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El pasado verano mi marido fue invitado a participar como ponente en uno de esos típicos cursos de escasos días que organizan ciertas universidades para llenar el vacío académico veraniego. La ocasión parecía propicia para relajarme junto al mar si le acompañaba, así que no pude negarme, ni mucho menos, cuando David me propuso que yo también fuera con él, ya que tenía intención de alquilar para esos días una antigua mansión, toda entera para los dos solos. De hecho era algo que siempre había querido hacer.
Así que hacia allí nos dirigimos en nuestro propio coche un domingo por la tarde. Tras unas cuatro horas de viaje llegamos a orillas del Cantábrico y nos instalamos en las afueras de la ciudad en nuestro original "apartamento" de vacaciones. De entrada nos encantó lo que vimos. Se trataba de una casona de planta baja y dos alturas a la que se accedía por un pequeño jardín encerrado tras una verja de hierro que rodeaba la casa. Por dentro, una hermosa escalera llevaba a las habitaciones de arriba que se distribuían a ambos lados de sendos pasillos. Toda la decoración era muy clásica y elegante, pero no dejaba de resultar acogedora y sugerente, ya que estaba bien cuidada y era como si de repente te sumergieras en un decorado de película antigua.
Los dos nos sentíamos especialmente animosos ante la perspectiva de pasar unos buenos días en un ambiente original. No sé si por eso, la primera noche que pasamos en la casona hicimos el amor de forma especialmente apasionada. Lo cierto es que después de los años de convivencia, la inevitable rutina había ido apareciendo poco a poco en nuestra vida de pareja haciendo que los preámbulos, las caricias y las posturas se repitieran de una forma casi previsible, y, sin querer, la frecuencia del encuentro íntimo se fue resintiendo también, hasta llegar a convertirse en una cita casi preestablecida para el fin de semana.
Yo, a menudo echaba de menos la pasión de los primeros años, pero empezaba a comprender que David, con los cincuenta rondándole, tuviera cada vez menos necesidades fogosas.
Reconozco también que últimamente, no sé si porque era consciente de su propio bajón físico, en los tiernos momentos de confidencias en los que nos acurrucábamos el uno junto al otro después de hacer el amor, me había confesado alguna vez, medio en broma medio en serio, que su fantasía preferida era verme en los brazos de otro hombre. A mí ni se me pasaba por la cabeza hacer algo así, me resultaba del todo imposible por mi educación y pudor natural, fuera de mis abundantes y calientes fantasías, eso sí, ponerme en manos de otro hombre, entregar mi sexo a otro pene que no fuera el de mi David del que seguía realmente enamorada.
Pero con el tiempo, como decía, entendía que era inevitable que se empezara a notar el peso de la diferencia de edad con la que nos casamos, ya que yo me encontraba, a mis 36 años, casi tan exultante y vital como aquella jovencita universitaria que se enamoró perdidamente de su apuesto profesor de literatura, mientras que él ya no parecía ser del todo el mismo que yo conocí.
Por eso, aquella noche, la viví de forma especial. Quizá por la novedad del escenario, o como si fueramos estimulados por un efecto afrodisiaco de origen desconocido que quiza emanaba de la propia casa, la fogosidad tomó cuerpo en nuestras mentes y en nuestros sexos y acabó por sorprenderme realmente. Yo, particularmente, me sentía muy caliente por alguna razón. Mientras David me abrazaba y me penetraba, era como si presintiera que alguien nos observaba y deseara ser invitado a nuestra cama, como si estuviéramos exhibiéndonos delante de un desconocido para provocarle la envidia de lo que se estaba perdiendo. Y todo ello me inducía una extraña sensación de satisfacción y deseo.
Después, durante toda la noche tuve sueños sugerentes y apacibles, aunque algo ridículos, que recordaba a medias cuando me desperté por la mañana. Soñé que corría por campos abiertos donde pastaban caballos excitados sexualmente, soñé con máquinas trabajando rítmicamente en medio de atmósferas calientes llenas de vapor. Eran sueños nuevos para mí que me dejaron una agradable sensación cuando al despertar guardaba también por todo mi cuerpo una relajante sensación muy placentera. La atmósfera de aquella mansión me empezaba a sentar muy bien.
Por la mañana, desayunamos juntos antes de que David acudiera después a su curso de la Universidad de Verano en la capital. Yo apenas me había vestido con unas braguitas y una camiseta larga que me llegaba por encima de medio muslo. A él le gustaba verme así, y yo, también, prefería moverme sin trabas de ropa, al menos en verano. Me encontraba recogiendo el desayuno en la cocina cuando sentí que David se me acercaba por detrás. Sentí su mano rozándome levemente los muslos y su aliento en mis hombros. Cerré los ojos y le dejé hacer sorprendida por su cariñosa despedida. Noté al mismo tiempo cómo acercaba sus labios hacia mi nuca mientras sus dedos, en un fugaz movimiento, ascendieron atrevidos por debajo de la camiseta hasta toparse con el borde de la braga y bajaban nuevamente, casi sin tocar la piel, por la cara interior del muslo. Entonces, en su cercanía, un olor desconocido, como de colonia de hombre muy especiada, me empezó a llegar a la nariz y me despertó de mi ensimismamiento. De repente, me asaltó la duda de que aquella presencia cercana no podía ser la de David, nunca en la vida se ponía ese tipo de fragancia tan fuerte. Reaccioné, pero para cuando quise darme la vuelta y despejar mis dudas, ya no había nadie allí. Llamé a David por su nombre y nadie contestó. Un recelo como si alguien hubiera entrado en la casa y se había atrevido a tocarme me asaltó. Pero al verme totalmente sola, llegué a pensar que todo había sido una falsa impresión de mi imaginación. Olfatendo el aire, sólo aquel aroma que persistía, me impedía creer del todo en que lo había soñado.
Aún dándole vueltas a aquel extraño incidente, pasé la mañana tranquila, sin hacer gran cosa, y dedicándome a recorrer las diferentes estancias si buscar nada en particular, sólo por el placer de salsear. Me entretuve en la pequeña biblioteca surtida de libros antiguos, la mayoría bonitamente encuadernados y bien conservados. En medio de un buen surtido de temas, me sorprendió encontrar una pequeña colección de libros con contenido claramente erótico o abiertamente pornográfico según se mire. Los había varios con texto mayoritariamente en francés y bien ilustrados con grabados donde damas dieciochescas y bellas doncellas salían expuestas obscenamente en todo tipo de posiciones, y eran tomadas sexualmente por caballeros unas veces; faunos, demonios y demás seres extraños de toda condición y pelaje otras, pero siempre poseedores ellos de llamativos órganos sexuales cual si de sementales en celo se trataran.
Se me pasó el tiempo volando entretenida con aquellas vistosas orgías y akelarres y acabé por leerme un librito que narraba las peripecias de un gañán vicioso de ir asaltando inocentes campesinas por los bosques de no sé qué condado. Estaba claro que quien quiera que hubiera sido el dueño o la dueña de aquella mansión en el pasado, tenía gustos particularmente lujuriosos. Me preguntaba también, después de descartar a la adusta dama retratada encima de la chimeneta, cuál de los tres hombres visibles en los cuadros que vestían las paredes de la sala-biblioteca podría ser el susodicho erotómano.
