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"Estoy segura que no soy la única infiel y que, todos, tenemos un desliz alguna vez. Mi marido, ahora, es un cornudo y no se que hacer."
Siempre he dicho que sería una chica fiel, nunca engañaría a mi novio. ¿Por qué iba a hacerlo? Él me quiere y yo lo quiero. Me gustan otros chicos, pero nada más allá de eso. Mi novio es el único en mi vida.
Ese ha sido mi argumento toda mi vida, hasta hace poco. Le fui infiel a mi novio y no me lo quito de la cabeza. No fue premeditado, ha sido solo una vez y, quizás el me haya sido infiel alguna vez. No sé qué hacer ni que pensar. ¿Se lo digo? ¿Me dejará por ponerle los cuernos? Mejor cuento como fue, para que me entendáis.
Vivo en un chalet con jardín y piscina. Una vez a la semana viene el jardinero para mantener el jardín presentable. A mi novio le gusta que todo esté perfecto, la piscina, los árboles, el césped. Este jardinero, la verdad, lo mantiene todo perfecto y mi chico está muy contento con él.
Esa mañana, me despertó un ruido insoportable. Mi novio, Alberto, trabaja en un banco y se marcha temprano. Mi reloj marcaba las 10:00 am. El cortacésped, pensé, mientras me tapaba la cabeza con la almohada. Me iba a costar seguir durmiendo con semejante ruido, así que decidí aprovechar la mañana haciendo cosas en casa. Me levanté de la cama y subí la persiana para que la luz entrase en la habitación. Allí estaba, nunca me había fijado. Quizás ese día mis hormonas estuviesen desatadas pero, lo veía con otros ojos. Algo había diferente, pero no sabía qué. Me había quedado embelesada. Su cuerpo, bronceado por el sol, parecía esculpido. Con un pantalón verde y su torso descubierto, dejaba a la vista, la buena forma física que tenía. Destacaba cada contracción muscular de sus brazos, mientras podaba los setos con una tijera enorme. El sudor recorría su espalda, como si de una figura de cera se tratase, derritiéndose con el intenso calor del sol veraniego.
- ¡Buenos días! - Gritó él desde su posición. Admirando semejante ejemplar masculino, había olvidado mi situación. Nuestra habitación tiene una ventana y una puerta que dan al jardín. En esta última me encontraba yo, en bragas y con una camiseta grande, de mi novio, que uso para dormir.
- Hola Alberto, dije yo, tan avergonzada, que dudo que me oyese.
¿Qué me estaba pasando? Un calor intenso recorría mi cuerpo desde mi entre pierna hasta mis pechos. Sentí un gran deseo de tocarme. Pero, en un momento de lucidez, decidí darme un baño de agua fría, a ver si se me pasaba.
En el baño, hay una pequeña ventana orientada al mismo lado de la casa, al jardín. Estando bajo el agua, sin saber por qué, decidí abrir esta ventana. Ahí seguía, podando ahora uno de los árboles frutales. Decidí dejar la ventana abierta y observarlo mientras me duchaba. Notaba la humedad de mi coño cuando me pasaba la mano. ¡Que excitación! Mientras me duchaba, miraba de reojo por la ventana, lo buscaba. Podía ver como el me miraba mientras me enjabonaba. Me sentía deseada, excitada. Notaba como me comía con la mirada. Alberto, es muy tímido y formal, nunca pasaría de ahí si yo no me lanzaba. Me giré hacia la ventana, haciéndome la sorprendida. Él, disimulando que no me veía, casi cayendo de la escalera donde estaba, prosiguió con su labor. Yo decidí quedarme de frente a él, a través de la ventana, mostrándome. Quería que viese mis turgentes senos mientras me enjabonaba. Alberto me miró, y yo le sonreí. Sabía que se estaba poniendo caliente, con las tijeras de podar en una mano y llevándose la otra a la entrepierna, imaginé que se estaba empalmando.
Sabía que lo que hacía no estaba bien, pero hacía tanto tiempo que no me sentía así. Deseada, viva y con la excitación de lo prohibido.
Ya había tomado una decisión, y me propuse cumplir mi deseo a toda costa.
