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Si ya de por sí trabajar es un coñazo, el tener como jefa a una hija de puta con tetas es una auténtica guarrada. No sé si será vuestro caso pero imaginaros lo mal que llevo el qué la directora de mi departamento sea una zorra malnacida de pésimo carácter pero que cada vez que me hecha la bronca, además de bajar la cabeza en plan sumiso, no puedo evitar sentirme excitado.
Os preguntareis porqué. Bien sencillo:
¡Esa cabrona tiene un polvo descomunal!
Con treinta años recién cumplidos, Doña María es una morenaza de casi un metro setenta con un culo de ensueño. Aun así la parte de su anatomía que me trae por jodido son sus enormes pechos. Nunca he sido bueno para calcular pero estoy convencido que ese par de ubres deben de pesar cada una al menos…
¡Un kilo!
No os podéis hacer una idea. Son inmensas y aun así como por arte de magia se mantienen inhiestas. Sé que en el futuro esos manjares llegarán a convertirse en unas tristes lágrimas pero hoy en día, cuando desde mi silla la veo pasar, no puedo evitar recrearme soñando con tenerlos entre mis labios.
Durante los dos años que llevaba trabajando en esa compañía, nunca pensé que llegara el día que pudiera decir:
¡Ese par de tetas son mías!
La actitud déspota y tiránica de esa mujer evitaba que ninguno de sus subalternos se atreviera siquiera a tratar de intimar con ella. Aunque estuviera buenísima y fuera soltera, no había nadie con los huevos suficientes de intentar enrollársela. Por mucho que todos deseáramos hundir nuestra cara entre sus pechos, el terror a su reacción nos mantenía alejados.
Aun así, cada mañana, cuando esa zorra llegaba a la oficina y con paso firme, se dirigía a su despacho, no podía dejar de recrearme con el hipnótico bamboleo de sus dos tetas al caminar. Sé que no era el único y que muchos de mis compañeros seguían con la cabeza arriba y abajo las secuencia de sus senos, pero en mi interior soñaba con que Doña María me estaba modelando a mí.
Secretamente obsesionado por esa arpía, no podía dejar de suspirar apesadumbrado cuando pasaba una hora sin que esa morena saliera de su despacho. Me daba igual si al hacerlo, se metía conmigo. ¡Necesitaba verla! No sé la de veces que me habré pajeado pensando el ella. La de ocasiones en la que mi mente habrá dado rienda suelta a mi lujuria con Doña María como protagonista.
Desgraciadamente para ella, yo era un cero a la izquierda, un objeto sin valor que se sentaba a la salida de su oficina. La relación entre nosotros era casi inexistente. Siendo ella mi jefa, apenas se dirigía a mí y si deseaba algo, usaba a mi supervisora como interlocutora.
Mientras el resto de mis compañeros recibía continuamente sus broncas, en mi caso era raro que lo hiciera y aunque os parezca absurdo, eso me parecía injusto. ¡Quería ser como todos los demás!, por eso mientras la gente de la oficina rehuía su mirada, yo en cambio buscaba su contacto. Ingenuamente, deseaba que al notar mis ojos fijos en los suyos Doña María se percatara de mi existencia. Pero cuanto más intentaba hacerme patente, menos caso me hacía.
Convencido de que me ignoraba a propósito, decidí quejarme….
Me quejo a esa zorra
Como no podía llegar y preguntarle porque no me echaba a mí broncas como a los demás, resolví planteárselo de otra manera. Como sabía que a nuestra división nos había caído el marrón de levantar la sucursal portuguesa, me estudié los informes a conciencia y con la situación fresca en mi mente, fui a su despacho.
Doña María estaba como de costumbre de un pésimo humor y por eso al verme entrar, casi gritando, me preguntó que narices quería:
-Jefa, quiero que me encargue el tema de Lisboa- contesté acojonado.
Su reacción al oírme fue soltar una carcajada pero viendo que me mantenía firme en mi postura, me pregunto:
-¿Qué cojones sabes tú de ese asunto?