El caso es que después de comer un sandwich, y tras aquella sesión de calientes proezas sexuales que había contemplado y leído, me sentía ligeramente excitada, y una creciente y caliente sensación me surgía de entre los muslos. Yo no soy de las que acostumbra a autoestimularse tocándose para darse placer, más bien añoraba la presencia de mi David, quería tenerlo cerca para tentarlo y seducirlo y que así, lograra apagarme el ansia de verga caliente que mi creciente lascivia demandaba. Deseaba ardiententemente que llegara la noche esperando que se repitiera el calentón que tuvimos ambos la víspera, pero temía que él, para variar, no estuviera por la labor de romper la secuencia habitual del polvo semanal.
De todas formas, el calor de mi entrepierna no menguaba, y, para mi sorpresa, al poco me vi a mí misma rozándome la vulva por encima de las bragas mientras desde el mirador contemplaba los árboles del patio trasero de la casa. De repente, algo estupefacta por lo que estaba haciendo, me preguntaba por qué hacía aquello allí, algo a la vista del exterior y de forma tan desprocupada, pero...pensé: ¿qué de malo había, por otra parte, en aliviarme el cosquilleo de mi cuerpo?. Así que, sonriéndome a mí misma, y dándome un golpecito como de ánimo, me dije: vamos Silvita, por qué cortarte, date un premio, bonita! Me senté en el banco corrido y apoyando los talones sonre la barandilla abrí las piernas para introducirme un par de dedos por dentro del encaje de la braga. Ufff!, escalofríos recorrían mi cuerpo mientras en mi mente recordaba la imagen de aquellos enormes penes reproducidos en los grabados antiguos.
Ciertamente añoraba a mi marido como hacía tiempo no lo hacía. Aquella casa o lo que fuera , había conseguido incrementar mi líbido hasta ponerlo al rojo vivo.
Me sentía tan excitada que me fui directamente al dormitorio. Allí me quité todo lo que llevaba encima, la camiseta y las bragas ya húmedas que tiré sobre la cama, y comencé a pasearme exhibiendo mi esbelta desnudez. Me sentía muy caliente, como si me estuviera mostrando ante invisibles extraños. Un cierto pudor y nerviosismo se me mezclaba con una obscena sensación. Me contemplé en el espejo. Me vi exhuberante y atractiva. En mis firmes y grandes pechos destacaban los prominentes pezones oscuros. Bajo mi suave vientre liso quería dejarse ver mi joya más preciosa, con el ligero abultamiento del monte de venus, recubierto ligeramente de un cuidado vello, y que insinuaba el comienzo de la abertura en la vulva. Y por detrás el estupendo culo del que me sentía especialmente orgullosa, saliente y macizo en su redondez sin estridencias, objeto de placer de mi marido y siempre goloso y sugestivo para el deseo de los hombres.
Satisfecha de mi tentadora desnudez, sentía, sin saber por qué, que atravesar la puerta del dormitorio sería como si anduviera desnuda en una casa ajena habitada. Me paseé, aún y todo, un poco por toda la casa, con la inquietante pero a la vez fascinante sensación de percibir como si unos ojos me espiaran, como si alguien se recreara contemplando la oscilación de mis senos al andar, queriendo acercarse a la profundidad de mis pliegues, deseando comprobar la tersura de mis muslos y mis nalgas. Recorriendo los pasillos, subiendo y bajando sin prisas las escaleras, no podía evitar ir acariciándome ligeramente los pechos, tocándome suavemente el culo y acercando los dedos a mis ingles. Me sentía desafiante y hermosa, embrujada y seductora, provocándome a mí misma con mis gestos.
Volví al dormitorio y me tumbé sobre la cama sin dejar de pensar en lo que en esos momento más deseaba, necesitaba de mi marido, necesitaba sexo. Acabé adormeciéndome y echando una larga y tranquila siesta. Pero nuevamente tuve sensaciones extrañas en medio de la modorra general. Volví a soñar situaciones sugerentes y agradables: flases y luces intermitentes me iluminaban, y yo me desnudaba a la orilla de un lago de aguas tibias en las que luego nadaba despreocupadamente. Pero también en algún momento de cierto desvelo, me pareció percibir la presencia de alguien o de algo en la habitación, como una sombra desplazándose por los bordes de la cama. Y mientras en el sueño nadaba, vivía la sensación de enredarme las piernas entre plantas acuáticas, chapoteando inútilmente entre aquellos nenúfares que me acariciaban los pechos y el vientre, y esa sensación soñada se me mezclaba con otra más real que era como un insinuante roce que me subía por los muslos desnudos junto a un suave cosquilleo de dedos que me tentaba la dureza de mis pezones, todo allí desnuda en la cama como estaba.
Cuando por fin desperté del todo, desde luego me encontraba sola por completo, pero aún así, la sensación de haber sido observada y acompañada en mi sueño me resultaba muy real. Me observé los pezones especialmente erectos y una ligera sensación húmeda me impregnaba toda la vulva. Según me desperezaba, me encogía sobre mí misma apretando los muslos e intentando retener el hormigueo que sentía en mi sexo, pero, sin embargo, todo se me mezclaba con un cierto desasosiego mental. Me levanté y recogí mi camiseta, pero no pude encontrar en ningún lado las braguitas que estaba segura había dejado allí mismo.
Con cierta inquietud por todo lo sucedido pero sin poder evitar también un ligero estremecimiento, más de fascinación que de temor, esperé impaciente que llegara David para confiarle mis dudas sobre lo que aquella casa ocultaba. Me fui para la ducha, pero esta vez cerré la puerta del baño por dentro para no sentirme acosada por nada ni nadie.
Aquel día David llegó bastante tarde y cansado, según él, después de dar sus clases sobre "La tradición oral y el cuento popular en la narrativa española del XIX" -¡que ya hacen falta ganas para dedicar parte de las vacaciones a oír esos "cuentos", pensaba yo-. Pero bueno, el caso es que cenamos bastante ligero, y mientras lo hacíamos, aunque insistí varias veces en ello, no conté para nada con su ayuda para que me sacara de mis sospechas o me tranquilizara al menos; más bien al contrario, pasaba ampliamente de mí y de mis "historias histéricas", como solía decir él.
– "Cariño, ¿no has notado nada raro en esta casa?" le pregunté.
– "¿Como qué?
– "Pues mira, igual te ríes, pero a mí me parece que hay alguien rondado por ahí. Hoy me he sentido observada más de una vez".
– "Será el fantasma de la casa, un alma en pena, seguro".
– "No ves, ya estamos como siempre, no se te puede decir nada! Porque si te lo tomas a broma, no tiene gracia. . Mira, sólo te digo que cuando estaba en la siesta, estoy segura que alguien se ha llevado las bragas que había dejado tiradas en el dormitorio".
– "Jo, Silvita, no te quejarás, encima debe de ser un fantasma cachondo y viciosillo que se pirra por tus huesos. No, si ya me dijo la chica de la agencia cuando alquilé la casa, que se decía por los alrededores que aquí habitaba un fantasma y que tuviera cuidado si venía con mi pareja o alguna hija, porque por lo visto tiene fama de ser un salido con las mujeres el muy cabrón".
– "¿No será verdad, me estás hablando en serio?. ¿Por qué no me lo habías dicho?".
