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Mi esposa y yo en masaje de parejas

Ya eran unos 12 años de casados los que teníamos. Siempre hemos sido calientes mi esposa y yo. Evidentemente con los hijos y los años las oportunidades se reducían, pero cada vez que podemos, cogemos muy sabroso. Sábados y domingos por seguro.
Nos gusta ver películas porno. Las comentamos y nos cogemos a veces a la mitad, a veces al final. Hemos ido a sex shops. Hemos ido a ver table dance e incluso ella me pidió una bailarina para que me hiciera una danza de esas sobre la pelvis.
Cuando nos es posible, nos gusta que ella vista algo atrevido, desde ir sin bra hasta faldas cortas o algunas transparencias. Ni les digo de los bikinis que se ha puesto. Evidentemente cuando vamos con los hijos, se limita mucho más. Pero hace unos pocos años fuimos a una playa topless y ella estuvo todo el tiempo sin bra y con una micro tanga, nalgas al aire.
La cosa es que yo en un viaje de trabajo busqué un masaje. No lo buscaba del tipo sexual. Pero pregunté en el hotel y me dijeron que no tenían ellos servicio. Hablé a un número de los que me dieron y cuando pregunté por el costo me dijeron que si lo quería con o sin sexo. Eso me hizo pensar.
Lo hablé con mi esposa y quedamos en que la próxima vez lo haría yo. Unos meses después volví a esa ciudad y fui al masaje. Resultó un masaje muy bueno, relajante con final feliz. Mi primero. Regresando al hotel llamé a mi esposa y le conté. Empezó a masturbarse cuando le contaba. ¡Y yo también!
La empresa donde trabajo organizó un viaje con parejas a Las Vegas. Alguna vez habíamos visto una película donde una pareja iba a un masaje erótico que empezaba con un baño sobre un camastro y luego masaje. Buscamos un lugar en Las Vegas.
Nos presentamos esa tarde. Un lugar muy bien instalado, con ambiente relajante. La recepcionista nos llevó a un cuarto donde había dos camastros de masaje. Música zen e incienso. Como habíamos escogido la opción de baño de mesa nos dijo que nos quitáramos la ropa y nos pusiéramos las batas de toalla que estaban sobre los camastros. “Ya vienen por ustedes”
Un par de minutos después tocaron a la puerta. Era un hombre, de aspecto ligeramente oriental y una mujer morena. Nos saludaron y se presentaron. Los dos vestían una bata ligera, que les llegaba a mitad del muslo. Preguntaron si él haría a mi esposa o si yo prefería que fuera a mí. Mi esposa dijo que ella lo quería a él. Nos tomaron de la mano y nos llevaron a un cuarto de baño. Era agradable, dos camastros, un ambiente algo caluroso tal ve con un poco de vapor, más como un sauna de baja temperatura.
Ahí nos esperaban dos mujeres jóvenes. Una rubia, pequeñita, la otra también pequeñita de tamaño pero con rasgos orientales. Ambas vestían la misma bata que nuestros masajistas. “Los dejamos con ellas y volvemos cuando hayan acabado”
Las dos mujeres se presentaron nuevamente y nos pidieron acostarnos boca abajo en esos camastros de madera recubiertos con algo textil. Mojaron los camastros con unas regaderas de agua caliente y nos pidieron quitarnos la bata y acostarnos boca abajo.
No fue tan fácil es desnudarse así, frente a ellos, pero eran tan profesionales que todo salió bien. Nos recostamos. Lo hicimos de tal forma que podíamos vernos a la cara. “Vamos a empezar” dijeron y sentí el agua templada caer sobre mí. Me remojó todo el cuerpo con un chorro casi fuerte, pero agradable. De reojo vi que hacían lo mismo a mi mujer.
Entonces sentí una esponja o algo parecido en mis piernas. Estaba jabonosa. Poco a poco fue enjabonando todo mi cuerpo hasta llegar a mis hombros. Ahí vi de reojo que la masajista estaba desnuda del torso y sus bubis al aire. Me excitó. Busqué a la masajista de mi esposa, pero su cuerpo de me impedía ver bien.