Como lo traía preparado, rápidamente le explique a grandes rasgos la situación y una vez la había descrito, le propuse un plan de acción alternativo que no era otro más que directamente cargarme a media estructura de esa oficina. Tal y como había previsto, eso era lo que esa ejecutiva pensaba pero cansada de ser ella siempre la ejecutora había pospuesto esas medidas.
En ese momento, Doña María debió de pensar que le convenía que uno de sus lacayos fuera por una vez el hombre malo y por eso tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-No sabía que además de guapo, tenías cojones.
Su piropo consiguió darme los suficientes arrestos para decirla:
-Tengo ya preparadas las cartas de los despidos, si quiere me puedo firmarlas yo y así si algo sale mal será mi culpa.
Asumiendo que la responsabilidad seguiría siendo suya, dijo con voz fría:
-Me parece bien pero si hacemos eso, el trabajo de nuestra unidad se incrementará…
-Puedo ocuparme de ello- respondí- ¡Tengo tiempo!
Para mi desgracia, la morena se levantó de su asiento y dando un paseo por su oficina, se puso a pensárselo. Y digo para mi desgracia porque al hacerlo, me quedé embobado mirándole el trasero.
“¡Qué maravilla!”, estaba pensando cuando al girarse me pilló con la boca abierta y los ojos fijos en sus nalgas.
Supe que me había cazado porque con muy mala leche, respondió:
-De acuerdo, probaremos- y cuando ya pensaba que no se había dado cuenta, me soltó: -Manuel, como a partir de hoy trabajaremos codo con codo, te exijo que te comportes profesionalmente y dejes de babear cada vez que me muevo.
Abochornado, contesté:
-No se preocupe, no volverá a pasar- tras lo cual salí de su despacho.
Al salir me sentía el hombre más feliz del mundo por un doble motivo:
¡Iba a trabajar con mi diosa! Y para colmo: ¡Al pillarme excitado, no se había molestado!
Sin poderlo evitar, dejé los papeles encima de mi mesa y casi corriendo fui a aliviar mi excitación al baño. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando a mi jefa. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, me imaginé que un día al terminar la jornada esa puta me pedía que me quedara un poco más…
En mi mente, Doña María empezaba a flirtear conmigo y cuando ya iba lanzado a por ella, me pegaba un corte. Pero entonces y por primera vez, me arriesgué abrazándola porque en mi sueño, el que se comportara como una estrecha cuando me había provocado, me terminó de enervar y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su mesa. Mientras la llevaba en los hombros, no paró de insultar y de gritarme que me iba a despedir. Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y tirándola en la tabla, me puse a desnudar.
Desde su mesa, mi jefa no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con ir a la policía si la violaba. Cabreado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que llevas deseando desde que me contrataste. ¡Voy a follarte! ¡Puta!- respondí separando sus rodillas.
Al hacerlo, descubrí que no llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.
-¡Cerdo!- gritó intentando repeler mi ataque dando manotadas.
Su violenta reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y dándole un sonoro bofetón, le ordené quedarse callada. La humedad que encontré en su sexo, me informó que esa mujer estaba cachonda y sabiendo que todo era un paripé y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Eres un maldito!- chilló al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.
En mi imaginación, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa zorra empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
- ¡Cabrón!
Violentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez.
-¡Te gusta! ¿Verdad? ¡Puta!- le grité en mi sueño.
Mi insulto la hizo llegar al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la mesa mientras de su sexo brotaba un manantial.
-¡Capullo!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y chilló con voz entrecortada: -¡No me folles!
Habiendo cruzado mi Rubicón particular, cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡No me violes!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Estaba a punto de horadar su sexo con mi estoque cuando el ruido de la puerta del baño, me sacó de mi ensoñación y temiendo que quien hubiera entrado me pillara, guardé mi pene y disimulando salí del retrete. Más excitado que antes de entrar, volví a mi sitio y sin poder dejar de pensar en doña María, la busqué con la mirada.
Me sorprendió verla mirándome desde su despacho y más aún descubrir en sus ojos un raro fulgor que no supe interpretar.
