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- ¿Diga?.
- Hola, buenos días, pregunto por la Señora Braun, Maya Braun.... Vaya, ha sonado como James Bond, ¿no?.
Mi interlocutor carraspeó, nervioso. ¡Qué chascarrillo tan manido!. Al menos he pasado de la mofa infantil por la estúpida abeja de las narices a James Bond. Es una mejora considerable. Que conste que no estoy traumatizada ni nada, sólo que yo de niña era más de Candy Candy. Y bueno, quien estaba al otro lado del teléfono móvil tenía una voz bonita, profunda y masculina. Perdonado.
- Yo soy Maya Braun. Y soy señorita. - Arrrg, seré marujona. ¿Por qué he dicho eso?. - pensé.
- Qué tal. Mire, le llamo del servicio técnico de su seguro del hogar. Tenemos un aviso por un arreglo en la fontanería de su cocina.
- Así es. Llamé la semana pasada.
- Sí, bueno... es que estuve llamándola ayer para concertar hora y no pude dar con usted. - ¿Ah, sí?. Pues ni idea, la verdad.
Mentira cochina. Oí la llamada, pero en ese preciso momento tenía la polla de Jaime, mi vecino policía del ático, metida en la boca. Le estaba haciendo una mamada que el tío aún no se lo cree. Tres meses me costó tirármelo. Como para coger el teléfono. El caso es que había tenido un aviso por la zona y ya estaba libre. Llamaba por si podía pasarse por casa en unos 15 minutos. Precisamente esa mañana, mira tú que oportuno. Debía enviar sin falta unos textos a mi editorial y los tenía manga por hombro. Acepté a regañadientes. En fin, todo fuese por terminar ya con la dichosa reforma. Escudriñé mi aspecto en el espejo del pasillo. Para ser las 10 de la mañana, y habiendo dormido a cabezadas por el intenso calor que hacía en Julio, yo me veía bastante aceptable. Pelo recogido en una coleta. Nada de ojeras. Estoy guapa. Bendita la hora en que compré ese sérum de noche. Conjunto de short y camiseta de tirantes, con su fina batita a juego. Ejecutiva sexy recién levantada. Correcto. Chanclas de la marca de Giselle Bundchen. Soy medio suiza, mi padre es de Zurich, mido 1.78, y con los taconazos tengo un aspecto de pibón-grúa que intimida un poco. Y, hombre, estaba en casa, no quería parecer una stripper. Me senté en un taburete de la cocina, té en mano, a esperarlo.
Al oir cerrarse la puerta de mi casa saqué la cabeza al pasillo para recibirlo y, cuando vi al operario acercarse a mí quedé como conmocionada. ¡Joder, con el fontanero!. Era un auténtico tiazo. No más de 28 años, bastante alto, cosa que agradezco mucho en un hombre, muy fornido, con el pelo corto negro, patillas y barba de varios días. Era muy guapo, de facciones tremendamente masculinas. Vestía unos pantalones de camuflaje, tipo pirata, y una camiseta negra sin mangas. Cargaba con dos pesadas cajas de herramientas, por lo que sus musculosos brazos y su cuello de toro estaban en tensión, dándole tal aire de gladiador que sentí un leve ardor en las mejillas. ¡Me ruboricé al contemplarlo!. Afortunadamente, los hombres no notan esos pequeños detalles.
- Bueno, ya estoy aquí. Cuénteme, ¿qué es lo que hay que arreglar?.- dijo él, soltando las cajas en la puerta de la cocina.
Y ahí quedó plantado, a un palmo de mi cuerpo, sonriendo y mirándome con esos taladrantes ojos verdes. Soy muy experta ya, así que simulé ser inmune a su atractivo.
- Pues, como ves, he cambiado los muebles de la cocina y los tubos de desagüe del fregadero no se adecuan a la nueva disposición del mueble. Tendrás que ponerlos en el sitio correcto y dejar el fregadero montado y listo hoy. ¿Podrás?.
Él echó una ojeada rápida a lo que a mi entender era un caos total. Esbozó una amplia sonrisa, mostrando una perfecta dentadura, y me miró con cierta dulzura. Yo no. Yo sólo podía mirar esos labios gruesos, jugosos, que refrescaba con su lengua, en un acto reflejo.
- Claro, ningún problema. Manos a la obra. - contestó, resuelto.
