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Tan pronto Dani acabó en mis entrañas se desplomó sobre mí, agotado: Le recibí amorosamente entre mis senos, acariciando suavemente su cabeza... Todo él olía a sudor, a sexo; seguro que ese olor era en sí nauseabundo, pero para mí embriagador.
Él al momento se durmió, yo no: En mi cerebro bullía todo el tropel de sensaciones que los últimos acontecimientos habían desatado. Cuando él iba a penetrarme un mar de confusiones me tenían ofuscada. Creo que una parte de mí lo deseaba pero otra lo rechazaba con vigor. Pero cuando le sentí dentro de mí, cuando su carne y mi carne se unieron en una sola, un universo de sensaciones, sentimientos, estalló dentro de mí. La muralla que con tanto empeño levantara en mi cerebro durante años, negándome a mí misma el amor que desde adolescente sentía por mi hermano, se derrumbó poniendo ante mí la dulce realidad que antes me negara a admitir. Deseaba a mi hermano, le deseaba con ansiedad, pero no como una vulgar hembra en celo que busca al macho de su especie, sino como una mujer enamorada de un hombre, mi hermano, al que ahora sé que amo desde niña y desde niña deseo ser suya, su mujer.
Y con mi amor realizado y satisfecho me encontré relajada y feliz. Durante un tiempo me mantuve quieta, sin moverme para no despertar a Dani que a mi lado dormía plácidamente. Le miré arrobada. Estaba distendido, tranquilo y le vi feliz, con el rostro iluminado por una sonrisa. Al rato empecé a besar sus mejillas, ojos, cuello, orejas. Besos tiernos, dulces, pero leves para no despertarle. Más yo quería llegar más lejos, besar todo su cuerpo y en la posición que mantenía me era difícil; así que traté de deslizarme hacia mi izquierda. El, que estaba algo vencido a mi derecha, al moverme acabó de caer hacia ese lado, pero de modo que quedó boca arriba.
Así estaba más a mi disposición. Me incorporé apoyada en el codo y con la mejilla en la palma de la mano, mirándole, admirando la varonil belleza de su rostro, esa sonrisa suya que tanto me cautiva, su torso que sin ser de atleta es amplio y firme, la estrecha cintura, las largas piernas. Estaba casi desnudo, con pantalones y calzoncillo bajados hasta más allá de las rodillas y la camisa abierta. Su virilidad descansando sobre el bajo vientre, ya morcillona.
Me incliné sobre él y besé su boca levemente, casi rozando sus labios; besé su cuello, su pecho, su vientre... hasta alcanzar el pene que besé y acaricié con lengua y manos. Entonces, sin pensármelo mucho, me despojé de la poca ropa que aún tenía, en especial lo que quedaba de mis bragas, y me encaramé encima de él, pero sin que mi cuerpo descanse sobre el suyo, manteniéndome en vilo con brazos y rodillas. Con lentitud fui bajando sobre él hasta rozar su pene con mi vagina; entonces me froté en su hombría suavemente, sin despertarle. Volví a subir por su cuerpo buscando la boca, entreabierta por la sonrisa que adornaba el rostro. Pero ahora no me conformé con besarle, sino que introduje la lengua por la exigua oquedad que sus labios enmarcaban lamiéndole dientes y lengua.
Después de esto me dejé caer sobre la cama, acurrucada a su lado; pasé brazo y pierna sobre su pecho y piernas, atrayéndole hacia mí estrechándome más a él para abrazarle mejor. El enervamiento que antes sintiera poco a poco se desvanecía, sustituido por una dicha placentera, tranquila y sosegada, que me fue devolviendo la calma. Mi mente volaba sumida en dulces pensamientos. Me decía:
“Soy tuya Dani, tuya de por vida; y tú eres mío pues me amas tanto como yo a ti. Lo sé Dani, lo sé. Recuerdo tus miradas de adolescente y eso no me engaña”
Sumida en estos pensamientos y acunada por la laxitud que me arropaba, poco a poco me fui amodorrando cayendo en una especie de sopor. Así pasé un rato, no sé cuánto, si largo o corto, hasta que, de pronto, desperté, inquieta, casi asustada… Y me dije que estaba loca por esos pensamientos que antes tuviera: Yo, desde luego, soy y seré siempre suya, pues soy incapaz de amar a más hombre que a él; pero él es de Gloria, su esposa, y de sus hijos. Nunca podrá ser mío, pues yo nunca me interpondré entre ellos, pues, finalmente, podría apartarle de sus hijos; y eso, mi amor no lo consentirá, nunca me lo perdonaría. Tenía, pues, que renunciar a él, aunque eso me rompiera el corazón, el alma Así que, con el corazón roto, me decidí a despertarle
“Dani despierta. Te voy a preparar algo de cena antes de llamar a Gloria y decirle que en unas horas regresaras a casa”
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Habían pasado casi tres meses desde que Dani viviera a casa aquella maravillosa tarde de sábado cuando, regresando a casa una tarde tras ir con mis hijos a un burger, encontré en el buzón un sobre a mi nombre y con el simple remite de “Dani”. Intrigada abrí el sobre y leí esta carta de mi hermano.
“Mi amada Ana. Hoy me dirijo a ti para rogar tu perdón por cuanto te hice aquella tarde en tu casa, pues sé que te hice daño, mucho daño, y eso, el daño causado, sinceramente, lo lamento en el alma.
Mas eso no significa que me arrepienta de nada, pues no puedo arrepentirme del momento más feliz de mi vida, cuando por primera, y sé que única vez, supe lo que es amar a quien únicamente quieres y has querido siempre.
Cuando aquel día llegué a tu puerta no llevaba ningún propósito preconcebido; ni sé por qué estaba allí, sólo sé que cuando subí al coche tu casa me atraía como un imán. Y cuando abriste la puerta vi ante mí a la más hermosa y deseable de las mujeres, como nunca te viera antes. Y en todo mi ser estalló la mezcla de celos y rabia por dejar que Andrés gozara lo que con tanto ardor yo te rogara en la piscina. Parecía que incluso te recreabas en mis celos, en el dolor al verte con Andrés.
Pero la rabia era fría, no el arrebato del momento; era consciente de todo cuanto te hice y conscientemente lo hice. Quería humillarte, causarte el mayor daño posible, y ¿qué mayor humillación, mayor daño, que violarte?