El resto del día, me ocupé del papeleo de los despidos y sin pensar en que iban haberse afectadas un montón de familias, firmé los ceses deseando que al día siguiente al enseñárselos a mi jefa, esta me recompensara con una mirada.
Mi primer día como su ayudante.
Esa mañana llegué temprano y como faltaban cinco minutos para que Doña María llegara a la oficina, decidí hacerme un café y otro a ella, de forma que cuando oí su taconeo por el pasillo, me levanté a llevarle tanto los papeles como la bebida recién hecha.
Sin agradecer el detalle, cogió el café y se puso a revisar el dosier que le había hecho entrega. Tras cinco minutos en los que examinó a conciencia mi trabajo, levantó su mirada y me sonrió diciendo:
-Bien hecho- tras lo cual me dio instrucciones y trabajo que me mantendría atareado al menos un par de días.
El cúmulo de tareas que exigió me dio igual porque esa fue la primera ocasión en la que oí de sus labios una frase amable. Satisfecho y creyéndome “Supermán” volví a mi mesa. Enfrascado en la reestructuración de esa sucursal, no solo pasó la mañana sino que incluso gran parte de la tarde sin que me diese cuenta y solo cuando a las siete, mis compañeros empezaron a marcharse, caí en que ni siquiera había comido.
Completamente famélico, saqué unos sándwiches y empecé a comer. Acababa de terminar con el primero cuando la jefa me llamó a su despacho. Extrañado porque me llamara, me levanté y fui a ver que quería.
-¿Cómo vas con lo que te he pedido?- dijo nada más entrar.
Brevemente le expliqué que casi había terminado con el plan de viabilidad pero que no lo tendría terminado hasta el día siguiente. Fue entonces cuando la vi mirar hacia la sala común donde ya no quedaba nadie y con voz seria pedirme que le enseñara lo que llevaba hecho. Sin poner excusa alguna, imprimí mi trabajo y volví a su lado para llevarme la sorpresa que se había sentado en el sofá y aprovechando que estábamos los dos solos, ¡Se había descalzado!
Si eso era algo inusual en esa morena, más lo fue que al tomar los papales entre sus manos, me dijera con voz quejumbrosa:
-Estoy agotada. ¿Por qué no me das un masajito mientras lo reviso?".
Cortado pero excitado no pude negarme y comprendiendo que se refería a sus pies, me senté y empecé a masajearle sin importarme la humillación. Sabedora de que me tenía en sus manos, se tendió en el sofá y mientras repasaba el dossier, se dedicó a disfrutar de mi masaje.
Yo, por mi parte, me sentía en la gloria al sentir su piel bajo mis manos. Tanteando en un principio, acaricié su tobillo y su empeine sin atreverme a ir más allá.
-Me encanta- dijo al notar la acción de mis dedos.
Sus palabras me dieron la confianza necesaria para presionar con mis yemas en las patas de sus pies mientras Doña María ni siquiera se dignaba a mirarme. Sé que sonará servil pero os juro que no me importó su descarada manipulación y con cuidado, me concentré en el tobillo derecho trazando círculos a su alrededor.
-Usted descanse, se lo merece- me atreví a decir.
No me contestó por lo que presioné su talón, estirándole el empeine. Reconozco que me excitó tanto oler el aroma de sus pies como notar el sudor acumulado después de un día de trabajo y colocándome mejor, tomé entre mis yemas los delicados dedos pintados de rojo que llevaba mi superiora.
-¡Más fuerte!- exigió pegando un gemido.
Como podréis suponer, obedecí incrementando la fuerza con la que masajeaba su empeine, mientras estiraba una a una sus falanges. Para entonces, mi jefa había dejado los papeles en la mesa y cerrando los ojos, se dedicó a disfrutar con descaro de mis caricias. Imbuido en una especie de trance, presioné con mi pulgar en su puente.
Mi dura maniobra no solo le gustó sino que pegando un inaudible sollozo, me rogó que continuara sin darse cuenta que su falda se había descolocado, dejándome admirar la belleza de sus muslos.
“¡Qué monumento de mujer!”, pensé al recorrer con mi mirada sus piernas.
