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Categoría: Incestos

Mi familia 4

Cuarta parte de mi historia. Tal como dijo mi tía, mi madre no recordaba lo que había hecho conmigo. Por otro lado, me acosté un par de veces más con Melissa, con mi tía Julia y con Paloma, aunque siempre por separado, y nunca en las mejores y cómodas condiciones. Desde la tercera parte pasaron 4 años, tenía 20 y había entrado en la Universidad. Paloma estaba a punto de recibirse de profesora a los 24 y seguía tan amorosa y cariñosa. Camila tenía 23, en kinesiología. Ha desarrollado un cuerpo bien formado y atlético. Aún me sigue esquivando, no sé por qué. Hace poco terminó con su novio.
En cuanto a las niñas, Fernanda tiene 16 años, y está hecha una guarrilla. Su pelo tan rubio como el de su hermana, sus ojos más oscuros. Es rebelde, pero ha madurado mucho a la vez. Su cuerpo se desarrolló como el de Camila y su madre, tiene unas tetas grandes, un culito respingado, cintura bien formada. En la escuela ha tenido algún tipo de relación con al menos 7 chicos, sólo los que ha nombrado, pueden ser más. Es una putita. Nunca le hice nada como me lo pidieron hace años, y nuestra relación es más amigable que antes, aunque no tanto.
Rocío tiene 14. Ha tenido un par de novios, pero nada serio. Está preciosa. Al igual que Paloma no se desarrolló mucho de busto pero sí de cola. Sus ojos verdes son aún más brillantes que antes. Al amarrarse el pelo tiene un aire más infantil. Es menos tímida que antes, y, sin embargo, nunca hemos cruzado más de 20 palabras en una conversación normal.

Un día, hace un par de semanas, fui a casa de mi abuela a saludar desde la Universidad. Solo estaba ella y tía Julia. También Fernanda, cuyas clases ya habían terminado ese día había pasado a saludar a su abuela también, y estaba en su pieza, se suponía que durmiendo. Se estaba haciendo tarde y mi tía me dijo que tenía una despedida de soltera, así que me pidió si podía yo pasar a buscar a Rocío al colegio. Le pregunté si creía que aún estaba allí a esa hora.
-Pregúntale a la Feña. Me voy sobrinito –Como estábamos solos, antes de salir por la puerta, me agarró el pene por encima del pantalón, se agachó, lo lamió, se levantó, y se fue. Eso me dejó a cien, pero no podía pensar en eso y fui a la habitación de Rocío donde debía estar Fernanda. Toqué la puerta, nadie contestó, así que abrí.
Así de simple, Fernanda estaba con su ropa de colegiala, con la falda levantada, las piernas abiertas, el calzón a la altura de las rodillas. Se estaba masturbando con una sonrisa, y no paraba incluso aunque me estaba mirando.
-Hola Felipe, ah… -dijo lanzando un gemido
-Hola Fernanda, ehm, disculpa por interrumpir… -dije, con una evidente erección que no intentaba disimular.
-No, tranquilo. De hecho –entonces puso su labio con jugos en su boca, y lo empezó a chupar con sensualidad- ¿por qué no vienes, haces lo mismo y me das lechita que tengo hambre? No tengo ganas de bajar al refrigerador… ¡Ah, rico!
-No puedo, tengo que ir a buscar a tu prima, ¿Sabes dónde está? Su celular no responde –le dije con todas las ganas del mundo de montarla y cubrirla en semen.
-Hm… qué mal. Debe estar en el colegio con los amigos. Si quieres, después me lo metes un ratito que sea…
Cerré la puerta y fui al colegio. Estaba muy excitado por tal curiosa situación. Yo sabía que ella era caliente, pero nunca tan así.

