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Mi nombre es Marlene, tengo 27 años. Me describo como una persona inteligente, social, deportiva y con un secreto: me gusta sentir las miradas, cuando me observan.
Actualmente vivo en un departamento en las afueras de la ciudad, cerca del mar. Me gusta así porque puedo dedicarme tiempo. El departamento es amplio. Originalmente era una casa de dos pisos con un Estudio aparte hasta que el dueño convirtió el lugar en tres espacios para rentarse. Yo vivo en uno de esos apartamentos. Para acceder a él tengo que bajar por unas pequeñas escaleras de metal en forma de caracol; me gusta así porque me da un cierto grado de privacidad, no escucho los ruidos y tampoco mis vecinos se han quejado de mí. Y para ir al trabajo es sencillo pues, en auto, no hago más de 15 minutos.
Anteriormente acudía al gimnasio después del trabajo, pero me di cuenta que podía dedicarle el mismo tiempo al ejercicio en casa o en la unidad deportiva que se encuentra cerca, así que después del trabajo voy a casa directamente.
Debo confesar que no me había percatado jamás de mi afición por ser vista con morbo por los hombres a mi alrededor hasta hace poco, cuando me vi en una situación en la que no podía huir de la vista de los hombres.
Me encuentro trabajando en una oficina corporativa que hace gestiones para agencias inmobiliarias y soy recepcionista. Soy más alta que algunas de mis compañeras, aproximadamente he de medir un metro y sesenta y ocho centímetros, siempre he sido dedicada al ejercicio más que a una buena alimentación, es decir, no me tengo que limitar a pocos alimentos para sentirme bien, al contrario, me dedico más al ejercicio. Si hay algo que debo decir me gusta más de mi cuerpo son mis piernas, aunque algunas veces me favorece más traer escote, y mi cabello castaño, ondulado y largo.
Aquel día, por la mañana desperté temprano, desayuné y me fui a la regadera directamente. Elegí para llevar al trabajo un vestido primaveral color turquesa de mangas cortas, vuelo en su falda y un escote regular. No era un vestido muy corto, lo normal, enseñaba un poquito menos de media pierna. Los prefiero así porque la mayor parte del tiempo estoy sentada en mi escritorio, en la recepción y como es un poco alto mis piernas quedan perfectamente bien debajo de él. Hasta ese momento a ese largo del vestido me sentía segura de no enseñar de más, aunque debo confesar que cuando sé al final preferí usar un short de lycra debajo.
Después de ducharme, cumplí con mi rutina de siempre: elegir ropa interior cómoda, humectarme toda con crema, perfumarme, retocar un poco el planchado de mi ropa a usar, maquillarme, arreglar mi cabello, ponerme los zapatos y después una taza de café. Al salir coloqué un espejo en el que puedo verme completa antes de salir, por si hace falta algo más, todo lucía perfecto, me gusté mucho ese día.
Aquel día creí que sería un día tranquilo de contestar llamadas, preparar algunas tazas de café y sacar copias o imprimir oficios, pero no fue así.
Cuando llegué a la oficina, veinte minutos antes de las nueve como de costumbre, me percaté que estaban limpiando las ventanas del edificio por fuera. Yo trabajo en el tercer piso y hasta ese momento no presté mucha atención al respecto.
Abrí las puertas de la oficina, encendí la cafetera y el aire acondicionado, coloqué la lista de asistencia para cuando llegaran mis compañeros, apagué las luces y abrí las cortinas, atendí algunas llamadas y mis compañeros empezaron a llegar. Así, normal transcurría mi día. Detrás de mí y a un costado hay ventanas, así que de vez en cuando tengo privacidad de ver Facebook o atender algunos correos, ver promociones en las tiendas, entre otras cosas.
Todo el tiempo vi que en el edificio limpiaban las ventanas por fuera y yo, no tomé mayor atención a ello, hasta que, como a medio día tuve que bajar a la primera planta, pero por las escaleras. Resulta que en todo el edificio, por las escaleras hay un baño en cada piso, uno de hombres y uno de mujeres. Así que en mi trayecto entré al baño. Aunque cerré bien la puerta alcance a escuchar el ruido de las personas por las escaleras. Escuché la conversación de dos hombres que encendió en mi un cosquilleo en el vientre y que me recorrió súbitamente por todo el cuerpo.
