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Eran como las tres de la mañana, otra vez despierto cruelmente tan temprano, de por sí, me había dormido tarde, cerca de las doce. Tiempo tenía que mis noches estaban convertidas en un infierno, con los ojos hinchados y arenosos, y la ves unas inmensas ganas de dormir, sin poder hacerlo. Noche a noche maldecía mi suerte, Daniela, parecía tener contrato con la almohada, mas tardaba en colocar la cabeza en ella, que en estar roncando como carro en mal estado. Miles de pensamientos atormentaban. En que estaba fallando. Mi mujer yacía a mi lado con la llama de la pasión apagada, sin mostrar el más mínimo deseo de copular conmigo. En principio, quise ser comprensivo está cansada me dije, tiene su regla en otras tantas ocasiones, o el infaltable dolor de cabeza. Lo cierto es que no faltaba un pretexto, y cada vez pasaban más días sin que pudiera desfogar mi necesidad sexual. Esto degeneró a pasos agigantados, transcurrían los días sin esperanza de poder tener intimidad. Muchas noches intente seducirla, besando su cuello, su boca, o hundiendo mis dedos en su intimidad, hurgando, frotando, sin lograr un buen resultado. No estaba inventando nada. ¿Si eso no es seducir, que alguien me diga entonces que es entonces? Lo único cierto es que, Daniela continuaba dormida, y yo luchando con mis inaguantables ganas de coger. Pensando en el fondo, que era un encimoso calenturiento. ¿Cómo podía Daniela transitar por la vida sin necesidad sexual? ¡Por dios me voy a volver loco! Fue tanta mi ansiedad, que llegue a pensar en violarla. Mi mente era la más atormentada, que podía hacer si mi cuerpo era tentado por su cálida presencia, y ardía sin consuelo. Comencé a sentirme cohibido, le oía dormir y entonces comenzaba a manosearla, yo mismo no podía creerlo, sentir que estaba tomando demasiadas libertades al tocar su cuerpo. Ese hermoso, y sensual cuerpo que Daniela se había empeñado en cuidar, y que conservaba tan visual y tentador. Mi mano sudorosa de nervios, estaba dentro de sus pantaletas, hurgando temeroso dentro de su vagina. Pero un día me di cuenta, que no despertaría, podía meterle un taladro roto martillo y no despertaría, ¿era posible aquello? Desgraciadamente sí. Seguía preguntándome. ¿Porque antes tan sensible, y ahora tal parecía que la panocha de Daniela estaba muerta? al menos para mí lo estaba. Intente de todo, hable con ella al respecto, su respuesta fue sencilla y tajante. —no sé qué me pasa me da mucho sueño no puedo evitarlo. Le propuse visitar al médico y la valorará, se negó rotundamente. —¡no, no estoy enferma! No tengo la culpa que no puedas reprimir tus instintos. Su respuesta fue por demás demoledora, pego en mi auto estima, como roca de varias toneladas. Deje de molestarla. Cuando algo no se da. Tomarlo a la fuerza no vale la pena.
¡Hoy es un día muy especial, cumple años mi hija Karen, me siento feliz, estoy muy orgulloso de ella. Es la luz en mi oscuridad matrimonial. Es una linda muchacha seria y educada, que estudia con mucho afán. Ese día, como ninguno otro, me puse a observar la transformación que había sufrido a través de los años. Mi niña ahora era toda una bella mujer. Quizá más bella que su madre, tan alegre, tan sociable, tan simpática. Comencé a observarla con detalle, de pronto me sentí chacal, pues estaba viendo las sinuosas formas de mi hija como si no se tratara de ella. Me sentí avergonzado por mi lasciva actitud, y borre el detalle de mi mente. Fue tan maravilloso mirar a mi hija tan contenta con toda la familia, y la grata compañía de sus mejores amigos. Disfrute realmente aquellos hermosos momentos. Pero al llegar la noche, de nueva cuenta a compartir el lecho con la indiferente y gélida Daniela. Quizá, ella realmente no tenía culpa de que yo fuera tan temperamental. La falla tal vez sería mi terquedad de serle fiel.