Pero al penetrar en ti, al sentir cómo tu sexo recibía al mío y sobre todo, al notar que colaborabas conmigo cuando tus caderas se movieron al ritmo de las embestidas de mi pelvis, toda esa rabia desapareció, transformada en sublime amor por ti. Volví a sentir todo el amor que de adolescente te profesé. En los breves momentos de clímax excelso, mientras me venía en tí, vi que mi vida había cambiado para siempre, que desde entonces la vida la compartiría contigo, juntos para siempre, amándonos con la pasión y entrega de esa tarde. Y con esa sensación, esa paz, quedé dormido al instante
Pero luego me despertaste, preparaste cena y me mandaste con Gloria. Comprendí que mi sueño era falso pues ni me amabas ni me amarías nunca. Lo que creyera amor sólo fue el “calentón” que te provoqué.
En efecto volví a casa esa noche; pero no con Gloria que ya no me importa nada, ni siquiera en la cama a pesar de su gran belleza y de que, desde su regresó del pueblo, está muy amable conmigo hasta tendiéndome sus redes, en vano intento de volver a “engancharme”. Desde entonces perdí interés por todo, hasta por la pintura, que ahora me aburre. Sin ti estoy perdido, vacío por dentro y con el alma muerta. En un texto hallado en Internet leí:
Morir no es tan terrible como parece.
Más terrible es, vivir siendo un cobarde.
Ahora pienso que eso es cierto y lamento haber sido tan cobarde. Tal vez ahí esté todo el mal que me corroe: Por cobarde me casé con Gloria, sabiendo que era a ti a quien amaba, pero me faltó el valor para arrostrar ese amor; por cobarde no me lancé a por ti en la piscina del pueblo, dando en cambio un paso atrás cuando me separaste; y cobarde al no arrancarte de Andrés, enfrentándole abiertamente, si hubiera sido necesario.
Así andaba, aburrido, apático, sin interesarme en nada, hasta que un día, hace como un mes, supe de una Institución que, tras buscar en Internet, videos etc., creo sinceramente que allí encontraré la paz y serenidad que necesito.
Y aquí acabo, pues tan pronto deje este sobre en tu buzón tomaré el tren a Madrid y de allí al lugar donde iniciaré otra vida, muy distinta a la actual.
Adiós Ana, hasta siempre y hasta nunca… Te amo y te amaré toda la vida. No me odies, por favor; perdóname…
Espero que al presentarme a Dios, El me comprenda y sea misericordioso. Al fin, mi pecado es sólo amar, amarte, y lo que Jesús predicó por los caminos de Palestina, sólo es, en esencia, amor. Luego espero verte allá arriba y reunirme por fin contigo.
P.D. De otro texto hallado, más o menos así, en Internet:
Por ir a tu lado a verte
Mi más gentil compañera
Me hice novio de la Muerte
Adiós Ana; hasta que nos encontremos Allá"
¡Cuantas sensaciones pasaron por mí leyendo esta carta! Lloré de alegría ante el amor que Dani me mostraba y de dolor al saber el sufrimiento que sufría por mi supuesto desamor.
Mas pronto dejé de llorar pues la alegría que sentí era inmensa, y así todo en mí se tornó felicidad; Dani no sólo me ama sino que a Gloria ya ni siquiera la desea. Claramente dice que desea vivir conmigo, juntos los dos el resto de nuestros días... Juntos todos Dani, yo y nuestros hijos, los que tuviéramos él y yo, y los que cada uno ya tenemos. Bueno, también está cómo estos, nuestros hijos anteriores, tomarán esta situación, pero eso ya se verá y enfrentará en su momento; ahora lo importante para mí es encontrar a Dani y traerle a casa.
De forma que me dirigía al teléfono para llamar a Gloria, cuando éste empezó a sonar. Para mi sorpresa, era Gloria:
¿Ana?... Verás, te llamo algo preocupada. Dani salió esta mañana no sé dónde y aún no ha vuelto. Lo que más me inquieta es que he notado que falta una pequeña maleta, una camisa y todas sus mudas, calzoncillos y calcetines. Dime la verdad Ana ¿Se fue Dani contigo? De verdad no me importa, entre los dos no hay nada y, francamente, no lo lamento
No Gloria, él no está conmigo. Sí que ha estado hoy en casa pero no le he visto. Hace poco más de una hora volví a casa con mis hijos de tomar unas “burger”, y encontré en el buzón una carta de Dani, luego ya sabía que las cosas entre vosotros no van bien. Pero lo peor es que se va, y para siempre. Debemos buscarle Gloria, pues creo que va a hacer una locura. Por lo que dice en la carta, en su ordenador seguro que encontramos dónde ha ido. Precisamente, ahora, iba a llamarte, pero te has adelantado. Verás, dejo mañana a mis hijos con mi madre y me voy directa a tu casa y empezamos a buscarle
No hace falta que lleves a tus hijos con tu madre, tráetelos contigo que aquí, con sus primos, estarán bien. A mi no me importará, sabes cómo los quiero
¿No irás tú a buscarle?
No, él no quiere verme a mí, desea verte a ti y eres tú quien debe ir en su busca; sólo tú lograrás que vuelva. Y te digo más Ana: Si no te vas a vivir con él serás idiota perdida. Que recuerdo la carita que le ponías con 12-13 años al tenerle cerca; y cómo mirabas a toda chica que se le acercara, hasta si era yo. ¡Vamos, que bien colada estabas por él entonces y, seguro, ahora no lo estás menos!¡Acéptalo y atrévete a ser la mujer del hombre que siempre has amado! ¿Qué sois hermanos? ¡Y qué! También sois un hombre y una mujer. Pasa de tabúes Ana.
Bueno Gloria; hasta mañana.
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Al día siguiente me levanté muy temprano; primero llamé a la Empresa en que trabajo para pedir unos días libres a cuenta de vacaciones alegando problemas familiares graves. Luego llamé a la Escuela Infantil de mis hijos avisando que durante algunos días no asistirían. Y finalmente nos pusimos en marcha hacia la casa de Gloria, donde llegamos sobre la una de la tarde.
Esa mañana, desde temprano, Gloria había estado preparando la estancia de mis hijos con ella por tiempo indefinido, casi seguro 15-20 días. Los inscribió en la misma escuela de sus hijos, con horario de comida, por lo que tan pronto llegamos nosotros subió al coche a mis hijos y los llevó a la Escuela Infantil de sus hijos a la hora justa de la pitanza, con lo que mis chicos se sentaron con sus primos armando de inmediato una sonada algarabía, de esas que tanto gusta armar a los chavales.
Y vuelta otra vez a casa para, ahora de verdad, dedicarnos a lo que a esa casa me llevó. Bueno, lo cierto es que antes de acometer labor alguna “despachamos” algo más que un “Tente en Pié” que yo elaborara en tanto Gloria llevaba a mis niños a la Escuela. Una ensalada con el típico tomate, lechuga, aceitunas y atún, ilustrada con rodajitas de salchicha, y dados de queso de varios tipos; y claro, unas cervezas.