Ajena a ser observada tan íntimamente, se dejó llevar y con un sensual susurro, me preguntó si no sabía hacer nada más. Sin llegármelo a creer, comprendí que me pedía que profundizara en el masaje y no atreviéndome a subir por sus pantorrillas, levanté sus tobillos y acercando sus pies a mi boca, me quedé pensando en que hacer.
Tenía ese par de bellezas a breves centímetros de mi cara y viendo que mi jefa seguía con los ojos cerrados, reuní el valor para inclinarme y empezarlos a besar. Mi atrevimiento no la molestó y lo sé porque no solo nos lo retiró sino que los acercó más aún. Su aprobación me dio alas y sin medir las consecuencias, saqué la lengua y empecé a recorrer con ella sus plantas.
Totalmente fascinado, las lamí con auténtica dedicación mientras ella, de vez en cuando se estremecía disfrutando de mis atenciones. Durante cerca de dos minutos me recreé dándole lengüetazos arriba y abajo hasta que abriendo sus ojos, me miró diciendo:
-Chúpame los dedos- tras lo cual introdujo el dedo gordo de su pie en mi boca.
Su actitud despótica no me molestó y embadurnando de saliva su dedo, cumplí fielmente su capricho. Para cualquiera que hubiera visto la escena, le habría resultado humillante la forma en que me lo introducía y sacaba de la boca. Era como si me follara la boca con él. Satisfecha decidió que le gustaba y cambiando de pie, repitió su maniobra diciendo:
-Termina lo que has empezado.
Uno a uno, los diez dedos de la morena fueron objeto de mis caricias y mientras obedecía como su rendido siervo, esa morena sabía de lo mucho que yo estaba disfrutando. El poder que ejercía sobre mí era total y abusando de él, me exigió:
-Cómeme el coño.
Para entonces mi capacidad de razonar estaba completamente anulada y sin poder pensar en otra cosa que en corresponderla, separé suavemente sus piernas y levantándole la falda, veo por primera vez sus bragas de encaje negras. Perdiendo la vergüenza y dejando salir al amante que tenía en mi interior, le empiezo a bajar esa prenda dejando al descubierto un chocho peludo.
Al descubrir que su mata crecía salvaje y que esa mujer no se depilaba me terminó de desarmar y ya dominado por un deseo loco e intenso, fui recorriendo con mi lengua sus pantorrillas, acercándome a la meta.
Si esa puta se esperaba que me lanzará de inmediato entre sus muslos, se equivocó y con una lentitud exasperante fui recorriendo la distancia que me separaba de ese manjar. Doña María no pudo reprimir un gemido al sentir mi aliento acercándose a su coño y pegando un berrido, me exigió que culminase.
Pero desobedeciéndola por vez primera, soplé sobre los labios de su vulva mientras con los dedos los abría suavemente, dejando al descubierto su ansiado clítoris.
-Date prisa, ¡Inútil!- se quejó amargamente al sentir que usando una de mis yemas, acariciaba su botón con delicadeza.
Su queja lejos de servirme de acicate, ralentizó más si cabe la velocidad mis maniobras, mientras ella se ponía a cien. Sabiendo que era mi momento y que la tenía en mi poder, me dediqué a saborear lo más despacio que pude de ese banquete. Para ese instante, mi jefa estaba poseída por la lujuria y sin importarle que pensara, se sacó los pechos de su blusa y comenzó a pellizcarse los pezones, totalmente excitada.
Sabiendo de antemano que era mi dulce venganza, rodeé con la punta de mi lengua su botón sin llegarlo a atacar de pleno. Aunque deseaba hundirme entre sus piernas, no lo hice y en plan capullo, seguí elevando su excitación hasta llevarla a donde yo quería.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- gritó desencajada.
Su ruego me supo a rendición y apiadándome de ella, deje que mi lengua se recreara con largos y profundos lametazos sobre su clítoris. Ella al sentir mis húmedas caricias, se puso a gemir como una loca. Con el convencimiento que con cada lametazo me iba apropiando de su ser, seguí haciendo hervir su sangre poco a poco.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó voz en grito al experimentar que mis dientes tomaban al asalto su botón.