Uno de Ellos. - Si que ha estado difícil limpiar las ventanas del ala izquierda del edificio, el calor del sol a estas horas es muy fuerte.
El otro. - La verdad es que yo he tenido toda la suerte del mundo. Al parecer las ventanas del ala derecha, en el segundo piso, están con vidrios polarizados y ni cuenta se han dado que estamos trabajando porque justamente me tocó limpiar las ventanas enfrente de un ¡cuero de vieja! la señorita de recepción ¡trae vestido wey! y tiene unas ¡piernas hermosas! pasé un buen rato haciéndome el tonto para ver si se agachaba más o si me dejaba ver debajo de su vestido, pero nada. La única chance que me dio fue cuando se sentó. ¡Este re buena wey! trabajaría aquí todo el día nada más para verla andar por la oficina y sabrosearmela de cerca. Tiene unas caderas y unas chichotas, que hoy me la jalo en su honor, será una delicia. Se me hace que más tarde regreso a darle una limpiada más a su ventana, pero esta vez me llevo el celular para tener un recuerdo de ella en la noche. Me trae bien caliente, la verdad...
El primero. - Weey no mames, ¿neta? No seas cabrón, que pinche suerte la tuya. Ten wey, llévate el mío, esta más chingón de la cámara, te las voy a rolar por el WhatsApp. No seas ojete y comparte.
El otro. - Ya estás, pero brincas parao cuando el patrón pregunte porque me tardé tanto. Le dices que el ala derecha tiene unas ventanas pequeñas en el segundo piso que están más difíciles.
Yo escuchaba atenta y sorprendida. Hablaban de mí y eso me excito en cierta manera, me sentí alagada. Mi imaginación voló por un momento, hasta que recuperé la compostura y me dije que eso era algo muy raro y feo, que me moría de pena porque ni cuenta me había dado y unos desconocidos sucios y enfermos estaban mirándome y morboseandose conmigo ¡sin que yo me diera cuenta! inmediatamente iba a cerrar las cortinas y no le diría a nadie por la vergüenza.
Bajé y terminé mis asuntos. Pronto regresé a la oficina y tomé mi lugar. Atendí el teléfono y envíe un correo urgente, pero no quitaba de mi mente que en cuanto apareciera el hombre de la ventana, cerraría las cortinas. Lo había decidido.
Estuve así, atenta a que apareciera el hombre y nada aún. Había pasado ya más de media hora y no tenía indicios de aparecer de nuevo. De pronto me pregunté si habría escuchado bien y si tal vez no hablarían de mi. Fue entonces cuando empecé a fantasear con esa idea. Imaginaba que ya había aparecido y que no me había dado cuenta, que él y su compañero estaría gustosos de verme, pero sobre todo imaginaba a aquel trabajador por la noche haciendo de las suyas mientras miraba mi foto en su celular.
Después pensaba fríamente y dado que no sucedía nada me preguntaba ¿porque me había excitado que un hombre me viera? ¿porque me había gustado que se refirieran a mí de esa manera? ¿porque me excitó imaginar que esos hombres se deleitaran con una fotografía mía? ¿porque me ponía así la idea de que un hombre se tocará viéndome? ¿porque?
Comenzaba a ponerme nerviosa y más avocada a que apareciera el hombre que a mi trabajo y decidí olvidar el tema aquel definitivamente. ¿Qué me pasaba? porque me ponía a pensar en ello. Seguí en lo mío y me fui a por mi segundo café del día. Entré al baño de la oficina y por de entre la cortina me di cuenta que el hombre comenzaba a subir a ¡limpiar las ventas de mi piso! me estremecí por completo y empecé a sentirme nerviosa.
¡Cálmate! le dije a mi reflejo en el espejo. Y casi inmediatamente me contestó en el pensamiento: Estas excitada y lo sabes, es una travesura, ni tú te habías dado cuenta, además nadie más que tú lo sabe. Nadie más que tú lo sabe... reboto esa frase en mi cabeza como un eco de voz.
