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Casi 2 horas de retraso, por fin podíamos entrar al avión. La gente, que se había estado quejando y lamentando desde que nos informaron por primera vez que el vuelo se iba a retrasar, tomó la noticia con alivio.
Era finales de abril, aeropuerto de Barajas, en Madrid, con destino Miami. A mi novia María y a mí nos esperaban dos semanas de vacaciones, que llevábamos planeando 6 meses. Llevaba con ella casi 3 años. Era una chica pijilla, la había conocido en una fiesta organizada por un amigo de la época universitaria. Rubia, buen cuerpo cuidado de hacer ejercicio. Físicamente me encantaba. Sin embargo, llevaba tiempo albergando secretamente mis dudas. Su carácter y forma de ser eran algo difíciles. Me intentaba convencer a mi mismo de que con el tiempo, mis dudas desaparecerían. Por ello, decidí organizar este viaje, como sorpresa, para pasar 2 semanas juntos, y acercarnos aún más.
Solo había un inconveniente… odiaba volar. Y qué mejor que 10 horas metido en un avión sobre el Atlántico para sobreponerme a mi miedo. Llevaba unos días nervioso, y que el vuelo se retrasase no ayudó a tranquilizarme. Elegí el vuelo de tarde, con la idea de intentar dormir al menos la última parte del viaje. Ahora con el retraso, esperaba que el sueño me venciese incluso antes de llegar a medio trayecto.
Empezamos a entrar ordenadamente. Miré hacia atrás, a la gente del final de la cola, y entonces me fijé en una chica, que iba hablando por el móvil y dando vueltas. Tenía una melena lisa, morena, muy morena. Medía unos 1,65 cm, piel algo tostada, muy guapa, como caucásica pero con un toque latino. Era algo así como si su padre fuese estadounidense blanco, y su madre colombiana. Un bellezón.
En cuanto a la apariencia, era lo que yo llamo una “chica gorra”. Llevaba su gorra puesta, vestía unos vaqueros ajustados que le hacían un culo espectacular, y una sudadera de cremallera, también ajustada, que marcaban una voluminosa figura. Como experiencia, todas las “chicas gorra” que he conocido me han dado problemas. Estaba seguro de que esta respondía también a ese perfil.
Pasamos dentro. Era un avión grande, con filas de 3 asientos a los lados, y una fila de 6 asientos en medio. Llegamos a nuestra fila, María eligió ventana, y yo quedé en el centro. Estaba nervioso, con pocas ganas de hablar. María, que ya conocía mi fobia, me dejó tranquilo, sacó su almohada, cascos y antifaz, preparándose para el viaje. Me alucina esta gente que se puede dormir tan tranquilamente en el avión. María era una de esas. Estaba mirando mi móvil, ya sentado, cuando vi de reojo que alguien dejaba su bolsa en el asiento vacío de pasillo. Tras unos segundos, miré, y vi que era la “chica gorra“. Me quedé embobado al verla de cerca. Se había quitado la sudadera, ya que dentro del avión hacía algo de calor, y estaba colocando una maleta en el compartimento superior. Llevaba una camiseta de tirantes puesta. Al elevarse para dejar la maleta, la camiseta se levantó un poco dejando ver casi hasta el ombligo. Tenía una cintura definida, de gimnasio. Una vez colocada la maleta, se agachó para dejar la bolsa del asiento en el suelo. Yo la miraba sin rubor, como hipnotizado, sin pensar en disimular. Tal estaba siendo la impresión que me estaba causando esta chica. Hay chicas guapas, muchas, y hay chicas que te producen un sentimiento que vas más allá al verlas. De estas hay muy pocas, quizá conozcas diez así en toda tu vida. Para mí, esta era una de esas diez.
Al agacharse, la camiseta de tirantes se despegó ligeramente de su cuerpo, y vi su escote durante un microsegundo. Fue un movimiento muy rápido, por lo que no pude ver claramente, pero me dio la sensación de que no llevaba sujetador. Ya no tenía dudas, “chica gorra” de manual, lo que significa problemas. Un sentimiento de presión recorrió mi pecho, como cuando era pequeño y me hablaba la chica que me gustaba. Tenía unas tetas de buen tamaño, muy bien puestas. Al incorporarse, me pilló completamente mirándola sin disimulo. No soy el típico que se queda mirando de forma tan obvia, pero esta chica era de otro mundo. Se quedó mirando y yo retiré la mirada rápidamente. Qué momento tan incómodo. Y lo peor, tenía que pasar 10 horas a su lado. Vaya cagada, qué idiota. De reojo, vi que me miró unos segundos más, y me pareció ver una medio sonrisa en su cara. Joder… vaya situación. Para mi fortuna, María estaba mirando por la ventana y no se dio cuenta del papelón que había montado.