Sin embargo no podía, ocasiones no me faltaron, lamentablemente las deje pasar en nombre del amor. Confieso que en esas noches de infierno, maldije no haberme procurado otra mujer, y así no depender de sus deseos inexistentes. Otra noche casi sin dormir, me levante pasadas las 5 am, nada me detenía en la cama. Tal vez sería bueno salir a trotar, hacía tiempo que dejé hacer ejercicio, debía retomarlo como una forma de huir a mi frustración. Decidí que saldría diariamente a trotar. Justo a esa hora salí de mi cuarto, el pasillo estaba semi alumbrado. De pronto, vi pasar a Karen envuelta en su bata de baño. Sentí como si las orejas me hubieran zumbado. Me aterré debido la idea que se había cruzado en mi mente. Pensé que lo mejor sería apresurar mi salida a correr. Pero de forma incomprensible, mis pies me llevaron hacia aquella ventana del baño, con forma de persiana que daba al patio. Dude un segundo ¿asomarse o no? En aquella oscuridad de la madrugada luz del cuarto dibujo la sinuosa figura de Karen y acrecentó mi morbo. No pude evitarlo mi curiosidad fue superior, y me asome para verla. El agua caía sobre su cuerpo, dando un tono brillante a su piel. Sobre sus pechos ya desarrollados, corría el agua veloz hacia su parte baja. ¡Que espectáculo! mi nena tenía su puchita totalmente cubierta de pelos. Aquello era especialmente excitante, pues sus pelitos eran vencidos por la corriente del agua formando una graciosa cascada. Olvide por completo de quien se trataba, solo veía a una hermosa mujer desnuda, linda, expuesta a mi lúbrica mirada. Seductora en toda su hermosa desnudez, demasiada gloria el poder contemplar tan divino platillo. Nunca cruzo por mí mente, que aquello aumentaría mi de por si deplorable situación. Karen nunca se dio cuente de mi presencia.
Durante algunos instantes, de espaldas mostrando ese par de juveniles nalgas perfectamente delineadas, instantes cerrando los ojos, cubriendo la invasión del jabón en ellos. No quería despegarme de aquel sitio, Karen, en aquel instante paliaba de alguna forma mi deplorable abstinencia. Cuando mi nena termino de bañarse, salí a trotar. Mi verga, hirientemente erecta dificultaba mi andar, no podía dejar de imaginar la perfección del cuerpo de mi hija. Deje de trotar, en ese estado me resultaba imposible. Camine largo rato, sumergido en los más candentes pensamientos. Regrese a casa, y me duche antes de salir a trabajar. Tuve una de problemas durante el día. Nunca pude concentrarme en mi trabajo. La puchita empapada de Karen se me revelaba a cada instante. Daniela, a partir de ese día dejo de ser mi tormento. Desdichadamente, mi nuevo deseo estaba más lejos de mí, que nada en el mundo. Al principio sentí remordimiento, más, poco a poco fue desapareciendo mi sentimiento de culpa, y fue sustituido por una obsesión carente de esperanza, por los tentadores encantos de mi linda Karen. Mi nueva, y angelical cascadita de deseos. Había engordado algo, y aun sin proponérmelo comencé a bajar de peso, de pronto me vi en mi peso ideal, delgado, atlético. Empecé a rechazar la cena, solo ingería una manzana, y un vaso de agua antes de acostarme. La idea, de abandonar la alcoba que compartía con Daniela, era historia. Ella ya no me importaba, mi deseo por ella se fue, como agua sucia al drenaje. Tenía una nueva afición nocturna, ahora me urgía oír roncar a Daniela.
Sentía desprecio por ella y la maldije varias veces. Sobre todo, cuando no sé porque razón, su hormona se alborotaba y quería que me la cogiera. Por supuesto que me negué ¡chingue a su madre, ya no la necesitaba! uno de esos días discutimos. Y nuestra relación se hizo más difícil, de por si no existía. La primera noche que arme de valor, para entrar a la recamara de mi nena, ¡fue increíble! alumbrado por una lámpara, penetre hasta su cama, ¡vaya suerte que me acompañó esa noche! mi nena dormía con solo sus pantaletas. Sentí que mi corazón se detenía. Víctima de esa seductora imagen. Alumbre su cuerpo de pies a cabeza, debiéndome a devorar con mis ojos, cada centímetro de su delicioso cuerpo. Queriendo guardar en mi cerebro, todo lo bello de aquella figura. Muy cuidadoso había sido al entrar, y mi nena jamás despertó, a pesar de que la blanca luz de la lámpara, llego a iluminar su lindo rostro. Le había visto tantas veces, sin poner demasiada atención en ella, que ahora que la miraba tan vulnerable a mis lascivos ojos, me parecía inmensamente bella. La semejanza con su madre, era evidente, pero sus diferencias le hacían ser más bella ante mis ojos. Sentí unas enormes ganas de estrujar sus abombados pechos, movidos por su incesante respiración. Baje la luz con mucha lentitud, y alumbre su vientrecito plano y terso, hasta posar la luz, justo donde sus piernas hacen intersección. Caí atraído por el magnetismo que tiene ese adorable rincón, causante del más grande placer que pueda disfrutar un hombre. Sus tenues pantaletas blancas, no lograban ocultar el oscuro tono del pelambre que resguardaba su tesoro.