Busqué uno de mis mejores bikinis. El color negro resaltaba con mi piel blanca. Y el tanga, resaltaba una de mis mayores armas, mi trasero. Me puse mi albornoz, para taparme, y salí al jardín por la puerta de la habitación. Mientras caminaba hacia la piscina, veía de reojo como me observaba. Dejé caer mi albornoz, en una tumbona, mostrando mi cuerpo al hombre que estaba seseando que fuese suya. Me lancé a la piscina y me fui a la parte menos profunda. En esta zona de la piscina, hay unos escalones que permiten estar sentados. Ahí me acomodé, mirando a mi jardinero.
- ¡Date un baño Alberto! Hace un calor horrible.
- Sí que hace calor, pero tengo que terminar esto. Que me pagan para que esté bien.
Lo notaba un poco avergonzado, contorsionándose para que no se le notase que estaba empalmado. Me preguntaba si su timidez sería un problema.
- No pasa nada. Ya está todo bien. Se nota que tienes muy buenas manos. Además, mi novio no se va a enterar.
- Ya, pero además no tengo bañador.
- No hace falta bañador. Anda, quítate eso y te refrescas un rato.
Tímidamente, dejó sus aparejos a un lado. Y se fue acercando lentamente. Efectivamente, no podía esconder su erección.
- ¿Seguro?
- Claro que sí, el agua está muy buena.
Estando en el borde de la piscina, en la parte más alejada de mí, se fue quitando el cinturón. Sus pantalones cayeron al suelo, dejando a la vista sus bóxer negros. Que mono es, aún sentía vergüenza por lo que estaba haciendo. Le sonreí, animándolo a que siguiese adelante. Lentamente y casi tapándose con pudor, se fue bajando su ropa interior. No me dio tiempo a ver su miembro, se tiró demasiado rápido evitándome disfrutar de esas vistas. Cruzó la piscina buceando y salió a mi lado. Se sentó a mi izquierda, enmudecido. No podía apreciar el tamaño de su miembro a través del agua y, tampoco quería parecer una desesperada mirando. Para romper el silencio, le hablé del agua, intentando que se sintiese más cómodo y se desinhibiese conmigo. Poco a poco, iba cerrando la distancia, acercándose a mí.
Su rodilla, mecida por el agua, rozaba la mía. Estaba muy excitada, el corazón latía tan rápido que parecía que me fuese a dar un infarto. Supongo que el calor del verano, también aumentaba mi temperatura. Llevé mi mano a su brazo, dibujando con la uña de me dedo índice, el tatuaje que cubría toda su piel desde el hombro hasta la muñeca. Al llegar a su muñeca aproveché para dejar mi mano, disimuladamente, en su pierna. Él jugaba con el nudo de mi bikini en mi espalda.
- Tienes muy flojo este nudo. Se te podría soltar.
Un comentario absurdo, típico del flirteo de los hombres. Yo no me andaría con tantos rodeos. Sabía lo que quería y lo quería ya. Así que le contesté:
- Si, si tiras más se soltará.
Él, mientras me miraba, supongo que por ver la expresión de aprobación en mi cara, iba tirando lentamente hasta desatar el nudo. La parte de arriba de mi bikini estaba suelta. Si no había caído en ese momento, fue porque estaba pegado a mi piel mojada. Quité mi mano de su pierna y agarré mi bikini por la parte del escote. Mis senos quedaron al descubierto, y él, como si nunca hubiese visto unos, se quedó embobado. Llevé ahora mi mano a su entre pierna, su cara mostró con asombro lo inesperado de mi acción. Sabía lo que iba a pasar a continuación. La misma mano que desató el nudo, ahora estrujaba mis senos. Estaba empalmado y muy bien dotado. Le sonreí, mostrándole mi entusiasmo por su pene, mientras me mordía el labio inferior. Le pedí que se sentara dos escalones más arriba. Su poya estaba fuera del agua y totalmente erecta. Parecía que disfrutaba de la situación. Yo, medio nadando, me puse entre sus piernas, y mirándolo, lamí su pene rasurado desde los genitales hasta la punta. Sabía a cloro del agua. Él se apoyó en sus codos, tumbado hacia atrás, mientras me miraba. Que caliente me estaba poniendo, se la estaba chupando a mi jardinero, de película.