Tras este semi refrigerio pusimos manos a la obra. Primero “asaltamos” el P.C. de Dani con derrota por K.O. No hubo manera de abrirlo sin la oportuna Clave que veíamos difícil descubrir. Dijo entonces Gloria de registrar a fondo su estudio de pintor (allí hacía Dani su vida desde que Gloria volvió y raramente salía de la estancia). Parecía que de nuevo el fracaso se cernía sobre nosotras, cuando Gloria encontró, caída tras el fondo del cajón de una mesa, una inocente y pequeña agenda. ¡Allí tenía que estar lo que tan tenazmente buscábamos! Pero, en principio, tampoco allí parecía haber nada que nos sirviera; direcciones telefónicas y notas sobre asuntos de su negocio de pintura. Hasta que, “Eureka”; Gloria se fija, en la cara interior de la contraportada trasera, en dos series numéricas separadas por una barra horizontal. Algo era, pero poco; sin duda una clave, casi seguro del ordenador, pero ¿cómo descifrarla?
Estuvimos mirando esos números unos minutos hasta que Gloria, con un brillo de alegría en los ojos me dice:
Ana, ¿ves algo conocido en las series de números?.
Me fijé más atentamente y al momento se me iluminó la cara con una sonrisa y digo a Gloria, con gesto pícaro en los ojos:
Sí querida, la segunda serie es exactamente mi fecha de nacimiento...
¡Lo imaginaba! Porque la primera serie es la del nacimiento de Dani... ¡Desde luego lo tienes loco!
Lo sé Gloria, sé cómo me quiere pues en la carta se expresa muy bien al respecto. Y ahora te lo digo, cuando sé que ya no voy a romper nada entre vosotros: ¡Yo también estoy loca por él!
¡Ya era hora, rica! Pero bueno, cuéntame algo más de esa carta que me intriga mucho. ¡Pero no te recrees en las partes en que me ponga verde!
Bueno, pues de lo que dice en la carta sólo te diré que pone que me ama, que me ha amado siempre y no sabes en qué forma. Y de lo que siento desde que la leí sólo que estoy como en una nube de gozo y dulzura. A cada momento me digo “Me quiere, me quiere”... ¡Pero dejemos ahora esto y vamos al ordenador!
Pues... ¡Felicidades chica! De verdad que me alegro de que mis dos mejores amigos puedan al fin resolver sus problemas y poder vivir felices.
Y de nuevo volvimos al ordenador, que al momento nos dejó acceder. De inmediato abrimos la carpeta “Videos”. Al ver lo que allí apareció quedamos atónitas. Todo era sobre La Legión y eso me descolocó, pues mi hermano nunca se interesó por asunto militar alguno; más bien, era opuesto a todas esas cosas, por lo que el asunto me asustó un poco y con más interés aún, pero con el alma encogida, fui abriendo los videos.
Eran cinco o seis y giraban en torno a dos temas, un Cristo crucificado, el de la Buena Muerte y una canción, El Novio de la Muerte. Me impresionó la imagen de ocho o diez soldados con banderas al pié de la imagen de ese Cristo situado sobre una especie de montículo artificial en cuyo frontis se leía: “Morir en combate es el mayor honor”. También me impresionó, en otro vídeo, La “Oración por los Caídos” con el Cristo a hombros de soldados que, en el punto álgido, izan la imagen, alzando los brazos los que portan la cabeza y arrodillándose los que llevan los pies. Y después, la guinda del horror: Esos soldados entonando a coro, a pleno pulmón y con todo entusiasmo, lo que llaman “Espíritu de la Muerte”.
Para entonces estaba aterrorizada: Allí, con esa gente medio loca, quería irse Dani. ¡Estaba loco! ¡Dios Dani cuanto daño debí hacerte! ¡Me pides perdón y soy yo la que debo pedírtelo!
Me volví a Gloria, que la veía también preocupada:
¿Te das cuenta? Esa gente da culto a la muerte... ¡Están locos! Y con ellos quiere irse Dany. Estoy aterrada, muerta de miedo.
Anda Ana cariño, no te pongas así. Dany no está loco; idiota sí, al marcharse y no ir a buscarte, pero loco no. Esto no puede tener nada que ver con su desaparición. No lo puedo creer, no es posible
¡Que sí Gloria, que sí! Mira lo que pone en la carta que me dejó al marcharse: Los dos textos que dice sacó de Internet son, el primero de lo que llaman “Espíritu de la Muerte” y el segundo de la canción “El novio de la Muerte”. Seguro andaba obsesionado con La Legión. ¡Y con morir, para reunirse conmigo en el Más Allá! ¡Hasta Allá se despedía en la carta!
¡Por favor Ana, no me asustes más! ¡Eso sería terrible!
De inmediato abrí la carpeta del correo, y allí la confirmación de mis horrores: Tras varios e-mail sin interés, el último era del Gobierno Militar de Madrid, fechado dos días antes; decía que allí, a la disposición de Dani, había un pasaporte para viajar a Viator, (Almería), donde debía presentarse en el Centro de Instrucción del Tercio Juan de Austria IIIº de La Legión/ VIIª Bandera en plazo no superior a quince días, pues de rebasarlos se anularía su instancia.
Ya no había duda alguna. Y rompí a llorar; Gloria me abrazó diciéndome con toda vehemencia:
¡Corre a buscarlo Ana, corre! ¡Y te lo traes con una cadena si hace falta! Por los niños no te preocupes, estarán conmigo cuanto sea necesario. ¡Pero tráetelo, no le dejes con esos descerebrados! ¡Que nos lo matan!
Aquella misma madrugada tomé un tren a Madrid, y allí, sobre las 10.30, un avión a Almería donde llegué a las 11.30. Desde el aeropuerto en un taxi me dirigí a la Estación de Autobuses. Cuando llegamos el mismo taxista me acompañó hasta encontrar la empresa que cubría el servicio a Viator y el Campamento Militar “General Alvarez de Sotomayor”. Fue muy amable y le di algo de propina.
Tomé billete para el primer coche que salía hacia mi destino. Era poco menos de las 12 horas y el coche no saldría hasta las 12,30, pero no tenía ganas de ir a la cafetería ni a ninguna otra parte, por lo que decidí irme directamente a los andenes de los autobuses. Iba a abrir la puerta de acceso a la escalera que bajaba al andén, pero me quedé petrificada. Allá abajo, sentado en un banco con la maletita a su lado, en el suelo, estaba Dani. Le vi triste; muy triste. Y muy solo. Era la viva imagen de la tristeza y la soledad. Recordé: “Sin ti estoy perdido”. Sí, eso parecía también, un niño perdido.
