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Al día siguiente sentía que lo que estaba sucediendo no me gustaba nada.
Por la tarde me crucé con un chico y no recuerdo que pasó, pero este se puso a increparme por no sé qué asunto. Quizás porque le empujé ligeramente sin darme cuenta. Laura venía en ese momento y se puso a correr como una loba enfurecida y a dar empujones a gritar. ¡Vaya escándalo! Llegó a darle golpes y la verdad es que afortunadamente el chico se quedó quieto.
La bronca de la calle me decidió a marcharme de ahí.
De vuelta a Madrid hice las gestiones necesarias para el divorcio con mí todavía mujer María y luego para alquilar un piso a mi hija.
Luego me llamaba por teléfono.
―No me hagas esto.
―No queda más remedio. Esa locura no podía continuar.
―Papa. Déjame estar contigo, aunque no nos acostemos.
―No. No está bien lo que hacemos.
El día de su boda no tardó en llegar. Finalmente, su novio se había decidido a casarse. Asistí por un lado aliviado. Pero por otro dolido porque el divorcio con mi mujer se estaba llevando acabo. Mi hija estaba allí en el altar vestida de novia. Yo no quería recordar que meses atrás la había estado tocando. No sé qué impulso desesperado me llevó a acercarme a María, mi todavía esposa y decirle al oído:
―Hazme una mamada.
María se quedó mirándome con ganas de saltar a mi cuello.
―¿Pero qué me estás diciendo?
Durante la cena vi a mi hija acercarse a su madre y hablarla al oído. El rostro de María se volvió menos tenso y me miró con tristeza. Creo que Laura le había contado lo que hicimos en la playa.
Semanas después recibí una llamada telefónica.
―¡Hola!
―¡Hola hija!
―Quiero verte
―Aquí me tienes.
―Me refiero en privado
―No
―¿Qué te parece quedar conmigo en un local nocturno? Aparezco bonita y elegante. Nos sentamos en un rincón oscuro y nos besamos.
―¿Delante de todos?
―Sí.
―No. No quiero
La conversación terminó ahí.
No volví a ver a mi hija hasta el verano siguiente. Esta vez no fui al apartamento de la playa sino al norte de España. Y además muy bien acompañado. Iba con Leticia una chica de 20 años, atractiva igual que mi Laura. Mi vida era tranquila con ella. Paseábamos juntos por esos verdes campos, cogidos de la mano o con mi mano en su cintura y la de ella en mi culo.
Una noche fuimos a un pueblo de los alrededores y nos metimos en un local con mucha marcha. Después nos sentamos fuera a tomar alguna consumición. Justo a dos mesas, estaba sentada mi hija con su marido. Hacía como si no nos hubiese visto. Leticia como era habitual estaba coqueteando con un chico amigo suyo con el que se acababa de encontrar. Laura le miraba sin piedad. Sabía que Leticia me era infiel de vez en cuando y que no era capaz de sujetarse. La verdad es que la dejaba hacer porque confiaba mucho en ella.
La noche siguiente nos encontramos dentro del mismo local tomando unas copas. Leticia efectivamente estaba coqueteando con unos amigos. De pronto me pareció ver a mi hija dirigiéndose a Leticia. Llega y le lanza una bofetada. Ella responde con empujones y golpes. En el forcejeo varios botones salieron disparados. Se tiraban de los pelos y se daban patadas.
―No vuelvas a tratar así a mi padre delante de todos, eh.
―¿Pero qué dice ésta loca?― decía Leticia.
A ambas se les veían los sujetadores e incluso las bragas.
La gente consiguió separarlas. Abochornado me marché al hotel. Leticia no apareció. A la mañana siguiente le llamé por teléfono. Me dijo que se pasaría como a las tres. Supuse que había pasado la noche con uno de sus amigos.
Había dormido mal. Me imaginaba a mi hija y a mi novia peleando por mí. Tuve una erección. Esa lucha por mí me había excitado.
