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Mi madre es una mujer dulce y triste. La casa en la que vivimos la compartimos con mi tía y mi abuela.
Mi madre me tuvo desde muy joven (a la edad de 23 años), ahora con 42 años cumplidos su cabello muy largo con algunas ondas hasta la altura de su cintura, posee algunos mechones blancos, mide 1,58 m, con algunos kilitos de más pero no se nota tanto porque se ha proporcionado en sus pechos y caderas (las cuales se ven muy amplias). Es una mujer muy trabajadora y se encarga de mantener a mi tía solterona y mi abuela.
Mi tía, una mujer solterona, chaparra y gorda de cabello ondulado mayor que mi madre y que siempre pide aprobación de mi abuela y busca complacerla en todo para ser la consentida. Mientras que mi abuela es una mujer esbelta de 65 años, un poco más baja que mi madre y le gusta usar su cabello con permanente hacia arriba (estilo Marge Simpson).
Mi mamá se ha encargado de trabajar y mantener la casa, mientras mi abuela y tía trabajan para ellas. Yo adoro a mi madre y estaba harto de todo hasta que se presentó la oportunidad. Un día se me presentó un ser que me dio el poder controlar la mente de mi familia.
Lo primero fue decirle a mi abuela: “venerarás a mi madre como una diosa y le dé el dinero que estaba guardando a mi madre para que pueda usarlo en viajes y darse sus gustos”. Con respecto a mi tía, “si tanto te gusta complacer a mi abuela serás su sierva obediente y la complacerás incluso sexualmente”. Dicho esto, mi tía bajó las prendas a mi abuela y le empezó a lamer el coño, una vagina carnosa con vellos púbicos blancos.
No fue mi intención que tenga una connotación sexual. Fue lo primero que se me ocurrió, pero eso atrajo mi lado pervertido. Desde siempre había amado a mi madre. La veía como mi diosa por todo su carisma y bondad. Sin embargo, desde mi adolescencia me enamoré de ella desde que me di cuenta de la forma de su cuerpo cuando practicaba ballet con su leotardo ajustado.
Llegó del trabajo con su traje de sastre gris con sus lentes gruesos, el cabello atado en un formal moño. Le ordené detenerse en medio de la sala, me senté en el sofá y le ordené que se fuera desnudando.
Lanzó el saco, se abrió la blusa, quedando con un bividi y bombachones blancos, debido a su timidez. Le dije que se quedara así mientras la veía en detalle diciéndole que diga todo lo que siente. Las formas de su cuerpo eran amplias y distribuidas, tenía algunos bellos en los brazos, piernas e incluso en el sobaco. Esto me indicaba que no había estado con nadie en años.
—Avergonzada. Asustada.
—¿Por?
—No me miras como mi hijo, sino con lujuria. ¡Tengo miedo! ¿Qué me has hecho?
—¡Basta! Es porque te amo, mamá. Pero ahora me doy cuenta que estás muy buena. De ahora en adelante me verás como tu deseo sexual, tu macho. Te excitarás y disfrutarás de mis caricias.
Mientras le decía esto acariciaba y besaba su cuello, soltando su cabello. Dulces gemidos escapaban de su boca, mientras con una mano metía dentro de la bombacha sintiendo la gran cantidad de pelos púbicos y con la otra jugaba con sus pezones por encima de la ropa. Sentí como se ponían duros sus pezones.
Levanté sus brazos, quité el bividi, soltando su cabello enmarañado que llegó hasta su espalda baja, le quité sostén. Deslicé la bombacha hasta la altura de sus pies contemplando en plenitud su cuerpo. No estaba mal para su edad. Su coño era una maraña de pelos, sus pezones erectos con aureolas marrón-rosado. Mientras tantos ordené a mi tía que fuera a comprar lubricante, gel de afeitar y un rastrillo.
—¡umh! Hueles tan bien. ¿Te gusta, mamita?
—¡ahh! ¡sí, mi amor! –entre jadeos- sigue papito.
—Eres muy peludita, mami –mientras jugaba con su coño deslizando algunos dedos sobre éste fluyendo jugos deslizándose por sus piernas.
—Me depilaré para ti, amor, si es lo que quieres. Pero no te detengas. –saqué mi dedo húmedo de su coño y lo probé.
—Sabes bien, mamita. ¡Pruébalo! –sacando más jugos de su vagina y colocándolos en sus labios rojos.
—Ahora me chuparás el pene y te gustará.
—Nunca lo he hecho.