Me asuste un poco, porque en ese momento Karen se novio. baje la luz de la linterna tratando de ocultarme en la oscuridad, solo fue una falsa alarma, ni siquiera cambio de posición, abrió su piernas de una manera tan favorable para mí, que al volver a alumbrar su zona intima, note como los pelos de su puchita escapaban por los laterales de las pantaletas. Fue tanta mi emoción que acerque la linterna a unos escasos centímetros de su rendijita. Mi corazón latía desenfrenado. Mi verga hinchada parecía soltar su descarga. Por cierto, tenía varios meses de no escupir mi necesaria pasión. Imprudente aproxime mi rostro hasta muy cerca de su panochita, y aspire con todo mi deseo el delicioso aroma que despedía su rajita. Aún más fui más lejos y con mucha sutileza deposite un suave y apasionado beso en su adorable peluche. De pronto sentí que no podía aguantar más, y en efecto, mi cuerpo no fue capaz de soportar más, y mi esperma comenzó a escurrir, a lo largo de una de mis piernas. Por increíble que esto parezca, después de algunos segundos repetí mi hazaña, y volvía a besar su área genital. Después salí de su recamara, satisfecho, como hacía tiempo no me sentía. Entre a mi recamara y me acosté, Daniela dormía roncando como era su pinche costumbre. Su abandono conyugal era mí más fuerte excusa, para hacer lo que estaba haciendo con mi nena. Noche a noche Daniela roncando y yo escapando a la alcoba de Karen. Parecía inconcebible que a mi edad haya regresado a la masturbación, pero entre ligeros toqueteos y contemplación siempre lograba a llegar a la eyaculación. Tampoco debo tratar de engañarme los toqueteos cada vez eran más audaces, y veía con desesperación que en realidad quería mucho más de lo que estaba obteniendo, no por eso razón iba a dejar mi diversión favorita. La verdad es que Karen aun sin haberla poseído se había convertido en la razón de mi existencia. La necesidad de observarla se había vuelto vital para mí. No podía dejar una sola noche sin contemplar su encantador cuerpo. Sabrá dios porque razón pero esa noche Daniela se tardó una eternidad en dormir. Arreglando no sé qué cosa.
En fin algo pasa por la mente del ser humano que es muy complicado poder explicar, pero Daniela empezó a cambiar con respecto de mí, quizá quería atormentarme exhibiendo su cuerpo desnudo delante de mí, no sé con qué maldosa intención. Años tenía que no lo hacía. Sentí que algo debía hacer al respecto, algo que ella mirara claramente. Tosí y me di media vuelta, dando la espalda a su inútil coqueteo. Despiertos por diferentes causas, ella dando vueltas en la cama, con un evidente deseo de que hiciera caso a sus ganas de copular, y yo, esperando paciente a que durmiera. Dieron las tres de la mañana. A punto estuve de quedarme dormido, honestamente se me escapo uno que otro ronquido. Pero a ella en cambio, el sueño logro vencerla, como era costumbre. Aun así tuve que esperar unos minutos más, y estar seguro de que dormía, me molesté mucho cuando pasó su brazo sobre mi cintura. Era la prueba de fuego, retire su ¡maldito brazo! Pues sentí que me quemaba. Al momento me levante, sin intentar ocultar mi escape. Le diría que iba al baño si es acaso preguntaba.