A las tres llamaron a la puerta. Era Leticia. Hablamos un poco de cosas intrascendentes. Luego se metió en la ducha. Me di cuenta de que yo estaba muy caliente. No podía evitarlo. Iba a tener una erección. Había dormido mal y tenía en la mente la pelea entre ambas. Tuve un sobresalto. Llamaron al timbre. Estaba seguro de que era Laura, mi hija.
Fue salir Leticia del cuarto de baño y entrar mi hija, tras abrirle yo la puerta. Lo que pasó entonces me los esperaba. Laura se lanzó a por Leticia como en la noche anterior. Cayeron al suelo entre golpes. Laura azotaba a Leticia, pero la otra respondía como podía. Intenté separarlas, pero me llevé golpes. Rompieron sus vestidos dejando al descubierto su ropa interior; sus sujetadores y sus tangas.
Me pareció que las dos estaban bellísimas.
Hubo un momento que me asusté porque no sabía qué hacer. Mi corazón latía y latía. Afortunadamente las dos estaban muy cansadas. Debajo estaba Leticia y encima Laura. Jadeaban de cansancio. No podían más. Una tumbada sobre la otra.
Aproveché para sentarme en un sofá. Tuve una erección y entonces sucedió. No sé cómo no conseguí dominarme. Me la saqué y me puse a masturbarme. Leticia que estaba debajo me miró y Laura que estaba encima de ella también dirigió su mirada hacia mí.
No tenían ya sujetadores que estaban esparcidos por el suelo.
Casi sin darme cuenta se levantaron. Leticia agarró el trasero de Laura y se puso a darle azotes bastante fuertes.
Laura era más fuerte que Leticia, pero se estaba dejando vencer. Y Leticia le golpeaba en las nalgas sabiendo que a mí me gustaba. Yo resoplaba y jadeaba. Estaba al borde del orgasmo. Parecía que iba a ser un goce muy intenso y necesario. Laura y se revolvió y le dio una sonora torta en la cara a Leticia. Y ésta, se la devolvió. Ambas dieron grititos agudos. Me corrí sollozando de placer y soltando una gran cantidad de esperma. Tuve dos orgasmos seguidos. No me había pasado en mi vida.
―¡Cómo he podido hacer esto!― dije lamentándome.
―Leticia y Laura hicieron las paces. Le dejó un vestido a mi hija.
―Ella antes de marcharse me llamó por mi nombre.
―Sólo quiero protegerte. Te perdono lo que has hecho.
―Yo también― me dijo Leticia― sonriéndome con ternura.
Unas horas después hablaba con Leticia en la cama.
―¿Por qué os peleabais?
―Nos peleábamos por ti.
―¿Pero tú por qué?
―Porque le tengo envidia por la pasión que tienes por ella. La amas más que a mí.
―¿Y ella?
―Supongo que porque estoy saliendo contigo y ella no puede hacerlo. Y tiene unos celos enormes
―Creo que deberíamos dejarlo― le dije.
―¿Dejar el qué?
―Lo nuestro y lo de mi hija también. No está bien. Nunca quise esto.
Los días siguientes Leticia y yo no salíamos de la casa. Follábamos todo el tiempo, en todas las habitaciones. Hicimos sexo anal. Nos dolió. Me aprisionaba. Al sacarla fuera tuve una corrida muy caliente. Estaba extenuado. No conseguía tener una erección completa. Y además me dolía. Nos íbamos a la cama y me pasaba todo el tiempo lamiéndole la vagina. Pero sobre todo la masturbaba. Le tocaba los pechos, le acariciaba en el clítoris primero con suavidad y luego muy rápidamente. Le metía los dedos, a veces hasta tres. La notaba totalmente empapada con mis manipulaciones. La hacía enloquecer.
―Como te quiero cabrón. Sí tu no rompes un plato. Eres endiabladamente guapo.
Me decía cerrando los ojos y se estremecía. Ponía un gesto de ir a llorar, pero era placer. Así y así hasta que ella ya no podía más.
FIN
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