– "Por supuesto que es verdad. Mira, mira, ahí lo tienes ahora, detrás tuyo. Si hasta está cachas y todo, parece el zombi de Brad Pitt. Uuuuuuuuuuhhhh!!! ...Ja,ja,ja,ja!"
– "Idiota! Ya sabía que no te lo ibas a tomar en serio".
– "Mira, es increible lo ingenua que eres, ahora va en serio: yo no sé si ha entrado alguien a llevarse tus sugerentes braguitas o ha dejado de entrar, o si las has perdido porque se te han ido deshilachando poco a poco y no te has dado cuenta, pero ya te he dicho más de una vez que creo que ves y lees demasiadas tonterías de parapsicología y sandeces semejantes, y claro, luego vas viendo y sintiendo cosas raras por todas partes. Al menos ahora me alegro de que sean por lo visto agradables para tí".
– "Vale, no quiero seguir con esto por hoy, ya veo que es imposible razonar contigo. Y además, a ti quien te ha dicho que me resulte agradable lo que me ha pasado, eh?".
– "Uy! Perdona creía que...Bueno, y en cuanto a lo de razonar que sepas que para poder razonar hay que empezar por ser razonable, creo."
– "¡Ale, sigue atacando aún más!. No me fastidies, anda, no sigas y déjame en paz de una vez".
Estaba consiguiendo sacarme de mis casillas. Y lo peor es que, después de aquello, se me habían ido al garete las esperanzas de tener una noche caliente con él. Pero a pesar del enfado, el hambre de sexo no había para nada desaparecido de mi cuerpo.
Visto que aquella noche era imposible ya establecer cualquier tipo de diálogo, nos retiramos muy temprano al dormitorio. Él no tardó en quedarse dormido mientras yo permanecí leyendo un buen rato. Me llevé a la cama una especie de cuaderno manuscrito que encontré en la biblioteca entre los libros subidos de tono que allí había. Éste tampoco desmerecía en cuanto a la temática respecto a los otros. Estaba escrito a plumilla sobre un papel de calidad, de los que hoy ya no se usan, en una elegante letra de buena caligrafía como de un texto victoriano o decimonónico, que reflejaba que su autor pertenecía seguramete a la educada alta sociedad del mencionado siglo. Era una especie de diario y contaba con todo tipo de detalles los numerosos encuentros sexuales, aparentemente reales, que el relator confesaba haber tenido a lo largo de aproximadamente un año que no pude identificar.
Llamaba la atención como pormenorizaba en las descripciones de las intimidades físicas de sus amantes, de edades bastante diversas ellas, y en el relato de sus propias sensaciones mientras las desnudaba, acariciaba e iba excitando hasta acabar penetrándolas de diferentes formas con su órgano sexual, que si había que creerle, debía de ser un excelente pene en dimensiones y prestaciones.
La verdad es que el texto, muy bien escrito, era apasionante porque el estilo perfecto del que hacía gala conseguía atrapar, y confieso que excitar también, con todo aquel muestrario de lascivas mujeres bellas, de nalgas y pechos lujuriosos, coños ardientes y orgasmos envidiables, donde los fluidos de ellas y el semen de él se liberaban y corrían en una explosión de gozo compartido tras largas, originales y muy efectivas maniobras de calentamiento. Se diría que el relato podría ser adaptado perfectamente para ser utilizado como una especie de manual del buen amante. Y si además, a eso añadimos que, como otra característica, siempre que optaba por ponderar sus propias cualidades, gustaba de hacerlo con generosas referencias tanto a las características de su cuerpo, de su miembro y de sus potentes descargas seminales, pues entonces, la verdad es que el conjunto resultaba increiblemente provocador, un auténtico "best-seller" anónimo de la literatura erótica.
Ante la falta de sexo real aquella noche, la estimulante lectura sirvió al menos para que si no en mi vientre, sí al menos en mi mente, el calor del sexo deseado se instalara por completo para inducirme sueños excitantes el resto de la noche.
Estaba ya dormida, cuando más allá de la media noche el silbido constante del viento sur que se había levantado y que entraba por la ventana algo abierta me desveló. Había luna y una luz fría iluminaba la estancia. Me giré un par de veces queriendo recuperar el sueño pero me era imposible. Miré a David, que me daba la espalda, pero él dormía profundamente.
Decidí levantarme para cerrar la ventana e ir a beber un trago de agua o algo fresco. Sobre el camisón corto de finos tirantes en raso negro que llevaba me vestí el batín-kimono, también cortito y del mismo tejido, haciéndole un nudo rápido al cinturón. Abrí la puerta, y saliendo de la habitación sentí una fría corriente que llenaba la casa. Un molesto chirrido de alguna puerta mal cerrada parecía venir del final del largo pasillo. Hacia allí me dirigí antes de bajar a la cocina. Conforme avanzaba el rechinar de la madera era cada vez más audible y la escasa luz que se filtraba desde el exterior se perdía en la creciente oscuridad. Intenté buscar el interruptor de la luz, pero no lo logré. Casi a ciegas, llegué a la entrada de aquella habitación y vi que tenía una ventana bailando al compás del viento. Me acerqué a cerrar la contraventana y al hacerlo quedé en la más absoluta oscuridad. Intentando buscar de nuevo la salida choqué con lo que parecía una cama. Me asusté un poco al sentirme perdida y sola en aquella oscuridad que se me hizo muy fría.
Más aún me alteré cuando de nuevo comencé a percibir en el aire claramente aquel extraño y fuerte aroma de colonia de hombre que ya conocía. Sin saber que hacer me quedé como paralizada, paralizada por la sorpresa cuando noté un poco después que se me soltaba el batín y que se deslizaba poco a poco por los hombros hasta caer al suelo. ¿Cómo podía ser? ¿Quizá no estaba sola? ¿Estaba soñando o era real todo aquello?. El corazón se me aceleró bruscamente. Quise reaccionar movida por el susto, no sabía si gritar, si llamar a David, no sabía si podría oirme desde la otra esquina de la gran casa. Pero la oscuridad y el pavor me aturdían por completo. Adivinaba la presencia de algo, de alguien detrás mío, su inconfundible olor me envolvía. Notaba ya su inmediata cercanía, su respiración en mi cabello y en mi nuca y una gran sensación de cobarde indefensión se apoderó de mí.
Vestida con aquel mínimo camisón de fina tela sobre mi erizada piel, que me dejaba practicamente la espalda descubierta por detrás y con un amplio escote triangular que daba considerable libertad a mis firmes y abultados pechos, y con los brazos y casi todas las piernas al aire, me sentía casi desnuda y desamparada ante lo que aquel misterioso y fantasmal extraño quisiera hacerme. Y fue entonces cuando aquel individuo, o lo que fuera aquel ser que en mi mente ya empezaba a identificarse con aquellos obscenos seres con atributos de macho que horas antes había contemplado en los grabados antiguos, actuó como si adivinara mis pensamientos.
Mientras su cálido aliento me recorria por detrás , sentí un leve contacto en ambos brazos, como si unos dedos caracolearan por mi piel. Me sobresalté de inmediato, y un escalofrío me estremeció todo el cuerpo. Aquellos dedos escurridizos tomaron caminos contrarios, unos bajaron por mi brazo izquierdo y los otros subían lentamente por el derecho.
