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Categoría: Confesiones

Mi noche con Vanina, mi cuñada

Dentro del inconciente colectivo del incesto, podemos encontrar relaciones "confesables" (primas o cuñadas), u otras que socialmente –en nuestra cultura- no son admitidas ni siquiera desde la fantasía (madre, hermana, tía, padre, abuela, etc.).



Soy divorciado, padre de 3 chicos, y durante más de 10 años estuve casado con una mujer que tenía 2 hermanas. Una de las cuales, fue el motivo de una eterna fantasía sexual. Y esta es la confesión de mi incesto con ella.



Nunca busqué enamorarla. No quería "cambiarla" por mi mujer, pero sí quería seducirla constantemente, con el hecho de llevarla alguna vez a la cama.



La concreción de esa fantasía, ocurrió –como muchas cosas en la vida- en el momento menos pensado y un lugar poco adecuado: una fiesta de Navidad hace casi 10 años, en la quinta de mis entonces suegros.



Vanina (mi entonces cuñada), tenía 37 años, un cuerpo atractivo para su edad, aun cuando ya era madre de dos chicas casi adolescentes. Pocas tetas y hasta bastante culona, pero era "ella" como un todo, lo que me atraía.



Siempre habíamos tenido buena onda. En los cumpleaños familiares y las fiestas de ese tipo, terminábamos siempre bailando juntos (su marido y mi mujer estaban siempre "cansados"). El baile –como para algunas tribus- es una suerte de ritual sexual y podría decir que bailábamos el uno para el otro, mirándonos a los ojos o cantando juntos la letra de alguna canción.



Esa noche, todo el mundo había tomado más de la cuenta. Todo era alegría, y hasta éramos capaces de bailar el himno nacional. Las parejas se fueron sentando y solamente quedamos Vanina y yo bailando hasta más de las 3 de la mañana.



Mis suegros, ya se habían ido a dormir y mi mujer también. Mi otra cuñada se estaba haciendo mimos con su marido tirados bajo la copa de un árbol, por lo que al poco rato, cuando nos dijeron buenas noches, los imaginamos cogiendo felizmente.



Pusimos la música más baja, para no despertar al resto ni a los 6 chicos que casi amontonados ocupaban una de las habitaciones de la casa con los colchones en el piso.



Ya se había terminado casi todo lo alcohólico. A esta altura, habíamos tomado champagne, vino blanco y tinto. Sólo quedaba una botella de sidra (que ni siquiera estaba muy fría), pero parecía que los dos estamos disfrutando de esa noche de estar allí, juntos, y con la posibilidad de seguir adelante en lo que el destino nos llevara.



Nos habremos tomado una copa solamente cada uno (no estábamos borrachos, pero sí re-pasados de alcohol) y decidimos irnos a dormir.



Su dormitorio quedaba casi frente al baño principal de los 3 dormitorios más grandes, y dado que yo me desvestí en el baño y ella se cambió en su cuarto, cuando salí rumbo a mi cuarto (en la parte delantera de la casa) me la entrecruzo a ella viniendo de la cocina.



Estaba vestida con un pijama (de pata corta) de seda color salmón, y yo con unos boxer enormes que parecían un traje de baño. Nos paramos por un instante, y no fue más que mirarnos por menos de un segundo para darnos cuenta la atracción que teníamos el uno por el otro.



Hasta ahí, yo no me animaba a nada. Y lo único que hice fue decirle "buenas noches", tomando su cara con mi mano en una mejilla, pero a diferencia de lo que hacía siempre, esta vez, el beso no fue en la mejilla, sino en la comisura de sus labios.



La noté temblorosa, como con miedo de seguir a más, pero el beso parecía durar una eternidad. Entones con la otra mano y sin soltarle la cara, le metí suavemente la mano por debajo del pantaloncito del pijama, acariciándole el culo. Primero por encima de su bombacha de encaje, y luego deslizando muy sutilmente los dedos por el costado para entrar bien en contacto con su cola.



