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Hola, soy More.
Mi primo y yo íbamos entrando en la adolescencia y con ello comenzaron las reuniones con amigos y las fiestas. Para mis padres fue un alivio que mi primo mayor quisiera acompañarme en mis primeras salidas. En parte porque ya habían olvidado lo que había pasado entre nosotros y en parte porque yo siempre les decía que José sólo me acompañaba porque quería que le presente a mis amigas. Además, se unieron a nuestras salidas mi primo Miguel y mi hermano Jorge y ya con ellos como guardaespaldas no había permiso que me negara mi padre. Lo que ellos no sabían es que apenas llegados a la fiesta los perdía de vista hasta la hora de volver. Cada uno iba a lo suyo y sólo José regresaba de tanto en tanto a verme y de vez en cuando bailaba conmigo. Nos hicimos unos maestros del disimulo y la actuación. En esas salidas nos comportábamos como los primos que éramos, en el afán de no levantar sospechas. El sexo lo dejábamos para los domingos en casa de los abuelos o los raros momentos que estaba sola su casa o la mía. Por ese tiempo ya teníamos la edad suficiente para ir solos de un lado a otro de ciudad y solíamos visitarnos en las tardes, con la excusa de ayudarnos con alguna tarea o juntarnos a jugar básquet. A veces se nos unía mi hermano o nuestro primo Miguel y nuestras ganas tenían que postergarse para otra ocasión.
Fueron meses de aprendizaje sexual, acabó el año escolar y nadie más feliz que nosotros de pasar las vacaciones en casa de los abuelos. Esas vacaciones fueron una fiesta de sexo para nosotros. Esperábamos que todos se duerman para que mi primo deje su cama y se acueste conmigo en el colchón que yo siempre elegía para dormir, porque estaba entre una cama baja y la pared, casi escondida de los demás. Eran horas de angustia y desesperación luchando contra el sueño que no tenían sosiego hasta que no sentía a mi primo deslizarse a mi lado. Sus manos me recorrían de arriba abajo. En esa época yo llevaba siempre una batita muy ligera para dormir con la excusa de que éramos muchos y hacía calor. Él me bajaba las tiritas y me chupaba y mordía mis pezoncitos que cada día estaban más grandes, mientras que yo metía mi mano en su pijama y le sobaba el pene. Me encantaba estirar la piel del prepucio, cubrir y descubrir su cabecita. Yo me mojaba muy fácilmente y enseguida estaba lista para que me penetre. Él se bajaba sólo un poco el pantalón, me levantaba la bata, corría a un lado mi calzoncito como cuando éramos pequeños y me lo metía. Nos movíamos despacio, con los labios apretados para no gemir ni hacer ruidos. No sé por qué nos gustaban tanto esos encuentros incómodos y con la posibilidad de que nos pillen y ahí si se arme la III Guerra Mundial, porque ya no eran dos niños y sus travesuras si no dos adolescentes conscientes de lo que hacían. Pese a todo, las hormonas siempre ganaron la batalla contra la prudencia y día a día lo volvíamos a hacer. Disfrutábamos mucho con las metidas y las caricias hasta que llegábamos al orgasmo. A veces, nos quedábamos con ganas y repetíamos muy temprano antes de que todos se despierten.
Una de esas tardes, mi primo se metió al baño mientras yo me desvestía para ducharme, estuve a punto de pegar un grito cuando lo vi entrar pero me contuve. Puso el pestillo en la puerta, se bajó los pantalones y se acercó a mí con su pene en la mano. “Chúpalo” me dijo “Mételo en tu boca y chúpalo”. Yo lo miré pensando que estaba loco, cómo iba a hacer eso, qué asco. Pero él se me acercó, me hizo arrodillarme y me puso su pene que estaba más duro que el acero en los labios. Un poco por curiosidad y otro poco por arrechura saqué la lengua y le di una lamida. El sabor no me desagradó y poco a poco lo metí en mi boca. Un momento después ya era una puta que chupaba con ganas, la metía lo más profundo que podía, la sacaba y le lamía la cabecita mientras que una mano envolvía el tronco y subía y bajaba acompañando los movimientos de mi boca. Fue una mamada torpe, pero excitante, tanto que en un momento mi primo la sacó de mi boca y me dijo “Espera, me orino” se acercó al retrete y soltó un líquido blanquecino que nunca antes habíamos visto. Fue la primera vez que eyaculó. Mi primo asustado se limpió, se vistió y salió rápido del baño. Yo me metí a duchar con una pregunta rondándome la cabeza. “¿Y si estoy embarazada?”.
Esa noche, mi primo esperó como siempre a que todos se duerman para acostarse a mi lado. Me abrazó por detrás y me dijo: “Me salió leche”. Yo sólo asentí. Él comenzó a frotarse contra mí por detrás. “No, espera, no podemos, no quiero quedar embarazada”, le dije asustada. “Sonsa” me dijo mi primo “Tú todavía no tienes la regla, no puedes quedar embarazada”. Igual yo no quería arriesgarme y él me dijo “Lo echo afuera, no te preocupes”. “Ok” le dije “Confío en ti”. Se levantó un momento para tomar papel higiénico de la cómoda. Sus caricias me calentaron rápido y después de un rato prácticamente le suplicaba en susurros que me la meta. Siempre lo habíamos hecho en la posición del misionero, pero esta vez me puso de espaldas y lo metió suavecito entre mis nalgas. “Levanta el culo” me susurró. Le hice caso y pasó una mano por el frente para ayudar a su pene a entrar en el agujero correcto. Ese cambio de posición me encantó, su peso sobre mí, sus piernas enlazadas a las mías, su aliento caliente en mi cuello, sus mordiditas en mi espalda, uffff, esa se convirtió en mi pose favorita. Estábamos muy calientes y no pasó mucho hasta que alcancé uno de los mejores orgasmos que he tenido en mi vida. Las contracciones de mi vagina aceleraron su orgasmo a la vez, pero, como me lo había prometido, sacó su pene en el último momento y vació su semen apretándose contra mis nalgas. “¡Qué rico me apretó tu conchita al final!” me dijo, y con el papel higiénico me limpió los restos de semen de la espalda. Se fue a su cama y me dormí al momento.