La sensación era muy real, el tacto en mi piel y el aroma que captaba mi olfato no podían ser un sueño, aquello estaba pasando realmente, aunque en la total oscuridad mis ojos no pudieran dar forma corpórea concreta a ese extraño fantasma. Mi cabeza bullía en preguntas, mil dudas me asaltaban a medio camino entre el pánico y el encantamiento, entre el deseo de huir y el hechizo seductor. Decidida a buscar respuestas saqué fuerzas de flaqueza y con voz temblorosa acerté a decir:
"¿Quién eres? ¿Qué quiere de mí?"
Mezclé sin querer nerviosamente el tuteo con el usted como muestra evidente de mi total confusión y turbación.
No obtuve contestación alguna en forma audible, pero sus gestos y actos fueron meridianamente claros sobre sus intenciones. De inmediato un poderoso brazo pasó a rodearme y sujetarme por la cintura; su mano, de considerables dimensiones, apoyó toda la superficie de su palma abierta sobre mi vientre bajo el ombligo. Al tiempo, sus labios recorrían mi pelo bajando suavemente hacia mi cuello. Mientras, con la otra mano recorrió mi hombro desnudo y la hizo bajar poco a poco hasta colocarla encima de mi pecho derecho sobre la tela del camisón. Empezó a jugar sobre la redondez del seno, a veces llevando su caricia sobre mi piel en los contornos desnudos del montículo, a veces presionando y palpando la superficie completa de la teta sin descuidar el bulto del pezón.
Me tenía presa entre sus manos; aunque hubiera querido no podía escapar. De todas formas, yo no oponía resistencia alguna, ni intentaba zafarme ni hacía nada por retirar sus manos de mi cuerpo. Y ya no sabría muy bien decir si era por la paralización que me producía el miedo, o más bien por la complacencia que aquel contacto procaz me producía. Así se entretuvo bastante tiempo, teniéndome a su disposición. Sus labios, su lengua húmeda, jugaban por mi cuello, desde la nuca hasta casi la garganta. La mano en el vientre oscilaba levemente cubriendo cada vez más terreno en el tímido vaivén de los dedos, siempre sobre la tela, acercándose descaradamente al pubis y al comienzo de la vulva. Su otra mano era la más atrevida, ya que para gozar más abiertamente de su objetivo, me había bajado la tira del camisón por el exterior del brazo, dejándome el pecho totalmente libre y disponible para manosearme sin obstáculos la teta entera, para excitarme el pezón entre los dedos, haciéndolo rodar entre sus yemas, retorciéndolo ligeramente, estirándolo y apretándolo.
Aún en la ciega oscuridad, tenía muy claro, por si alguna duda podía haber tenido, que aquellas enormes manos, que aquellos labios no eran los de mi marido. Me estaba desnudando y manoseando un extraño en una casa misteriosa, y yo estaba empezando a presentir que iba a poder hacer conmigo lo que quisiera y sin violentarme. No sé si el aprovechado era del reino de los vivos o si era un espíritu con deseos muy humanos y muy primarios, pero estaba consiguiendo llevarme donde él seguramente quería, al territorio del deseo y del placer.
Yo me sentía bastante perdida y seguramente él podía apreciarlo en lo sobresaltado de mi respiración y en la dureza ostensible del pezón que me manipulaba. Quizá por eso dio un paso más en su exploración y excitación de mi líbido y apretó sus dedos sobre mi pubis en el bajo vientre, llegando justo con el extremo del que supuse dedo medio a incidir a la altura del capuchón de mi clítoris. Bajo su presión, todo mi vientre retrocedió hasta toparse por detrás con una enorme y gruesa dureza casi a la altura de mi cintura. Yo no soy muy alta, pero de ahí deduje que el enigmático y carnal fantasmón, fácil me sacaría una cabeza, y todo indicaba que era corpulento y poderoso.
Incitado por el nuevo contacto, adiviné que hizo lo posible por resituarse y conseguir que su voluminosa verga se acoplara justo en mi culo. La fue bajando y restregando por mis nalgas de forma que cada vez más, hacía que la tela del camisón se recogiera y subiera sin querer. Con toda la premeditación e intención impulsaba el pene periódicamente hacía arriba levántandome la prenda hasta que finalmente consiguió que se me introdujera por completo bajo el camisón. Cuando sentí directamente sobre la sensible piel de mi culo el contacto lascivo de aquella gruesa y tersa polla, creí marearme del gusto y solté un pequeño chillido de sorpresa. Noté claramente el contacto húmedo de su cabeza presionante mojándome los bordes de la raja. La sensación de tener aquella abusadora caricia por todo mi culo desnudo, sentir paseándose un falo rígido desconocido subiendo y bajando con su glande medio metido en toda mi grieta, y abriéndomela cada vez más según empujaba hacia adentro; tenerla allí, sobándome impúdicamente, examinándome directamente con su viscosa punta los pliegues de la entrada del ano, me trastornó por completo los sentidos. Fue como si la capacidad de mis cinco sentidos se concentrara por unos momentos en el tacto, en aquel tacto obsceno en mi trasero.
Quizá también fuera por la oscuridad y la falta de referencias lo que me magnificó el efecto que todo aquello me estaba produciendo. Además, al mismo tiempo por delante, sus dedos jugaban también ya sin restricciones directamente sobre mi pubis desnudo y pugnaban por buscarme el inicio de la otra rajita oprimiéndome el botón del placer. El caso es que todo me parecía exagerado, el grosor de sus dedos, el tamaño de su pene, pero por encima de todo, en aquellos momentos al menos, me pareció fuera de lo normal lo empapado que sentía su glande resbalando perfectamente allí por donde se movía. Yo no sé si estaba medio eyaculando o no, pero seguro que alguna secreción se estaba desprendiendo de la abertura de su pene porque me estaba dejando el culo impregnado de una especie de baba deliciosa y un olor a sexo, un cargado aroma volupuoso me estaba embriagando.
Todas aquellas obscenas sensaciones vividas en la más absoluta oscuridad, sin tener claro quién lo hacía, acabaron por hacerme casi desfallecer en sus brazos. Aún tuve tiempo de oír sus palabras junto a mi oído en un tono grave y frío pero susurrante antes de sentir como me cogía en sus brazos.
"Vas a ser mía pero no esta noche todavía" me dijo.
No recuerdo nada más. A la mañana siguiente me desperté con una leve sensación de estar desorientada.Al abrir los ojos me costó un tanto darme cuenta de donde estaba, aunque por otra parte, una agradable sensación me llenaba el cuerpo. Era como si tuviera la mente aletargada y el cuerpo, en cambio muy despierto y sensible. Según me desperezaba, entró David en la habitación recién duchado y al verme remoloneando en la cama se me acercó y dándome un beso me preguntó:
"Cariño, ¿te encuentras bien?"
"Sí. ¿Por qué lo dices?"
"Me parece que has tenido una noche muy movidita, no?"
Entoces se me vino rápidamente a la cabeza todo lo que me pasó y me asusté un poco pensando que el sabía algo.
"Mira -me dijo-, me levanté no sé a que hora porque hacía un viento muy fuerte y me pareció que estabas bastante alterada, te vi destapada y con el camisón subido y como si estuvieras soñando algo muy fuerte, si te digo la verdad diría que algo muy erótico y excitante debía de ser porque tenías la respiración aceleradísima y tú misma no parabas moviendo las manos sobre tu cuerpo."