Daniela no dio muestra de alertarse, un ronquido me convenció de su inconsciencia. Salí apresurado tenía presteza por estar junto a mi nena. Entre a su cuarto tomando las precauciones de siempre. Todo en silencio, la oscuridad era alterada por la luz de mi linterna, apunte directo a su lecho, Karen estaba acostada como siempre pero hubo un detalle que hizo saltar mi corazón. Por una razón que desconozco Karen no tenía colocadas sus pantaletas, me acerque hasta su lado, para confirmar lo que había descubierto de lejos. Que delicioso hallazgo, mi nena me mostraba su puchita llena de pelos por primera vez, después de haberla visto a través de la ventana. Ahora estaba a escasos centímetros de su delicioso pelambre. Esto era lo más lindo y torturante que me había ocurrido. Me aproximé hasta rosar mi rostro con su disperso escudo, estaba tan próximo que el aroma de su panochita llego instantáneamente a mi nariz, lo aspire con ansiedad mientras mi verga se estiraba en toda su extensión. Las sienes me estallaban, mi corazón latía con violencia, esa noche cometí muchas imprudencias, pero el fuego me consumía, haciéndome perder el temor de ser descubierto.
Trepe a la cama, y abrí sus piernas me coloque en medio de ellas, mientras frotaba mi verga con desesperación, era infantil pensar, que mi nena no despertaría si la penetraba. Pero mi verga latía furiosa y desafiante, al tiempo que observaba aquella oquedad cercana e imposible de abordar. Era una actitud idiota la mía, porque acerque mi poste y rocé tenuemente su excitante enjambre. Pretendía no despertarla, sin embargo mis piernas tocaban las suyas sin poder evitarlo. Mi respiración se hizo sofocante, y mi tentación incontrolable, empuje mi dardo, tratando de hacer a un lado su resguardo. La cabeza de mi verga se incrusto entre sus tibios labios. La sacudida fue brutal. El contacto con su panochita provocó mi estallido. Apenas logre retirarlo de su rajita. Mi semen salió expulsado con enorme fuerza, como hacía mucho tiempo que no sucedía. Aun así, quedó un enorme charco de viscosa leche, impregnado entre sus pelos. Fue entonces; que me di cuenta que estaba en un apuro, como limpiar mi semilla sin despertarla. Decidí que era mejor dejarlo como estaba, igual mi esperma tenía que secarse, quizá lo único extraño que notaria sería lo pegostioso de sus pelos. Después de aquello sentí miedo, me baje con mucho cuidado, sintiendo mi respiración detenerse y mis piernas temblar. Sin embargo, logre salir sin contratiempo. El día siguiente amanecí feliz, no me importaron las palabras irónicas de Daniela, de todos los días. Creo que le dolió que la haya rechazado. Hay mucha gente que odia esa situación, y tal parece que Daniela era una de ellas.
Era uno de esos días, que amenazaba ser pesado, por fortuna, para mí, iba avanzando de manera muy veloz. Desgraciadamente, no todo sale a pedir de boca, y uno de los encargados de hacer entrevistas, sufrió un contra tiempo y no llego a trabajar. Efectivamente, era el único disponible, y tuve que hacer su trabajo. Ni eso logro quitarme el buen humor, a pesar que la diligencia tuve, que hacerla a pie. Era impensable usar el carro, el sitio no estaba a más de un kilómetro. Hacía calor, tome el portafolio, y salí dispuesto a hacer mi trabajo. Cosas que tiene el destino, de manera sorpresiva, vi pasar Daniela casi frente a mí. Iba hablarle, pero decidí seguirla, era extraño que anduviera en la calle, y más por el sitio que transitaba. ¿A mi oficina? no, no lo creo, la seguí a prudente distancia, de pronto se paró un auto frente a ella, abriendo enseguida la puerta, el carro me era familiar, estaba seguro de quien era, pare un taxi que pasaba por suerte, y le dije que siguiera el carro que le indique. Después de seguirlo un rato, lo vi ingresar al hotel. Sabía de sobra a que se habían metido, no lo niego, me dio coraje. Dejé aquello por la paz, y me apuré en mi encomienda. Así lo hice, tenía que regresar para sorprenderla al salir. Yo no sé si fue suerte, aunque yo no la llamaría de ese modo, pero el cliente me cancelo al llegar, por un asunto urgente que debía atender. Volví a tomar un taxi, y me planté donde debían salir. Seguramente confiaban en que todos estaban en sus asuntos, sobre todo yo. Porque duraron más de dos horas en el hotel. Cuando mire venir el carro de mi Hermano Carlos, me puse frente a la salida. Cuando me vio, no me reconoció, hasta que realmente puso atención en mí. Pues tal parecía, que seguía pensando en la abundante barba del sexo de Daniela, palideció e intento hablar, —yo… —¡tú cállate maldito! Solo quería que me vieras… ¡Esto lo arreglamos en casa maldita zorra! Les franqueé el paso y regresé a mi oficina. Ahora me explicaba la falta de apetito sexual de mi mujer. En realidad lo que no quería era serle infiel a mi hermano. Ya no me importaba, pero si me dio coraje. Para nadie es agradable sentirse cornudo.