Así que me aferre a eso: "Nadie más que yo lo sabe" "me gusta de una manera extraña, todo esto", "vamos a seguirle el juego".
Me vi al espejo y me animé. Me acomodé el vestido. Me quité el short de lycra y me di cuenta de lo que confirmaría mi excitación, estaba algo húmeda, hacia tanto que no me sentía así. Subí un poco el fondo del vestido, doblándolo solo un poco y asegurándolo en mis bragas, por la cintura.
Salí del baño apresurándome a tomar la taza de café y pasando desapercibida a mi escritorio en recepción. Solo yo sabía todo lo que ocurría en un día normal de trabajo. De pronto por el reflejo del monitor vi movimientos en la ventana y era él. El trabajador.
Sin mostrarme alerta de nada, como si todo estuviera transcurriendo normal, disimulé seguir en lo mío. Junté las piernas y subí un poquito el vestido, y lentamente me giré hacia un costado, tomé unas hojas al azar e hice como que leía mientras veía lo que sucedía por el reflejo del monitor.
El hombre tomó el celular con una mano disimuladamente y como si estuviera trabajando se agacho y vi como buscaba el mejor ángulo para tomar la fotografía. Yo estaba excitada sobremanera. Cruce las piernas para mostrar más de una de mis piernas. En este punto todas las poses eran para él.
Tomaba otra fotografía y limpiaba un poco. Dejé las hojas sobre el escritorio y me acomodé bien en mi lugar. Unos cuantos minutos más tarde, me levanté de la silla y como cuando uno quiere tocar la punta de sus pies sin doblar las piernas me agaché un poco, lo suficiente para mostrarle mis piernas pero nada más. Sin descaro vi como tomaba el celular con las dos manos y aprovechaba el momento completamente.
Después, me giré y justo cuando lo hice tomó rápidamente el celular, lo guardó y casi de un susto pega un brinco. Se quedó casi sin moverse, pensó que lo había descubierto. Yo, por mi parte, sonreí para mis adentros y disimulé por completo, hice como que no veía nada. Me estiré un poco y extendí mis brazos hacia arriba y bostecé como si estuviera estirándome viendo mi reflejo. Quería que mi observador se sintiera confiado, quería decirle que tomará las fotografías que quisiera.
Me tardé un poco más y tomó una fotografía de mí, de frente. Me estiré de nuevo. Esta vez estaba convencida de que había visto el largo de mis piernas y el inicio de mis bragas azul marino.
De pronto, vi cómo me tiraba un beso, como si pudiera verle y se sobaba la entre pierna por encima del overol. Eso me excito mucho más. Aquel hombre estaba tan excitado como yo y tenía un paquete grande, al menos eso imaginé ver.
Así que me senté en la silla y lentamente y sin hacer muchos gestos, con una mano fui metiendo poco a poco mi vestido entre el resorte de mis bragas, como haciendo que éste se quedará atorado sin darme cuenta. Si el vestido dejaba ver poco menos de media pierna cuando llegué por la mañana, esta vez, dejaba ver un par de pulgadas más por arriba de media pierna. Me di medía vuelta en la silla y tomé de nuevo hojas al azar para "leerlas".
Vi como el hombre tomo muchas fotografías y se tocaba por encima del overol. Me levanté de un golpe de la silla y me puse de espalda, puse mis manos sobre el escritorio y levanté mis caderas. Dejándole ver todo. Me quedé así unos momentos y flexionaba una rodilla y luego otra como moviendo solo para el mi cuerpo. Tiré las hojas al suelo y me agaché por ellas, una a una las recogí y mientras hacía eso acomodaba de nuevo mi vestido.
Me levanté, termine de acomodar mi vestido, puse las hojas en su lugar, acomode mi silla. Me giré hacia el hombre. Le guiñé un ojo y le tiré un beso. Me di media vuelta, tomé mi bolso, apagué la computadora y fui a casa…
Pronto regresaré a contarte otras nuevas experiencias.
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