Abrí la puerta y comencé a bajar la escalera, lentamente. El aún no me había visto y yo podía observarle a placer. Sentí lástima por él, pero también mucho amor, mucha ternura. Me dije: “Cuanto daño te hice aquella noche en el pueblo, Dani, cuanto daño. Pero no te preocupes mi amor, ya verás cuanta felicidad, cuanto amor de daré. Conmigo estarás en el mismísimo cielo.”
Bajaba despacio, recreándome en él mirándole. ¡Qué guapo estaba a pesar de su estado! Entonces me di cuenta de que él había intuido mi presencia, pues miraba hacia lo alto, hacia donde yo estaba, y su sorpresa al verme era evidente; se había levantado aunque permanecía inmóvil y con los ojos abiertos como platos. Pronto reaccionó, dirigiéndose a mi encuentro al pié de la escalera, también despacio como yo las bajaba.
¡Ana!... ¿Co…cómo es que estás aquí?
No le respondí y seguí bajando la escalera en silencio. Quería mantenerme calmada, no expresar emoción alguna, pero en mi interior el corazón corría desbocado y notaba calor en las mejillas. ¡Debía presentar un gesto la mar de extraño, pues a Dani le notaba cada vez más nervioso, casi asustado diría. Y él continuó hablando:
¡Perdóname Ana, por Dios perdóname! ¡No me odies por favor! ¡No puedo sufrir que me odies o me desprecies! ¡No me importa si no quieres verme más, eso lo he asumido hace tiempo, pero no me odies!
En esos momentos acababa de bajar la escalera y estaba muy cerca de él, a menos de un metro. Sin pronunciar aún palabra alguna dejé la maleta en el suelo y dirigí mis manos hasta su rostro; con ambas palmas de las manos sujeté sus mejillas y besé fieramente su boca, sin introducirle la lengua, pero presionando sus labios hasta hacerme daño. Luego notaría un hilillo de sangre fluir de mis labios. Al separar mis labios dije:
¿Esto te parece odio?
Al terminar de decir esto, volví a besar su boca, pero ahora sí la abrí con mi lengua introduciéndosela dentro en busca de su lengua, que respondió divinamente a mis requerimientos. Y Dani volvió a hablar al acabarse el beso.
¿Por qué me haces esto Ana, por qué me torturas así?
No te torturo Dani, sólo te estoy besando. Y si te beso es sencillamente porque... ¡Te quiero Dani, te quiero con locura, con pasión desmedida! ¡Te adoro mi Dani! Y no me digas que te perdone por lo que hiciste aquella tarde de sábado. Sí, me hiciste mucho daño. Pero gracias a eso reconocí, sin reserva, que te amo casi desde niña, que eres mi primer y único amor y sin ti ya no concibo la vida. Te necesito Dani, necesito estar a tu lado y vivir junto a ti como marido y mujer más que el aire que respiro. Por eso estoy aquí, para llevarte conmigo a casa... o ir contigo donde tú quieras que vayamos.
Casi toda esta perorata se la solté con mis brazos rodeándole el cuello y colgada de él por completo, interrumpiéndome de vez en cuanto para besarle en boca, rostro, cuello... ¡Qué sé yo! El también alguna vez intentó interrumpirme, meter baza vaya, pero yo se lo impedí cerrando su boca con mis labios para proseguir mi discurso. Cuando acabé de hablar le miré anhelante esperando su respuesta, su decisión. Entonces pasé el rato más malo de mi vida, pues en unos momentos perdí toda confianza en mí, temiendo que Dani no quisiera ya nada conmigo, que me guardara rencor por lo cruel que fui con él en el pueblo. Pero eso creo que no duró ni unos segundos siquiera, pues Dani, que ya me tenía muy pegada a él por un estrecho abrazo, me estrechó todavía más fuerte, besándome con una pasión desbordante mientras decía:
¡Ana cariño, me estás haciendo el ser más dichoso del mundo! ¡No puedo creer que me quieras, menos que me quieras de la forma que sé, siento dentro de mí, que me quieres! ¡Eres toda pasión, justo la mujer que necesito, la que mejor compartirá mi forma de amar: Arrebatadamente, ardiendo ambos en el fuego del mutuo deseo!
Nos besamos de nuevo con renovado frenesí. El, encendido en deseo, comenzó a acariciar mis senos por encima de la ropa y yo me desabroché algún botón para facilitar su divina maniobra. Luego bajó una mano, me levantó ligeramente la falda y la hundió en mi entrepierna, apartó mis bragas y acarició suavemente mi femenina intimidad, a esas alturas encharcada en mis jugos íntimos. Yo respondí acariciando levemente su hombría a través del pantalón.
Nos estábamos “calentando” demasiado y ese juego podía acabar en situación muy incómoda, así que decidí terminar con ello, muy a mi pesar, pero ya tendríamos tiempo para todo en ese mismo día y de manera mucho más cómoda y sosegada. Así que para pasar a otra situación algo menos “acalorada”, dije a Dani con acento picaresco:
Donde quieres que vayamos, ¿a mi casa o a Viator, al Campamento “Alvarez de Sotomayor”
¡A tu casa sin dudarlo! En Viator y ese campamento ya nada tengo que hacer. Lo que allí iba a buscar tú me lo das mejor. Salgamos de aquí Ana, lo antes posible cariño mío.
Me agaché tomando de nuevo mi maleta del suelo, y enlazados ambos por la cintura, caminamos hasta el banco en que antes estuviera Dani. Tomó su maleta del suelo, y sin soltarnos ni un segundo, marchamos hacia la salida de la Estación perdiéndonos en el tráfico ciudadano.
Tan pronto dejamos atrás la Estación de Autobuses nos dirigimos a un hotel que vimos casi por frente de la Estación y pedimos habitación: Los dos ansiábamos entregarnos el uno al otro, no podíamos esperar más y, sin pensar siquiera en comer, subimos a la habitación.
Por cierto, que se dio una curiosa anécdota cuando el recepcionista, al ver nuestros DNI dijo: “¡Que coincidencia, ustedes dos tienen, justo, ambos apellidos iguales, como si fueran hermanos...!” A lo que Dani, con todo el aplomo del mundo, respondió:”En efecto que es raro que mi esposa y yo tengamos los mismos apellidos. Algún trastorno nos ha causado esta coincidencia en algún hotel”. Por ello fuimos riendo al subir con el ascensor.
