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~~[ Estoy
haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para escribir estas
líneas. Tengo mucho sueño. Esta noche he sucumbido a
la Pereza, aunque no ha sido una experiencia excesivamente placentera:
me siento insatisfecha.
El caso es que si no escribo esto ahora, mañana ya no podré
hacerlo. ]
Cuando sentí la mano de Horacio, mi marido, sobre mi espalda
desnuda, contuve la respiración. Me concentré en su
tacto suave pero firme, imaginándome aquella mano sobre mi
espalda, con sus largos dedos extendidos sobre mi piel, siendo consciente
de que la ligera presión de la yema de sus dedos me estaba
marcando como un estigma.
Aunque eso Horacio no podía saberlo, claro. Desde mi pequeño
tributo a la Gula con aquellos tres desconocidos mi marido no me había
tocado. Y ya han pasado exactamente seis días desde que ocurrió
"aquello". Me parece increíble. Pero siseis
días. Seis largos días sin sexo, pero vividos bajo el
dulce influjo del recuerdo de la Infidelidad. Tengo la sensación
de que han pasado siglos. Milenios. Me siento mucho más vieja,
más experimentada, máscompleta. Pero en absoluto
arrepentida. Eso jamás.
Últimamente mis sentidos están tan despiertos como nunca.
Y sin embargo fue en aquel instante, ni antes ni después, sino
justo al sentir la mano de Horacio sobre mi espalda, allí,
tendidos sobre nuestra cama, yo boca abajo y él a mi lado,
en silencio, tan indefensos en nuestra desnudez, con el olor de la
noche inundando la penumbra de la habitación cuando el Deseo,
ese animal dormido en mí desde hacía seis días
con sus noches, despertó endureciéndome los pezones
hasta casi hacerme suspirar de dolor.
Entonces decidí que aquella sería la noche en la que
cometería el pecado de la Pereza.
Permanecí callada, sin apenas respirar, ignorando las caricias
de Horacio, cuya mano ya lindaba con el final de mi espalda y el inicio
de las partes nobles de mi retaguardia. Supongo que al ver que yo
no reaccionaba pudo pensar que yo ya estaba dormida, pero no se dio
por vencido. Mi marido no. Especialmente los días en los que
llega cansado del gimnasio. Parece raro, seguramente lo es, pero cuando
hoy llegó a casa casi a las 11 de la noche diciendo que estaba
molido, supe que más tarde me iba a dar guerra.
Sus dedos destilaban puro fuego y a mi se me formó un algo
en el centro del vientre que pronto ascendió sin transición
a la garganta, donde formó un nudo que me ahogaba. Estaba tan
rendida y tan ansiosa por que me siguiera tocando, que cuando quise
darme cuenta ya estaba suspirando quedamente. Horacio me acarició
la piel como si fuera la primera vez que la recorría. Era delicado,
dulce, exquisito en sus movimientos. Para cuando sentí que
bajaba a la altura de mi culo y que paseaba apenas sus labios sobre
la piel, yo comencé a notar los flujos de mi sexo deslizarse
hacia fuera. Me imaginé que salían de mi, abundantes,
y que alcanzaban a empapar las sábanas, y eso me excitó
sobremanera estuve a punto de olvidar mi propósito,
pero pude contenerme. Oí que Horacio murmuraba algo, pero no
me esforcé en escuchar. Se colocó entre mis piernas
y me obligó a levantar la pelvis, de tal suerte que quedé
tumbada boca abajo, pero a partir de la cintura hasta las rodillas
(me apoyaba en ellas), tenía el cuerpo levantado, con el culo
en pompa y con las piernas abiertas, presentándole el espectáculo
de mi sexo latente y brillante de jugos. Me acomodé, poniendo
los brazos debajo de la cabeza mientras Horacio reía feliz
"Hoy estás perezosa, ¿eh, gatita?. pues muy bien
¡vamos a ver si soy capaz de espabilarte!"
Pero yo ni caso. Y lo mejor de todo es que no me sentía culpable
me hizo mucho bien oír su risa, saber que la situación
le estaba resultando divertida. De pronto me lamió el sexo
enterito, de abajo arriba, hasta el esfínter ¡ah,
era el Paraíso! Morir y ascender a los Cielos debía
de ser así. Ya podría haberse acabado el mundo que a
mi me hubiera dado igual. Y lo mejor de todo es que lo visualizaba
si, hasta ahora no me había pasado, pero jamás había
estado tan entregada a Horacio, era se había convertido
en un ritual, una celebración. Trataba de "ver" en
mi mente a Horacio allí, arrodillado entre mis piernas y a
cuatro patas, sujetándome el muslo derecho con una mano y pasándome
su áspera lengua por el sexo, mi sexo abierto solo para
él, brindándoselo.
Me estremecí, pero no me dio tiempo a recuperarme de la sensación,
pues enseguida me hizo girar sobre la cama para ponerme frente a él.
Me observó desde abajo con ojos felinos, una mirada entornada
que apenas pude ver con claridad. Me sentía como atontada en
esa especie de extraña calma que anuncia la tempestad. La ansiedad
que me provocaba el cuerpo desnudo de Horacio, me estaba carcomiendo
las entrañas, pero debía aguantar. Le vi descender muy
lentamente hacia mi sexo, sin dejar de mirarme, hasta que hundió
la cara en mi sexo a la vez que aspiraba con fuerza mi olor, mi esencia
tuve que agarrarme a la sábana como pude, me sentía
ida. El hecho de estar pensando continuamente que no podía
hacer nada me excitaba demasiado, era casi inaguantable. No puedo
describir esa sensación. ¿Impotencia? ¿Entrega?.
