Hola, soy beatriz, Siempre he sabido que mi cuerpo llama la atención. Desde joven, los hombres me han mirado como si fuera un objeto, como si mi valor se redujera solo a mis tetas. He aprendido a vivir con eso, a ignorar las miradas y los comentarios, pero nunca me acostumbré. Nunca dejó de dolerme. Lo que nunca imaginé es que ese dolor llegaría a mi propio hogar, de la mano de alguien a quien amaba más que a nadie en este mundo: mi hijo.
Mi hijo, mi niño, mi razón de ser. Lo crié sola, trabajando día y noche para darle todo lo que necesitaba. Lo vi crecer, lo vi convertirse en un joven, y siempre sentí orgullo de él. Pero algo cambió. Comencé a notar que sus miradas ya no eran las de un niño inocente. A veces, sentía que sus ojos se detenían en mi cuerpo, en mis tetas, y me invadía una sensación de incomodidad que no podía explicar. Quise creer que era mi imaginación, que estaba siendo paranoica. Pero una noche, esa ilusión se rompió para siempre.
Esa noche, estaba durmiendo en mi habitación. El cansancio del día me había vencido, y me había quedado profundamente dormida. De repente, algo me despertó. Al principio, no entendía qué estaba pasando. Sentía unas manos sobre mí, tocándome de una manera que no debía ser. Abrí los ojos, y ahí estaba él: mi hijo. Sus manos estaban sobre mis tetas, apretándolas con una fuerza que me hizo sentir asco y desesperación. Sus dedos se hundían en mi piel, como si quisieran poseerme, como si yo no fuera más que un objeto para su placer. Intenté moverme, pero estaba paralizada por la incredulidad y el dolor. ¿Cómo podía ser esto real? ¿Cómo podía mi propio hijo estar haciendo esto?
Sentí sus manos bajar hacia mis nalgas, apretándolas con la misma brusquedad, como si no importara que yo fuera su madre. Luego, sentí su boca sobre mis tetas, chupándolas de una manera que me hizo sentir violada en lo más profundo de mi ser. Su saliva fría y sus labios húmedos sobre mi piel me provocaron náuseas. Quería gritar, quería empujarlo, pero el dolor emocional era tan grande que no podía reaccionar. Solo podía sentir una decepción abrumadora, una traición que me destrozaba por dentro.
Pero lo peor estaba por venir. De repente, sentí que me bajaba la ropa interior. Intenté resistirme, pero mi cuerpo no respondía. Estaba paralizada por el miedo y la incredulidad. Luego, lo sentí. Lo sentí penetrarme, y en ese momento, mi mundo se desmoronó por completo. Cada movimiento suyo era una tortura, no solo física, sino emocional. Era mi hijo, mi propio hijo, el que estaba haciendo esto. El dolor era insoportable, pero lo que más me destrozaba era la traición. ¿Cómo podía él, a quien tanto amé y protegí, hacerme esto?
Cuando terminó, pensé que ya había pasado lo peor, pero me equivoqué. Con una frialdad que me heló el alma, me obligó a hacerle sexo oral. Me agarró de la cabeza y me forzó a hacerlo, sin importarle mis lágrimas ni mis súplicas. El maquillaje de mis ojos se corrió mientras intentaba procesar la humillación y la impotencia que sentía. Era como si mi cuerpo ya no me perteneciera, como si yo no fuera más que un objeto para su placer. Cada segundo era una tortura, una violación no solo de mi cuerpo, sino de todo lo que éramos como madre e hijo.
Pero aún no había terminado. Después de eso, me volteó boca abajo, separó mis nalgas y me penetró de nuevo, esta vez por atrás. El dolor era insoportable, pero lo que más me destrozaba era la humillación. Lloraba y suplicaba que se detuviera, pero él no me escuchaba. Con mis tetas apretadas entre sus manos, con una fuerza despiadada, continuó su acto atroz, como si yo no fuera más que un objeto para su satisfacción. Cada movimiento suyo era una violación no solo de mi cuerpo, sino de todo lo que éramos como madre e hijo.
Y entonces, cuando pensé que ya no podía ser peor, me obligó a mirarlo. Me puso de frente a él, tomó su miembro y lo colocó entre mis tetas, frotándolo con una brutalidad que me hizo sentir como si mi dignidad hubiera sido pisoteada por última vez. Sus manos apretaron mis tetas con fuerza, y yo solo podía llorar, suplicar que se detuviera, pero él no me escuchaba. Finalmente, liberó todo su contenido sobre mi cara y mis tetas, manchándome no solo físicamente, sino también emocionalmente. Era como si quisiera borrar cualquier rastro de respeto o amor que alguna vez hubiera existido entre nosotros.