Entramos por fin en la habitación. Junto a la puerta soltamos las maletas en el suelo sin preocuparnos de ellas y besándonos, acariciándonos y desnudándonos mutuamente llegamos al dormitorio lanzándonos los dos a la inmensa cama de matrimonio, sin siquiera ducharnos o lavarnos. ¡Qué importaba ahora eso! Sólo sentíamos la imperiosa necesidad de unirnos ambos en una sólo carne.
Dani me quitó la desabrochada camisa para, de inmediato, librar mis senos del sujetador. Y se lanzó sobre ellos con hambrunas ansias, acariciándolos con sus manos, besándolos con sus labios, lamiéndolos con su lengua. A mí me transportaba a un delicioso paraíso, lleno de placer y amor maravilloso. Me atrapó luego los pezones, hambrientos de sus labios, de su lengua y me los chupó, me los lamió y succionó delicadamente, incrementando mis placeres hasta el infinito. Entonces quise yo también disfrutar de su cuerpo, su torso desnudo y empecé a tirar hacia atrás de su camisa, también desabotonada para entonces. El se irguió un momento, separando ligeramente su cuerpo del mío y procedió a despojarse de la camisa, momento que yo aproveché para desabrochar el botón de su pantalón y bajar esa cremallera que guardaba su deseada masculinidad. La alcancé, la tomé en mi mano y se la acaricié con suavidad, subiéndola y bajándola a un compás lento pero sostenido que intentaba devolverle un poco del placer que él me había otorgado. Dani jadeaba de gusto, de placer y yo me centraba más y más en procurarle satisfacción, al tiempo que mis propias ganas de ser satisfecha por él crecían como la espuma, hasta que mi hermano empezó, literalmente, a bufar como búfalo en celo al tiempo que gritaba:
¡Me voy Ana, me voy, termino, termino, ah, ah, me... Me..Coorroooo!
¡Sí Dani, mi amor, córrete... Córrete sobre mí.... Embárrame todo el cuerpo... Ah... Ah... Creo.... Que yo... Yo…También…Ah…Ag..! ¡Me corro...Dani, querido mío!... ¡Ah, ah! ¡Me estoy corriendo, amor; me estoy corriendo!
Acabamos los dos a un tiempo ¡Señor qué gusto, qué placer tan inmenso que mi hermano me había regalado! ¡Y el que yo le di a él!
Cayó sobre mí, casi babeando. Nos abrazamos, nos besamos y así, fuertemente enlazados, acariciándonos con cariño infinito, con ternura inefable, quedamos quietos y descansando unos momentos. Entonces Dani me acabó de desnudar quitándome los pantalones y la braga que chorreaba con mis más íntimos fluidos derramándose incontrolados. Se terminó de desnudar él, deshaciéndose de pantalón y slip…y volvió a ocuparse de mi cuerpo que ardía en deseos de él. De mis senos pasó a mi vientre, mi pubis, acariciando los bellos de mi sexo depilado. Entonces, le abrí las piernas, ofreciéndole mi encharcada intimidad. Abrió ligeramente las labios vaginales y puso sus labios en mi, a esas alturas, hinchada vulva, besándola para enseguida poner allí su lengua, ensalivándolo todo a su paso. De nuevo me llevó a la gloria, de nuevo gemía, jadeaba en alaridos de inmenso placer.
Tardé poco en volver a estallar en sucesivos espasmos de gozo, y volví sentir que rompía en orgasmos encadenados, consecutivos uno a otro En el momento álgido del éxtasis, agarre, sí agarré, aferré, por detrás la cabeza de Dani y la hundí salvajemente en mi sexo mientras movía pubis y caderas buscando el más intimo contacto posible con esa lengua que me rompía hasta la médula. ¡Dios qué gozada, qué gritos de inmenso placer que pude lanzar!
De nuevo tras esa última corrida quedé desmadejada, sin aliento casi, y me abandoné un poco a una relajación momentánea. Dani dejó tranquila mi intimidad durante esos minutos, dedicándose tan sólo a acariciar con dulzura mis senos, mi vientre, mis muslos... Y a besarme la boca con tierna pasión. Yo acariciaba su cabello, su nuca, su pecho fuerte y peludo al tiempo que en su oído musitaba.
Te amo hermano, me vuelves loca de placer. Te quiero... Te quiero con delirio hermanito. Soy tuya para siempre... ¡Amame siempre amor mío, sin ti no podría ya vivir cariño mío!...
Me empezaba a reponer del dulce desmadejamiento cuando fui consciente de que Dani acercaba su virilidad a mi feminidad. ¡Sí, se aprestaba a penetrarme! De inmediato reaccioné al estímulo abriendo las piernas cuanto pude y, empujando con las caderas, elevé el pubis para ir a su encuentro. Enseguida me noté invadida, llena por entero con su virilidad y lancé un suspiro de placidez, de satisfacción. Dani se empezó a mover dentro de mí, pero con un poco de violencia: Estaba muy enardecido pero entonces yo buscaba otra cosa, por lo que dije:
¡No seas bruto Dani! Hazlo más suave, con más mimo...Así... Así cielo mío.... Sigue... Sigue... Ah... Ah... Sigue...Sigue... Así... Me matas cariño mío... Me matas... Más... Más... Ah...Ah... Ay... Ay… Así dueño mío... Así... Sigue... Sigue...
En mi interior notaba cómo el torbellino de placer se iba formando por enésima vez y en momentos corrió por mi espina dorsal hasta alcanzar la cuevita de la dicha donde rompía deliciosa y contundentemente. Dani, paulatinamente, aumentaba el rimo de sus embestidas lo que hacía que esas sensaciones siguieran viniéndome un par de veces más hasta que el ritmo se hizo frenético mientras Dani estallaba en griterío.
¡Acabo Ana, voy a acabar, me vengo Ana, no puedo aguantar más.... Ah... Ah...!
¡Sí Dani, hermanito... Acaba, acaba...pero no te salgas... Vacíate dentro de mí... Inúndame, amor, inúndame toda... ¡Aayy, aayyy!...
Me sentí llena, inundada por su masculinidad y transportada al paraíso del amor. Y supe que también yo estaba por venirme pues las maravillosas sensaciones de poco antes se renovaban en lo más hondo de mi feminidad y casi arrollaban ya por mi espina dorsal. Lo notaba en lo más profundo de mí misma, y loca de emoción, enervada al máximo decía.
¡Aguanta Dani, aguanta un poco más, sigue empujando, sigue por favor, no te salgas, no te rindas aún... Que también yo acabo... Me vengo también, hermanito querido... Ah... Estoy aquí Dani... Sigue amor, sigue.... Me vengo, me vengo...!
¡Y Dani aguantó como un jabato! ¡Dios, qué venida la que entonces disfruté! ¡Como nunca en mi vida... Como nunca!