Abandono. Total y absoluto. Esa sensación. Pensar: "Que
hagan conmigo lo que quieran". Dios me estoy volviendo
a excitar al escribir estas líneas. Ojalá pueda llegar
hasta el final sin tener que masturbarme. Tengo que escribir
esto antes de dormir.
***
(Ya, ahora me siento un poco mejor).
Como decía, Horacio estaba irreconocible. Jamás hasta
ahora se había portado así; parecía un animal
salvaje y primitivo que acabara de descubrir al cazador que iba a
darle muerte, no sé parecía furioso, estaba poseído
por una especie de alegría desenfrenada, báquica. Y
yo era una fuente humana de fluidos. Todo mi ser se redujo a eso cuando
acarició el borde de mis labios, separándolos con ambas
manos para descubrir el clítoris. Estaba empapada, dentro de
mi mente todo parecía flotar en una espesa y tibia humedad.
Sentí su cálida lengua penetrando en mi vagina y entonces
ya no pude más supongo que grité, siempre he
sido muy gritona. Lo siguiente que recuerdo es una especie de blancura
espesa sobre mis labios y una de las manos de Horacio deslizándose
por mi cuello hasta el pezón izquierdo, que pellizcó
con fuerza. Después vino una calma momentánea
y entonces ocurrió algo que en fin, Horacio me introdujo
un dedo por el ano. El caso es que no me dolió porque estaba
muy lubricado, pude sentirlo, pero me sorprendió. Arqueé
el cuerpo no sé si de rabia, de impotencia o de placer mientras
él seguía estimulándome el clítoris con
la lengua, una mano sobre mi pecho y aquel dedo introduciéndose
cada vez más y más
Mantuve los ojos cerrados, sintiendo cómo me flaqueaban las
piernas. Sacó el dedo de mi esfínter y me acarició
la parte baja del culo mientras seguía chupándome, mordisqueándome,
hasta que, entre convulsiones, me corrí enterita. Me quedé
exhausta, tendida de espaldas en la cama, bañada en sudor y
jadeante, con los ojos cerrados y con la sensación de estar
agotada pero aún insatisfecha.
Odio esa sensación. Pero aún sabía que el espectáculo
no acababa ahí, al menos no hasta que Horacio se desahogara
dentro de mí. Y así lo hizo. Me penetró una y
otra vez, pero le noté inquieto. No es que fuera una cadencia
suave de movimientos, es que directamente no había cadencia,
ni embestidas, ni nada. No había ritmo, consonancia.
Abrí los ojos y le miré, pero él se había
adelantado a mí, y el insondable abismo de sus ojos ya estaban
fijos en mí y yo yo no pude sostenerle la mirada. Eché
la cabeza a un lado pero él me sujetó firmemente del
mentón y me obligó a mirarle. Entonces todo mejoró.
Me hizo el amor suavemente, como la primera vez, cuando sin dejar
de mirarnos a los ojos procurábamos torpemente acabar corriéndonos
a la vez fue muy dulce. Por un instante casi me arrepentí
de todo, de haberle sido infiel, de mis estúpidos proyectos
de no ser una mujer totalmente entregada a su marido
Pero todo acaba.
Nada es eterno.
Y cuando todo acabó, él, como siempre, se dio media
vuelta y se quedó medio dormido. Sentí cómo la
rabia me subía a borbotones por la garganta. La sensación
de impotencia, de sentirme insatisfecha era asfixiante. Fue como caer
desde mil metros de altura sin paracaídas. A veces las cosas
resultan ser engañosas.
No, nada es eterno. Ni tan siquiera la magia, esa magia.
Así que solo me quedó la resignación. Y mis manos.
Suspiré y cerré los ojos. Comencé a sobarme lentamente
los pechos hasta que los pezones se me pusieron duros. Pensé
que eso tal vez estropearía mi estado de pereza obligada, pero
me dio igual. Lo necesitaba. De pronto, sin avisar, me vino a la mente
la dulce imagen del chico de las rastas penetrándome y sentí
como la excitación de nuevo afloraba a la superficie de mi
piel. Deslicé las manos por mis costados, sintiendo la suavidad,
rememorando el sabor del champán mezclado con el semen y llegué
a mi hirviente sexo me introduje dos dedos, el índice
y corazón, y me exploré a mi misma, acariciándome
las paredes vaginales, tratando de retener los gemidos, por aquello
de no despertar a Horacio
***
Y ahora estoy aquí, en el salón de mi casa, a media
luz y sola. Escribiendo esto.
Estoy cansada.
Y triste.
Algo está pasando, siento vértigo, y no sé si
saldré victoriosa de toda esta historia que me estoy montando,
pero presiento que va a ocurrir algo.
No estoy dispuesta a echar a perder mis siguientes 5 pecados. A partir
de hoy, la Pereza queda desterrada. No puedo dejar que el Fracaso
me derrote. No ahora, cuando el sexo, hace tan solo una semana, cobraba
verdadero sentido
Y lo peor de todo es que ahora ni siquiera estoy segura de Horacio.
Ya no es como antes. Cuando uno se pregunta si realmente amaes
que ya no hay amor.
Solo la Nada. El Desengaño.
Porca miseria.
Esta noche el Diablo se vistió de gala, pero no quiso salir
a bailar
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