Cuando regresé a casa, Daniela me miro suplicante. Estaba junto a Karen en la sala. —¡qué bueno que se encuentra la familia reunida! Porque tenemos que tratar un asunto bastante espinoso —Rafael te lo suplico—explícale tú, para que yo no le ponga demás —es que malinterpretaste lo que viste —¿de qué están hablando papa? —que te explique tu mamá, después de todo soy un caballero, aunque para serte franco, es imposible atender esa situación— Daniela volvió a intervenir. —por favor no me hagas esto —yo no te he hecho nada, sin embargo, tú me convertiste en nada, a partir de mi mala interpretación —me van a explicar o no —tercio Karen. Daniela vio en mi rostro que no cedería. —explícale tú a mí me da vergüenza —no te hagas un favor mi amor, la vergüenza no la conoces.
Daniela intento huir de aquel momento pero yo la detuve. — espera, debes estar presente para desmentir mi dicho. A grandes rasgos, le conté a Karen la infidelidad de su madre con su tío Carlos. Mi nena se puso triste, lloraba en silencio. Colérico por esa situación dije a Daniela: —la decisión la tomas tú, te vas o te quedas pero sin ningún derecho. —me voy, no te preocupes. Después de más de dos horas, Daniela salió con una maleta, y toda su ropa. Era algo que yo no lamentaba, se murió nuestro amor por, un enemigo en casa. De Carlos, ya se encargaría Daniela, una cosa era andársela cogiendo, y otra muy distinta soportar su carácter, voluble y convenenciero. El muy miserable, cobardemente me pidió que no dijera nada a la familia, lo maldije y escupí a sus pies —¡maldito cobarde! quédate tranquilo, tampoco me gusta exhibirme como un vikingo. Pero cuídate de hacerme una porque Daniela y tú se van acordar, una a una, de las letras de mi nombre. Tenía que explicar esto, porque en realidad ese par dejo de existir para mi ese mismo día. Volviendo a la salida de Daniela de mí casa, Karen se fue a su cuarto, la deje que desahogara su tristeza, no tenía objeto echarle más tierra a su madre.
Pasaron varias semanas, en las que prudentemente no visite la recamara de mi nena, un día por la tarde, al regresar de trabajar. Karen me preparo una ligera comida, era la primera vez que lo hacía, y puso mucho empeño en ello. Me veía con mucha ternura, sus días de tristeza habían llegado a su fin. Se había bañado y lucia arreglada, me dijo que quería que saliéramos a pasear. La vi tan contenta y dispuesta, que no pude negarme. La lleve al teatro y vimos una comedia muy buena con situaciones bastante chuscas. Nos divertimos mucho. De regreso a casa, Karen se recargo sobre mí y su cabeza reposaba en mi pecho, me sentí mal, porque seguramente lo hacía sin malicia, en cambio a mí me estaba excitando el calor de su cuerpo, manejaba con los nervios crispados, y manos temblorosas, en lugar de carros, veía la figura desnuda de mi Karen, sonriente a través del parabrisas, como diciendo ven, tómame, hazme tuya. Sacudí mi cabeza, y mi nena noto mi perturbación —¿pasa algo papi? —nada mi reina, solo que me hace muy feliz tu compañía. De pronto me sentí celoso, al pensar que mi nena tuviera novio, y comente. —seguramente el también pasa momentos muy agradables contigo. Calló unos instantes y después me dijo —nada serio, al menos no lo veo muy interesado, y creo que yo tampoco. Llegamos a la casa, y me extraño el hecho de verla esperando a que terminara de estacionar el auto. Me reuní con ella y me tomo del brazo, entramos a la casa, y trate de liberarme. Le di un beso y cada quien a su cuarto, pero mi nena no lo permitió, se aferró a mi brazo y me dijo: —te acompaño a tu cuarto.
