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Categoría: Incestos

Mi historia (6° parte)

Hola, soy More. Mi historia continúa así.



Los fines de semana en casa de los abuelos seguían siendo punto de encuentro para nosotros pero las oportunidades de estar solos se veían limitadas por la presencia de los demás primos, de los que ya no era tan fácil escapar ni esconderse. Por esa época también llegó de visita una tía mayor, hermana de mi abuela, quien en medio de un almuerzo dejó caer su opinión de que niños y niñas no debían compartir el mismo dormitorio. A esta propuesta hicieron eco otros familiares, por lo que ese mismo fin de semana redistribuyeron los cuartos y a los “niños” los mandaron a un cuarto del fondo. Así, mi primo y yo tuvimos que limitarnos a unos pocos encuentros en el baño del fondo o el patio de la casa, que por lo riesgosos eran menos frecuentes. En ese tiempo nos sentábamos a conversar en cualquier sitio apartado pero  a la vista de los demás, a quienes mi primo había dicho que estaba enamorado de mi mejor amiga, por lo que nadie sospechaba nada malo de nosotros. Mientras tanto nosotros recordábamos en susurros las cosas que habíamos hecho y las que queríamos hacer y nos calentábamos tanto que muchas veces mi primo salía disparado al baño más cercano a hacerse una paja.



Pero una casualidad hizo que nuestra suerte cambiara. Mi hermano Jorge, un año menor que yo, repitió el segundo año del secundario y, como castigo, fue cambiado de colegio. Ahora debía acudir a clases todas las tardes. Yo seguía en el horario de la mañana y en la tarde me quedaba sola en casa, ya que mis padres trabajaban todo el día y mis hermanos menores los dejaban en casa de una tía. Así que José y yo aprovechamos esa ventaja. Salía del colegio, llegaba a la casa y almorzaba e inmediatamente me preparaba para la llegada de José. Me bañaba y me quedaba solo con la salida de baño puesta, sin ropa interior para no perder tiempo. José había dicho en su casa que estaba entrenando basquetbol con un equipo local así que no tardaba en llegar.



Apenas le abría la puerta, ponía el seguro y nos íbamos para mi cuarto. Él rápidamente se quitaba el polo y short y nos acostábamos en mi cama. Fueron épocas de descubrimiento, probamos muchas posiciones, basadas en las pocas pelis porno que mi primo había visto y en nuestra inspiración. La primera vez siempre era muy rápida, por todas las ganas que acumulábamos, por lo que a veces yo prefería hacerle sexo oral primero y tomarme su lechita, para después más tranquilos, comenzar a acariciarnos y jugar con nuestros cuerpos. Me encantaba cuando frotaba su pene por toda mi conchita, sin meterlo, o apretarlo entre mis piernas mientras él se movía despacio. Me besaba los senos que para esa época ya habían crecido, me mordía los pezones o los retorcía entre sus dedos mientras con los dedos de la otra mano me iba preparando. Prolongábamos el juego hasta que ya no podíamos más y él me decía: “Quiero metértela” y me penetraba con fuerza, una y otra vez, con la respiración acelerada hasta que decía: “Me vengo, ahhh, qué rico”. Yo gemía bajito, por la costumbre de hacerlo a escondidas, pero a veces podía más que yo y lo hacía más fuerte, presionando mi cara contra su hombro. Era una sucesión sin fin de orgasmos, durábamos de 3 a 4 horas así. Cuando ya se acercaba la hora en que mis padres llegaran, mi primo se iba al baño a lavarse, se vestía y salía para su casa con una bolsa en la mochila llena de condones usados, de la cual se deshacía apenas giraba la esquina. Yo abría las ventanas para que se vaya el olor a sexo y me metía a bañar.



