Hola, amigos. Soy nuevo aquí y quiero empezar con un buen relato. Al menos yo lo considero así, claro está.

Se trata sobre las relaciones sexuales que he sostenido con mi maestra de matemáticas.

Sucede que mi profesora, alguna vez, nos contó que era viuda y que todos sus hijos ya se habían marchado de su lado. Yo luego luego pensé: "qué aburrida vida la de mi maestra, no ha de coger ni por suerte".

Y bueno, lo cierto es que, a lo mejor, con algo de suerte, a la maestra habría tenido suerte. A pesar de ya casi alcanzar los 70 años, según intuimos los de mi grupo, no está nada mal la mujer.

A pesar de su edad, tiene unas curvas de dar miedo. Sus tetas son inmensas y su culo, muy, enorme, además de bien redondeado. Está medio fea de la cara y tiene cabello corto, café y como de hongo. En una escala del 1 al 10, mi maestra sacaría un 8.

Pasó todo un semestre y la profesora era bastante exigente, además de muy amargada con todos nosotros. Finalmente, en el siguiente semestre que tuvimos clases con ella, comenzó a portarse a la altura.

Pasó un viernes poco después de iniciado el semestre. Teníamos una clase de solamente una hora, por lo que esta fue rápida, pero no por eso menos tediosa.
La maestra estaba calificando algunos exámenes. Le entregó estos a todos mis compañeros salvo a mí. Por eso fue que yo me quedé en el salón, sólo con ella.
Ella estaba sentada en su pupitre, calificando. Yo veía todo su cuerpo con verdadero deseo. Ese día llevaba un pantalón blanco bastante ajustado, una blusa negra con un gran escote de color negro y una chaqueta negra, que le quedaba algo corta, por lo que podía vislumbrar perfectamente su torso. Por alguna razón, siempre me ha excitado eso en la mujer.

De pronto, vi hacia la puerta. Mi libertad estaba luego del umbral de esta. Yo quería irme ya, pero la visión de mi maestra me excitaba cada vez más y más.
Después de un rato, vi que ella estaba tan metida en el examen que, con mucho cuidado y hasta con un poco de miedo, me saqué mi pito, el cual estaba dormido, por lo que empecé a acariciarlo para que despertara.
Cuando estuvo parado, me empecé a hacer una deliciosa chaqueta (paja, puñeta, como quieran decirle).

Primero, estaba vigilante para que no me descubriera, pero finalmente terminé por sucumbir al placer y dejar de mirarla. Por ello fue que, de pronto, sentí una mano en mi hombro. Me volví rápidamente y vi a mi maestra. Sus tetas estaban muy cerca de mí. La vi sonriendo y dijo:

- Ya califiqué tu examen.
- Ah, bueno, está bien, maestra - dije, guardándome apresuradamente mi polla -. Nos vemos el.
- Espera - me dijo ella, poniéndome una mano en el pecho y haciendo que me volviera a sentar.
- ¿Qué pasó, maestra? - Quise saber.
- ¿Ya viste cuánto sacaste? - Me preguntó.
Yo miré mi examen y vi un gran 10. Era raro que esa maestra los pusiera, pero, increíblemente, ahí estaba.
- Tengo que darle un premio al mejor alumno - dijo la mujer.
Acto seguido, se puso de pie y fue a cerrar la puerta del salón con llave. Después de eso, se me volvió a acercar y me dijo, con voz susurrada y llena de lujuria:
- ¿Has cogido antes?
- Sí - dije.
- Yo muchas veces - dijo la maestra -. Pero desde hace rato que ya no, porque ya no tengo marido.
Ya que había comprendido sus deseos, me puse de pie y me saqué mi pito otra vez.
- ¿Esto es lo que quieres? - Pregunté.
- Sí - contestó ella.
- ¿No nos van a cachar? - Quise saber.
- Este salón no lo van a ocupar hasta las 3 de la tarde - me dijo -. Y este edificio casi no se usa a esta hora. Nadie nos va a ver.
- Órale, va - dije yo.
Yo tomé a mi maestra por la mano y la jalé hasta el escritorio. Yo me senté allí y luego, con los pies, le arrimé una banca a la maestra. Pero antes de que me la empezara a chupar, como yo quería, le dije:
- Quítate la chaqueta y la blusa.
Ella así lo hizo y se quedó solamente con su brasier. Sus tetas amenazaban con salir disparadas en cualquier momento.
- Órale, vas - dije.