Abrí la puerta pensando que ahí nos despediríamos, pero me empujo y me llevo hasta mi cama. Me obligo a sentarme y me ayudo a quitarme los zapatos. —recuéstate, quiero platicar un rato contigo, mi instinto me indico peligro, y quise despedirla, pero estaba tan contenta y solícita conmigo, que me falto valor para imponer mi voluntad. Se veía tan linda tan tierna, tan seductora. Y yo me sentí tan nervioso, y tan curioso, que cuando se quitó sus zapatillas y vi sus pies desnudos empecé a sentirme excitado. Pronto, mi Karen estaba recostada junto a mí, acariciando mi cabello. —perdóname papi, metida en mi tristeza me olvide de ti. Pobre papa. —no tengo nada que perdonarte, porque nada es tu culpa. —pues sí pero… debe haberte dolido mucho, no sabes cuánto lo siento. Me sentí halagado al ver que mi hija se sentía apenada por mí, y me apapachaba. Así que decidí dejarme querer. Acunada sobre mi pecho, acariciaba mi rostro. Y enseguida para mi sorpresa y beneplácito, me dio un tierno beso en la mejilla, muy cerca de mi oído, aquello fue tan grato, que aún me estremezco al recordar.
El grato calor de sus piececitos frotando los míos, sin imaginar que con ello me transportaba al paraíso. Pensé, ella hace todo esto sin malicia, en cambio yo siento arder todo mi cuerpo. Mi pecho palpitaba con la intensidad de una tormenta. Miedo sentía de las reacciones de mi cuerpo. Bajo mi pantalón, mi verga empezaba a despertar. Y mi mente a vagar, envuelto en un ansia enorme de placer. —debe haberte dolido mucho lo de mamá. —no tienes idea cuánto. —te creo y me duele, una traición siempre es deplorable, y más para ti, tratándose de tu hermano. —¿te da tristeza? —no está bien lo que voy a decirte, pero lo de tu mamá tiene más de lo que puedas imaginar, tiene mucho tiempo que no intimábamos. -—¿entonces lo sabias? —no, los descubrí hace unos días, pero puedo asegurarte que todo ese tiempo estuvieron viéndome la cara.
Karen me abrazo con más fuerza y cometió la imprudencia de cruzar su pierna por encima de las mías, quería hundirme en la cama tratando de ocultar la dureza de mi virilidad, ignoro si lo notó, pero se me ocurrió voltear de costado, frente a ella. La miré unos instantes sus ojos brillantes y enternecedores, me hicieron olvidar de quien se trataba. Miraba una mujer, hecha para placer y gozo de un hombre. Ya no era una niña, sin embargo, no había perdido del todo los rasgos bellos de su niñez. Bese su frente, y ella puso su boca muy cerca de mi cuello, era mi parte más sensitiva, y mi fuego antes fuerte se tornó incontrolable. Sentí el calor y el embriagador aroma de su aliento, me sentí enloquecer, mis manos demandaban auscultar su cuerpo hasta su más íntimo rincón. Pego su boca a mi cuello y yo sentí morir, la saliva se atoro en mi garganta, como si en lugar de líquido hubiera tragado una gran roca, mi verga estirada y palpitante parecía un radar que había detectado la cercana presencia de su panochita. Apenas me reponía de esa emoción, cuando volvió a rozar mi cuello, ya no era posible soportar tanta tortura, y mande mi primer mensaje. También yo bese su cuello y ella ladeó su carita permitiendo mi apasionado beso. Karen parecía sollozar y yo atrevido froté sus abultados senos, separamos nuestros rostros mirándonos de frente, adivinando y confesando nuestros deseos. Karen me ofreció su boca y yo la bese con mucho amor, con mucho deseo, y no me detuve más, mi mano ya hurgaba en su cálido templo del amor, Karen abrió sus piernitas de tal forma que pude burlar el resguardo de sus pantaletas y empecé a juguetear con sus gruesos rizos. -—ha, pobrecito papá, debe ser un infierno todo este tiempo que mamá no te ha atendido.