Dicho y hecho. El macizo fontanero agarró algunas herramientas y se metió con destreza, boca arriba, debajo del mueble. Hurgaba por las tuberías, murmurando cosas técnicas. Con medio cuerpo cubierto, sin posibilidad de que me viese, me apoyé en el quicio de la puerta para deleitarme con las vistas. Al estirarse para poder encajar bajo el fregadero su camiseta se subió hasta el pecho y, llevando los pantalones casi por debajo de las caderas, dejó descubierto un buen trozo del delicioso pastel. Torso perfecto, compacto, ligeramente bronceado, con vello, pero rebajado con máquina rapadora. Muy sexy. Abdomen cincelado a conciencia por multitud de series y repeticiones. Oblícuos bien marcados, preciosos. Deseé pasar mi lengua por ellos, arriba y abajo, decidiendo si subo ó si bajo. Se insinuaba la frontera del vello púbico. Imaginé mi mano buceando entre sus piernas. Y ese paquetazo, que prometía una “gran recompensa”. Casi por instinto, acaricié suavemente mi pecho, rozando los pezones con la yema de los dedos. Una descarga recorrió mi espalda. Sentí como una ola de calor me inundaba por dentro. Recorrí el interior de mis muslos con las manos. Qué rico. Tuve que agarrame a la puerta. Empezaba a notarme húmeda. Le hice algunas preguntas insustanciales, el tiempo, su trabajo, esas cosas. Hablaba relajado, ahí abajo, entretenido en su labor, mientras yo me tocaba, viciosa y furtiva. Esa voz, cálida y profunda, lamía mi piel a oleadas. La quería jugando con mis labios, deslizándose por dentro de mi short. Apenas podía replicar a sus comentarios. Creo que dijo llamarse Marcos.
En un momento dado, el tal Marcos solicitó mi ayuda. Debía sujetarle un panel trasero del mueble, mientras él atornillaba la nosequé. ¡Hombre, por favor, dónde se ha visto!, una chica fina como yo metida debajo del fregadero. Allá que fuí. Me escurrí por el suelo, como un ninja, y llegué hasta él. Se disculpó por tener que hacerme trabajar. - “ No hay nada que perdonar, hombre. Pero, mejor ponga la cabeza así. Suba esta pierna. Sujete aquí... no, aquí. Así, perfecto “-. Sonreía pícaro. Yo estaba a mil por hora. Cuerpo contra cuerpo. Mi cara a dos milímetros de su pecho. Olía a hombre. Parece una obviedad; pero el olor natural de un tío puede marcar las diferencias. Y esa excitante fragancia se apoderaba de mí, nublaba mis sentidos.
- ¡Joder, qué bien huele usted!. - Dijo, de repente.
- Gracias, pues debo ser yo misma. No llevo perfume, ni nada. - Lo solté así. A mí con flirteos.-
- Ya, me he dado cuenta. Pues me está poniendo muy nervioso. - Y de nuevo ese carraspeo -.
¿Ven lo que quise decir?. Nadie puede resistirse a la implacable tiranía de las feromonas. Y en este caso la conexión química era excelente. Sin necesidad de wifi. Puro instinto animal. Marcos giró su cuerpo hacia mí. Se le atravesaba un tornillo y debía recolocarse. Entonces, me dí cuenta. Estaba empalmado. Una enorme polla erecta latía ahí dentro, furiosa por salir a la superficie. Yo me mojé completamente. Mi ardiente coño se abría como una rosa fresca. Y los pezones, duros ya como piedras, me rozaban la camiseta. El aire se hizo fuego. Me sofocaba.
Se acabó. Mi cuerpo ya había dictado sentencia. Me escurrí hacia abajo, salí del fregadero y quedé a la altura de su entrepierna. Le palpé los huevos por encima del pantalón, y masajeé su polla con suaves movimientos circulares. Él dió un respingo, sorprendido. Busqué con la mirada su aprobación. Me miró, sonrió y reclinó la cabeza, soltando un gruñido de placer.
-¡Dios, cómo lo estaba deseando!. - Masculló, dándome así su beneplácito.
Al fin, pude liberar a la bestia de su prisión. Se me hizo la boca agua. La contemplé, golosa, por unos instantes. Veinte centímetros de placer, todos para mí. Era gruesa, me costaba abarcarla con la mano. Perfecta. Lamí el tronco con la punta de la lengua, desde la base hasta el capullo. Mis labios lo abarcaron, recorriéndolo con deleite, mientras le acariciaba los huevos, gordos, prietos y bien depilados, cargados hasta el desbordamiento. Me metí el capullo en la boca. Hinchado, sonrosado, caliente. Lo chupé bien, dándole a mi lengua un ritmo frenético. Y empecé a tragarme ese pollón, poco a poco, hasta que mis labios tocaron fondo. Marcos aulló de placer. Notaba su polla en lo más profundo de la garganta. Aumenté la velocidad. Mamaba con avidez, hambrienta de esa carne palpitante. Me ayudaba de la mano, lubricada por saliva y sudor, masturbándolo con firmeza mientras le chupaba los huevos, y me los metía en la boca, saboreándolos. Yo me masturbaba también, me sobaba las tetas, ya hinchadas y duras, pellizcaba mis pezones. No daba abasto. Estaba enloquecida. Me sentía poderosa y lasciva. Putísima. Mi amante se retorcía de gusto. Gemía sin cesar, con esa voz que tanto me excitaba.