Un día, estando acostados en mi cama y cuando ya llevábamos buen rato excitándonos, me dijo: “Hoy no traigo condones, hagámoslo así nomás”. “Ni loca” le dije, empujándolo y sentándome en la cama “Si quieres te la chupo, pero no te voy a dejar que me la metas”. Él se me acercó y me siguió acariciando, la verdad yo estaba muy caliente y a punto estuve de decirle que bueno pero a él se le ocurrió otra idea. “Dame el potito”, me dijo, mientras resbalada un dedo de mi vagina a mi ano. Lo comenzó a acariciar y a meter la punta de su dedo poco a poco. Yo estaba tan mojada que mis jugos chorreaban facilitando su tarea. Así fue como metió un dedo completo y comenzó con el segundo. Después de un rato ya había metido tres dedos y les daba vueltas, entraba y salía, mientras con la otra mano acariciaba mi clítoris.



“Ponte como perrito y baja la cabeza”. Al principio fue una sensación muy rica cuando comenzó a pasear la cabeza de su pene por mi ano, pero de pronto sentí la presión en él y el miedo me embargó. Sus manos en mi cadera me sujetaron en mi sitio mientras él introducía su pene con fuerza hasta el fondo. El dolor fue demasiado, sentía que me partían en dos y en afán de salirme me dejé caer en la cama, con él encima y con su pene aún adentro. “No te muevas, ya va a pasar” me dijo y por mucho tiempo no se movió. Sólo me besaba y chupaba el cuello y los hombros mientras me decía cosas como “Qué rico culito que tienes, estás tan apretadita, te voy a dar hasta el fondo mi leche, qué rico es sentirte sin condón”, lo que él decía y sus besos me excitaban tanto que poco a poco el dolor fue pasando y yo misma comencé a mover mis caderas hacia atrás. Él se movía despacio, sin sacarlo, dejando que me acostumbrara a su longitud, que pese a sus 15 años no era poca.  “Acaríciate el clítoris” me dijo y yo metí una mano debajo y comencé a mover un dedo alrededor. Estuvimos así no sé cuánto tiempo hasta que yo tuve un orgasmo muy rico, casi sin moverme porque el peso de él no me dejaba y ahogando mis gemidos contra mi almohada. Eso hizo que él también acabe, apretando mis caderas con sus manos hasta que quedaron marcas de sus dedos que tardaron días en borrarse. “Toma mi leche, tómala toda”  me decía mientras se vaciaba muy adentro mío,  yo me levanté y me fui al baño. Me senté en el inodoro y traté de botar todo lo que me había dejado adentro y me lavé lo más que pude. Él me siguió “¿Te dolió mucho?” me preguntó. “Claro que sí, idiota” le dije. Él se me acercó y me besó en la boca, mordiéndome suavemente los labios y me dijo “Pero al final te gustó, la próxima vez lo hacemos más despacio, pero es que tenía muchas ganas”.



Nos metimos a la ducha y comenzamos a acariciarnos de nuevo mientras nos bañábamos. José me tenía abrazada por la espalda y escupiendo en su mano, comenzó a introducir un dedo en mi vagina y otro en mi ano. Esta vez yo sabía que esperar y me relajé. Sus dedos iban adentro y afuera y su pulgar daba vueltas alrededor de mi clítoris. “Vamos a la cama” le dije. Nos secamos y nos acostamos, José me colocó boca arriba y me abrió las piernas. Yo las quise cerrar pensado que me la quería meter pero él se rió y me dijo que me iba a chupar mi conchita. Fue la primera vez que me hizo sexo oral. Pasaba su lengua por los labios mayores y la metía en la entrada de mi vagina, la que abría con dos dedos mientras otro se sobaba en mi ano, dilatándolo también. Me dio pequeñas mordiditas en el clítoris, lo que me hizo casi gritar de placer. Un poco más y le hubiera dicho que me lo meta, pero entonces el orgasmo me golpeó haciéndome retorcerme en la cama agarrada de su pelo y apretándolo contra mí. Él levantó la cara, la cual estaba brillante por mis fluidos y se acostó a mi lado cogiéndose el pene que estaba ya completamente erecto. “Hazme una paja” me dijo.



