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Mi experiencia con Sol Perez

 

 

                Estoy terminando el trabajo. El aire acondicionado no tenía nada malo. Sólo había que limpiar los filtros. Normalmente me aprovecharía de la situación. Inventaría complicaciones que no existieron, y cobraría más de la cuenta. Pero a ella no puedo hacerle eso. Ella me desarmaría con la mirada y desvelaría el engaño en un instante. Además, le debo tantas pequeñas alegrías, que se pude decir que no debería cobrarle nada.

                La veo ir y venir de la cocina al cuarto, una y otra vez. Su figura, moldeada por dioses artesanos, desaparece tan rápido como aparece. Me hubiese gustado que sea como las típicas clientas insoportables, que se quedan viendo cada detalle de lo que hago, y me hacen preguntas tontas todo el tiempo. A ella se lo perdonaría. A ella le perdonaría todo. Pero apenas me presenté a su departamento, me explicó rápidamente el problema del aire acondicionado del living, y se puso a hacer sus cosas, dejando que yo haga las mías.

                Se podría decir que gané la lotería. La tarde anterior ella había decidido hacer arreglar ese aire que cada vez largaba menos frío.  Las temperaturas inusitadamente altas de los últimos días la instaron a tomar la medida. Buscó en internet a técnicos que trabajaran por la zona, y mi número de teléfono apareció junto al de varios otros. Me llamó cuando estaba terminando mi día laboral. Me explicó que los domingos eran los únicos días que tenía libre, que necesitaba que vaya. Su voz era apremiante y un poco irritante. Pero se notaba que se trataba de una mujer joven. Mi alma de cuervo se puso en alerta. Le prometí que iría. No suelo trabajar los domingos, pero nunca están de más unos pesos extras. Y si tenía la suerte de que se trate de una mujer linda. Quien sabe…

Le pedí la dirección y su nombre. Me pasó la calle y la altura. María soledad Pérez, dijo llamarse. En ese momento pensé que se trataba de un nombre demasiado común.

                Llegué al edificio, con mi vestimenta gris y la caja de herramientas. Me atendió por el intercomunicador y le ordenó al portero que me deje entrar.

                Cuando llegué a su piso, no necesité tocar el timbre. La puerta y se abrió. Resultó ser la puerta de un paraíso inalcanzable.

                La rubia despampanante salió a recibirme. Llevaba una remera musculosa color rosa. El extremo inferior estaba atado en un nudo, dejando que su perfecto abdomen quede a la vista. Llevaba un short blanco, diminuto, con dibujitos amarillos y rosados. Me quedé aturdido, no sólo por su imponente figura, sino porque comenzaba a asimilar de quién se trataba. ¿De verdad era ella?

—Pasà —dijo, con seriedad.

                Se hizo a un costado. Yo atravesé el umbral. Mi hombro casi roza sus turgentes pechos. Traté de recomponerme. Debía comportarme profesionalmente. Aclaré mi garganta y hablé. Modulando lo mejor que pude las palabras, sonando exageradamente serio.

                Me mostró el aire acondicionado y me dijo que le avisara cuando terminara.

                Y ahora ya había terminado. Debía llamarla. Le cobraría y me iría. Quizá nunca volvería a verla.

—Sol —dije, con un hilo de voz.

                Salió de la cocina. Deseé congelar el tiempo. O al menos que transcurra más lentamente. Sus prendas, ceñidas y pequeñas, le daban una apariencia de desnudez impresionante. Sol Pérez se me acercaba meneando las caderas. Sus piernas, torneadas y musculosas, estaban completamente desnudas.

—¿Y…todo bien? —Me preguntó.

                Quedé un instante idiotizado. Al hacerme la pregunta se había puesto muy cerca de mí. Era más petisa que yo. Sus ojos me observaban, apremiantes, desde abajo.

—Sì, solo era el filtro que había que limpiarlo. — Dije, recobrando mi compostura, o al menos fingiendo que lo hacía.

—Ay, pensarás que soy una roñosa. —dijo, algo avergonzada, cosa que me causó gracia.

—No, para nada —me apuré a decir. —Es totalmente normal.

