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Categoría: Confesiones

MI MEJOR DESAYUNO

"A veces sucede que despertar es lo mejor del día, sobre todo cuando te regalan con entrega el placer."

 

Solo existía algo mejor que despertar con la luz del nuevo día, y era despertar con la luz del nuevo día haciendo contraluz en su cuerpo asomado a la ventana. A ella le gustaba mirar los colores del amanecer, a mí su silueta recortada y los claroscuros en su piel. El humo se elevaba delante de ella, era su primer cigarrillo, lo que me decía que ya había tomado el café. Me quedé mirándola, siempre lo hacía, era mi manera de despertar, ella lo notaba y sabía cuánto me gustaba, por eso se quedaba ahí, aunque hubiera acabado el cigarrillo, dándome ese placer. Normalmente llevaba una camiseta grande que dejaba entrever la unión de sus muslos con su delineado culo. Se volvió apoyándose en el alféizar, ofreciéndome otra vista.

- Buenos días. -Dijo serena y sonrió, posiblemente al ver mi aspecto-. Tienes café preparado.

- No quiero café ahora mismo, quiero mirarte.

Y así quedamos, cruzando la mirada o deslizándola por su cuerpo. Con la palma de mi mano di unos golpes sobre la cama pidiéndole que viniera a tumbarse. Lo hizo de lado hacia mí y volvimos al silencio.

- ¿No vas a decir nada? – Preguntó.

- Que me gusta esto.

Sonrió, pero no me besó, quedó con los labios hacia arriba mirándome, quizá provocándome.

-Es reconfortante despertar mirándote, también pensarte y sentir el cosquilleo que generas incluso ausente. Ambas cosas me gustan.

Volvió a sonreír. La miraba con profundidad, sin prisas.

- Voy a traerte el café. - afirmó.

Salió de la habitación bajo mi atenta mirada, caminaba como si fuera a provocar un terremoto al final de su trayecto.

Coloqué mis manos detrás de la cabeza y me tumbé mirando al techo, pensativo, pero sin ejercer. Podía oler el café desde aquí, era agradable.

Entró en la habitación con una bandeja en la mano y un desayuno completo sobre ésta. Me senté en la cama apoyando la espalda sobre la pared y ella colocó la bandeja frente a mí. Comencé a desayunar. Ella estaba sentada al lado, girada hacia mí.

- ¿Te gusta?

- Todo. - Respondí.

Deslizó su mano bajo la bandeja y la posó sobre mi muslo izquierdo, moviéndola levemente. Le sonreí y apuré en café. Mordí una tostada y bebí zumo de naranja. Su mano iba subiendo lentamente mientras el jugo de naranja bajaba por mi esófago. Introdujo la mano bajo mi bóxer y entró en la zona cero. Di otro sorbo al zumo y mastiqué otro bocado de la tostada. Su mano me masajeaba desde el perineo hacia arriba, el estandarte se llenaba de sangre como gentil respuesta. No tardó en recorrerlo con la mano para volverla a bajar.

- ¿Te gusta el zumo? -Preguntó coqueta.

- Me encanta, es justo lo que necesitaba.

- ¡Bájatelos! -Afirmó.

Como pude metí las manos bajo la bandeja y bajé el bóxer hasta casi las rodillas. Seguí desayunando. Ahora su mano se movía con mayor libertad, la introdujo entre mis muslos y apretó, pude ver como se tensaron sus mandíbulas a la vez, y sentir el calor de su mano que se deslizaba hacia arriba otra vez. Mi erección era completa y estaba a su disposición, pero sabía que quería que la dejara jugar, así que mordí la tostada y mastiqué despacio, sintiendo como su mano me la rodeaba y apretaba. Debí hacer algún gesto porque esbozó una risa muda. Volvió a acariciarla desde abajo hacia arriba llegando hasta la punta esta vez. Entonces sacó la mano y se la llevó a la boca, lamiendo la palma, y depositándola otra vez en su lugar. El contacto con su saliva suavizó el tacto y se deslizaba hacia arriba y abajo por todo el tronco hinchado. No tenía prisa, yo tampoco. Sorbí un poco más de zumo y empecé con la segunda tostada. Entonces ella se sentó con las piernas cruzadas al estilo indio, se quitó la camiseta, dejándome ver su excelente cuerpo, ensalivó la palma de su mano derecha y la metió bajo la bandeja. Con la mano izquierda me masajeaba y acariciaba y con la derecha empapada me masturbaba.

- Nunca había probado unas tostadas tan deliciosas. - Le dije mordiendo otro bocado.

- Lo sé, las preparo muy buenas, sabes que tengo buenas manos.

Gemí cuando su mano derecha apretó mi glande y giró sobre él.

- Bebe zumo. - Me dijo.

Obedecí. Ella aceleró el ritmo durante unos segundos.

- ¿Te gusta? - Me preguntó.

- Mucho.

- Desayuna tranquilo. - Añadió, siguiendo con su cometido.

Sorbí otro trago, deposité el vaso sobre la bandeja y mordí la tostada. El calor iba subiendo por momentos, me tocaba de tal manera que dudaba si eyacularía antes o después de acabar el desayuno. Volvió a lamerse la mano y siguió agitándomela. Ahora apretaba la mano con fuerza y me la recorría subiendo y bajando lentamente. Yo seguía desayunando cada vez más tenso en respuesta a su tacto, estaba sobreexcitado y no tardaría mucho en culminar la obra si seguía con esa intensidad, cada vez me costaba más tragar, pero ella insistía en que siguiera desayunando, y yo no iba a negarle nada. Sorbí otro trago de naranja y sentí un espasmo que hizo que una parte se derramara sobre mí. Ella sonrió y siguió acelerando la marcha. dejé el vaso.

- Apura la tostada. -Me ordenó.

Me llevé el último trozo a la boca y mastiqué como pude. El conducto se había abierto y pronto sucedería el derrame. Tomé un poco más de zumo y me sentí al límite mientras tragaba aquel manjar. Empecé a gemir más fuerte, ya era incontrolable. Ella me miraba agitando su mano a buen ritmo, preparada para explosión. Y estallé, contra la parte baja de la bandeja y sobre mi abdomen, sufriendo espasmos de placer aun con su mano agarrándome y deslizándose suave y despacio.

Sacó las manos de debajo de la bandeja y lamió su mano derecha, limpiándola. Sabía lo que me gustaba verla así.

- Dicen que el desayuno es la comida más importante del día. - Exclamó sonriente.

Reímos.

- Este ha sido excelente.

Dejé la bandeja en el suelo, la besé y la abracé tumbándola en la cama.

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