"Ah, sí?" me quedé un poco cortada y bastante sorprendida.
"Pues sí. No quise ni despertarte para no estropearte la fiesta. Parecía que te lo estabas pasando pero que muy bien, ¿con quién soñabas, eh?, porque seguro que no era conmigo. ¿No sería con tu amiguito el fantasma?"
No supe qué contestar. Aparentemente, si le tenía que hacer caso a él, tenía que suponer que todo lo vivido por la noche había sido un simple sueño, y que ni siquiera me había movido de la cama. De hecho el batín estaba en el sitio donde lo dejé cuando me acosté. La verdad es que me quedé bastante desconcertada porque lo recordaba todo perfectamente y ,desde luego, el recuerdo era de algo perfectamente real. Aún así, tengo que reconocer que la posibilidad de que fuera todo un caliente sueño me aliviaba bastante, porque todavía nos quedaban un par de días en la casa y así no tenía que estar temiendo la próxima aparición en cualquier momento de aquel extraño individuo siguiéndome por la casa. Más aún, recordando como recordaba, porque las tenía bien grabadas, las únicas palabras que pronunció el salido de él en mi supuesto sueño.
Bueno, me dije algo resignada: todavía quedan un par de noches, si se me vuelve a aparecer en sueños el fantasmón ese otra vez, seguro que es muy excitante soñar con él, sobre todo si cumple su palabra . Me temo que, como mucho, te tendrás que conformar con un buen polvo fantasma, Silvita.
Mientras David preparaba el desayuno, yo me fui a darme una ducha, y entonces, al quitarme el camisón, horror, todo volvió a dar inesperadamente la vuelta. En la parte de atrás, un ligero rastro, como de algo pringoso, manchaba la tela. Inmediatamente, me palpé el culo, y efectivamente, lo tenía todavía como pegajoso, impregnado de algo que no era normal para mí en un sitio como ese, lo notaba especialmente por toda la raja de arriba a abajo. Me quedé paralizada víctima de un gran sofoco y dándole vueltas a todo. Tardé en reaccionar. Olí aquello en mis dedos y en la tela, y me reavivó el recuerdo de la noche pasada. Era, desde luego, un olor idéntico al que me llegó mientras sentía aquel pene retregándose en mi trasero. Sin ser exactamente el olor del semen, algo de su peculiar aroma llevaba. Me duché y me limpié a conciencia mientras los pensamientos volaban en mi mente. ¿Era, entonces, todo real? ¿qué coño pasaba en aquella casa?
Desayuné sin intercambiar ni media palabra con David, no me atrevía a compartir con él ese tipo de vivencias, y menos si se las iba a tomar a cachondeo.
Me sentía algo atemorizada y para nada quería pasar sola todo el día en aquella enorme casa. Estaba casi segura que me iba a sentir acosada por el fantasma vicioso, o por la calentura de mi imaginación o lo que fuera, pero seguro que algo iba a pasar si me quedaba allí todo el día, algo que acabaría por hacerme caer en una trampa de caliente obscenidad. Le pedí a David que me llevara a la ciudad con él, prefería pasar el día entretenida yendo de tiendas y descansando un rato en la playa.
Por la tarde quedamos una vez que el había acabado su jornada en la universidad y le convencí para que retrasáramos la vuelta lo más posible. Cenamos tranquilamente y fuimos de regreso para la casona. Me prometí a mi misma que no me iba a separar de él en toda la noche, y que, desde luego, pasara lo que pasara, que no me iba a levantar de la cama por nada del mundo hasta que no amaneciera.
Al ir a acostarnos, yo preferí volver a ponerme el mismo camisón de la noche anterior ya que no llevaba otro y no quería que David notara nada raro o diferente si me veía desnuda en la cama, cosa que nunca yo solía hacer, y no tenía ganas de entrar en explicaciones. Quizá por un pequeño escrúpulo de decorosa higiene, preferí acostarme con las braguitas puestas, pero ni así pude impedir revivir las sensaciones vividas con aquella prenda que guardaba a la altura de mis nalgas un cerco seco del que emanaba un olor concentrado a sexo de hombre. Un ligero estremecimiento me recorrió entera cuando al ir a ponérmelo capté claramente aquel efluvio que despedía la tela. Ya en la cama, me volví hacia mi marido buscando su presencia y su abrazo. Pero él se disculpó de buenas maneras y se ladeó para dormir tras besarme y desearme, eso sí, con una sonrisa maliciosa, felices sueños.
Yo no podía evitar mostrarme inquieta y algo expectante ante la larga noche. No tenía nada de sueño y presentía que algo iba a pasar de nuevo. Cogí de la mesilla el manuscrito que allí tenía de la noche anterior e intenté distraerme, buscando de paso alguna respuesta a todo lo que en aquella dichosa casa me estaba sucediendo.
Entre relato y relato llegué al final, y allí en la última página me encontré un mensaje en la misma letra que el resto, pero con la tinta más fresca y, para mi sorpresa, directamente dirigido hacia mí. Así decía:
"Querida Silvia, te he seguido por la casa estos días, te he contemplado desnuda y pienso que tienes un cuepo excitante y lo deseo. Tus pechos son lujuriosamente incitantes y tus nalgas me encienden de pasión. Ayer disfruté acariciándotelos y esta noche quiero que seas mía definitivamente. Quiero hacerte disfrutar haciéndote el amor y que sientas la fuerza de mi penetrante deseo dentro de ti".
El corazón me dio un vuelco al leer aquello. No sabía qué pensar, si iba en serio o era algo así como una alucinación mía, me restregué los ojos y lo volví a leer, Sí, allí estaba escrito con mi nombre. Nuevamente el temor, pero otra vez mezclado con un principio de nerviosa agitación, de incipiente calentura se apoderó de mí. Dudé si despertar a David para mostrarle aquello como prueba definitiva de lo que me pasaba, pero no me atreví por miedo a su reacción quizá nada comprensiva. Al poco, me arrebujé entre las sábanas pegándome a las espaldas de mi marido, sin saber muy bien qué hacer pero sin poder evitar tocarme y acariciarme con mis dedos, tanteándome por el pecho y el culo y sintiéndo un acaloramiento creciente al saberme deseada, al recordar el descaro obsceno con que la noche anterior había abusado de mí el autor de esas descaradas letras con su voluminosa y potente polla, frotándome todo el culo y empapándome con su mojado glande.
No podía evitar que ese recuerdo me excitara, y esa excitación se sobreponía a mi inquietud y temor. De hecho, sentía unas crecientes ganas de que se repitiera algo parecido a lo de la víspera, de que fuera más allá en su juego sexual. En definitiva, quería ser follada, y notaba por todo el cuerpo la caliente predisposición que ya me humedecía los genitales. Si con su escrito buscaba predisponerme y calentarme, lo había conseguido. Toda aquella anónima declaración con sus intenciones de no contentarse la proxima vez en un mero contacto superficial, sino que me anunciaba su deseo de metérme su aparato entre las piernas me estaba encendiendo mis más íntimos deseos. Dándole vueltas a todo aquello, nerviosa y ansiosa como una cría en la noche de Reyes esperando sus regalos, conseguí, por fin, adormecerme.