- ¡Qué boca tienes!. Dios, cómo la comes... Eres la mejor.
Ya te digo. Me encanta comer pollas. Y años de experiencia me avalan. Varios actores porno de reconocido prestigio han alabado mi carnosa y jugosa boca mamando sus potentes miembros. Bueno, a lo que estaba. Mi fontanero salió de su incómodo emplazamiento. Esto se estaba poniendo serio y no era plan de permanecer en esa postura por más tiempo. En un pispás se quitó toda la ropa y quedó frente a mí, desnudo, como un Adonis moderno, con su rabazo tieso apuntándome. Yo ya era puro fuego. Se acercó a mí, me agarró firme de la cintura y me susurró al oído: “ Me has puesto todo loco. Te voy a partir en dos “. Me temblaron las piernas. Nos comimos la boca, salvajemente, durante largo rato. Nuestras lenguas jugaban sin freno. Me acariciaba la espalda, mordisqueaba mi cuello, me sobaba el culo. Y yo hacía lo propio. Notaba su polla dura en el vientre durante el delirante refrote. Me moría por albergarla dentro. Como si fuera una pluma, me levantó por las caderas y me posó delicadamente sobre la lavadora. Reposé mi espalda en la pared, arqueé las piernas y me dejé hacer. Me acariciaba las tetas con esas rudas manos que me hacían ver las estrellas. Le encantaban. Chupaba mis pezones como si no hubiera más alimento en la Tierra. Lamió todo mi cuerpo, desde las orejas hasta los muslos. De vez en cuando subía hasta mí y nos besábamos con fruición. Dios, qué placer. Creía que me iba a dar algo. Para rematarlo, colocó mis piernas sobre sus hombros y se dispuso a comerme el coño. Abrió los labios con las yemas de los dedos y comenzó a besarlos lentamente, a lamerlos, a pellizcarlos con los labios. Oh, Señor, me estaba matando de gusto. La punta de su lengua era un molinillo desenfrenado, que recorría todos los rincones de mi sexo: en círculos, cambiando de sentido, a profundos lametones. ” Por favor, no pares. ¡ Oh, sí, así ! ”. Mi coño se hizo agua. Un suave soplido sobre él me convulsionó entera. Vaya con el fontanero, él también sabía hacerlo con la boca. Se lo hice saber. Creo que eso lo espoleó aún más. Tomó mi clítoris entre sus labios. Lo saboreó como si de un delicioso caramelo se tratara. Grité, gozosa. Sentí como me metía dos dedos, lubricados por mis propios jugos, mientras seguía estimulando el clítores con la lengua. Dentro, fuera, dentro, fuera. ¡Me muero, no quiero que acabe!. El Cielo existe y está aquí mismo. Él buscó mi mirada. Mis ojos lo decían todo. Le ponía a mil verme gozar. Yo ya no pude más. Una explosión de placer arrasó todo mi ser, y me corrí sin remedio. Marcos se acercó y nos besamos intensamente. Su boca sabía a mí. Y su piel sudorosa se fundía con la mía. Estaba preparada. Esto no había hecho más que empezar.
- ¡Fóllame!.- Pedí, lujuriosa, lamiendo sus dedos impregnados con mi esencia. - - ¡Te voy a a dar polla hasta reventar!.- Exclamó.