—Bueno, ¿Y cuánto te debo? —Me preguntó. Yo le dije el monto. —¿Nada más? –dijo, asombrada.

—Solo te cobro la visita, no fue nada lo que hice.

—¡Ay gracias! — Me contestó. — ¿Querès tomar algo? Debós tener calor.

                Le contesté que sí al instante. Me dijo que la siguiera. Yo iba detrás de ella, sin perder de vista su famoso ojete. Siempre me resultó impactante ver sus fotos, pero personalmente estaba para el infarto. La tela del short se perdía, completamente tragada por el culo. Los glúteos eran sencillamente impresionantes: esculturales, duros. Si me golpeara con esas nalgas me bajaría los dientes.

                Me había sorprendido lo pequeño que era su departamento. Imaginaba que la chica del momento viviría con más glamur, pero supongo que estaría ahorrando. Su cocina era igual de pequeña. En ella estaba también el lavarropas, al lado de la cocina. Sol abrió la heladera.

—Mirà que no tengo gaseosa sabès. —dijo, dándose vuelta a mirarme. Yo había intuido el movimiento, y desvié mis ojos de su terrible culo, logrando evitar quedar como un pajero, al menos por el momento.

—Está bien, me lo imaginaba —dije. —Un vaso de agua está bien.

                Agarré el vaso, sintiendo un leve temblor en el brazo, que pude disimular apenas.

—¿Vivís cerca? — Preguntó.

                Se apoyo sobre la cocina, la cual se movió al recibir su peso, como si supiera que tenía encima al culo más deseado del país.

—Sí, contesté.  A veinte minutos en colectivo.

                Había llegado el momento de irme. No se me ocurría nada que decirle a tremendo minòn. Ella estaba en otro nivel. Los hombres más poderosos y ricos del país darían cualquier cosa por tenerla, aunque sea un rato. Cualquier avance de mi parte solo conduciría a que pierda el respeto que había ganado en ese poco tiempo, evitando comportarme como el típico macho infradotado que se convertía en un simio cuando estaba con alguien como ella. Sin embargo, algo debía decir. Busqué las palabras más certeras, con desesperación, mientras tomaba el último trago de agua.

—Sabès que, si te sacaras una foto en este mismo momento, la romperías en Instagram. —Largué.

                Viéndolo en retrospectiva, lo más astuto de la frase no fue lo que dije, sino lo que no dije. Evité frases del tipo “No quiero sonar desubicado, pero quería decirte…” “No te lo vayas a tomar a mal, pero se me ocurrió que…” es decir, ese tipo de frases que, lejos de ayudar, ponen a la defensiva al interlocutor. Me limité a decirle lo que pensaba, sin vueltas, con total espontaneidad.

—¿Qué? — preguntó asombrada, pero no ofendida.

                Yo estaba a cierta distancia de ella. No quería que se sienta vulnerada, ni acosada. Me mantuve muy cerca de la puerta, dando la impresión de que en cualquier momento me iría. Además, con un esfuerzo sobrehumano, la miré directamente a los ojos, sin desviar la mirada.

—Qué se yo, solo es una idea. Pero ya te dejo. Espero que me vuelvas a llamar cuando tengas problemas con el aire. —dije, dejando una tarjeta sobre la mesada.

—Puede ser buena idea. Creo que nunca me saqué una foto acá. —dijo ella.

                Era cierto. De hecho, una de las críticas que recibía con frecuencia era que casi todas sus fotos eran muy parecidas. Siempre en las mismas poses. Además, a pesar de no estar producida, realmente estaba con una presencia avasallante.  

 

—Pero una selfi no da. ¿Me sacarías una foto antes de irte?

                No podía creer que dijera esas palabras. Si hubiese planeado esa situación durante semanas, habiéndola ensayado cientos de veces, no me hubiera salido tan bien.

—Sí, claro. —Le contesté.