No sé si sería mucho más allá de medianoche cuando en la oscuridad percibí un perturbador contacto sobre mi cuerpo. Medio atontada, creí sentir la mano de mi marido posándose sobre mi bajo vientre. Sus labios entraron en contacto con los míos y su lengua buscaba la mía avanzando mientras presionaba para abrirse camino dentro de mi boca. Mientras me despabilaba de mi sopor, instintívamente separé un poco las piernas facilitándole el acercamiento a sus dedos, al tiempo que le devolvía su beso con igual intensidad. Su mano recorría todo mi pubis sobre el delgado tejido de la braga, y con la yema de uno de sus dedos buscaba la marca del empiece de la raja, justo allí donde se ocultaba mi clítoris. Aquellos toques acabaron por desvelarme del todo. Abrí los ojos en la oscuridad del dormitorio, y pude apreciar la silueta de su cuerpo inclinada sobre mí. Su beso era insistente y profundo y mi coño se mostraba ardiente, sentía mi flujo salirse y empaparme toda la braga en la entrepierna, seguro que sus dedos se humedecían ya en mis jugos.
En medio de aquella creciente excitación, me sobresaltó percibir nuevamente el espeso y extraño aroma de aquella fragancia que ya conocía y que para nada era la de mi marido. Quise hablarle y aclarar mis dudas, pero no pude, su lengua chocaba con mi propia lengua mientras sus labios se apretaban sobre los míos. No podía articular palabra, pero todo mi cuerpo permanecía muy despierto por la excitación que lo cautivaba, el corazón se me aceleraba y los miembros me flojeaban, era como si toda mi energía se me fuera concentrando en un eje que me bajaba desde la cabeza, y que pasando por los pechos, me incidía de lleno en la vulva. Los pezones los tenía muy endurecidos y reclamaban ser manipulados.
Fue como si detectara mis deseos, porque desplazó su rostro bajándolo hasta acercarlo a mis pechos. David solía acariciarlos con sus manos pero no acostumbraba a utilizar su boca en ellos. Para entonces mis ojos, adaptados a la oscuridad, me ratificaron lo que temía a pesar de mi excitación. Miré a mi lado, y allí estaba dándome la espalda el bueno de mi marido, ajeno a lo que su mujercita vivía en su propia cama en manos de aquel extraño visitante. Entonces lo miré, y el me miró a mí. Sonrió en la oscuridad con suficiencia, y tras poner su dedo sobre sus labios conminándome a permanecer en silencio, me desplazó el camisón para desnudarme los pechos, y así tenerlos al alcance de sus labios. Pude observar su extraño corte de pelo, peinado hacia atrás en un estilo retro nada habitual en la actualidad. ¿Quién demonios era?
Quise revelarme, intenté reccionar y resistirme como se supone que hubiera sido normal hacerlo. Quise sentirme asustada, pero me di cuenta que no lo estaba realmente, aún y cuando aquel hombre desconocido yacía sobre mí asaltando la intimidad de mi cuerpo. Quise llamar a mi marido, pero sólo acerté a medio pronunciar un tímido "David" que no obtuvo respuesta.
El extraño pegó entonces su lengua sobre uno de mis erizados pezones. Actuaba lentamente y su deliberada parsimonia me encendía chispazos eléctricos que me activaban todos los mecanismos del placer entre el pezón que él engullía y el clítoris donde sus dedos jugaban ya sin estorbo alguno, porque me había desplazado la braga bajo el camisón para tener todo el coño al alcance de su mano.
Mi cuerpo respondía a sus acciones sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Es más, era mi cuerpo el que me dominaba sobre la mente; porque eran cada vez más las sensaciones placenteras que vivía, las que me hacían entregarle gustosa todo mi cuerpo para que jugara con él, las que me hacían desearlo recordando lo lascivo que me había resultado la noche anterior el contacto de su miembro caliente por todo mi culo impregnado en sus propias secreciones de sexo.
Quizá estuviera sólo soñando, o quizá estuviera sucediendo realmente, pero necesitaba que aquel anónimo visitante, fantasma de mis sueños o lo que fuera, hiciera de mí el objeto de su placer, deseaba tener su buena polla entre mis muslos y dejarla que me tomara para sentirme follada y satisfecha de una vez por el misterio de aquella casa.
De cualquier forma las sensaciones me resultaban completamete reales, la cercana presencia de mi marido dándome la espalda, el cálido aliento del desconocido sobre mis pezones, la deliciosa caricia de sus dedos en mi vulva ansiosa y el placentero escalofrío que me recorría el cuerpo por entero. Todo aquello me estaba sucediendo, sin duda, de verdad.
El extraño aventuró sus dedos hacia dentro de mi coño y jugó a tentarme la entrada con leves penetraciones en mi necesitada vagina. Sentí retorcerme de gusto mientras aquellos dedos me separaban los labios buscando meterse hacia dentro para cosquillearme las húmedas paredes que agradecían su contacto. Cerré los ojos y me concentré en el delicioso placer que me estaba proporcionando en los pezones y en la raja del coño y le abrí gustosa los muslos para que me hiciera lo que quisiera. De hecho, era como si se repitieran en mi cuerpo todas las escenas que había podido leer al detalle en el viejo diario lleno de calientes y obscenos episodios que había encontrado en la casa; como si su autor fuera el hombre que me estaba ahora mismo metiendo mano en aquella cama en presencia de mi marido.
Tan parecidas eran las sensaciones que sentía a las que había podido leer en aquel texto, que por momentos, aún me quedaban dudas sobre si todo aquello no era más que una mala pasada de mi imaginación, fruto quizá de mi ansiada necesidad frustrada de tener sexo. Pero lo que vivía era tan real, la presencia de aquel individuo en la penumbra me resultaba tan evidente, que no podía ser todo una simple fantasía mental; no, alguien con unos dedos muy hábiles me estaba haciendo todo aquello, alguien que, fuera quien fuera, demostraba saber muy bien cómo lamer los pezones y manipular la vulva de una mujer para masturbarla por completo hasta llevarla al éxtasis.
Yo estaba ya totalmente mojada con sus dedos casi chapoteando entre mis flujos, cuando comenzó a penetrarme al unísono con dos dedos por la vagina y otro más por el culo, apretando y frotando al mismo tiempo su mano sobre mi clítoris endurecido. Eso me hizo definitivamente romper en un orgasmo que me contrajo el bajo vientre entre pequeños espasmos periódicos, mientras me mordía los labios queriendo ahogar mis propios gemidos para no despertar a David. Cerré las piernas queriendo retener sus dedos dentro de mí sintiendo como él los giraba para frotarme y presionarme el interior del ano y del chocho que rezumaba toda mi esencia derramada de placer.
Mientras él conseguía que me corriera, yo no pude reprimir la tentación de palpar al mismo tiempo el considerable bulto que le adivinaba en su bajo vientre. El no rehuyó ese contacto, al revés, hizo como si se acercara dejándome hacer. Aparentemente no llevaba puesto más que un pantalón de fina tela, algo así como un pijama, a través del que pude apreciar inmediata y bien claramente todo el contenido de su paquete presionando bajo el tejido. Me encantó la sensación de firmeza que aquello presentaba. Hurgando con mis dedos encontré lo que parecía una abertura en el frontal del pantalón, así que no dudé en meter la mano por aquella abierta bragueta. Y lo que me encontré dentro me encendió definitivamente el deseo y me mantuvo la sensación de orgasmo que vivía mientras sus dedos me penetraban el ano y la vagina. Agarrándolo, lo saqué fuera del pantalón y lo recorrí con gusto en toda su longitud hasta la punta. No tenía un largo que destacara sobremanera, pero, en cambio, su grosor era llamativo. Aseguraría que yo no había conocido en mi vida un pene tan grueso como aquel. Bajo mis dedos se mostraba suave y firme al tacto, aunque algo irregular en su superficie por los ligeros abultamientos de las hinchadas venas que lo surcaban. Acariciándolo, noté cómo se endurecía y cómo se erguía progresivamete hacia arriba. Le retraí la piel sin esfuerzo y su pronunciado glande apareció desnudo y disponible bajo mi mano.