Intenté disimular y no prestarla atención ni una vez más. Sentía una vergüenza descomunal. Por suerte, o desgracia, mi mente poco a poco se empezó a concentrar en el tema principal del momento, un viaje en avión de 10 horas sobre el Atlántico, y la vergüenza por la pillada de esta chica pasó a ser un tema secundario.
Despegamos, me puse una película, que se convirtieron en dos. Me abstuve de ir al baño, para no tener que interactuar con la chica del pasillo. Esperaría a que se durmiese para pasar sin que se diese cuenta.
Al acabar la segunda película, durante la cual sirvieron la cena, oí que iban a apagar las luces. Alrededor ya vi a algunos que estaban durmiendo. María se puso la almohada, cascos y antifaz, y en 5 minutos estaba durmiendo profundamente. Qué envidia me daba. El vuelo estaba siendo tranquilo, pero yo no conseguiré dormir nunca en un avión.
La chica de al lado no se dormía tampoco, llevaba su propio ipad y se estaba viendo una serie entera. Se había levantado una vez para ir al baño, durante la cena, pero idiota de mí, no aproveché ese momento para ir yo también.
Necesitaba ir al baño urgentemente, no podía más, tenía que levantarme. Cogí fuerzas, y sin tocarla, le pedí si me dejaba pasar. Me miró. Por primera vez vi sus ojos claramente. Eran de un color azul verdoso. Tenía unos labios algo carnosos, sin ser gruesos. Debía tener unos 22 años, cara juvenil. Yo, con mis 29 años, le debía parecer un viejo verde. Solo me quedaba resignarme, me había pillado mirándola las tetas, y no tenía excusa. Asintió con la cabeza sin decir una palabra, retiró el ipad, pero no se apartó ni retiró las piernas. No me atrevía a decirla nada más, así que pasé como pude. Levanté una pierna por encima hasta apoyarla en el suelo del pasillo. Cuando iba a pasar la otra, ella levantó una de sus rodillas ligeramente, acariciándome el muslo interior. Fue un leve roce, pero claramente intencionado. La miré sorprendido, pero ella estaba con su ipad como si no hubiese pasado nada.
No me había equivocado… problemas a la vista. No le importaba que mi novia estuviese a dos palmos de distancia. Me había pillado mirándola, por lo que ella tenía el mando de la situación, e iba a jugar conmigo.
Al volver del baño, lo mismo, no se apartó. Decidí afrontarlo. Miré alrededor, en la fila de delante estaban despiertos, pero la de detrás y los más cercanos de al lado, dormían como troncos.
- Oye mira, perdona por lo de antes, fue sin querer. Por favor no me pongas en una situación comprometida. Déjame pasar. Te pido perdón todas las veces y en todos los idiomas que quieras.
No respondió, finalmente esbozó una pequeña sonrisa mirándome, la más bonita que jamás me habían dedicado. Un nuevo escalofrío recorrió mi pecho. María no me había provocado esta sensación en 3 años. Esta chica 2 veces en menos de un día. Retiró sus piernas y me dejó pasar. Qué estúpido, solo tenía que haberla pedido perdón, eso era todo lo que quería… o eso creí.
Como no podía dormir, me puse otra película. Alrededor todos dormían, incluso ya los de delante. Todos, excepto la chica de al lado, que seguía con su serie.
Parecía que todo iba sobre ruedas. Iluso de mí. A mitad de película, empecé a notar una ligera vibración. Al inicio eran solo unos pequeños temblores. Conocía esta sensación. Empieza así, y poco después llegan las turbulencias. Mi corazón empezó a latir rápidamente. Lo odiaba.