Dani no sólo aguantó sino que me prodigó una ternura, una dulzura incomparable. No sé qué me llenó más de felicidad si su virilidad o el rendido amor que demostraba mientras me ayudaba a terminar el orgasmo. Lo que sí sé es que nunca antes me sentí tan amada ni tampoco tan enamorada como entonces.
Acabamos derrengados ambos, sin poder siquiera articular palabra, pero lo que sí teníamos claro era estar los dos juntos, muy unidos, muy cerca uno de otro acariciándonos, arrullándonos y diciéndonos todo el amor que nos teníamos.
Sí, éramos hermanos y como tales nos queríamos con todo el alma, pero eso resultó ser una bendición pues el cariño de hermanos reforzó nuestro amor conyugal haciéndolo más intenso, apoyándolo y afirmándole. Yo era su amante pero también su hermana pequeña de la que siempre estuvo pendiente, protegiéndola y él mi amante y el hermano mayor en quien siempre encontré consuelo y apoyo, en especial en los duros momentos de mi divorcio. Todo ello se traducía en la atenta ternura con que me amaba, en la dulzura de su trato hacia mí, y en la ternura con que también yo correspondía a sus atenciones.
El acto de entrega mutua que inició nuestros, realmente, primeros momentos de amor, pues lo que pasó entre nosotros en mi casa aquella tarde de sábado no contaba por la violencia que lo rodeó, se repitió otras dos veces más en la misma divina forma en que el primero transcurrió. Nos amamos con toda intensidad, enervados ambos hasta el paroxismo, pero también con la ternura que ya en nosotros, en nuestros encuentros de amor, se haría proverbial. Al fin, cuando en el reloj eran más de las 16,30, nos quedamos los dos dormidos, desnudos sobre la cama y enlazados en tierno abrazo, muy juntos uno con el otro, llenos ambos de mutuo cariño.
Eran ya más de las 19 horas cuando desperté. Dani seguía profundamente dormido por lo que le desperté con besos en su boca, su rostro, su pecho... Dani se despertó y, aún somnoliento, se fue desperezando al tiempo que yo le decía entre beso y beso
¿No tienes hambre amor?
¡Más que lobo hambriento!
¡Pues anda, perezoso, levántate y vamos a ducharnos para bajar a tomar algo!
De un salto me puse en pie y, lanzándome a correr, le dije mientras reía
¡A que no me coges Dani!
El se levanto al momento, echó a correr tras de mí, me alcanzó y alzándome en vilo con sus brazos, me llevo entre las carcajadas de ambos hasta el cuarto de baño. Allí me depositó en la ducha, se metió allá conmigo y entre risas, besos y caricias nos enjabonamos mutuamente para después limpiarnos el jabón también el uno al otro. Cuando acabamos la ducha volvimos de nuevo a la habitación, aún desnudos, para vestirnos. Dani intentó entonces dar otra vez “guerra”, pero yo le esquivé cariñosamente diciéndole
¡No cariño, déjame ahora, que estoy hambrienta! Además, hay que renovar energías para esta noche volver al “tajo”.
Y, riendo de nuevo, escapé de él para empezar a vestirme. Dani, casi cabizbajo, hizo lo propio; pero yo sabía que su expresión era fingida, que con gusto seguía mis deseos. Y es que sabía que siempre sería así: Su mayor placer, complacerme a mí, rendirse a mí. Ya lo dije antes, nunca tan amada, tan querida y adorada como entonces.
Bajamos pues al vestíbulo y, en un taxis, nos dirigimos a la Rambla de Almería, donde cenamos una excelente paella. Dani me decía cuando me empeñé en pedirla
¡Jobar Ana, que nos van a tomar por “guiris”!
Y qué... O ¿no tenemos derecho los españoles a cenar también paella?
Así quedó zanjado el asunto y acabamos, Dani el primero, devorando la suculenta paella. Tras cenar y tomarnos los respectivos cafés, decidimos pasear un rato por ese magnífico paseo, bajo las hermosas palmeras que se mecían acunadas por la breve brisa marina. ¡Qué placidez, qué paz y tranquilidad se respiraba! ¡Qué bello que era todo! La vegetación que delimitaba ambas márgenes del paseo, con frondosos árboles, palmeras...
Hasta cerca de las 23 horas nos mantuvimos paseando, yo colgada de su brazo y con la cabeza reclinada en su hombro... Un par de veces nos sentamos en alguna terraza pidiendo unos refrescos, pero la mayor parte de tiempo la pasamos paseando, disfrutando del frescor de la noche, de la paz que nos envolvía, mirándonos con cariño, él a mí con puro arrobamiento y yo, ante su mirada tierna, transportada a un universo de dichas y dulzuras amorosas. Entonces, cuando estaban ya a punto de sonar las once campanadas de la noche en el reloj de la torre de cualquier iglesia, sugerí a Dani: “¿Volvemos al hotel hermanito? Y claro, a toda prisa buscamos otro taxis, regresamos al hotel, subimos a la habitación y... ¡Ja, ja, ja...! ¡Imaginaros la noche que siguió!
Al día siguiente, por supuesto, nos levantamos tarde. Cerca del mediodía salimos del hotel, en un taxis marchamos al aeropuerto y sobre las 15,30 horas volábamos hacia Madrid. Desde la capital de España, en un tren regional, nos dirigimos donde Dani y Gloria vivieran llegando a su casa ya muy mediada la tarde, entre las 19,30 y las 20 horas.
Durante todo el trayecto enfocamos de cerca nuestra situación: Lo que para los dos estaba claro es que nunca más nos separaríamos, que viviríamos por siempre juntos, como marido y mujer, a pesar de lo que fuera. Pero tampoco había por qué desafiar a nadie ni provocar enemistades innecesarias. Convinimos en que lo mejor era evitar los lugares donde fuéramos conocidos y buscar un lugar para vivir donde pasar desapercibidos, un matrimonio normal entre dos divorciados con hijos cada uno de los dos. De modo que a mi casa mejor no ir, la vendería para comprar otra en un pueblecito cercano. Yo ya le conocía pues allí, en unas praderas maravillosas por las que discurría un arroyo de aguas claras haciendo tranquilos meandros ideales para los niños, había pasado varios fines de semana haciendo “camping” con mis hijos.