Bajó la esponja por la mitad de mi espalda y entonces, sentí cómo me pedía relajar las piernas y las abrió. Lo hizo para poder meter la esponja. Sentí raro pero delicioso cuando tocó mis nalgas y bajó hacia mis huevos. Lo increíble fue que el siguiente movimiento que hizo fue subir a la mesa. Sentí que se sentó sobre mis muslos y enjabonó de nuevo mi espalda, nalgas. Luego se retiró hacia mis pies y empezó a enjabonar con esmero mi entrepierna. Sentí sus dedos buscar mi ano. Lo lavó pasando sus dedos varias veces sobre él. Estaba yo absorto en esto, pero recordé en ver a mi esposa. La oriental, desnuda, estaba haciendo lo mismo sobre ella.
Inmediatamente me enjuagó con el chorro de agua. Incluyendo mi entrepierna, la cual se aseguró estuviera sin jabón. Se bajó y me pidió voltearme. Lo hice en dirección de mi esposa. Su masajista estaba ya abajo y pidiéndole se volteara. Nos vimos con cara de sorpresa.
Acto seguido, me enjuagó nuevamente con el chorro tibio y al acercarse a mi cara pude ver sus bubis claramente. Busqué a la rubia que atendía a mi esposa y la vi igualmente sobre ella y con sus bubis al aire. Unas bubis medianas, pezón rosa.
Aquí tomó la esponja en empezó la acción de enjabonarme. Cada pie, a fondo, luego las piernas. Los muslos. Me abrió nuevamente con suavidad las piernas. Para entonces la rubia se había movido a este lado de la mesa con lo que me ofrecía una vista genial de sus nalgas, buenas por cierto. Mi verga se empezaba a excitar. Busqué los ojos de mi esposa y sólo me correspondió con una sonrisa traviesa.
La masajista que me bañaba cogió mis huevos en una mano, los levantó y los enjabonó. Luego subió por mi vientre hasta mi pecho. Se subió al camastro y yo no podía dejar de ver sus bubis. Eran pequeñas, con un pezón muy claro y diminuto. Me sonrió. Mi verga estaba casi totalmente parada a estas alturas. Ella se sentó en mis muslos y volvió a enjabonarme pecho y vientre. Inmediatamente me enjuagó con el chorro claro e hizo algo increíble. Se giró sobre sí misma, haciendo un 69 de hecho. Vi su ano, su panocha claramente. Tenía algo de vello, mojado y con algo de espuma del jabón. Se sentó entre mi vientre y mi pecho. Sentí el cosquilleo de sus vellos en mi piel. Y entonces cogió con las dos manos mis huevos y verga (parada) y los enjabonó suavemente varias veces. Luego los enjuagó con empeño, casi diría yo acariciándolos.
Vi que la rubia hacía lo mismo a mi esposa. Lo siguiente es que ambas se giraron nuevamente, dándonos la cara y se enjuagaron con el agua clara. Y se bajaron de los camastros. “Por favor vengan acá” dijeron esperándonos con unas toallas calientes que usaron para secarnos. Mi masajista parecía no notar mi verga media parada ni molestarla. Varias veces secó mis huevos y verga para asegurarse estuvieran secos. Luego nos brindaron las batas de toalla y nos las amarraron. Ellas estaban totalmente desnudas frente a nosotros. Me llamó la atención que tenían un vello largo y poblado, eso sí, perfectamente recortado para formar una V que bajaba hasta sus labios.
“¿Les interesa secarnos?” preguntaron. Mi esposa inmediatamente dijo “sí, mi esposo lo hará por los dos” Y me echó una sonrisa traviesa nuevamente. Esto me dio la oportunidad de tocar sus cuerpos, a través de la toalla. Sequé su entrepierna, sus bubis, su espalda, sus nalgas. Vi de muy cerca sus pubis peludos y mi verga lo registró.
“Gracias” dijeron y se pusieron su bata ligera. Llegaron nuestros masajistas y nos llevaron al cuarto original. “¿Estamos bien con que yo haga a la señora y ella al señor?” dijo el hombre y los dos asistimos con la cabeza. Cada uno nos quitó la bata de encima y nos invitó a recostarnos sobre el camastro. Eran de estos camastros con un hueco para la cara, con lo que sólo veíamos el piso.