Se me repitió la sensación que su contacto en mi trasero me produjo la noche anterior. Era como si un viscoso flujo bañara toda aquella suave superficie. Estaba todo muy húmedo, y los dedos se me embadurnaron en aquella especie de pegajoso almíbar que lo recubría. Con las yema del índice le busqué la punta del capullo, y le tanteé la pequeña grieta, punto de salida de todos sus efluvios internos. Y efectivamente, allí mismo se le concentraba la humedad como si pequeñas gotitas de su lubricante natural manaran constantemente por la boquita del pene.
Yo me sentía en la gloria, con mis dedos manipulando su poderosa polla mientras él atendía con igual dedicación todo mi sexo y la entrada del ano. Ya no me importaba en absoluto quien fuera aquel individuo, fantasma misterioso o aprovechado visitante, sólo quería que me tomara, que me hiciera suya con su mojado órgano, sentir el delicioso placer de notar como su palpitante miembro se abriera camino entre mis labios excitados para que me llenara con su abultado sexo, para que, al penetrarme, yo pudiera estrecharle dentro de mi vagina y exprimirle todos sus jugos dentro de mí.
El extraño se incorporó de pie al lado de la cama y se desnudó por completo. En la penumbra podía apreciar la silueta de un cuerpo bien cuidado y la provocadora presencia de su prominente pene excitado. Con suavidad y delicadeza me acarició los muslos con sus dos manos y me bajó las bragas hasta sacármelas por los tobillos. Yo me dejé hacer encantada. Entonces, se medio arrodilló sobre el borde de la cama, y tomándome de la nuca me hizo incorporarme ligeramente hasta colocarme su órgano a la altura de mi rostro. Lo hizo bailar sobre mis labios invitándome a que se lo chupara. Una mezcla de aromas me emborrachaba. A su persistente perfume que conocía de haberlo tenido cerca en los encuentros anteriores, sumaba ahora una libidinosa y concentrada fragancia a sexo de hombre que me venía directamente del contacto de su glande sobre mi cara.
Tras acariciarme el borde de la boca con todo su capullo lo hizo incidir presionando con su rigidez y me lo introdujo entre los labios semiabiertos. No me quedó más remedio que hacerle sitio a su grueso cilindro. La sensación de obscenidad que me embargó al saborear su sexo, al sentir la boca llena con su pene, estando allí tumbada semidesnuda al lado de mi marido aparentemente dormido, y sintiendo mi coño ardiendo de deseo y mojado de excitación, me hizo sentirme totalmente puta, caliente como nunca, y entregada a lo que aquel gigoló fantasma quisiera hacerme. No podía creerme lo que me estaba pasando, ni en mis fantasías más salidas podía verme a mí misma mamando una polla extraña y siendo masturbada hasta el orgasmo por dedos desconocidos a escasos centímetros de la presencia pasiva de mi marido.
Pero me sentía en la gloria, con toda aquella mojada polla resbalándome entre el paladar y la lengua, con su fuerte sabor a sexo llenándome la boca, una para mí increible sensación de sentirme una viciosa del sexo me embargaba. Nunca me había sentido tan entregada y caliente, sumida en la excitación sexual que me ardía en el coño, donde sus dedos seguían jugando y haciéndome lo que querían.
Tras tenerlo en mi boca durante un largo rato sintiendo cómo él gozaba al ser lamido, degustando su viscoso fluido preseminal que se le salía por momentos por la punta, el optó por darle a su pene el premio definitivo de poseerme. Se acomodó tumbándose a mi lado e hizo volverme de costado contra la espalda de mi marido. Se pegó a mí abrazándome a su gusto y colocó su miembro enre mis muslos.Yo le hice sitio queriendo hacerlo mío. El contacto de su verga rozándome por las ingles, tocándome con su glande los labios vaginales, me disparó por completo el deseo. Él me colocó la cabeza del pene alojada entre mis labios internos y se dedicó a frotarme los pezones y lamerme mientras por el cuello. La caricia húmeda de la punta de su grueso ariete intentando abrirme me trastornaba de verdad.
Era una deliciosa y suave presión la que me aplicaba en la entrada vaginal, y su tacto resultaba extraño para mí, aunque increiblemente excitante. Notaba como si algo de consistencia muy rígida y firme, pero superficialmente viscoso y suave, casi baboso diría yo, intentara meterse poco a poco en mi vagina. Allí, pegada a la espalda de David, con ese otro hombre desconocido queriendo penetrarme desde atrás, estaba viviendo la experiencia más alucinante de mi vida. Por un momento quise despertar a mi marido y hacerle partícipe de lo que me estaba pasando, de mi gozo exagerado. Creo que llegué incluso a llamarle con voz entrecortada para sacarle de su sueño, y que viera a su mujercita siendo follada por un tercero, su confesada fantasía preferida de hecho, pero entonces mi desconocido amante, introdujo uno de sus dedos en mi boca silenciándome, y mientras lo hacía, sentí cómo se abría paso dentro de mí la gruesa cabeza de su pene, llenándome lentamente y por entero todo el conducto vaginal. Por fin me sentía penetrada. Todo el hueco de mi necesitado sexo se sentía completo y complacido por aquel miembro que poco antes había saboreado. Ahora era mi sexo el que lo sentía cálido y húmedo perfectamente encajado en su interior.
Me sentí medio mareada de fascinación, allí apretada contra el cuerpo de mi marido mientras un extraño me tomaba por detrás.
Con su sexo metido, se dedicó a recorrerme todo el torso con sus manos; me acariciaba y presionaba los pechos, me tomaba de los pezones, me hurgaba en el ombligo, me palpaba el bajo vientre haciéndome oscilar toda la pelvis para que sintiera en mis nalgas el cosquilleo de su vello abdominal, para que yo misma hiciera bailar en mi interior toda su polla rígida y estática. Él apenas se movía, era como si simplemente quisiera retenerme allí, ensartada en su sexo y sometida a sus manipulaciones. Sus dedos jugaban introduciéndose en la comisura superior de mi vulva y buscaban mi clítoris, lo masturbaban rodeándolo y lo frotaba entre sus yemas. Yo me sentía desmayar de gusto, plenamente penetrada y dulcemente estimulada por sus manos. Me dejé llevar nuevamente hacia el éxtasis completo que yo sentía como una lenta y persistente marea de placer que me iba anegando las entrañas. Se sumaba a mi creciente flujo la persistente sensación de mojadura que su húmedo órgano me producía.
