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La vida con mi novia fue un tanto particular por un motivo simple: mi familia no podía permitirse pagar una academia para estudiar para la selectividad, pero la familia de Raquel, mi novia, sí podía. Ella me daba el material para poder estudiar, y ese sería el plan durante seis meses. Pero Raquel se cansó de hacer el trabajo gratis:
—Vas a tener que hacer algo por mí, o al menos por la casa, para que siga dándote material. Llevo una vida mi ajetreada: despierto temprano para ir a estudiar por los dos, llego a cocinar, comer y estudiar hasta la noche y tú vives a cuerpo de rey. Esto se acabó.
La verdad es que fueron unos días muy intensos, de peleas. Yo la amaba pero me parecía injusto lo que pedía. Hasta que al quinto día llegó la explosión final:
—Me parece muy egoísta lo que me estás haciendo —me dijo— creo que lo mejor será dejarlo.
Esas palabras me asustaron mucho, durante horas traté de convencerla pero parecía imposible, hasta que dije las palabras clave en el momento exacto: haré lo que quieras. A partir de ahí cambió todo. Ella era cautelosa aunque ya sabía cómo iba a acabar la situación. Hablamos mucho sobre mi nueva vida para poder seguir estudiando. Me decía que necesitaba concentración y relajación para estudiar y explicarme por lo que me ofrecí a limpiar la casa y cocinar yo solo, sin su ayuda. Claro que aceptó pero faltaba más.
—También necesito relajación física. Es algo que no va a molestarte —dijo en referencia a mi fetichismo de pies... ella sabía que lo era y ella disfrutaba las pocas veces que lo hice porque me daba vergüenza. Esta vez no iba a tener forma de negarme, las cosas habían cambiado. Pasé de ser su novio a su criado.
Mis días se resumían de una forma muy simple: Me despertaba media hora antes que ella para hacer el desayuno, que se lo llevaba a la cama mientras yo lamía sus pies. Quería que fuera con mi cabeza dentro de las sábanas y arrodillado en el suelo. A oscuras me guiaba yo solo. Tenía ambos pies cerca, empezaba siempre dando besos en los talones, las plantas y los dedos, en ese orden.
Luego lamía en el orden contrario hasta que me daba una leve patada con el otro pie, señal que indicaba que solo quería dedos, su parte favorita. Tras un rato se apartaba sin previo aviso y se iba a arreglar para irse. Yo tenía que arreglarme rápido para acompañarla y llevarle la mochila. Volvía a casa lo más rápido posible para cocinar, ordenar todo y volver a recogerla.
En casa ella comía y yo estaba de rodillas en el suelo. A veces veía series, otras hacía Skype con su madre. Lo más usual era la segunda opción y recuerdo la primera vez que ocurrió. Ella comía, todo estaba en silencio y yo estaba lamiendo sus pies por segunda vez en el día. Tenía su pulgar derecho en mi boca cuando sonó la música característica de Skype y me quedé helado cuando contestó. Al escuchar la voz de su madre tuve pánico de que Raquel le dijera algo, por lo que me saqué el pulgar lentamente y me quedé de rodillas.
Me miró mientras su madre hablaba y me volvió a meter el mismo dedo, lo movió sin prisas, su madre hablaba. Me ofreció la planta que era suave, estaba con algo de sudor. Y luego volvió tranquilamente a la conversación. Siempre tomaba una siesta, momento que me dejaba para poder estudiar. Nunca sabía cuánto tiempo tenía pues podían ser un par de horas de siesta o haber días en los que no pudiera dormir y yo no podía estudiar.
Al acabar la siesta Raquel solía ponerse boca abajo y ordenaba sexo oral. Mi cabeza quedaba a su merced cuando la introducía entre sus nalgas. Mi nariz masajeaba el ano y mi boca se encargaba de su coño. Pasaba mi lengua al ano y vuelta al coño. Se daba la vuelta y mi apresaba con sus piernas hasta que no se corriera en mi cara.
Y ya solo quedaba día para que ella estudiase mientras yo cocinaba y obedecía órdenes esporádicas como llevarle bebidas o algún aperitivo. Al final de día le lamía los pies por última vez en el día pero era diferente a las otras dos porque aquí ella se recreaba, lo disfrutaba. Se ponía en el sofá después de apagar toda tecnología para evitar despistas. Y durante una media hora me dedicaba a limpiar, oler, besar y adorar sus pies entre frases humillantes y algún que otro golpe.
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