Como si fuera el hueso de un melocotón, mordisqueé sin cesar mi presa mientras la puta de mi jefa convulsionaba de placer sobre el sofá. Habiéndola llevado hasta ese punto, usé un par de dedos para hoyar su agujero. Doña María al notar esa intrusión, contrajo sus piernas y buscando un mayor contacto, presionó mi cabeza con sus manos:
-No pares, cabrón- chilló mientras todo su cuerpo se arqueaba en busca del placer.
El orgasmo de la mujer era inminente y por eso, me recreé metiendo y sacando mis yemas de su interior mientras lamía su clítoris con mayor énfasis. Su explosión no tardó en llegar y derramando su gozo en mi boca, convirtió sus caderas en un torbellino. Recolectando su néctar con mi lengua, profundicé su clímax, uniendo una descarga de gozo con la siguiente hasta que totalmente agotada me pidió parar.
Malinterpretando sus deseos, me levanté y me despojé del pantalón, sacando de su encierro a mi pene. Confieso que pensaba que esa zorra iba a dejar que me la follara allí mismo pero, al ver mis intenciones, se mostró indignada y mientras se colocaba las bragas, me miró despectivamente diciendo:
-Mañana al llegar a las nueve, quiero el informe sobre mi mesa.
Tras lo cual, la vi marcharse a toda prisa, dejándome excitado, con la polla tiesa y más humillado de lo que me gusta reconocer…
Mi segundo día como su ayudante.
Al quedarme solo me sentí hundido y sin otra cosa que hacer porque nadie me esperaba en mi casa, me puse a terminar el trabajo que me había encomendado. Lo creáis o no, eran más de las cuatro de la mañana cuando al final lo acabé por lo que solo me dio tiempo de dormir tres horas antes de levantarme y pegarme una ducha.
Agotado y cansado, salí de casa increíblemente contento porque no en vano el día anterior había hecho realidad un sueño. Por mucho que me jodiera, no podía dejar de estar encantado de haber servido como esclavo sexual de esa zorra y por eso al llegar a la oficina, me sentía el más feliz de los mortales.
Siguiendo la rutina de todos los días, mi jefa llegó a las nueve menos cinco y encerrándose en su despacho, me mandó llamar. Nada más entrar me exigió ver el informe y al contestarle que lo tenía sobre su mesa, me miró con gesto despreciativo diciendo:
-¿Y mi café?
El hecho que me exigiera algo tan nimio después de haberme pasado toda la noche trabajando, me cabreó pero bajando la cabeza, fui a hacérselo. Al volver la vi revisando concienzudamente mi trabajo y no queriendo interrumpirla, le dejé su bebida y salí de su despacho.
“¡Será guarra!”, me quejé, “ni siquiera me ha dado los buenos días”.
Durante una hora, Doña María estuvo estudiándose los papales y cuando ya le había dado varias vueltas, me llamó para que le hiciera un par de cambios. Curiosamente cuando rectifiqué siguiendo sus instrucciones el plan, lo miró y sonriendo me dijo:
-Parece que además de tener una buena lengua, sabes de números.
Su extraña flor me dio ánimos de que lo de la noche anterior se iba a repetir y extralimitándome de mis funciones, contesté:
-Mi lengua es suya.
Soltando una carcajada, respondió que ya lo sabía y saliendo por la puerta, se fue a ver al director de la empresa. Aunque no me lo dijo, esa zorra se fue a mostrarle al gran jefe mi trabajo como si fuera el suyo. Tan contento se quedó ese cabrón que después de pasarse toda la mañana analizando los pros y las contras del plan, lo dio por bueno y como muestra de agradecimiento, se la llevó a comer.
Para mí, su ausencia fue dolorosa porque secretamente esperaba que cuando mis compañeros se marcharan del trabajo, repetiríamos lo sucedido la tarde anterior y por eso al ver que no regresaba, me empecé a poner nervioso dándole pábulo a los comentarios de que María era la amante del director.