Lo primero que hice fue interrumpir la película, y ver por dónde íbamos. Genial, justo en medio del océano. Intenté tranquilizarme, respirando profundamente y despacio. Miré a María. Dormida. Tras unos minutos, llegaron las turbulencias. La señal de abrocharse el cinturón se encendió. Miré alrededor con nerviosismo. Solo una persona de la fila de delante pareció despertarse. Detrás y al lado, todos seguían durmiendo. Me apreté el cinturón, mire mi móvil, me sujetaba a los reposabrazos. La chica de al lado se dio cuenta de mi nerviosismo, me miró, y dijo:
- Estás bien? – Por primera vez, la escuchaba hablar. Tenía un ligero acento latino, pero me pareció que tenía también un deje como si su idioma nativo fuese el inglés. Sonó precioso.
- Volar no es una de mis pasiones – respondí nerviosamente.
- Tranquilo – me dijo con una cálida y preciosa sonrisa – He hecho este viaje unas cuantas veces, esto no es nada.
- No sé si eso me reconforta – respondí.
Se rio, guiñándome un ojo de forma sensual, y volvió a mirar su ipad. Estaba flirteando conmigo? O seguía jugando? O simplemente era un gesto normal para ella, y ser la chica más sensual del mundo era algo habitual en ella?
Las turbulencias iban y venían, pero pasaron 10 minutos y no me tranquilizaba. Saqué una manta y me la puse, como para intentar dormirme. Algo absurdo, con tal nerviosismo no dormiría nunca. De repente el avión se sacudió algo más fuerte, y me incorporé alarmado. La chica me miró, casi riéndose. Me volví a recostar. Entonces, sin ningún pudor, me puso la mano sobre la rodilla, por encima de la manta:
- Tranquilo, no pasa nada. Mira alrededor, todos siguen durmiendo. Tienes que tranquilizarte.
Asentí sin contestar. Mi corazón iba a salirse del pecho. Intenté respirar despacio. Las turbulencias se estabilizaron, pero el avión seguía sufriendo un ligero temblor constante. Cuando me tranquilicé un poco, de repente mi mente se concentró en lo que estaba ocurriendo. La chica seguía con su mano sobre mi rodilla. Las turbulencias se habían calmado, pero ella no había retirado su mano, mientras veía su serie. Yo estaba alucinando. No le importaba que mi novia estuviese a mi lado, ni que alguien la pudiese ver? Iba a decirle algo, pero justo las turbulencias volvieron a comenzar. Estaba pasando uno de los peores momentos de mi vida. Mi fobia a volar se había desarrollado en los últimos años, por lo que no había buscado todavía ayuda profesional. Volví a mirar el mapa, ahí seguíamos, en medio del océano. La chica vio que miraba el mapa nerviosamente. Apagó su ipad, apretó mi rodilla suavemente, y mirándome me dijo:
- Cariño, no puedes seguir así, te va a dar un infarto. Falta todavía la mitad del viaje.
Ya me daba igual donde estuviese su mano. Cerré los ojos fuertemente y asentí con la cabeza a lo que decía. Yo seguía con la manta puesta. Entonces, con los ojos todavía cerrados, sentí como retiró su mano de mi rodilla. Cinco segundos después, note como la manta a la altura de mi muslo, se levantaba, y entonces sentí su mano posándose en él. Casi me dio un ataque, di un pequeño salto, abrí los ojos y miré. Su mano estaba, bien disimulada, bajo la manta. La miré a la cara. Cuando fui a pedirle que parase, me quedé callado ante ella. Sus bonitos ojos posados sobre los míos, mirándome fijamente, una cara de ensueño. Me quedé otra vez embobado, como cuando la vi aparecer en el avión. Las turbulencias seguían, y mi miedo crecía sin parar.
Esto estaba mal, sobre todo con María al lado. Pero egoístamente pensé que si una simple mano en mi muslo me iba a distraer del maldito momento que estaba viviendo, entonces elegía esta opción.
Tras unos segundos iniciales en los que simplemente tenía su mano sobre mi muslo, empezó a apretar suavemente, como masajeando mi pierna. La cabrona estaba teniendo efecto. Las turbulencias seguían, pero mi mente empezó a distraerse. Y peor aún… o mejor aún. Mi polla empezó a despertar ligeramente. No me lo podía creer, esta situación era surrealista. Me costaba reconocerlo, pero me encantaba su mano en mi muslo. Se sentía increíble. Y me sentía fatal. Tenía a María al lado. No me podía creer lo que estaba pasando.
