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Soy una mujer corriente de 30 años, estaba felizmente casada y mi vida no era diferente a cualquier mujer. Desde hacía unos años, mi trabajo en un colegio me había permitido vivir junto a mi marido, al que amo sobre todas las cosas. Desde hace unos años, Simón y Marta, compañeros de trabajo, se habían convertido en mi más íntimo grupo de amistades; en especial Simón, con el que había surgido una química especial, aunque lejos de lo que se pueda pensar.
Aquel día Simón no vino a trabajar, se había pedido el día, me avisó el día anterior, nada inusual. Como cualquier día normal, hice lo que tenía planeado con los niños, al mediodía comí con los compañeros y después fui a la biblioteca del colegio, necesitaba terminar unos trabajos antes de salir a tomar el café. Mientras colgaba en el corcho unos dibujos infantiles, vi como Simón entraba por la puerta y la cerraba.
-No sabía que ibas a venir, ¡qué sorpresa! -dije extrañada de verlo.
Simón no habló, su ojos estaban irritados con lágrimas, simplemente se aproximó. Estaba serio, me pareció que su actitud era rara, algo le pasaba, pero no dijo nada. Esperé a que llegara a mi lado, quizás me respondería; pero me equivoqué. Al llegar a mi lado, me agarró por los brazos y sin una palabra, me besó.
No supe reaccionar, aquello me cogió desprevenida; de nuevo intentó besarme, esta vez aparté la cara.
-¿Qué haces? -pregunté sin entender nada.
Seguí en silencio, traté de zafarme pero Simón era fuerte y corpulento, cualquier movimiento era en vano. Sentí como sus labios besaban mi cuello, los hacía sin violencia, con ternura.
-No lo hagas, Simón, ¡no!, por favor.- Supliqué intentando detenerlo.
Me encontraba contra la pared, sin fuerza para detener a mi mejor amigo; la cabeza no paraba de buscar explicaciones, ni me di cuenta de tener los brazos libres; simplemente me quedé inmóvil mientras Simón jugaba con mis pechos. En ese instante pude pegarle y salir corriendo, pero seguí quieta.
La ternura hacía que me sintiera tranquila, cuando bajé la vista me excitó ver como sus labios jugaban con mis pezones rígidos. Pero ese estado duró poco, de nuevo una ola de nerviosismo me invadió cuando sus manos, hábilmente, me bajaron la ropa interior. Aquello no estaba bien, pensé en mi marido, yo le amaba y sin embargo era incapaz de parar aquella situación; por qué me estaba haciendo aquello y por qué no decía nada. Cuando metió la cabeza por debajo de mi falda sentí vergüenza, podía ver el bulto su cuerpo agachado entre mis piernas.
Mi respiración era agitada por el nerviosismo, pero me dejé llevar al sentir su lengua en mi clítoris, movía su lengua con tal práctica que nunca antes había sentido el placer como en ese momento. Ya no pensé más y dejé siguiera. Mi excitación iba a más, mi vagina se lubricaba rápidamente, en ese instante estaba completamente mojada, me introdujo un dedo, creí que acabaría penetrándome y me daba igual. Sin embargo, metió otro dedo, el movimiento conjunto de sus dedos y su lengua me hizo enloquecer; instintivamente puse mi mano sobre su cabeza escondida para que no se detuviera.
Aquello era tan maravilloso que el orgasmo no tardó en llegar, me avergonzó escucharme gimiendo de aquella manera, pero había sido tan fuerte que sentía como mi cuerpo temblaba. Simón se levantó y mientras yo recuperaba el aliento me besó.
-Espero que algún día me perdones.- añadió mientras se iba.
Después de aquello, me encontré muy mal, no sabía qué hacer, no quería contar nada a mi marido, incluso barajé denunciarlo a la policía, quizás dejaría pasar el tiempo y hablaría con él, estaba confusa; aun así intenté aparentar normalidad, pero por ahora no quería volver a verlo. Al cabo de una semana Simón no se había incorporado al trabajo, creí que era por lo sucedido en la biblioteca, pero en un café escuché a la directora que había cogido una baja y quizás no volviera. Eso me extrañó, pues Marta me lo hubiera dicho, pero ella tampoco sabía nada. No tardé mucho en descubrir lo que sucedía, ojalá no lo hubiera sabido, Simón estaba enfermo y al parecer era terminal. Los días siguientes me sentí aún peor que antes, no podía creerlo, estuve dándole vueltas y lloré como una niña sin que nadie pudiera verme. En el fondo, más de una vez había deseado que Simón me hiciera el amor.