Mirando el reloj cada cinco minutos, la tarde se me hizo eterna pero no queriéndome perder la oportunidad de volver a disfrutar de su coño, no me fui de la oficina y eran más de las ocho cuando recibí su llamada a mi móvil.
-¿Dónde estás?- me preguntó nada más contestar. Por su voz supe que llevaba algunas copas.
-Todavía en el trabajo, esperándola- contesté.
Mi afirmación la hizo reír y sin importarle que ya no fuera horario de oficina, me pidió que le llevara a su casa su maletín porque tenía unos papeles que quería revisar esa noche.
Comportándome como un simple subordinado, le pedí su dirección y cogiendo el puñetero maletín de su despacho, me fui a la dirección que me había dado. Como esa maldita me dijo que le urgía, tomé un taxi sabiendo que la tarifa correría de mi parte pero no me importó porque necesitaba verla.
Lo quisiera o no, ella era mi diosa y yo su triste vasallo.
Al llegar a su domicilio, me quedé impactado al descubrir que esa zorra vivía en un chalet impresionante. Si de algún modo, todavía creía en mi subconsciente que tendría alguna oportunidad, quedó hecha trizas al ver el cochazo del jefe aparcado en su jardín.
-¡Mierda!- exclamé convencido de que esa morena era la puta del director.
Mis temores parecieron hacerse realidad cuando en el hall de entrada me recibió con una bata casi trasparente que dejaba vislumbrar la coqueta lencería negra que llevaba. No me cupo ninguna duda de que esa mujer estaba acompañada al verla con una copa de champagne en la mano y con el pelo mojado como si se hubiera dado una ducha.
Aun así no pude dejar de valorar su belleza y dándole su maletín, me la quedé mirando mientras ella revisaba sus papeles:
“¡Qué buena está!”, mascullé entre dientes al observar la perfección de esas dos ubres que me traían por la calle de la amargura desde que la conocí.
María tras comprobar que estaban los papeles que necesitaba, me soltó:
-¿Te apetece una copa?
Estuve a punto de negarme pero en el último instante, di mi brazo a torcer diciendo por si acaso:
-No quiero resultar un estorbo. Si está ocupada lo dejamos para otro día.
Como la hembra astuta que era adivinó mis reparos y soltando una carcajada, me dijo:
-Lo dices por el coche de Don Jaime. Me lo he traído porque el vejete llevaba muchas copas para conducir- y elevando su tono, me preguntó: -¿No te creerás que lo que dice la gente?
Sabiendo a qué se refería, negué con la cabeza. Mi sumisa respuesta le satisfizo y mirando de arriba a abajo, me soltó:
-Desnúdate-
Me la quedé mirando sin saber cómo reaccionar mientras se sentaba en un sofá y solo cuando me exigió que empezara, me fui desabrochando uno a uno los botones de mi camisa. Por su cara comprendí que ni siquiera había empezado a desnudarme y ya estaba claramente excitada.
La forma en que fijó sus ojos en mi cuerpo me provocaron un escalofrío, de forma que antes de despojarme de esa prenda, ya tenía la piel de gallina. Deseando complacerla, di inicio a un striptease. Tratando de dotar a mis movimientos de una sensualidad que carecía solo pude hacerla sonreír por mi torpeza. Cabreado por su descojone, le pregunté:
-¿Qué es lo que quiere de mí?-
-Poca cosa, me apetece verte desnudo- respondió mordiéndose los labios.
“Será hija de perra” pensé mientras dejaba caer mi pantalón al suelo. Fue entonces cuando mi jefa ya convertida en una perra ansiosa de sexo, se me quedó mirando el paquete y contenta de lo que se escondía debajo del calzón, se levantó y puso música diciendo:
-Baila para mí.
Cortado pero azuzado por el gesto de puro vicio que hallé en su cara, empecé a menear mi cuerpo al son de la canción mientras acariciaba con mis manos mi cuerpo casi desnudo. Paulatinamente me fui poniendo cada vez más caliente y tratando de forzar su reacción, llevé las manos a mi pecho y cogiendo mis pequeños pezones entre mis dedos, los pellizqué sin dejar de gemir tratando que abandonara su actitud pasiva.