Ella no tardó ni un segundo en empezar a mamármela. Puedo presumir que muchas chavas me la han mamado, pero lo que me hizo esa maestra era por completo diferente.

Ella jugaba con todo mi miembro. No sólo lo acariciaba y chupaba, sino que hasta lo mordía levemente. Me hizo unas tres gargantas profundas, me acarició y chupó con mucha euforia los huevos, me hizo de todo.

Yo llevé mis manos a su cabello, para hacerle nudos en él. Yo estaba con la espalda curvada hacia atrás del placer que me estaba dando esa maestra.
Finalmente, le dije que me dejara el pito, que ahora me tocaba a mí.

Yo detesto chupar vaginas, por lo que le dije que se quitara el brasier. Al hacerlo, empecé a lamerle esas gigantescas tetas, ya que no aguantaba más el deseo de probarlas. Fue delicioso, en especial sus pezones, los cuales estaban por completo parados y, de alguna forma, casi separados del resto de sus tetas.
Después de eso, le dije que se empinara. Ella así lo hizo, contra la banca en la que estaba sentada. Luego de estar ya en posición, le fui quitando lentamente el pantalón; luego, se la metí y saqué con mucha rapidez y ritmo. No me preocupaba por embarazarla, ya que, por la edad, seguro era menopausia.
Ella gemía como perra y me decía:

- ¡Oh, sí, oh, sí! ¡Sigue, sigue, no pares!
- ¿Te gusta, zorra? - Pregunté.
- Sí, sí, me encanta - dijo ella.
- Qué buen culo tienes - dije yo.
- Qué pitote tienes tú, mi amor - dijo ella.

Poco después de esa pequeña charla, nos pusimos de pie los dos. Ella se arrodilló y me la volvió a mamar por unos minutos. Luego, la acosté sobre el escritorio y se la metí nuevamente. Ella no dejaba de gemir que le encantaba lo que le hacía y que no quería que me detuviera. Durante esa posición, la obligué a que se lamiera las tetas, lo cual me excitó todavía más que verla desnuda.
Un rato más tarde, me senté en la silla que ella ocupaba detrás de su escritorio y le pedí que se sentara sobre mí. Ella lo hizo y la penetré analmente, provocando que ella gimiera todavía más.

- ¿Te gusta esto? - Pregunté.
- Me encanta - gimió ella -. Sigue, sigue, por favor. Más duro.
Yo hice lo que me pidió. Estaba ya que no podía seguir, por eso fue que se lo comuniqué. Ella, casi de inmediato, se puso de pie y fue a arrodillarse.
Yo me coloqué a su lado y me masturbé un poco. Tras esto, salió mi lechita. Era blanca, espesa y abundante y le llenó absolutamente toda la cara. Inclusive se la pase como si fuera mi verga un borrador y su cara un pizarrón. Ella quedó completamente manchada de mi lefa.
- Sigues estando bien buena - dije.
- Tú no estás nada mal - dijo ella -. Estás muy rico.
- Rico como lo haces tú - le dije yo.
- Es que ya llevo años sin hacerlo - explicó ella, dedeándose.
Yo me comencé a vestir, al igual que ella. Eran casi las dos de la tarde. Mientras nos vestíamos, ella me dijo:
- ¿Quieres sacarte siempre 10?
- Claro - dije yo.
- Entonces - dijo ella -, con que me lo hagas cada viernes, te paso con 10. ¿Cómo ves?
- Muy bien - dije yo -. Cada viernes a esta hora.
- Sí - dijo ella, con la voz nuevamente llena de lujuria -. Ya quiero tenerla dentro otra vez.

Yo me acerqué a ella, que se encontraba sentada en su escritorio. Me miró durante todo el recorrido. Cuando finalmente llegué a donde estaba, intempestivamente me saqué el pito y dije:

- Dame la despedida.
Ella no tardó un segundo y me la mamó tal como lo había hecho antes. Yo, nuevamente, me morí del placer, mientras que la oía claramente decir:
- Está riquísima.
- Tu cola también - le dije yo.

Después de hacer que me volviera a venir, me despedí de ella y le prometí que el viernes la iba a matar de placer.

Espero que les haya gustado. Mi nombre es Andrés Zavala. Espero haber empezado con el pie derecho en esto de contar relatos eróticos.
Hasta otro relato.