Y así fue. Me tomó por las caderas, acomodó mi pierna sobre su torso y, apretándome contra sí, me penetró con la misma facilidad que un cuchillo se hunde en el queso fresco. Primero la punta, despacito, abriéndose paso en mi acogedora carne. Y poco a poco, su polla entró hasta el fondo, hasta que la sentí toda dentro de mí. Ambos gemimos al unísono. Su grosor me llenaba entera. Cada centímetro me colmaba. Comenzó a follarme con rítmicas embestidas. Acariciaba y lamía mi pierna entre gemidos y exclamaciones. Bombeaba cada vez más rápido, y su mano recorría todo mi cuerpo, plasmando su ardor en cada rincón de mi piel. Con ella aferrada a mi teta, acercaba su cara a la mía, sonreía y, haciéndome con la lengua gestos lascivos y cómplices, me preguntaba: “¿Te gusta así, te gusta mi rabo ?. Ya lo creo. Yo le pedía más, que me la diera toda. Y mi joven semental me la daba toda. Un frenético mete-saca que me hacía gritar de placer a cada acometida. Queriendo cambiar de postura, Marcos me pidió que me abrazara a su cuello. Con su polla dentro de mí me levantó en volandas y me llevó hasta el taburete de la cocina. Allí se sentó y siguió follándome, conmigo a horcajadas. Uno frente al otro. Sus manos aferradas a mis caderas, dando ritmo a la sesión. Ambos empapados en sudor y sexo. Me sentía completamente empalada. Cachonda como nunca. Y su cara se hundía en mi pecho, lamía mis pezones, mordía mi boca con pasión. Su mano se perdió entre mis nalgas. Sentía sus dedos jugando con mi culo, acariciando sus huevos y agarrando su rabo chorreante mientras yo me movía frenéticamente arriba y abajo. Jamás he visto a un tío más caliente. Me decía guarradas increíbles. Su cuerpo de gladiador era un torrente salado que me invadía y me llevaba al climax. Quise llevar a mi insaciable macho al siguiente nivel. Así pues, mientras lo cabalgaba con fiereza le susurré al oído:
- Rómpeme el culo. Quiero sentirla también por ahí. Fóllame, por favor.
Marcos asintió y me comió la boca como firma del acuerdo. Me desempalé con cuidado. Oh, señor, mi coño ardía, estaba tan abierto como un bar 24 horas. Doblé la espalda y me apoyé por los codos en la butaca, poniendo mi culo en pompa, en señal de ofrenda a mi fogoso amante.
- ¡Dios, qué buena estás, señorita Braun! Te follaría sin parar una semana entera. Exclamó.
Y sentí sus manos recorriéndome entera. Dió un par de toques con su polla dura en mi culo y mi vagina. Como un toro reclamando a su hembra. Eso me hizo estremecer. Su saliva me lubricó hasta dejar mi trasero bien preparado. ¡Oh, Dios, sí, qué bueno!!. Su tranca entró y yo grité, con una mezcla de dolor y placer. Pero estaba tan cachonda y él lo hacía tan bien que era puro placer. Una vez bien adentro y seguro de no hacerme daño, Marcos me folló el culo con fuerza desatada. Ambos gemíamos sin parar. Él alababa mi culazo y lo bien que lo movía. “Así, sí, no pares, fóllame, oh, qué bueno, tu polla me rompe entera...”. Me encanta hablarles a mis amantes mientras me follan. Les pone a mil por hora. Tengo un espejo en la pared de la cocina, da mayor amplitud óptica a la estancia. Nos veíamos reflejados en él. Qué morbo. Era como ver una película porno; pero conmigo como protagonista. Me masturbaba mientras contemplaba en el espejo como Marcos taladraba mi trasero. Su cuerpo empapado, los músculos en tensión, esa polla perfecta entrando y saliendo de mí me estaban llevando de nuevo al orgasmo.
- ¡ Me voy a correr ya. No puedo más !. Exclamó Marcos. - Yo también. Dame tu leche. La quiero toda. - ¿ Dónde quieres la corrida ?. - Córrete en mi cara, en mi pecho. Riégame bien. - Pedí, al borde del orgasmo.
Me agaché para recibir su leche. Mi mano seguía dándome placer, en espera de corrernos juntos. Marcos se la meneó y yo pasé mi lengua por el capullo. Ambos gritamos “ ¡me corro !“ al unísono. Dos fuertes chorros de leche caliente regaron mi pecho y mi cara. Oh, Dios, qué rica. Yo me corrí también. Me temblaron las piernas. Perdí la noción de mi cuerpo, del tiempo y el espacio. Marcos aullaba en su orgasmo, soltando deliciosa crema sin parar. Ni Cleopatra se bañó en mejor leche. Quedamos extenuados. Yo aferrada a sus jónicas piernas, y él recuperando el aliento mientras acariciaba mi pelo. De repente, Marcos levantó mi cara, me miró, sonrió maravillado, y lamió mis labios impregnados de su corrida, besándonos con pasión. Es el gesto más lúbrico y morboso que un hombre ha hecho después de follar conmigo. Y me gustó.
Tres horas más tarde mi cocina estaba en perfecto estado de revista. Y yo también. Estaba divina, como nueva. Ha pasado cierto tiempo desde ese encuentro. Pero una no es de piedra. De vez en cuando rompo algo en casa. Y Marcos aparece por mi pasillo, siempre dispuesto a arreglar mi hermosa fontanería.
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