                Ella me entregó el celular. Se puso en el mismo lugar donde estaba, apoyando la cola en la cocina. No me atrevería a sugerirle una pose determinada a una chica que básicamente vivía de sacarse fotos viéndose linda. Sol flexionó una pierna, sacando culo. Estaba de perfil. Miró a la cámara con expresión seductora. Su figura cimbreante apareció en la pantalla del celular. Con una modelo como ella, cualquier principiante se sentiría un experto fotógrafo. Saqué una, dos, tres fotos. Imaginé, visitándola, ya no como el técnico del aire acondicionado, sino como su chongo de turno. Ella me esperaba en esa misma posición, con esa misma mirada. Iría a su encuentro, y le haría todo lo que cientos de miles de hombres soñaban con hacerle.

—¿Salieron bien? —Preguntó, rompiendo mis fantasías.

—Fijate, si no te gustan, te saco más.

                Le entregué el celular. Noté que mis manos transpiraban, y mi boca se hacía agua.

—Salieron geniales. — dijo.

—Quizás alguna foto cocinando les guste a tus fans.

                Sol largó una carcajada.

—No se lo va a creer nadie. — dijo.

—Eso no importa. Pones algo en la olla que largue vapor, para que parezca real.

—¿Pero no te tenías que ir ya? —preguntó divertida.

—Son solo unos minutos, pero como quieras…

—Está bien, pero solo un par de fotos eh. —Advirtió, intuyendo quizá, que me estaba emocionando demasiado.

                Se dio vuelta. Abrió la tapa de la olla. Agarró un cucharón cualquiera, Y empezó a revolver adentro.

                Sus piernas, musculosas y torneadas se movían mientas fingía cocinar. Su culo inefable, subía y bajaba.

—Dale, sácame así, no voy a poner nada en la olla.

                Me reí. Era entendible que no se molestara en hacer verosímil la foto.  A nadie le importaría si estaba cocinando de verdad o no. Sólo querían ver su perfecto ojete enfundado en distintas prendas. Mientras más ceñidas y pequeñas mejor.

                Fingí ponerme en una posición conveniente, para dilatar el momento. Saqué una foto y cambié de perfil. Me acerqué un poco y saqué otra. Me alejé, me agaché, me puse de pie para una paronímica desde arriba. El culo de Sol Pérez posaba para mí, quien la inmortalizaba en un montón de tomas que siempre captaban esas redondas y turgentes nalgas. Siempre alucinantes, desde donde las mirase.

                Sentí que tenía una terrible erección. Mi camisa, que estaba fuera del pantalón, me salvaba de que descubra la carpa que se había levantado bajo la bragueta. Me preguntaba qué pasaría si me acercaba a ella. Si la tomaba de la cintura. Si le bajara ese shortcito, descubriendo la tanguita que llevaba puesta debajo. Seguramente sería blanca, ya que el short era de ese color. La tela estaría enterrada en la zanja de sus nalgas. Y yo se la arrancaría de un tirón, haciéndosela hilachas. Me arrodillaría, y por fin, en nombre de todo el género masculino, hundiría mi cara entre los glúteos macizos. Enterraría mi lengua babeante en su zanja, y degustaría con desesperación su codiciado orto. Luego la pondría en cuatro, y descargaría toda la calentura acumulada, después de tantas pajas que le dediqué. Tantos espermatozoides muertos, impregnados en mis sábanas, héroes que por fin serían vengados.

—Bueno, con eso está bien. —dijo.

                Era la frase que daba por finalizado algo que nunca tuvo oportunidad de suceder.

                Prefería conservar la dignidad, y no hacer ningún intento, que sabía de antemano que sería infructuoso. Me aferré a la posibilidad de que en el futuro me llame nuevamente para solicitar mis servicios.

—Bueno, gracias por la buena onda. — me dijo, mientras me acompañaba hasta la puerta.

                En el umbral de la salida, se acercó para darme un beso en la mejilla. Sus caderas hicieron contacto con mi sexo, todavía duro como el fierro. Pero no pareció escandalizada. Me despedí del ella y la puerta se cerró a mi espalda.  

                Hasta el momento, no volvió a llamarme.

Datos del Relato
  • Autor: Gabriel B
  • Código: 58740
  • Fecha: 26-05-2020
  • Categoría: Hetero
  • Media: 10
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3685
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Holt Iv
invitado-Holt Iv 29-12-2021 11:04:37

Lpm, es muy bueno. Podrías hacer otro?

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