por la incandescencia de su conchita, está hecha una brasa ardiente, se consume en su fuego y me arrastra a su hoguera interior, aprieta los muslos, comprime todo, abre las piernas en V. No sé cómo sofrenar tanta lujuria desatada, temo que en algún instante todo estalle por los aires y nos encuentren.

Me arrodillo, en oración, ante el templo del deseo, dos dedos dentro y la boca entre los labios, lamiendo el terciopelo de su conchita, llego al cielo vaginal buscan el imaginario punto G, mi lengua descubre las sensaciones del clítoris. Todo es un combo magnífico, someterla a la tortura del llevar su calentura al tope que su abstinencia puede soportar. Sus dedos enredados en mi nuca, apretaba como náufrago a un madero, mueve su vientre, me incrusta en su sexo. 

Llené mis manos de sus nalgas, ella se impulsa con las manos en mi nuca, se mueve a ritmo de polvo, frota su conchita sobre mi cara, estruja mi rostro. Volví a entrarle dos dedos, se pone a mil, es el momento supremo, donde mueren las palabras y nace el orgasmo arrasando con sus sensaciones. Quien puede saber cómo ahogó los alaridos internos, el bramido de la pasión estalla en mil pedazos.

Retomaba el ritmo de lamidas, ella volvía por los fueros del orgasmo, varias veces repetí el tratamiento para permitirle desahogarse. Venirse en mi boca fue lo máximo. Arrodillado entre sus piernas, santifico a mi hembra.

Hicimos penitencia del pecado carnal, en silencio, tiembla por la acabada, breve pero intensa, cargada de sensualidad y delirio. Nos despedimos con toda la discreción y sigilo que habíamos olvidado un momento antes.

La mañana del domingo, desperté tarde, totalmente excitado, no tenía bien en claro si el encuentro con Sara fue real o parte de un delicioso sueño, difícil de conciliar la realidad con los sucesos acaecidos en esa noche de pecado.

Nos cruzamos en la cocina, en el desayuno, cada quien llegaba cuando se levantaba, ella y yo parecía que acordamos hacerlo temprano, nos miramos silenciosos y expectantes, tomé la palabra y dije:

—¿Sara, esto nos pasó de verdad?

—Sí, claro y volverá a pasar cuando lo quieras…

—Ah… ¡qué bueno! - haciendo un gesto algo obsceno pero gentil, - Y… ¿como cuando sería eso?…

—Te parece… en algún momento del día, ¿antes de volvernos? - Asentí.

Antes de la hora del almuerzo me pidieron fuera a comprar más vino, estaba saliendo cuando Sara se subió al auto.

—Vamos rápido por la compra y luego… estacionas en algún sitio apartado… y… ¿para unos mimos…?

Me gusta lo directa que es, lo simple que hace lo complejo. En el regreso desviamos por ese camino de tierra nadie lo transita, más arbustos que camino, era como un escondite de dos adolescentes fuera del mundo. En el asiento de atrás de la camioneta nos desnudamos, a las apuradas, y la recibí, tendido en el asiento, el miembro tan duro y enhiesto como húmeda y apretado era su refugio para esconder mis ganas de ella. Dejé que tomara la iniciativa, que fuera amazona y guerrera, desenfreno y lujuria, voluntad y ganas.

Tanta energía, disfruté ver como esa mancha de vello casi negro sube y baja rodeando mi vara de carne, agasaja a la verga, incitarla y provocarla para robarle la calentura. Un pecho en cada mano, contenidas y estrujadas, gozaba de ver a mi hembra subir y bajar con el glande rozando el fondo del útero cada vez que aterriza toda empalada. 

No puede contener el gemido angustiante y feliz que dibuja el orgasmo en sus mejillas enrojecidas, elevarme y sujetar sus caderas para golpear en el fondo de su sexo, prolonga ese orgasmo tan trabajado. Detenerme, seguir, detenerme, seguir, es el modo de incitarla, de llevarla al abismo y hacerla saltar al vacío, ebria de goce voluptuoso. 

Se dejó, empalada, sostenida en mis manos, entregada en cuerpo y alma al macho que la volvió al placer de la carne. Casi sin salirme, giramos, con dificultad, hasta quedar sobre ella, dentro de ella, piernas elevadas sobre mis hombros, abierta, expuesta en su indefensión, dominada por la fiebre del sexo.

—¡Dame, dame!… ¡vamos dame más pija! ¡Abre, toda, lléname, deja salir mi leche! ¡Acaba dentro! ¡Soy tu puta! ¡Coge!, ¡con esa pija gorda! ¡Quiero pija, más pija, más pija!

El último grito fue cuando me vine dentro de ella, un grueso chorro, y otro, y otros más terminaron de vaciarme dentro de su conchita. Quedamos enchufados, gozaba sentir los latidos de la verga aún luego de vaciar el semen.

Prolija y hacendosa lamió la pija para quitar hasta el último vestigio de leche, mi pañuelo recibió el semen que mana de su cueva, lo envuelve y guarda para regresarlo limpio cuando haya una próxima vez.

Regresamos a la casa memorando estos momentos inéditos, increíbles, llenos de pecado y lujuria, pletóricos de encanto y sabor de lo prohibido, tan solo pensamos en esa próxima vez…

Hubo esa próxima vez, pero es mucho para contar de un tirón, también recordar esas vivencias necesitan un respiro, una pausa reflexiva para evaluar y volver a transitarlos, tan llenos de sabor a deseo.

Sigue una segunda y una tercera parte para continuar con esta historia de infidelidad y amor prohibido.

Lobo Feroz

Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 5
  • Votos: 4
  • Envios: 1
  • Lecturas: 5629
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