Al mismo tiempo, había girado bien la cara y ya el beso no era sobre la comisura sino en plena boca; ella abrió muy poco sus labios, pero lo suficiente para que mi lengua la probara por primera vez.



Ella no me abrazaba, pero sus dos manos estaban casi acariciando mi panza, muy cerca del borde entre el boxer y un infierno de sensaciones que pasaban por mis entrañas: desde el terror que nos vieran, hasta una erección que Vanina no tardó en acariciar suavemente.



Me despegue de su boca, y le dije al oído que quería que fuera mía esa noche. Así, sin más. No hablé de sexo, ni de amor, ni de coger. Quería que fuera mía. "Vanina, quiero pasar la noche con vos", parecí suplicarle. Y ella me entendió a lo que me refería, pero me respondió que no había lugar para poder estar juntos.



"Entonces metete en tu cama, que yo estaré al lado tuyo" –le dije casi con una sonrisa-.



"Estás loco?" –me respondió. "Y mi marido?".



Mirándola como sabiendo cuál era la respuesta exacta a la pregunta del millón, le dije: "ha tomado tanto, y estaba tan mareado que va a dormir hasta pasado mañana si lo dejan".



La noté dubitativa, pero yo estaba tan seguro, que rogué a todos los dioses que no me saliera mal. La tranquilicé con una pequeña caricia en la cola y un susurro en el oído diciéndole: "Andá, acostate sin el short y con la cola apuntando para afuera… en cinco minutos estoy al lado de tu cama".



Pegué media vuelta y me fui para mi cuarto, dejando a Vanina en el medio del pasillo. Me dí vuelta y le tiré un beso con la mano. Ella se dio vuelta y se metió en su dormitorio.



Me fui al cuarto esperando que ese beso que le tiré le haya dado el valor suficiente para hacer lo que le había dicho. Y a partir de allí, mi corazón comenzó a latir de tal forma que por momentos sentía que cada latido se escucharía como si fuera un tambor.



Entré a mi cuarto y me acerqué a mi esposa. Por suerte respiraba tan profundamente que parecía que no se iba a despertar, ni cambiar de posición por un buen tiempo.



Abrí despacio la mesa de luz y tomé el pote de vaselina que tenía allí guardado.



Ni me tomé el trabajo de cerrar el cajón nuevamente por temor a hacer ruido y me dirigí al cuarto de Vanina (y su marido).



La puerta estaba abierta. Esa era buena señal. Pero debía tranquilizarme porque era la primera vez que sentía miedo realmente. No podría explicar nunca que hacía a las 4 de la mañana en la pieza de mi cuñada con un pote de vaselina y en calzoncillos.



Me asomé y escuché el ronquido de mi cuñado. Era tal como suponía. No se despertaría a menos que hiciera alguna idiotez. Estaba durmiendo como mirando hacia la puerta, así que el lapso entre que pasé la puerta y dí la vuelta a la cama para ponerme al lado de Vanina fue eterno.



Vanina me había hecho caso. Se había puesto bien al borde de la cama y casi sobresalía un poco su cola, aunque estaba tapada por la sábana.



Me arrodillé a su lado y metí suavemente la mano bajo la sábana. Y sentí el calor de su piel, le fui recorriendo con la mano desde la pantorrilla hasta la espalda. Y de nuevo volví a su cola. De pronto descubrí que Vanina había subido la apuesta, porque no sólo se había quitado el short, sino además la camisa del pijama. Así puede tocarle las tetas y descubrir que sus pezones eran erectos y que a pesar de tener pocas tetas, la aureóla del pezón era lo suficientemente grande para masajearla y hacerla hervir en pocos minutos.



Le bajé la bombacha lentamente. Ella me ayudaba acompañando con el cuerpo pero cuidando de no moverse mucho en la cama.