El pueblo me gustaba, sus atractivos naturales todavía no eran conocidos por el gran público por lo que apenas si alguien acertaba a pasar por allí y la tranquilidad que ofrecía era perfecta para quien, como nosotros, quería pasar desapercibido. Por otra parte para mi trabajo no era hándicap alguno, pues apenas invertiría 20-30 minutos en llegar con mi coche; y Dani no dependía de ningún lugar de trabajo al que debiera desplazarse, pues en esa casa tendría su estudio de pintor y, como hasta ahora sucediera, la parte comercial, la exposición y venta de sus cuadros corría por cuenta de su “marchante”. Ese pueblecito sería el hogar perfecto para nosotros, luego decidimos ir por la mañana a verlo y comenzar con las gestiones necesarias para primero alquilar una casita que luego, cuando vendiéramos mi casa, compraríamos.
Problema aparte era madre, nuestra madre. Si se enteraba que sus hijos eran pareja conyugal le daba un “patatús”. Cómo enfrentaríamos eso, pues ya se vería, pero lo que estaba claro es que, desde ahora, iríamos al pueblo lo menos posible y por poco tiempo siempre: Algún fin de semana y unos días más en verano. Lo cierto es que, durante esas estancias, nos tendríamos que comportar como perfectos hermanos.
Y también estaba la cosa de los chicos, sus hijos y los míos. ¿Cómo verían que su padre-su madre durmiera con su tía-su tío? ¡Otro asunto que ya se vería en su momento!... Desde luego nuestra relación traería “cola”...
Cuando llamamos a la puerta de Gloria lo cierto es que los dos estábamos un tanto cohibidos, en especial Dani que, desde luego, estaba pasando un mal rato. Pero cuando Gloria abrió la puerta todo se pasó: Con los brazos abiertos nos recibió a los dos, en especial a Dani, diciéndole que como amigo ganaba muchísimo. Los niños, cuando nos vieron, se arrojaron sobre nosotros riendo alegres. Me llenó de alegría ver cómo mis hijos también abrazaban y besaban con todo cariño a su tío y cómo mis sobrinos hacían lo mismo conmigo. Eso había sido siempre lo habitual con los críos, pero entonces esa actitud suya me llegó muy hondo. Gloria habló de preparar algo de cena pero Dani prefería salir esa noche a cenar fuera, lo que hicimos a poco de llegar a casa.
Volvimos de cenar y, mientras Dani se tomaba una copa en el salón, Gloria y yo pusimos los pijamas a los niños y los acostamos. Por escasez de sitio los cuatro chicos dormían en la habitación de mis sobrinos, dos hermanos en cada cama. Les dimos el beso de buenas noches y salimos de la habitación. Entonces me dice Gloria.
Te lo has “tirado” ya ¿verdad?
¡Por Dios Gloria! Eso ni se pregunta ni se contesta.
¡O sea, que sí, que te lo has tirado! Ayer ¿verdad?... Claro, y hoy también, seguro que esta mañana. ¡Menuda “sequía” que te traías! ¡Te “regaría” a modo el “huerto”!... ¿No?
¡Calla ya Gloria, calla ya!
Luego te remojó bien el huerto. ¡Qué envidia me da Dani! Por cierto... ¿Qué tal un trío de vez en cuando?
¡Ni lo sueñes!
Gloria se echó a reír a carcajadas, acompañada por mí, y las dos nos tomamos por la cintura y caminamos hacia el salón. Pero entonces me detuve un momento, sorprendida por un pensamiento que antes no me asaltara; me desprendí del brazo de Gloria y, mirándola fijamente a los ojos, le pregunté directamente con ademán muy, muy serio
¿Seguro que esto no te importa, que no te duele, que ahora sea yo la mujer de Dani?
Seguro Ana; me alegro que sea así, me alegro por mis dos grandes amigos, los que más quiero. Es más, recuerda que ya antes te dije que estaba harta de hombres, que me gustaban más las mujeres ¿verdad? Bueno, pues te contaré un secreto: Tengo una amiga... digamos... ¡Muy íntima! ¿Entiendes verdad?
(Ana, riendo) ¡Claro que entiendo, y deseo que lo disfrutes!
Gracias chica. ¡Qué lástima que, en vez de “liarte” con Dani no te liaras conmigo! ¡Por que tienes un cuerpo como para perderse una!
¡Pues no, que este cuerpo ya tiene dueño!
Con esto se acabó la conversación entre las dos amigas. Llegaron al salón y de nuevo fue Gloria quien rompió a hablar.
Venga “tortolitos” ¡A la cama! Que también yo quiero descansar un poco... ¡Claro, si me dejáis!... ¡”Cortaos” un poco, “porfa”, que una no es de piedra!...
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Ha pasado cerca de año y medio desde que regresé con Dani y mis hijos a mi casa. Encontramos y compramos, mejor dicho, compré, la casa en el pueblo que queríamos. No fue tan fácil como creía, pues aunque eran varios los edificios deshabitados y abandonados, lo malo era encontrar a los dueños que no vivían ya en el pueblo, apenas si por allí aparecían y malamente sabía nadie dónde encontrarlos. Así sucedió que antes encontramos comprador para mi piso que al dueño de la casa. Afortunadamente el comprador nos concedió dos meses para desalojar el piso y entregárselo, pero aún así tuvimos que alquilar una vivienda próxima al piso por unos siete meses, pues aunque la casa la compramos antes de que los dos meses de tregua finalizaran, ésta necesitaba bastantes reformas más lo que nosotros queríamos hacer. Menos mal que el precio fue irrisorio y disponíamos de bastante dinero. No lo suficiente para cubrir las obras que queríamos hacer en la casa nueva, pero con un préstamo supliríamos el resto
La casa del pueblo es una antigua casona rural, de firme portada de madera maciza, gruesas aldabas y muros exteriores construidos a base de sólidos bloques de piedra viva. En la parte posterior, un par de establos para ganado de labranza y cerdos, cosa habitual en otro tiempo. Además, más allá de los establos, se extiende un terreno que en tiempos fuera pequeña huerta pero hoy un erial.
Las obras de reforma se empezaron por fregar los graníticos muros y restaurarlos en lo posible, tanto por fuera como por dentro, para devolverles la espléndida belleza que en un tiempo tuvieran. El interior de la casa lo derribamos para rehacerlo todo a partir de cero. Ampliamos incluso la planta de la casa, añadiéndole parte del solar que los establos ocupaban, lo que nos obligó a hacernos con bloques de piedra que prolongaran los muros originales. Cuando las obras por fin acabaron nuestra casa disponía de cuatro amplios dormitorios, dos cuartos de baño completos, un buen salón, una salita de estar y una moderna cocina.
Y para que la casa acabara de ser de verdad cómoda construimos en lo que antes fuera huerta una piscinita, no muy grande pero suficiente para que disfrutaran nuestros cuatro hijos, los de Dani y Gloria y los míos, nosotros dos y algún que otro invitado, como por ejemplo Gloria. Estas comodidades se completaron con la instalación de una buena calefacción para el invierno y aire acondicionado con que aliviar los rigores estivales, ambas cosas distribuídas por toda la casa, de manera que nos garantizasen temperaturas agradables en toda época.