Unas semanas después, una tarde en que mis padres y mis hermanos habían ido al centro comercial por unas compras, yo me quedé a cargo de mi hermanito menor que en esa época tenía 2 años y se hallaba resfriado. Mataba el tiempo viendo televisión, cuando me comencé a sentir mojada. Me fui al baño pensando que me hice pis y casi muero del susto al ver una mancha en mi calzón. Me había venido la regla y yo no sabía qué hacer. Fui al cuarto de mis padres, tomé una toalla higiénica de mi mamá y me la puse como pude en un interior limpio. Luego me fui a echar en mi cama muerta de miedo, pensando que cuando llegara mi mamá se iba a dar cuenta que no era virgen. Mis padres llegaron y mi mamá me encontró en mi cama arropada. “¿Qué te pasa?” me dijo, yo sólo atiné a enseñarle el calzoncito manchado y mi mamá me abrazó y me dijo “No te preocupes, es algo normal, ya no eres una niña”. Me explicó un poco las cosas, calmándome, pero en mi cabeza sólo había un pensamiento: “Se acabó el sexo con José”.
Al día siguiente, aún con cólicos, me fui hasta la casa de mi primo para contarle. Por casualidad lo encontré sólo. Él se alegró al verme. “Pasa, salieron todos y van a demorar un par de horas en volver”. Apenas cerró la puerta trató de acariciarme la conchita, topándose con la toalla higiénica. “¿Y eso?” preguntó extrañado. “Me vino la regla, ya no vamos a poder hacerlo” le dije. “¡Mierda! ¡Justo hoy que tenemos la casa sola!” me soltó. “Me muero de ganas de hacerlo, aunque sea déjame sobarlo por encima”, me pidió. La verdad yo también hervía de ganas, así que fuimos al sofá y nos echamos. Me empezó a acariciar los pechos, levantándome la blusa que traía puesta y comenzó un movimiento de vaivén sobre mí. La excitación hizo que mi joven útero se contrajera incrementando el dolor que sentía por los cólicos, me comencé a quejar pero al poco tiempo el dolor se convirtió en placer. Mis gemidos fueron subiendo de tono, raras veces disfrutábamos de nuestros cuerpos en soledad así que esta vez no me medí. Gemí, le dije que me chupara más fuerte los senos, nuestras respiraciones eran cada vez más rápidas, el deseo nos sobrepasaba. “Déjame que te lo meta, si estás con la regla no puedes embarazarte” me dijo José. “No podemos, vamos a ensuciar todo” le dije con la poca coherencia que me quedaba. Mi primo se puso de pie, me tomó de la mano y me levantó del sofá. “Vamos al baño” me dijo, y yo no tuve fuerzas para resistirme.
Una vez allí nos desvestimos, mi primo puso su camiseta en el piso. “Total, es vieja, la voy a tirar” y me ayudó a acostarme encima. Yo estaba nerviosa y cohibida porque me sentía sucia al tener la regla. Mi primo se sonrió mientras aspiraba mi olor. “Hueles a sangre, me siento un vampiro”. Sus palabras me hicieron reír, llevándose con mi risa buena parte de mis temores. Esta vez se acostó él en el piso y me dijo que me pusiera de rodillas sobre él. Así lo hice y tomándome de las caderas poco a poco fue bajándome sobre su pene. No hace falta decir que su pene resbaló con facilidad, entrando sin cesar hasta topar el fondo de mi vagina. Una vez adentro él comenzó un mete y saca rítmico que acabó con mis inhibiciones, comencé a gemir cada vez más alto, con el placer incrementándose y mezclándose con el dolor de manera que sus límites se desdibujaban y era imposible saber dónde terminaba uno y empezaba el otro hasta volverse una sensación casi insoportable que nos hizo estallar en un orgasmo increíble. Un momento o una eternidad después abrimos los ojos y nos sonreímos. “Estamos hechos mierda” dijo mi primo mientras miraba al lugar donde aún estaban unidos nuestros cuerpos. Una mezcla de sangre y semen escurría sobre él. Nos pusimos de pie y decidimos que lo mejor sería meternos a la ducha.
Bajo el agua, mi primo quiso repetir caricias pero no lo dejé. Ya había pasado demasiado tiempo y sus padres estarían por volver así que nos vestimos, desaparecimos las evidencias y nos sentamos como niños buenos a ver la televisión. Allí nos encontraron sus padres, riéndonos como locos de los chistes tontos de un programa de televisión. Como ya se estaba haciendo tarde, mi tío le dijo a José que me acompañara a mi casa. Por el camino, conversamos y José me recordó la promesa que habíamos hecho cuando perdimos la virginidad, de seguir siempre juntos. Yo tampoco quería dejar el sexo, pero tenía miedo de las consecuencias de dejarnos llevar por la calentura así que trazamos un plan de acción. José le pediría a un amigo mayor que le comprara condones, para protegernos cuando lo hiciéramos y lo haríamos sin condón cuando yo tuviera la regla y se dieran las condiciones para hacerlo. El resto del camino fuimos recordando las veces que habíamos tenido sexo, excitándonos con nuestras propias historias, algo que hasta la actualidad hacemos. Llegamos a mi casa y nos despedimos.
Pero la historia continúa y esta vez el destino nos pone las oportunidades en bandeja.
Continuará.
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