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Hola, me conocen como More, tengo ahora 38 años. No voy a describirme físicamente porque no es importante cómo me veo ahora, si no cómo era cuando esta historia comenzó. Era una niña normal, ni muy callada ni muy risueña. Un poco gordita, morena y con unos rizos siempre alborotados que escapaban de las coletitas que me ponía mi mamá. Al menos es lo que puedo ver en las fotos que aún guardo de esa época. Todos tenemos una historia, y ésta es la mía.
Provengo de una familia extensa y muy unida. Todos los domingos era obligatorio acudir a la casa de los abuelos, ubicada en un pueblo muy cerca de la ciudad en la que vivíamos. Era una visita que duraba de la mañana hasta que caía la noche. Y en las vacaciones pasábamos al menos un mes en la estancia de los abuelos. Mi padre tiene 7 hermanos y ellos tienen otros tantos hijos así que, cuando nos juntábamos, formábamos un buen grupo. Debe haber sido muy difícil controlar a 16 niños a los cuales les encantaba hacer ruido y desorden. Por ello, no me parece extraño que nos enviaran siempre a jugar afuera sin supervisión. Allí había algunos cuartuchos medio abandonados, usados para guardar herramientas inútiles o mobiliario en desuso. Ya se imaginarán que para nosotros era el paraíso.
Un día, me escondí en un viejo aparador mientras jugábamos a las escondidas. Afuera, se escuchaban los gritos de los demás pequeños. No éramos tantos en ese entonces, porque yo era la segunda de todos y no recuerdo haber tenido más de 4 o 5 años. En cierto momento, mi primo José abrió la puerta en silencio y me preguntó si se podía esconder conmigo. Me hice a un lado pero el espacio era escaso y quedamos muy pegados.
- “Me duelen las piernas. Mejor échate y yo me echo a tu lado” me dijo José, que era un año mayor que yo, pero era casi de mi mismo tamaño.
Nos acomodamos como pudimos, la verdad no llevábamos mucho tiempo escondidos, pero al ser un mueble tan pequeño y al encontrarse dentro de uno de los cuartos más alejados no era muy probable que nos encontraran pronto. José quedó detrás de mí. Al cabo de un tiempo comencé a sentir algo duro que se presionaba contra mis nalgas. Mi primo me abrazó contra él y me apretaba cada vez más. Mis recuerdos no están muy claros pero lo que sí recuerdo es lo rico que se sentía. Yo también empujaba contra él. En eso estábamos hasta que de repente la puerta del mueble se abrió y mi hermano Javier, que era un año menor que yo, nos encontró. Éramos tan pequeños que no creo que se haya dado cuenta de nada. Ni siquiera creo que nosotros nos dábamos cuenta de lo que había pasado. Riéndonos salimos corriendo todos.
Un poco más tarde ese mismo día, volvimos a escondernos mi primo y yo, ésta vez detrás de un muro semiderruido. Se me acercó, me puso de espaldas y me volvió a sobar su pequeño pene entre mis nalgas. Hasta ese momento nadie nos había hablado de sexo, ni la televisión mostraba mucho pero dentro de mí, me di cuenta que lo que hacíamos no estaba bien.
- “Vamos, que nos van a encontrar” le dije volteándome.
- “Espera un ratito” me dijo sin soltarme. Su pene estaba muy duro y lo apretaba contra mi conchita esta vez. Su roce me dio una cosquillitas deliciosas. Ya no dije nada y me deje abrazar. Así estuvimos un rato y cuando escuchamos las voces de nuestros padres llamándonos salimos de nuestro escondite para recibir el regaño de siempre. Nos metieron a bañar en una bañera enorme que había en ese mismo patio.
Nunca me había fijado en el pene de mi primo, pero en ese momento me dio curiosidad y aprovechando que la espuma me cubría me estiré y lo tomé en mi mano. Era suave y calientito y se movía un poco como si estuviera vivo. Mi primo me miró con los ojos desorbitados y lentamente, sin dejar de mirar hacia donde su madre lavaba a su hermanito, estiró la mano y me tocó la nalga. Al recordar esto, me causa gracia lo inocente que éramos. Ni siquiera intentó tocarme la conchita, creo que ni sabía que eso teníamos las niñas.
Nuestras caricias no duraron mucho y muy pronto estuvimos cambiados y cada uno se fue para su casa con sus padres. Esta es el primer recuerdo que tengo de una experiencia sexual. Con los años vinieron muchas más, las iré contando aquí. Esta es mi historia.
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