Tenía que parar esto. Me había tranquilizado un poco ya. Y mi polla empezaba a ponerse más grande de lo que debería. En esa posición, sentado, con el cinturón abrochado… la incipiente erección de mi polla me empezaba a hacer daño. Lo primero, tenía que recolocarme la polla. Con discreción, metí mi mano izquierda bajo la manta, desabroché el cinturón del asiento, abrí mi pantalón y me recoloqué la polla. Volví a sacar la mano. Las turbulencias no paraban. Maldita sea, eran las turbulencias más largas que había vivido nunca. Quería quitar su mano de mi muslo, pero no podía. Prefería esto a pasar un mal rato. Solo hasta que terminasen las turbulencias, me dije.
Ella siguió acariciando mi muslo, masajeándolo. Entonces, el avión pegó otro pequeño salto. Mi corazón se volvió a acelerar, me agarré otra vez de los reposabrazos y volví a cerrar los ojos.
- Tranquilo “sweetheart”, todo está bien – oí que me decía en voz baja.
Su mano dejó de masajear mi muslo, y noté que empezó a subir poco a poco, llegando un poco más allá, hacía mi muslo interior. Estaba a centímetros de mi entrepierna.
Aunque atenazado por el miedo, mi mente consiguió alertarme. “Mierda!” pensé. Me había dejado los botones del pantalón abiertos. Una cosa era dejarme acariciar el muslo, y otra distinta es que me tocase la polla, con mi novia al lado.
Demasiado tarde. Ella dio el último paso, subiendo su mano con la intención de tocarme la polla por encima del pantalón. Noté que su mano se detuvo momentáneamente al tocar los botones del pantalón abierto, para inmediatamente seguir y pasar su mano completamente sobre mi polla por encima del bóxer. Abrí los ojos, y la miré asustado. Su cara era una mezcla de sorpresa y lujuria. Esta chica no se cortaba nada. Un escalofrío enorme recorrió mi cuerpo, mis piernas se quedaron sin fuerza y mis manos quedaron temblorosas, y no debido a las turbulencias. La sensación fue brutal. La mano de esta preciosidad, acariciando el largo de mi polla. Me miró, mordiéndose el labio inferior. Esta mirada me derritió. Quería pararla… pero no podía pararla. Se me olvidó todo lo que pasaba alrededor. Ya no estaba en un avión. Cerré los ojos y me recosté, respirando profundamente. Tenía luz verde. Ella lo entendió, y con cuidado, metió la mano por debajo del bóxer, agarrando suavemente mi polla, a la que le faltaba poco para estar completamente erecta. El contacto de su mano alrededor de mi polla hizo que se me pusiese completamente dura.
Con delicadeza, empezó a pajearme a un ritmo suave, pero constante. Para facilitar las cosas, me bajé ligeramente el pantalón y bóxer.
Al amparo de la oscuridad, prácticamente cubierto por la manta, la gente de alrededor durmiendo, incluida María, estaba recibiendo una paja monumental de la chica más bonita que había conocido. Su mano y brazo estaban por debajo de la manta, lo más discretamente que se podía. Ella miraba hacia el pasillo, como para vigilar que nadie pasase o se despertase. Lo único que nos podía delatar, a parte de mi cara de placer absoluto, y su cara de lujuria, era la manta a la altura de mi polla, que subía y bajaba al ritmo de su mano.
Volví a cerrar los ojos. Sentía sus delicados dedos alrededor de mi polla, brutalmente erecta. Mi nerviosismo había desaparecido por completo, mi corazón se había estabilizado. Habiendo empezado a pajearme suavemente, poco después empezó a acelerar el ritmo. Abrí los ojos, la sensación era maravillosa. Me estaba haciendo una paja enorme. La manta subía y bajaba, mi polla era un simple juguete en su mano. Iba a estallar. Pasó una azafata, y ella dejó de pajearme.
Según pasó la azafata, me empezó a pajear otra vez, ahora algo más suave. Me miró con esos preciosos ojos:
- Ven conmigo al baño – me dijo en voz baja, casi suplicando.
Eso ya era demasiado…
- No, eso no, no puedo – dije, casi sucumbiendo a la tentación– Estoy a punto de correrme – dije.
Mientras me seguía mirando, y pajeándome, vi que su cara cambió, como pensando. Su mano aceleró el ritmo otra vez, la manta volvía a subir y bajar visiblemente. No podía más, esta chica me estaba dando la paja de mi vida.
- No puedo correrme aquí – la dije en voz baja, casi arrepintiéndome de mis palabras. Mis corridas eran potentes y abundantes. Si me corría así, iba a manchar manta, pantalón y demás. María lo podría ver al salir.