Sin hacer el menor caso a mis maniobras, mi jefa se mantuvo sentada en silencio. Decidido a forzar su calentura, tomé la iniciativa y me bajé el calzoncillo, dejando al aire mi pene completamente erecto. Ni siquiera la visión de mi sexo empalmado, consiguió alterarla y pegando un sorbo a su copa, me pidió que me masturbara.
Para entonces, mi sumisión era completa y asiendo mi pene entre mis dedos, comencé a pajearme ante su cara. Solo por el brillo de sus ojos, supe que le estaba gustando mi exhibición y sin dejar de jalar de mi extensión se la acerqué hasta sus labios.
Con mi corazón latiendo a mil por hora, puse mi miembro a su disposición. Durante unos segundos, esa zorra no hizo nada y solo cuando de mi glande, brotó una gota de líquido pre-seminal abrió su boca y la recogió con la lengua. Saboreó durante unos instantes ese néctar que su empleado le brindaba para, ya sin ningún reparo, abrir la boca y engullirla. Lentamente, se fui introduciendo mi extensión mientras me acariciaba el culo con sus manos. Al sentir que uno de sus dedos se introducía sin previo aviso en mi ojete, gemí de placer y con más ahínco dejé que me la mamara.
Usando su boca como si de un sexo se tratara, metió mi falo en su garganta y solo cuando esos labios rojos besaron su base, se la sacó y diciendo:
-Está muy rica.
Mi jefa que hasta entonces era ajena a haber sido mi objeto de mis sueños durante dos años, se la volvió a embutir con rapidez. Actuando como una posesa, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve apoyarme en el sofá.
-Tranquila- le pedí.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Su completa entrega provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Mi jefa, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, devoró los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, me pidió que la follase por detrás. Incapaz de negarme le bajé las bragas de encaje y mojando mi glande en su vulva, lo llevé a si entrada trasera y sin dudar, se lo clavé hasta el fondo.
No pude dejar de observar que el sexo anal era uno de sus caprichos porque a pesar del modo tan brutal con el que la sodomicé, no se quejó al sentir su ojete siendo maltratado por mí. Os juro que me creí en el cielo al tener mi pene dentro del culo de esa diosa y aunque me apetecía dar rienda suelta a mi lujuria, al ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas, decidí esperar a que el sufrimiento cesara.
-¡Qué esperas para follarme!- gritó al ver mi inactividad.
Dejando a un lado la cordura, decidí que esa puta iba ser mi yegua y montándola en plan cabrito azucé sus movimientos con una serie de suaves azotes.
-¡Dios!- aulló al sentir que se desgarraba pero en vez de intentar que parara, me pidió que siguiera.
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando María con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Más rápido!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di esta vez un fuerte azote.
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra desorejada, me imploró que quería más.
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Mi jefa ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre el sofá, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa morena, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual que fuera mi diosa, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras mi víctima no dejaba de aullar desesperada. Mi orgasmo no tardó en llegar y mientras me vertía en el interior de sus intestinos usé su melena como riendas. Ya una vez había llenado su culo con mi simiente, me dejé caer a su lado agotado y exhausto.
Fue entonces cuando, levantándose del sofá, cogió la botella de champagne y dos copas y desde el umbral de la puerta, sonriendo me dijo:
-Levántate vago y acompáñame.
-¿Adonde?- pregunté.
-A celebrar mi ascenso- respondió y con una sonrisa en los labios, me informó de su nuevo puesto diciendo: -Me han nombrado directora de Portugal y he exigido para aceptar que tú me acompañes.
-¿En calidad de qué?
Poniendo un tono pícaro en su voz me contestó:
-Para la empresa como mi ayudante, pero en realidad te necesito para clamar mi fuego todas las noches.
Muerto de risa, me hice el duro diciendo:
-Entonces voy de bombero.
Soltando una carcajada mi jefa, me respondió:
-Así es. Desde que ayer vi tu manguera supe que tenía que probarla- y cogiéndome de la polla, tiró de ella, diciendo: -Te aviso que una vez encendida, ¡Soy difícil de apagar!
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