Empezó el masaje. Delicioso. Las manos de mi masajista eran sabias. Sabía dónde tocarme y dónde estaba yo tenso. Pasó un buen rato en mi espalda. Cuando empezó a masajear mis brazos los dejó a la orilla del camastro y sentí que lo hizo para que ella pudiera rozar su pierna con mi mano. No supe si era para que yo pudiera tocarla, pero podía sentir su calor en mi piel pues dejaba que el contacto directo fuera largo. Luego se subió al camastro y se sentó sobre mis piernas para seguir, no sin antes quitar la toalla que me había cubierto las nalgas. Bajó haciendo masaje hasta mi cintura y luego se movió hacia mi nuca. Se levantó y poco después se sentó en mis nalgas. Ahí sentí el mismo cosquilleo de vello púbico. “¿Será?” me pregunté. Podía sentir el cosquilleo y sus huevos de la pelvis en mis nalgas.
Se giró igual que la que nos bañó y ahora sentí ese cosquilleo de los vellos en mi espalda baja, donde se sentó. Masajeaba expertamente mis piernas. Se bajó y empezó a tocar mis muslos. La sensación de relajación era fabulosa. Pero también sentía esa excitación se saberme tocado. Subió por mi muslo hasta mi nalga, la cual también masajeó en varias direcciones. Acto seguido, metió sus dedos en mi rajada y sentí cómo rozaban mi ano. Amasó mi nalga así. Bajando finalmente a la entrepierna, rozando casi apenas mis huevos. Hizo lo mismo en la otra pierna.
Aquí fue cuando empezó a amasar las dos nalgas al mismo tiempo con sus dedos bien metido en mi raja. Sus pulgares pasaban frecuentemente sobre mi ano. Paró y escuché que tomaba algo. Me puso aceite en el centro de las nalgas e hizo los mismos movimientos al tiempo que sentí un chorrito caer sobre mi ano. Sus pulgares empezaron a darme un masaje de ano como ninguno. Un dedo giraba en un sentido, el otro al contrario. Me iba abriendo y sentía su pulgares entrar más en mi. De ahí pasó a tomar mis huevos en su mano. Copa si fuera una copa. Y los acariciaba con el aceite. La sensación era increíble. Sentía el calor erótico en todo mi cuerpo. Una mano jugaba con mis huevos, la otra con mi ano. Lo hizo tan suave que sólo sentí un placer nuevo.
Me tomó de los dos lados de la cadera y me dio un ligero jaloncito invitándome a levantarla. Lo hice y su mano fue de inmediato a mis huevos. Los volvió a acariciar, pero ahora llevó su mano hacia abajo y metió el nacimiento de mi verga entre sus dedos, dos de cada lado. Acariciaba todo lo que tocaba. Yo hervía de caliente. Hacía un masaje con sus dedos desde mi ano, pasando por el perineo y luego el nacimiento de la verga. Era increíble. Al final, subió más su mano y aceitó toda mi verga.
Se detuvo y me pidió voltearme. Ella se subió al camastro y en ese momento me percaté que mi esposa se volteaba también. Mi masajista se sentó sobre de mi vientre bajo, asegurándose que mi verga cayera entre sus nalgas y panocha. Sentí de inmediato su vello y la sensación de su panocha.
Volteé a ver a mi esposa y el hombre estaba igualmente sobre ella, pero sin dejar caer su cuerpo. La verga del hombre caía naturalmente, sin erección. No quise ver a los ojos de mi esposa.
Mi masajista me empezó a masajear el cuello y los hombros. Luego se detuvo y empezó a mover la cadera, realmente masturbándome con su panocha. Se colocó de tal forma que la cabeza de mi verga salía apenas de su pubis. Y ella se mecía lentísimamente sobre de mí. Tomó mis manos y las puso sobre sus muslos. Los empecé a acariciar y luego ella tomó mis manos nuevamente y las llevó a sus bubis. Fue el paraíso. Las acaricié unn buen rato mientras ella seguía moviéndose lentísimo.