—Te gustará y mi semen será el sabor más delicioso que has probado. De ahora en adelante eres mi esclava sexual y lo disfrutarás. Sacarás tu lado pervertido para satisfacer tus fantasías.
Mi madre se inclinó y tímidamente empezó a oler mi polla, luego pasó su lengua y de a pocos empezó a lamerme la polla dejando lápiz labial alrededor de mi glande. Yo cogía de su nuca su cabeza para ayudarla a entrar. Debido a la excitación me corrí. Intuitivamente se alejó cayendo el semen en su cabello y cara hasta que descubrió el rico sabor empezando a recoger los restos de su cara para beberlos.
—¡Chúpamela mamá!, ¡cómeme la polla, hazme una mamada o exploto! ¡Quiero que seas mi puta, que te comportes como tal! ¡Así que más vale que digas guarradas!
—¡Mmm!… ¡Me encanta tu polla cariño, sabe tan, tan bien!… ¡ahhh! …. ¡no veo el momento de que te corras en mi boca! y continuó chupando.
Le ordené a mi abuela que llene la ducha con agua temperada.
Estaba tan excitado con la novedad de cogerme a mi madre que no iba a perder la oportunidad. Le ordené a mi madre abrir las piernas y me dispuse a beber sus jugos vaginales. Gran cantidad fluía de manera copiosa. Me gustaba besar y lamer su clítoris redondo y parado, mientras jugaba con mis dedos alrededor de su vagina fluyendo más jugos y se oían sonidos acuosos, hasta que se corrió en un gran orgasmo.
Luego le abrí las piernas y se la clavé despacio, su vagina era estrecha. Ella arqueó la espalda y un grito salió de su interior, con los continuos movimientos de mete-saca hasta disfrutarlo.
La agarré de una pierna y continué cogiéndola para sentirla más estrecha. Los años de ballet la habían hecho muy flexible. Mi madre movía las caderas para sentir más placer. La habitación se llenó de sonidos de gemidos y sonidos líquidos, el olor de sudor y sexo.
—¡Mmm! ¡¡Dale, más fuerte, mi vida, más fuerte!! ¡Más, más mételo más, dale! ¡¡¡Ya no doy másssssssss!!! ¡¡¡¡Uf!!!!
—¡Ahora serás mi putita sumisa mamá!
—¡Soy tuya! ¡Hazme lo que quieras!
—Te cogeré hasta que no pienses en otra cosa que coger cuando me veas.
—¡Síííí! ¡Fóllame, soy tu puta! ¡Sííí!, me vas a partir en dos con ese tronco tuyo.
¡Me vengo, mi amor!... ¡me vengo!... ¡¡¡me vengoooooo!!!...
Abriendo mucho los ojos y la boca y exhalando unos aullidos de placer tan brutales que hasta las paredes de la casa temblaron asustadas. Al sentir mi corrida saqué la polla de su agujero y me corrí fuera de ella bañando su cuerpo y cabello de semen.
Ligeros temblores irradiaban el cuerpo de mi madre. Tras recuperar el aliento le ordené a mi tía y abuela que lleven a bañarla y depilarla. Al agarrarla por la cadera dijo:
—¡Ya no más!, ¡ya no puedo más! –jadeaba mi madre.
Sus piernas temblaban y requirió que se agarrara de ambas para no caerse.
Tras el baño estaba más relajada, salió del baño con una bata ligera y cayó rendida en el sofá. Pasé mis manos por su cuerpo, estaba suave y depilado.
Luego me bañé en la misma agua que dejó mi madre. Me daba cierto morbo. Al salir me acosté en su cama y me dormí de cucharita cogiéndola despacio hasta que ambos nos corrimos y quedamos dormidos en esa posición.
—Mi amor eres único, me has hecho vivir nuevamente, gracias cariño... me encantas amor.
—Me alegro mamá, me alegro que te haya gustado y que hayas gozado mis caricias.
—Ahora me toca a mí hacerte los honores... Espero poder satisfacerte completamente.
—Mamá, de ahora en adelante usarás lencería sexy y con encaje y te cortarás el cabello hasta la altura de tu cuello.
Los días siguientes tras volver del trabajo follaba a mi madre. Probando nuevas posiciones e imitando videos pornos. Mi madre movía las caderas para sentir mayor placer.
El fin de semana fuimos a un bungalow en un club campestre pagado por mi abuela y tía.
Dejándoles la casa sola para que puedan follar entre ellas. Era la manera en que iban a lidiar con todo tipo de estrés y frustraciones, como el de usar parte de sus ahorros para que mi madre pueda disfrutar un buen fin de semana.
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