No estaba en el colegio. Pero al ver a la plaza en frente, vi que estaba Rocío con su jumper, y unos compañeros. Uno de ellos en particular la besaba, con claras intenciones de llegar a algo más. Ella se negaba. Los demás se reían, hasta que quien la besaba la empujó al pasto y se puso encima. Los otros niños y niñas reían y aplaudían. Rocío dio un grito de dolor por la caída.
No hizo falta más. Me sentí con la responsabilidad de un hermano mayor. Llegué ahí, y saqué al chico de encima. Otros intentaron ayudarlo pero no me costó mucho sacármelos de encima, apenas debían tener 14 o 15 años. Boté a algunos al suelo y los amenacé por si volvían a hacerle algo a Rocío. Se fueron corriendo y tomé a Rocío en mi espalda para llevarla a casa.
No dijo nada hasta que ya habíamos avanzado mucho, tampoco había querido preguntarle nada. Lo primero que dijo fue “Gracias”.
-Tranquila primita, para eso estoy.
-En serio, gracias –me iba a dar un besito en la mejilla pero yo volteé la cabeza para hacer lo mismo, por lo que nuestros labios se toparon levemente. Ella se puso roja y sonrió. Yo traté de mantener la calma y seguí el camino. Ella era tan hermosa. Creo que después de Camila, o tal vez incluso más que por ella, yo sentía una cosa tan dulce pro esta pequeña…

Al llegar a casa, mi abuela estaba durmiendo. Por supuesto mi tía aún no había vuelto. La llevé a su habitación, donde ya no estaba Fernanda, aunque era notorio el olor a transpiración y a “orgasmo”. Me aseguré de que ella estuviera bien, pero solo tenía un raspón en las rodillas y en el camino había descansado. Sin embargo, tenía mucho dolor en un brazo, y supuse que se le pasaría al día siguiente. Dijo que iba a entrar a ducharse, que la esperara.
Me senté en el comedor y pasaron unos cinco minutos hasta que oí un gemido, luego un quejido más fuerte, y un grito segundos después. Me apresuré y toqué la puerta.
-¡Rocío! ¿Pasa algo?
-Es que… no puedo bañarme… me duele mucho… -escuché que ella se quejaba. Así que, sin pensarlo, entré. La encontré ahí, en la ducha, completamente desnuda, sobándose el brazo. Solo había pensado en ayudarla, por lo que olvidé el importante detalle de que iba a estar desnuda. La pequeña se cubrió rápidamente con la toalla, roja de vergüenza, aunque tenía algunas lágrimas por el dolor.
-Felipe… ¿Qué haces? Estoy sin ropa… -dijo como un tomate.
-Sí… perdón primita, es que… -la miré y tuve una pequeña erección. Tenía el cuerpo hermoso, una mezcla preciosa de niña inocente especialmente por las tetitas pequeñas y los ojos verdes inocentes, pero su culito grande, su cabello castaño, sus labios, su rostro, también le daban apariencia de mujer. Traté de no pensar en ello.- Ok, eso no es importante, soy tu primo y voy a ayudarte así que no te quejes.
Parece que ella había entendido. Me pasó tímidamente la toalla para que yo la bañara y luego la secara, así que le puse el agua en el cuerpo, y ella se pasaba la mano buena por el cuerpo, enjuagándose mientras yo, tratando de parecer que “sabía lo que hacía”, le pasaba el jabón en ese pequeño cuerpecito, luego de sacarme la camiseta para no mojarla. Cuando hice esto, ella se puso carmesí en un segundo, y empezó a mirar hacia abajo.
Primero lo hice por sus brazos, luego a sus hombros, y llegué a su cuello. Pude ver su carita encendida como nunca. “Permiso” le dije. Ella me respondió asintiendo la cabeza con vergüenza, mirando hacia abajo. Pasé el jabón por sus tetitas, y por un pequeño acto de calentura, puse un poco de presión en los pezones, que provocó un gemidito de placer, que alcancé a escuchar solo por lo cerca que estaba. No quise mirarla para no incomodarla.
Luego fui hacia sus piernas. Les pasé delicadamente el jabón, y escuchaba la respiración entrecortada de mi prima. “Bah, olvidé la guatita” dije, y al tocarle ahí, soltó una risita nerviosa. Levanté la mirada, y me topé con la de ella. Me miraba fijamente, sus esmeraldas brillaban como nunca. Sus labios también tenían cierto resplandor.
Luego de lavar su barriguita, volví a terminar las piernas. Llegué a sus muslos, que acaricié lo más suavemente que pude.
-Felipe… si quieres… yo sigo… -me dijo, aún con la mirada fija en mis ojos, colorada, tomando el jabón para lavarse “ahí abajo”.
-Sí, obvio –le respondí con una sonrisa, y me giré para que ella se lavara sin tener vergüenza, pero dio otro quejido. Me di vuelta, y ella estaba con los ojos cerrados con expresión de molestia. Parece que el doblarse también le dolía, lo cual no era de extrañar ya que cuando la empujaron cayó muy mal. Su manito estaba ahí, en “su parte”, y el jabón estaba en el suelo. Una sensación extraña me invadió por un momento. No pensé mucho las cosas.
Tomé el jabón del suelo, saqué con delicadeza la mano de la entrepierna de mi prima, me puse de rodillas y, poniéndome jabón en las manos, empecé a lavar con suavidad sus labios vaginales. La respuesta de ella fue en principio cerrar un poco las piernas, sin decir una palabra. Lavé la parte del orificio, que produjo un gemido en ella, un “Hm… ah…” que me encendió. Finalmente, para mi sorpresa, abrió las piernas para facilitarme el trabajo, que era en ese momento lavar su parte más sensible, su pequeño y caliente clítoris. Cuando lo toqué lanzó un suspiro, todavía sin decía nada, y mi mano de repente se llenó de un líquido que no era agua, ni pipí. La pequeña estaba muy excitada y liberaba jugos vaginales.