Estaba tan trémulo que no hacía caso a sus palabras, mis dedos socavaban su intimidad, con tanta pasión, como deseos tenia de ella. Era un cierre, el de su falda, del cual me deshice fácilmente, desnuda de la cintura hacia sus pies quedo mi nena, cuando la despojé de sus pantaletas. Era un manjar tan delicioso, que falta me hacían palabras para describirle. Pero la puchita de mi nena se veía hermosa, la blancura de su piel contrastaba con el oscuro de sus excitantes y brillosos pelos. Abrí sus piernas, y el rosado de su mucosa interna, le dio un marco aún más hermoso a su delicioso sexo. Loco de pasión hundí mi rostro en aquel panal de miel húmedo y viscoso. Karen agitaba con fuerza sus caderas. Gemía con delirio, ante el rocé magistral de mi experta lengua. Casi la volví loca, su elixir escurría abundante hacia sus nalguitas. Con mucho pesar deje a un lado mi grata labor, y me desnude con una torpeza increíble, gracias a unos nervios que me atacaron, y me hicieron ver como un novato. Una vez desnudo me recosté junto a ella, sentí necesidad de oler el dulce aroma de su piel, aspire suavemente, y enseguida bese su boca, y mi mano de nuevo hurgaba en su ya húmedo tesoro, había en mi nena un silencio resignado de dulce entrega, sus ojitos tiernos delataban deseos, me incorpore y coloque entre sus piernas, meditaba la forma en que debía penetrarla presumiendo que mi nena aún era virgen, más su linda vocecita termino mi cabildeo. —no te preocupes papá métemela toda, no soy virgen.
Es increíble la sorpresa que me lleve, pero era más fuerte mi deseo que la sorpresa en sí. Nada podía evitar mi ensueño. delante de mí tenía un delicioso túnel mojado y hambriento, al cual me había rendido, a la irrenunciable llama de mi deseo, apunte mi verga en la entrada de su vagina y lo empuje con firmeza, sentí las primeras sacudidas de su delicado cuerpo, ante las embestidas vigorosas de mi endurecido ariete, y con ello traspasando la estrecha portilla que permitía el acceso a su viscoso interior, desaté mi pasión y la penetre cabalgando su cuerpo en incesante movimiento frenético, mi Karen abría su boquita como queriendo atrapar el alma que se le estaba escapando de su ser, se había rendido a la fuerza y al empuje de mi verga, la que taladraba su panochita provocándole oleadas de máximo placer, sudaba gemía al compás de mi incesante galope. El momento por el que tanto me había afanado al fin lo había conseguido, mi Karen clavo sus uñas en mis nalgas, tan fuerte como fuerte era el orgasmo que sacudía hasta el último rincón de su ser, le abrasé y en ese mismo instante vacié en su interior todo el semen que habían acumulado en mis hinchados cojones.
Cansados dichosos dormimos por espacio de una hora, al despertar Karen me despertó depositando un delicioso beso en mi boca, fue sencillamente gratísimo, años tenía que mi pareja no me daba un beso, muestra de agrado por el trato recibido, y Karen se mostraba por demás complacida, sus pequeñas manos jugueteaban con lo bellos de mi pecho, mi habitación de pronto había recobrado vida, me sentía realmente feliz dentro de él, algo que pensé que jamás volvería suceder, todo gracias a la magia y encanto de mi adorada Karen.
No tiene caso volverme loco por lo que pueda suceder más tarde. Solo sé que mi Karen y yo formamos la familia perfecta, sin pendiente alguno porque su madre sin querer nos hizo un gran favor al obligarme a hacerme la vasectomía. Me siento rejuvenecido ella se convirtió en el elixir maravilloso de mi energía. Que me importa Daniela y los cuernos que me pinto, o el miserable de Carlos que no resistió la tentación y se cogió a mi mujer. Lo único que si me duele es no haber podido cumplir su deseo de mi Karen de ser mama. Honestamente me hubiera hecho muy feliz tanto por ella como por mí. Por qué me hubiera encantado que me hiciera padre por última ocasión en mi vida.