Por otra parte parecía que la diosa Fortuna había arribado a nuestras vidas una vez que Dani y yo empezamos a vivir juntos: A mí, a poco de reintegrarme de nuevo a mi trabajo, me ascendieron a un puesto casi directivo con un interesante incremento en el sueldo y a Dani le volvió la inspiración y de qué manera: Trabajaba, trabajaba y trabajaba continuamente, dando forma en los lienzos a las mil y una ideas que ahora brotaban en su mente. Y su “marchante” no paraba de preparar exposiciones de los cuadros con un éxito como hacía tiempo no conocía. Los cuadros se vendían con rapidez y a buen precio: Era raro el mes que no vendía al menos dos o tres cuadros con unos ingresos mensuales de 2500 a 4000 euros. Con lo que la cosa económica no nos podía ir mejor.
Esa posición económica me permitió contratar algo de servicio: Una doncella que cuide a los niños cuando yo no esté en casa y una mujer que se ocupara de las cosas de la casa, limpiarla, cocinar etc. ayudada cuando lo precisara por la doncella.
Con frecuencia yo posaba para él... vestida, pues Dani decía que mi cuerpo sólo él lo disfrutaría y ni en pintura quería que nadie me viera desnuda. ¡Me salió al final de un celoso…! También Gloria posó para él cuando estaba en casa, vestida por imposición mía. ¡Sólo faltaba que a Dani le vinieran añoranzas del pasado! ¡No y mil veces no, que, como se dice, las armas las carga el diablo!
Una gran alegría nos llegó cuando ya casi estábamos por ir a ocupar nuestra casa en el pueblo, ése que cada vez que visitábamos nos gustaba más. Pues un día, unos cinco meses después de llegar a mi casa, empecé a encontrarme mal, con vómitos y mareos. Lo cierto es que en ese estado ya me venía encontrando desde hacía unos días. Yo no quería ir al médico, pero Dani se empeñó en llevarme y resultó que... ¡Estaba embarazaba de casi un mes! La ilusión que eso nos produjo fue indescriptible. ¡Qué alegría teníamos en el cuerpo! Dani enseguida quiso hacer preparativos como si el bebé estuviera a punto de llegar, hasta que yo le recordé que todavía pasaría un tiempo en llegar, al menos ocho meses.
Cuatro meses más tarde, cuando yo estaba prácticamente en mi quinto mes de embarazo y la tripita era ya evidente, nos llevamos una gran y muy grata sorpresa. Fue un sábado, a última hora de la mañana. Estábamos en casa Dani y yo con los niños. El, como siempre, trabajando en su estudio; yo trajinando por la casa y los niños en la calle, jugando. Entonces oigo que llaman repetidamente a la puerta: Los niños, pienso, y fui a abrir. Me quedé de piedra cuando allí veo, sí, a mis dos hijos, pero de la mano de mi madre. Quedé muda, un nudo en la garganta no me permitía hablar; pero tampoco era capaz de moverme. Y allí quedé, como un pasmarote, sin moverme ni hablar. Mi madre, con una tranquilidad envidiable, entró en casa. Me abrazó y me besó con el cariño que siempre lo hiciera, en tanto yo seguía incapaz de reaccionar. Me volvió a coger la cara entre sus manos, volvió a acariciarme, besarme… abrazarme mucho más fuerte que antes, acogiéndome entre sus brazos con esa incomparable ternura de madre. Yo entonces también la abracé cubriendo de besos su cara mientras rompía a llorar: Mi madre estaba allí, seguro que lo sabía todo ya, lo de Dani y yo, nuestro bebé... y ¿qué pasaría ahora, cómo se lo habrá tomado, cómo se encontrará ella ahora... le pasará algo... terrible? Yo lloraba, lloraba de dolor por mi madre que, de todas formas, a pesar de lo que por dentro llevara, me acogía con tanta ternura. Fue ella quien me sacó de ese trance.
¡Vamos, vamos Ana, mi hijita, no llores cariño mío, no llores que nada pasa; aquí tienes a tu madre para ayudarte en lo que sea preciso...! Vamos Ana, no seas niña, seca esas lágrimas y sonríe, por favor... No es hora de llorar, sino de ser feliz, estar contenta... ¡Vas a ser madre otra vez, hijita mía!
¡Mamá, mamá, perdóname, por favor... No pude evitarlo... Le quiero mucho... Por favor, perdóname... perdónanos!
Ana tranquila, no te preocupes por nada... ¡Anda nenita, alegra esa cara que aquí está tu madre para lo que necesites! ¡Haber qué sonrisa le dedicas a tu madre! Por cierto, ¿dónde está tu marido?
Las lágrimas me abandonaron, pero volví a desconcertarme cuando escuché la pregunta de mi madre.
¿Pero qué dices, mamá? Alberto y yo nos divorciamos hace años?
¿Tan loca crees que me he vuelto para no saberlo?.. ¡Aunque razones para salir loca, la verdad, es que últimamente no me han faltado! No, no me refiero a Alberto sino a tu actual marido, al padre del hijo que esperas. Vamos, a tu hermano Dani
Aquí estoy mamá
Dani había escuchado ruido de voces en el vestíbulo y salió a ver qué pasaba. Como yo, se quedó de una pieza cuando vio a mamá antes de que ni ella ni yo pudiéramos verle. Como yo, también se había quedado inmóvil, mudo, muerto de miedo, pero reaccionó bastante bien cuando mamá declaró abiertamente estar al corriente de todo. Avanzó hasta donde yo estaba, me besó en los labios frente a nuestra madre y me tomó por la cintura tras acariciar mi barriguita en indudable decisión de apoyarme en todo, estar a mi lado pasara lo que pasase.
Hola hijo. Bien está que beses a tu hermana, pero creo que alguna caricia también merezco yo. Venga Dani, ven y dame un besito
Dani, sonriendo ya a mamá de oreja a oreja, se llegó hasta ella, la abrazó con todo su cariño de hijo, llenándola de besos. Yo también me fui hasta ellos y los tres nos fundimos en un tremendo abrazo lleno de cariño, del cariño que une a los padres con sus hijos y a éstos con sus progenitores. Entonces dijo mamá.
Bueno hijos, ¿me vais a tener aquí, de pie y con mi maleta, hasta que las ranas críen pelo?
¡Ay mamá, perdona! Ven, pasemos al salón. ¿Deseas tomar algo, un refresco, un café? Lo que
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