Entonces, la chica hizo algo que perdurará en mi memoria hasta el final de mis días. Sin dejar de pajearme, giró la cabeza hacia el pasillo, miró hacia atrás y delante, para asegurarse de que nadie nos viese. Una vez comprobado, me volvió a mirar, y con su mano libre, levantó rápidamente la manta, se agachó, y metió su cabeza por debajo. Yo, sin capacidad de reaccionar, sentí súbitamente el contacto de sus labios húmedos alrededor de mi polla. La sensación de calidez alrededor de mi miembro, la lubricación aplicada por la saliva de su boca, me hizo entrar en éxtasis. Empezó a recorrer mi polla con su boca, de principio a fin.
Yo no sabía ya si esto era real o fantasía. Tenía a una chica de película, haciéndome una mamada de escándalo en un avión, mientras mi novia dormía profundamente a mi lado. Con su mano me sostenía y apretaba los huevos, mientras que con su boca y lengua me recorría toda la polla. Aceleró el ritmo, mientras yo miraba atónito cómo su cabeza subía y bajaba frenéticamente bajo la manta.
Mi polla iba a estallar. La mezcla de tensión y pánico por el vuelo, con la situación de excitación y placer, habían hecho que mi polla estuviese más grande que nunca, y mis huevos llenos de semen a punto de reventar.
No faltaba nada, sentí que me corría ya. Necesitaba gritar como un loco, María no me había dado una mamada así nunca. Quería levantar a esta chica, empotrarla contra la pared y follármela como si no hubiese mañana. Quería follármela lo más violentamente que pudiese, tirados en el suelo, me daban igual todos los de alrededor.
Apreté los dientes, me agarré a los reposabrazos, mientras la chica seguía recorriendo mi polla por completo con los labios fuertemente apretados a ella. Ya sale. Un poco más… ya… exploté. Exploté como nunca. El primer lefazo que solté hizo que un calambre se extendiese desde la punta de la polla hasta los huevos, bajando por los muslos hasta los pies. Solté uno, y otro, y otro. Cada corrida venía acompañada por un movimiento mío, como si estuviese disparando con la polla. La chica seguía chupando, aunque ahora a menor ritmo. Sus labios seguían fuertemente pegados a mi polla, como tragando y a la vez evitando que ni una gota de semen se escapase de su boca.
Terminé de correrme, pero ella se quedó pegada a mi polla durante unos cinco segundos, succionando fuertemente. Finalmente sacó la cabeza de debajo de la manta y se incorporó. Su cara había cambiado, mirándome sorprendida, impresionada, todavía con la boca cerrada. Aun habiéndome corrido hacía cinco segundos, no había podido tragarse todo, y lo seguía teniendo en la boca. Hizo un último movimiento de tragar, mientras me miraba:
- “Honey”, hace cuanto que tu chica no te daba sexo – dijo, mirando esta vez ligeramente a María.
No contesté. La excitación había pasado, y empecé a pensar racionalmente. Esta chica me había hecho una mamada, con María al lado. Qué cagada. Y ahora qué.
Se levantó, para ir al baño. Yo me quedé en el sitio, comiéndome la cabeza. Cuando volvió, se sentó, me sonrió como si no hubiese pasado nada, se puso los cascos, y se durmió. Yo flipaba, era esto normal para ella?
He de reconocer que había cumplido su objetivo. Me dijo que estuviese tranquilo, y lo había conseguido. Me hizo olvidar el vuelo. Quedaba todavía un rato de viaje, y me estaba empezando a entrar el sueño. Sin darme cuenta, y mientras pensaba en lo que acababa de ocurrir, me dormí.
Desperté sintiendo que alguien me agitaba fuertemente. Era María, mientras me miraba riendo:
- Cómo duermes! Y eso que dices que nunca puedes dormir en un avión!
Miré alrededor. Habíamos aterrizado, y la gente estaba saliendo ya. No me había enterado ni del aterrizaje. En el asiento de al lado, no quedaba ni rastro de la chica. Lo había soñado? Había ocurrido de verdad?
Me levanté, y saqué las maletas de los compartimentos superiores. Según salía, para comprobar que tenía todo, metí las manos en los bolsillos. En el bolsillo de atrás, noté un trozo de papel. Lo saqué, y lo abrí. Era un número de teléfono, empezando por +1, código de Estados Unidos.
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