Los años no pasan sin dejar huella y yo no soy la excepción. Para ser justos Karen merece otra perspectiva de vida. Le amo entrañablemente. Tiene casi 28 años es una hembra hermosa y voluptuosa capaz de provocarme un infarto. Estoy a punto de jubilarme. Me faltan escasos días. Es nuestro aniversario y seguramente me esperará con alguna sorpresa. Fue in laboral como cualquier otro. Regresé a mi casa tan pronto termine mi trabajo. No me equivoque la casa estaba adornada, la mesa lista con algunos platillos que ella con su lindas manos me había preparado. Me deje llevar por la euforia de aquel momento y celebramos con gusto nuestra fiesta de amor. Poco después Karen se fue a la recamara. Rato después me llamo a su lado. Cuando entre a la recamara me lleve una sorpresa Karen se puso para mí su traje de lencería de encaje color negro combinado con rojo, Karen sabia como ponerme ardiente.
Estaba ensordecido por la emoción, tanto que apenas escuche su dulce vocecita. —cariño estoy lista para endulzar tu vida. Mire como se deshizo de su sostén y lanzarlo al suelo enseguida. Después tomando el elástico de sus calzoncitos los bajo lentamente hasta casi descubrir su zona intima. Estaba embelesado con esa linda imagen me sonrió y tiro con fuerza de su pantaletas y me las arrojo al rostro. Las tome en mi mano y las aferre a mi nariz, aspiré golosamente. Después observe su desnudez y olvide por completo haber decidido acabar con lo nuestro. Solo me deje llevar por aquel hermoso momento. Habíamos pasado tantos momentos felices que no podía destacar uno en particular. Pero lo que si se es que ese momento lo iba a recordar por lo que me resta de vida. Quise tumbarla de espaldas cobre la cama pero se opuso con una sonrisa. Me tomo de las manos y me sentó sobre la cama, al momento supe su intención. Me ayudo a liberarme de mis prendas y se hinco frente a mí, con su dulce sonrisa y con ella la promesa de intenso placer. Mi verga estaba crecida a tope y se balanceaba desafiante frente a su rostro. Karen la atrapo con su boca y succino de ella con ternura. Lo había hecho tantas veces, pero cada vez lo hacía mucho mejor.
Enseguida hizo algo que a mí me encantaba. Engullía mi verga hasta que la testa se albergaba en su garganta y con ella la masajeaba tan gratamente que me hacía estremecer. Karen se empeñaba en complacerme respiraba con dificultad al tenerme tan dentro de su boca. Cambio de pronto su caricia y daba masaje con su lengua a la testa, retirando con ella algunas gotas que escapaban de ella. Estaba a punto de decirle que cesara su empeño, pues sentía que iba derramarme. Pero me conocía tanto que supo que era momento de detenerse. Cambiamos de posición ahora era Karen quien reposaba sobre la cama con su piernas bien abiertas. Era el platillo que más disfrutaba el sabor de su rinconcito era un placer del que no podía privarme. Hundí mi boca en el lamiendo tragando de su delicioso elixir, y preparando la funda que muy pronto había de adarme alojo. Mi Karen emitía unos grititos mostrándome lo feliz que la estaba haciendo. Batiendo mi lengua lo más profundo que podía penetrar. Haciendo que su sexo se mojara hasta encharcarse. Después de hacerla gemir le pedí se acomodara sobre la cama a ella le gustaba mucho la posición del misionero y así me acomode entre sus piernas, Karen levanto las piernas y las sostuvo con sus manos de los tobillos. Yo aproveche aquella oferta y la penetre de un solo golpe. Estaba tan ansioso por habitar su orificio que no me pude contener. Karen emitió un chillido al sentir que sus pliegues se separaron súbitamente para abrir paso a mi dureza. Me di cuenta que aún no era tan viejo, y tenía la suficiente fuerza para copularla. Eso fue un incentivo para mí y la embestí con toda la fuerza que era capaz.
Dentro de mi ansiedad ensordecimiento la escuche decir: —eres único papi me estas… volviendo loca. Ya no hubo más palabras continúe penetrándola hasta que logre que su orgasmo la embistiera con toda su intensidad. Karen clavo sus dientes en mi hombro sin morder pero sacudiéndose y gritando por las contracciones de su vagina. Había logrado mi objetivo y tuve activar mi sensibilidad, cosa que no fue dificultad aun así tarde casi un minuto en bañar sus entrañas con mi caliente descarga. No me importó como no me importa ahora lo que puedan pensar. Solo quien que ha gozado de la intimidad de sus hijas, puede entender mi gozo y la dicha que viví al lado de mi querida Karen.
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