Con mi lengua, daba vueltas a su glande, lo besaba delicadamente. Lo miré fijamente, sonriendo, con la punta de su poya tocando mis labios. La agarré con mi mano, y me la fui introduciendo lentamente en la boca. Intenté llegar hasta el final, pero me fue imposible. Suavemente iba succionando su miembro, hasta que el sabor a cloro fue desapareciendo. Subía y bajaba, intentando profundizar cada vez un poco más. Notaba como chocaba con mi campanilla, provocándome algunas arcadas. Me saqué su pene de mi boca y me fui a chupar sus testículos rasurados. Primero uno y después el otro, jugaba con sus huevos en el interior de mi boca, para terminar con una sonora chupada de su polla. Me fui poniendo de pie, para que él me bajara el tanga. Algo que no tardó mucho en hacer. Seguí subiendo escalones, para quedarme de pie, con mi coño encima de su cara. Él estaba entre mis piernas, tumbado hacia atrás, le agarré del pelo para llevar su boca a mi vagina. Rápidamente empezó a dar lengüetazos, lamiéndome el coño, de arriba abajo, como si no existiese un mañana. Llevó sus fornidas manos a mi trasero, y empezó a manosearlo mientras me chupaba lo más íntimo. Notaba lo mojada que estaba y oía el sonido que provocaba su lengua con mis fluidos. La jardinería no era lo único que se le daba bien.
Aprovechando la posición en la que estaba, me di la vuelta para darle la espalda. El seguía comiéndome, pero ahora solo veía mis glúteos, y su nariz estaba pegada a mi ano. Yo me incliné hacia delante, sin flexionar las piernas, para llegar a agarrar su miembro. Una vez comprobado lo duro que estaba, bajé dos escalones y me puse en cuclillas. Agarrando su polla por la base, me la fui introduciendo en mi húmedo coño a medida que iba descendiendo. En esa posición, empecé a subir y bajar lo que mis piernas me permitían. Parecía que estaba haciendo sentadillas, con la ventaja que cada vez que descendía, notaba como entraba dentro de mí. Se escuchaba las nalgadas golpeando en el agua como si estuviese dando palmadas. Como esa posición es agotadora, me levanté, lo agarré de la polla, para tirar de ella hacia arriba y cambiar de posición. Quería que se incorporase y no mediaban muchas palabras entre nosotros. Me puse apoyada en el bordillo de la piscina, como si estuviese en la posición del perrito. Él se puso tras de mí, me agarró de mis glúteos para abrirme y comenzó a embestirme contra el bordillo. Una tras otra, con cada empuje que me daba me excitaba más, no sé si por la polla que tenía o por la excitación del contexto. Yo estaba a punto de correrme y le pedí a él que se corriese fuera. Las piernas me temblaban. El pasó su mano, por mi cintura, hasta llegar a tocarme el clítoris. Era espectacular la sensación de estar empotrándome por detrás mientras me masturbaba mi punto g. Me estaba conteniendo pero ya no podía más, empecé a gritar de placer, agarrándome al bordillo como si me lo fueran a quitar. Hacía tiempo que no llegaba al clímax, y él lo estaba consiguiendo. Creo que los vecinos lo saben, porque mis gemidos los escucharía todo el vecindario.
El aún no se había corrido, así que me di la vuelta, me la metí en la boca y comencé a chupársela. Antes sabía a cloro, ahora sabía a mi vagina. Cuando noté que iba a correrse, su cara era delatadora, la saqué de mi boca para que terminara en mis pechos. Su semen caía en la piscina, flotaba como humo de tabaco en el aire. Espero que la depuradora trabaje bien.
Me incorporé, le di un beso en la mejilla, y le susurré al oído que no contara nada. Recogí mi bikini, me puse mi albornoz y me fui otra vez a la ducha. Esta vez con más intimidad. Él se puso sus pantalones, recogió sus cosas y se marchó. Ahora cuando follo con mi novio, pienso en el jardinero, en su polla, en su cuerpo y en esas manos tan fuertes estrujando mi culo. Quiero a mi chico, pero la excitación de ese momento me hace disfrutar más del sexo. Aunque, como dije al principio, vivir con esta culpa me atormenta, no sé qué hacer. No sé si contárselo, o volver a follarme a mi jardinero.
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