No lo evité más. Ya apenas tenía jabón en las manos, pero con mis dedos seguí acariciándole su botoncito de placer, notado que a ella no le desagradaba, por sus suspiros, su respiración y sus repentinos gemidos. Miré hacia arriba, y ella hacia abajo. Nuestras miradas se volvieron a topar. Cuando me chocaba con esos ojazos verdes, me sentía como en trance. Sin dejar de masturbarla (ya estaba haciendo directamente eso) me levanté y me puse frente a ella. Mis labios estaban muy cerca de los suyos, y ambos estaban remojados.
-¿Te molesta Rocío? –le pregunté, en el momento en que mi pene erecto se rozaba con su cuerpo a través de mi pantalón.
-…- fue la respuesta de su parte, un silencio. Me miraba con los ojos brillantes, como expectante. Su rostro no expresaba nada de molestia, sino que incluso podía percibir una pequeña sonrisa. En un acto de impulsividad, se puso de puntillas, la afirmé para que no se cayera en la bañera, y me dio un beso, pequeño, fugaz, pero exquisito, eran los labios más dulces, tanto como los de Camila. Se alejó de mí rápidamente. Estaba al rojo vivo.
-Rocío… prima… -le dije, sin dejar de masturbarla, lo que en ella estaba provocando mucha excitación, ya que mi mano estaba empapada.
-…Felipe… Ah… Hm… los primos pueden… perdón es que… ah…. ¿pueden hacer esto? –me preguntó, muy caliente, con palabras entrecortadas.
-Pues… tu mamá estuvo con un primo, el tío… Nicolás si no me equivoco.
-Sí… ya me imaginaba que era él…

Lo próximo fue que la acerqué a mí, bajé el cierre de mi pantalón y, ella tomó mi pene, lo cual parece que nunca había hecho, y sin embargo, lo aferraba con delicadeza y calor. Le tomé la carita con la otra mano y le planté un profundo beso. A ella no parecía disgustarle. Con cierta exquisita ineptitud, empezó a masturbarme también, moviendo la mano de atrás para adelante y de vuelta. Yo seguí tocándola también, y después de un rato, metí me lengua en su boca. Ella hizo lo mismo. Nuestras lenguas jugueteaban en nuestras bocas y ella sabía hacerlo bastante bien. Estaba muy caliente pero quería darle una satisfacción principalmente a ella.
Me agaché rápidamente y metí mi lengua en su entrepierna, que empecé a lamer con suavidad, con movimientos giratorios, y ella me tomó la cabeza con la mano buena. Empezó a retorcerse, a punto de estallar.
-¡Ah! Espera Felipe… ¡ah, es muy… rico! Espera… no, para… ah… hm… ¡Feli…! ¡Ah! –exclamó cuando su orgasmo llegó. Soltó muchos líquidos que yo no evité ponerme a tragar. El sabor era delicioso. Ella, en tanto, se quedó como petrificada, así que la tomé en brazos con la toalla, como una bebita, y la llevé a su dormitorio.
Datos del Relato
  • Autor: Felipe
  • Código: 25286
  • Fecha: 17-02-2012
  • Categoría: Incestos
  • Media: 5.04
  • Votos: 26
  • Envios: 1
  • Lecturas: 5544
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