Tomé una decisión dura, pese al amor que sentía por mi marido, no me hubiera perdonado que las cosas quedaran así, es más, en algún lugar de mi cabeza, necesitaba hacerlo. Pedí el día en el trabajo alegando una cita en el médico y me dirigí a su casa, lo había ido a buscar muchas veces para ir a trabajar y sabía el piso. Parecía decidida pero estaba hecha un flan, nunca había pensado en hacer nada así y menos aún de aquella manera.
Llamé a la puerta, me abrió Simón con cara de sorpresa, quizás yo fuese la última persona que iría a verle, estaba más delgado y sin pelo, me chocó verle así pero su mirada penetrante era la de siempre. Me invitó a pasar amablemente, le seguí por el pasillo hasta llegar al salón sin decir nada, al llegar se giró y extendió las manos para guardarme amablemente el abrigo; al quitármelo pude ver su cara de asombro al verme desnuda, mi nerviosismo crecía, pero no iba a echarme atrás.
Me agaché y le bajé el pijama junto con los calzoncillos; me quedé asustada del tamaño de su pene, inconscientemente lo comparé con el de mi marido. Le empujé y cayó sentado en el sofá. No pude mirarle a la cara, sin pensarlo más tiempo agarré su polla erecta y me lancé a chupar lo mejor que supe; no dijo nada y me dejó hacer. Aunque me cueste reconocerlo, estaba disfrutando y eso me hacía sentir como una guarra, nunca antes mi boca se había llenado de verga como esa.
Por un momento dudé de si debía seguir, pero de nuevo me dejé llevar por el impulso. Me senté en sus rodillas; disimuladamente le miré a la cara, sus ojos ardían en deseo; intenté mostrarme indiferente pero yo mi deseo era incluso mayor. Coloqué su glande entre mis labios vaginales, muy lentamente bajé mi cadera, mordí los labios al sentir como me iba penetrando, agarré con fuerza el sofá cerrando el puño; esperé quieta, sintiendo ese monstruo dentro de mi abriéndome.
-Quizás no deberíamos seguir.- dijo en ese instante.
Estuve tentada a contestar, sin embargo empecé a mover lentamente las caderas, al principio tuve miedo de que me desgarrara. Él me entendió rápidamente, posó una mano en mi cadera y la otra a mi entrepierna. Cerré los ojos mientras las yemas mojadas de sus dedos acariciaban mi clítoris y su boca lamía mis pezones. De nuevo una sensación agradable invadía mi cuerpo, poco a poco los movimientos de mi cadera se hicieron más rápidos hasta acabar con mis nalgas golpeando brutalmente sus muslos. En silencio, sentí mi cuerpo explotar en un primer orgasmo, pero el placer no cesaba en cada embestida, ambos acabamos jadeando como animales.
Como si despertara de un sueño, Simón me detuvo, se giró y me dejó caer suavemente extendida sobre el sofá, yo estaba mojada y deseosa de sentirlo de nuevo, mirarle la polla dura seguía dándome miedo, pero en esta ocasión abrí mis piernas para que no se demorara. Me sentía ansiosa por volver a sentirla dentro; mi respiración se agitó; volví a notar como mi coño se abría de par en par; su glande rozaba por completo mi vagina dándome un placer tan intenso que hasta ese día desconocía. Volví a gemir como loca con sus embestidas. Perdí la vergüenza por completo y esta vez fui yo la estrujé con violencia mis pechos y movía sin descanso mi clítoris.
Un instante inolvidable que me llevó por segunda vez el éxtasis más increíble que pudiera imaginar, al poco tiempo sacó su polla de mí; yo no quería, le hubiera dejado correrse dentro de mí, incluso lo deseaba en ese instante, pero él conservaba más el juicio. Apuntó a mi cuerpo y descargó sobre mí, era excitante ver como su cuerpo temblaba y su polla llenaba mis pechos de semen. Aun así quise más, me erguí del sofá, volví a meter su polla en mi boca y saboreé las últimas gotas de semen de su glande mientras el resto se escurría por mi piel hacia abajo.
Si tan si quiera limpiarme me puse el abrigo que estaba en el suelo y me fui hacia la puerta.
-Espero que ahora me perdones tú a mí, adiós Simón.- dije entre la excitación y emoción del momento.
-Solo es un hasta luego, me alegro de haberte conocido, Majo.- Respondió.
Después de aquello me fui y no volví a verlo. Aún recuerdo el dolor que sentí el día que me llamó Marta para decirme que Simón había muerto. No se lo dije jamás a mi marido, no sé si debí hacerlo o no, si estuvo bien o mal, pero dentro de mí nunca me arrepentí de haberlo hecho.
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