Sentí cómo el hombre se bajaba del camastro. Y ahora se colocaba de espaldas a mi, dándome una vsita de sus nalgas, bastante atléticas, por cierto. Veía cómo su brazo se movía rítmicamente. Vi entonces que él tomaba la mano de mi esposa y se la ponía en sus nalgas. Mi esposa la dejó ahí un momento antes de empezar a moverla.
Pero me concentré en lo que me hacían a mí. “¿Está bien esto?” me preguntó la mujer y le dije que sí. Lo hizo un momento más y luego se bajó del camastro. Se puso de espaldas al hombre y tomó mi verga en su mano. Con la otra mis huevos. Acariciaba todo. Y empezó a masturbarme lentísimo. Siguiendo el ejemplo, puse mi mano sobre sus nalgas. Eran durísimas, redonditas. Las acaricié y empecé a meter más mis dedos en su entrepierna. Abrió un poco sus piernas y busque su panocha. Sentí sus labios ahí. Todo tenía aceite. Empecé a jugar con sus labios.
Fue cuando vi que mi esposa tenía ahora la verga del masajista en su mano y él la estaba masturbando con más ritmo. Su verga estaba a medio parar.
Pude escuchar cómo la respiración de mis esposa se volvía más intensa. Yo ya no podía, sentía venirme y luchaba por seguir ahí disfrutando.
Subí mi mano para tocar su vello. Se sentía rico con el aceite, como sedoso. Era largo. ¡Y me vine!
Ella me sonrió y le dio un tímido beso muy, muy ligero a la punta de mi verga. Y tomó un trapo húmedo para empezar a limpiar mi venida. Volteé a ver a mi esposa y claramente la vi en orgasmo. Levantó las caderas y tensó su cuerpo. Seguía con la verga del masajista en su mano.
A mi me limpiaron la verga y todo lo demás que tenía aceite deliciosamente con una toalla aromática tibia. Luego me secó. Se acercó y me dio un besito de nada en la frente y me dijo gracias. Me ayudó a sentarme en el camastro. Mi esposa acababa de venirse y dejó caer la verga del hombre de su mano. La tenía de buen tamaño, no espectacular, y a media asta. Mi esposa me miró con mucha satisfacción.
Vi cómo la limpiaba el hombre igual que a mi con la toalla tibia. Olía muy bien todo el cuarto.
Luego los dos masajista se pusieron en los pies de los camastros, todavía desnudos y nos dijeron “¿Quieren algo más?” Nos miramos y dijimos que no. Entonces cada uno nos alcanzó la mano y nos pusieron la bata. “Descansen un momento y volvemos para vestirlos”
La verdad, nos sentimos algo raros con eso de vestirnos y un momento después nos vestimos. Cuando llegaron no dijeron nada, simplemente nos ofrecieron una botella de agua y nos acompañaron al lobby.
Cuando llegamos al auto empezamos a contarnos nuestro lado de la historia. Los dos estábamos sorprendidos. “Te viniste rico, verdad?” pregunté a mi esposa que me dijo que sí. Que la principio se resistía, pero que el cuate sabía muy bien cómo tocarla. Me como pellizcaba el clítoris y luego me hizo punto G. Le pregunté cómo se sentía su verga. Me dijo que no se le había parada toda, pero que no era distinta de la mía. ”Me gusta más la tuya” me dijo como para dejarme sin dudas. Lo vi como algo dulce de su parte.
“¿Te tocó el culo?” Me dijo que sí, que aunque nosotros lo hacíamos a veces, esta vez fue inesperado e intenso. Me daba de vueltas por él, pensé que me iba a meter el dedo pero no lo hizo, pero sí se sintió rico. Le dije que a mi me habían hecho lo mismo.
“Sentí bien raro y rico el sentir sus vellos sobre de mi cuando se sentaba para masajear” Y ella me dijo que a ella le pasó lo mismo, pero eran sus huevos y su verga lo que caía sobre de ella.
“A ver….si venimos de nuevo….¿qué harías?” me dijo. “¿Te dejarías que te lo haga un hombre? Yo sí quisiera que me lo haga una mujer”
Y bueno, eso es material para la siguiente historia.

Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
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