“Espera, se me ocurre algo mejor” le dije. Lo dejé acostado en mi cama y regresé al baño para tomar una latita de vaselina. No sé dónde había escuchado que los gays lo usaban cuando tenían sexo, así que decidí probar. Se la di a mi primo y le dije q me ponga un poco en el trasero. Así lo hizo y nos echamos de costado en la cama, con el detrás de mí. La punta de su pene topaba mi ano, sin forzarlo, mientras mi primo acariciaba mis senos. Poco a poco su presión fue abriendo mi ya dilatado ano y se fue introduciendo la cabecita. Sus movimientos eran suaves, casi ni sentí dolor esta vez. Sacaba su pene y le ponía saliva, me sobaba la vagina y mis fluidos los usaba para lubricarlo también. La vaselina ayudó mucho y después de un tiempo su pene salía y entraba de mí sin hacerme doler. “Ah, qué rico” me decía José “Parece tu conchita”. Como ya se había venido dos veces antes, esta vez duró mucho tiempo. Acariciándome con otra la mano, me hizo terminar dos veces. Finalmente me puso en cuatro y me la metió con fuerza. Mi ano estaba completamente dilatado, no me molestaba, es más, me gustaba sentir su presión. Era diferente, más salvaje, más animal. Cuando al fin acabó, se quedó dentro hasta que su pene se aflojó en mi interior y me dijo palmeándome el trasero: “Gracias, qué rico potito tienes”. Ya casi no teníamos tiempo, se vistió y se fue. Yo me metí a duchar y a arreglar el desastre que habíamos dejado en mi cuarto.



Así estuvimos por muchos meses, teníamos sexo dos o tres veces por semana, alternábamos sexo oral, vaginal y anal. Probamos muchas poses, nos conocíamos el cuerpo del otro de memoria y lo que nos gustaba. Comenzamos a conversar de nuestras fantasías y tratábamos de realizarlas. Un día le conté que había soñado que hacía un trío y que tenía curiosidad en saber cómo se sentía que te penetraran por la vagina y el ano al mismo tiempo. Él se rio y me dijo que era una golosa, pero la idea nos calentó demasiado y terminamos haciéndolo a escondidas en su jardín, con su familia dentro de la casa.



Pero a él la idea de compartirme con alguien más no se le salió de la cabeza. Hasta que un día me dijo mientras me penetraba: “Cierra los ojos e imagínate que es Miguel quien te la mete”. Yo le seguí la corriente y cerré los ojos.  Miguel también era mi primo, tenía ya 16 años y era un poco más alto y delgado que José, quien aún tenía cara de niño pero era más musculoso gracias al deporte que practicaba. Miguel era mucho más tímido que los demás y José decía que era virgen y que ni siquiera había besado a una chica, pero se moría de ganas. Varias veces le había prestado unas pelis porno que se había robado de mi tío. Mientras José me decía: “Siente cómo te la mete hasta el fondo, siente sus huevos que están llenos de leche para tí”. Yo tuve un gran orgasmo casi inmediatamente y José me siguió de cerca. Luego, mientras yacíamos desnudos en la cama, José me preguntó: “He visto cómo te mira Miguel ¿Y si lo metemos en el juego?”.



Mi relación con José no era de novios. Nos queríamos, como primos, pero no estábamos enamorados. Incluso José había salido con alguna chica y yo tonteado con un par pero nada serio y siempre terminábamos regresando al sexo entre nosotros, incluso ninguno lo sentíamos como ser infieles a nuestra pareja. Por eso la idea de incluir a otra persona no se me hacía extraña. No puedo negar que la idea me excitaba demasiado, pero a la vez me daba miedo, porque si algo salía mal y Miguel nos acusaba todo se podía ir al carajo. Ya me veía yo metida en algún convento o por lo menos, enviada a vivir a alguna otra ciudad. “Está bien” le dije a José “Ve como lo haces, pero ten cuidado”. Y así fue como incluimos a Miguel en el juego. Pero ya esa es otra historia.



Continuará…


Datos del Relato
  • Autor: More
  • Código: 53011
  • Fecha: 11-12-2018
  • Categoría: Incestos
  • Media: 9
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2842
  • Valoración:
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