Todo era como un largo sueño, profundamente erótico, donde el tiempo apenas corría. Sentía los leves movimientos de su firme y consistente presencia en mi interior, el ligero desplazamiento adelante y atrás del émbolo que me llenaba estimulándome todas mis conexiones placenteras de dentro del coño. Nunca había experimentado una tan prolongada penetración. Era como si él se recreara sin prisas excitándose su propio pene tan lentamente como podía, retrasándose su propio orgasmo voluntariamente hasta que le fuera incontenible el deseo de eyacular.
Me sentía despierta pero hipnotizada por el gozo al mismo tiempo. Por momentos me seguían quedando dudas sobre si aquello podía ser real. Sumida en la penumbra de la habitación, pegada a mi marido dormido, y dominada por mi propio placer, era como si mi mente dormitara en un sueño donde sólo mi sexo permaneciera despierto y vivo por la acción del pene que lo estimulaba, como si todo mi cuerpo concentrara su impulso vital en producirme una acentúada sensación de placer que me surgía desde dentro del coño.
Poco a poco los movimientos del pene de mi anónimo amante se fueron haciendo más insistentes y presionantes en sus prolongadas idas y venidas. Era como si quisiera expandirse dentro de mí haciéndose cada vez más sitio, giraba ligeramente sobre sí mismo con estudiados movimientos de sus caderas buscando incidir y friccionar tenazmente en sus pasadas. A veces se retiraba hasta el límite exterior, y tras ligeras oscilaciones por los rebordes de la entrada la hacía entrar de golpe hasta el final. Llegó a extraerla por completo, dándose como un ligero reposo, y la restregaba por todas mis ingles frotándome los labios, el clítoris y el perineo hasta la entrada del ano, repartiéndome su untuosa viscosidad por todos los alrededores de la vulva. Me encantaba sentir de nuevo esa pegajosa sensación cuando me tocaba la entrada del culo con su glande. Luego buscaba de nuevo la entrada de mi sexo y volvía a penetrarme en una nueva secuencia de caricias internas cada vez más aceleradas.
Yo en mi excitación busqué aferrarme a mi marido. Casi sin querer lo abracé y al hacerlo me encontré con su pene excitado presionándole la tela del pijama. Me sorprendió y me resultó enormemente morboso ese contacto no esperado. Se lo extraje por la bragueta del pantalón y comencé a tocárselo intentando controlar con suavidad mis movimientos. No me resultaba fácil por mi gran excitación. Era una sensación nueva para mí, muy extraña pero terriblemente provocadora y calientemente lujuriosa; alguien absolutamente desconocido me estaba penetrando mientras yo comenzaba a masturbar a mi marido que aparentemente se estaba haciendo el dormido. ¿Era él consciente de lo que le estaban haciendo a su mujercita a escasos centímetros detrás suyo? ¿o era todo tan increíble que no podía ser más que parte de mi propio sueño?
Sentí como me elevaban la pierna separándome los muslos y de seguido noté también como las penetraciones se me hacían más intensas, más frecuentes y potentes. Ahora ya no era una suave caricia interna lo que sentía dentro de la vagina, sino un impetuoso vaivén abriéndome las entrañas.
En el profundo silencio de la noche era claramente perceptible el sonido que sus idas y venidas producían al golpear con sus testículos en mis ingles. Atrapada entre aquellos brazos, me dejé llevar por el extremo placer de sentir la polla que me penetraba y los dedos que me masturbaban, mientras tenía entre mis manos la excitación de mi marido que se dejaba hacer.
Poco a poco, cada vez era más notoria la impetuosidad con que se movía dentro de mí, y percibía que iba a llegar a eyacular de un momento a otro. Oía con claridad su pesada respiración en mi nuca acompañando a sus embestidas entre mis piernas. Parecía no acabar de llegar a su éxtasis, era increíble la forma y la persistencia de sus penetraciones, y yo, atrapada como estaba, sin poder apenas moverme entre sus manos sujetándome y su estaca clavándose en mi coño, hacía esfuerzos por controlar mis movimientos sobre el pene de David, que parecía no enterarse pese a que su sexo se mostraba bien despierto.
Tras una interminable serie de profundas penetraciones, por fin sentí como me la clavaba varia veces de forma desaforada, dejándomela metida hasta el fondo mientras comenzaba a liberar su carga de leche de forma espasmódica. Me sentí llena de su semen caliente y me mordí los labios intentando cortar el deseo de casi gritar de gozo. Sin querer, contagiada de la sensación líquida que me llenaba la vagina, no pude reprimirme el deseo de hacer eyacular el pene excitado que tenía entre mis dedos, y lo presioné más intensamente buscándole su punto de no retorno.
Mientra lo hacía, noté como, tras exprimir sus últimas descargas, mi anónimo amante extraía su pene de mi interior y relajaba el estrecho abrazo con el que me sujetaba. Fue entonces cuando mi marido llegó a su orgasmo provocado por mí y comenzó a mojarme los dedos que le rodeaban el capullo. Me gustó enormemente la nueva sensación que vivía de sentir dos eyaculaciones de hombre en un breve intervalo de tiempo, una llenándome por dentro y la otra embadurnándome las manos. Nunca me había visto tan repleta y pringada de semen por diferentes partes de mi cuerpo como en esa ocasión.
Yo comenzaba a relajarme cuando David dio muestras de estar realmente despierto y comenzó a girarse hacia mí. De repente un extraño pudor, un temor incontenible se apoderó de mí, temiendo que mi marido descubriera la presencia de mi amante fantasma junto a mí. Pero cuando me giré yo también, como queriendo ponerle sobre aviso, ya no se encontraba el extraño allí, nuevamente había desaparecido sin poder explicarme cómo lo había hecho ni dónde se había metido.
Mirándome en la casi total oscuridad, David entonces me dijo:
"Me ha encantado lo que me has hecho, estos sueños eróticos tuyos que te calientan tanto como para que me hagas lo que me has hecho en medio de la noche, son, de verdad, una gozada, deberíamos venir más veces a esta casa porque creo que tiene duende ".
Él hablaba de sueños y de duendes, pero aquello había sido algo mucho más real. Mientras me lo decía yo me llevé las manos a la entrepierna y noté como un reguero de semen viscoso se me salía de la vagina hacia los muslos, mojando las sábanas de la cama. Estaba empapada.
Al rato me quedé rendida y entré en un profundo sueño. Cuando por la mañana me desperté, estaba sola en la cama. Tras tomar conciencia de dónde estaba y de todo lo que había sucedido en aquella cama durante la noche, fui a levantarme, y al hacerlo, encontré una nota de David en la mesilla. Esta si era su letra y decía así:
Hola mi amor, espero que hayas descansado después de tu noche con el "fantasma". Me excitó muchísimo saber que gozaste con él, pero no esperaba el "regalo" final que me hiciste. Gracias.
Por cierto, él se llama Sandro y creo que es de Brasil. Me costó encontrarlo pero creo que ha hecho muy bien su trabajo. Espero que sabrás perdonarme por esto, pero, de verdad, ya no sabía qué hacer para convencerte de que ambos disfrutaríamos aceptando a un tercero en nuestra cama, y, al final, no se me ha ocurrido mejor manera que ésta para hacerlo.
Nos vemos luego. Un beso.
Te amo,
David
Casi se me corta la respiración. ¡Qué pedazo cabrón! Pensé. Pero la verdad es que después de aquello nuestra vida sexual ha entrado en una nueva fase mucho más excitante para los dos.
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