Estaba tan mojada que no hizo falta nada más que mandarle dos dedos adentro de la vagina para que empezara a moverse muy suavemente. Ella se tocaba los pezones con una mano y el vientre con la otra. Abrió un poco las piernas para dejarme el clítoris al descubierto y que con un suave masaje circular se puso tan duro como sus pezones.



Mis dos dedos en su vagina la recorrían como un erudito en arte recorrería el Louvre. Poco a Poco, disfrutando de cada lugar, sin apuro y con ganas de no irse jamás.



Toqué cada pliegue interno de su concha. Sobre todo las terminaciones nerviosas ubicadas en la parte superior de la vagina, para pasar a jugar con mi dedo anular moviendo el cuello de su matriz de arriba para abajo.



Habré estado así por lo menos cinco minutos, y Vanina luchaba por no retorcerse más por temor a despertar a Marcelo. Allí empecé a coordinar las caricias y la frecuencia de movimiento del clítoris con el empuje que le daba al cuello uterino, como si le quisiera meter el dedo hasta el fondo de esa cavidad.



De repente, su vientre se puso tieso y tuvo como si hubiera sentido una pequeña descarga eléctrica. Una mano suya me clavó las uñas en mi brazo, fuerte al principio, para ir aflojándola luego. Vanina había acabado silenciosamente.



Le dejé los dedos adentro por otros cinco minutos más, como relajando todo su interior. Y después los retiré despacio como para que sintiera la misma sensación que se tiene cuando una pija se contrae y sale sola de la vagina.



Tomé entonces el pote de vaselina y unté su ano con bastante crema, introduciéndola adentro del conducto para no manchar y para que no le duela tanto en la penetración.



Vanina se había colocado tan bien, que sólo hizo falta colocarme un pequeño almohadón en las rodillas para alcanzar exactamente el anillo anal. Le abrí una de sus nalgas y dirigí la cabeza de mi pija hacia el agujero.



Una última caricia en la cola, pareció ser mi indicación de "ponete flojita, dejame que te la meta lo mejor que pueda". Y sentí que el ano se relajaba y que la cabeza iba entrando fácilmente aún a pesar que una vez que se acomodó bien en su recto, nuevamente sentí la fuerza de sus uñas en mi brazo.



Empujé un poco más, pero por la posición, no podría moverme con la libertad que yo quería.



Entonces, con una mano le acaricié la cabeza, luego el cuello, las tetas y el vientre, mientras con la otra me hacía la paja subiendo y bajando mi mano en la porción de verga que había quedado fuera de su culo.



Parecía que mi verga se agrandaba cada vez más y no sabía si tenía ganas de acabar o de seguir así la vida entera. Pero ella me agarró cariñosamente la mano con la que le acariciaba el vientre como diciéndome "llename de leche, te prometo dormir toda la noche con ella en mis intestinos."



Y así lo hice. Movimientos rápidos y de repente, me quedé quieto. Mi pija latió cuatro veces dentro de ella y con cada latido, un buen chorro de semen bañó su interior.



Me siguió acariciando la mano por un rato, hasta que la pija salió sola se su culo, y con el dedo, le metí adentro alguna gotita que se me había escapado a último momento.



Le tapé la cola con la sábana, y metí mi verga dentro del boxer nuevamente.



Ella, se dio vuelta muy despaciosamente. Primero boca arriba, donde aprovechó para subirse la bombacha; después, mirando para afuera de la cama para que pudiera despedirme con el beso más tierno que nos hayamos dado con una mujer en toda mi vida.



Parecía que los dos nos estábamos agradeciendo esa noche.



Cuando estaba por retirarme, llevándome una mano a su pancita, me susurró al oído: "viste? Al final voy a pasar toda la noche con vos" y con una sonrisa me hizo dar cuenta de que haría lo imposible por retener el esperma dentro de ella, aún en la mañana siguiente.



Volví a mi cuarto. Escondí el pote de vaselina. Y me acosté al lado de mi mujer.



Cerré los ojos, y la busqué en mis sueños. En realidad, siento que esa noche dormí con Vanina.


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