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Cuando llamé a Silvia, mi mujer, para decirle que la tradicional partida de Póker del viernes la teníamos que celebrar en nuestra casa, sabía que no le iba a gustar. Siempre jugábamos en casa de Andrés, el dueño de le empresa en la que trabajo, pero ese día era imposible hacerlo allí.
Como me imaginaba, a mi esposa le disgustó que la sesión de cartas tuviera que celebrarse en nuestra casa, lo noté claramente en su voz cuando se lo anuncié, pero seguramente no quiso contrariarme y no puso pega alguna.
A Silvia no le gustaba Andrés. Habíamos coincidido con él en algunas salidas y ella me había dicho que en más de una ocasión le había pillado mirándola a escondidas, en especial a sus tetas, y que siempre le daba la impresión de que la desnudaba con la mirada. Yo nunca me había percatado de tal circunstancia, e incluso, en mi opinión, él había mostrado con frecuencia signos de galantería que mi mujer había cortado de raíz con una actitud altiva y hasta a veces grosera. Andrés no se había casado y a sus 47 años disfrutaba de una vida de plena libertad, apoyada por una buena economía. Además era un tío delgado y alto, cerca del 1,80, de ojos azules y pelo canoso. Físicamente se mantenía bien pues hacía mucho deporte.
A la hora convenida se presentó Andrés acompañado de los otros dos invitados. Uno de ellos, que ya había participado en alguna sesión, era Juan, un andaluz de unos 50 años, que ya lucía una notable calvicie y una gorda barriga, muy simpático y bastante campechano. El otro participante era desconocido para mí y Andrés me lo presentó como Lucas. Era un hombre muy delgado, de pelo algo largo y oscuro, nariz aguileña y ojos negros y penetrantes, en el que destacaba el color aceitunado de su piel, demostrando una ascendencia claramente de origen gitano.
Los tres saludaron a Silvia, Andrés con un beso, pues ya la conocía, y los otros dos dándole respetuosamente la mano. Ella devolvió el saludo y tras desearnos suerte en la partida se fue a la salita de estar a ver la tele.
El juego se iba desarrollando con normalidad entre vasos de whisky, bromas, chistes y el constante parloteo de Juan y Andrés, mientras que Lucas participaba poco de las risas y chirigotas manteniendo un rictus más serio y concentrado en el juego.
Tras casi tres horas de timba y cuando ya ésta tocaba a su fin tuve la suerte de ligar una escalera de color máxima y, emocionado por la suerte que había tenido, hice una apuesta considerable. Cuando Andrés contestó subiendo aún mas su apuesta los nervios se apoderaron de mí y sin dudarlo doblé la apuesta suya y él respondió aumentándola de nuevo. La situación se había vuelto tensa y todos estábamos concentrados en lo que estaba aconteciendo en la mesa.
En ese momento apareció Silvia para decirnos que se iba a dormir pero, detectando la emoción que allí se respiraba, se acercó a mi lugar. Yo acababa de lanzar una nueva y más fuerte apuesta. Andrés, tras pensárselo un poco sacó un cheque bancario y escribió en él una cifra: 30.000 Euros. La apuesta era demasiado para mi y comenté que no podría cubrirla.
En ese momento Silvia, que ya había visto mis cartas y también el cheque de Andrés, me susurró al oído:
―No puedes abandonar ahora. Tienes unas cartas sin duda ganadoras.
―Silvia, no tenemos tanto dinero. Si pierdo tendríamos que pedir un préstamo y luego pagarlo, y no estamos en condiciones de afrontar eso - le contesté, e iba ya a anunciar mi decisión final cuando ella, de nuevo al oído, me dijo:
―Espera, ese dinero nos vendría de perlas, ya sabes, es una oportunidad única que no podemos rechazar.
Mi mujer se había metido de lleno en la partida. Ella en esos días andaba detrás de reformar varias zonas de la casa, algo a lo que yo siempre me había negado por cuestiones monetarias. Pero Silvia es una mujer perseverante, y busca siempre la manera de conseguir lo que se propone. En esos momentos veía la puerta abierta para conseguir su objetivo.
Como yo seguía dudando aunque me inclinaba por rechazar el envite, me dio un nuevo apretón en el hombro empujándome a aceptar. Cuando, con un mar de dudas, negué con la cabeza ella me miró enfadada y, tras unos segundos, se dirigió directamente a Andrés:
―¿Aceptarías mi coche para cubrir la apuesta?
Andrés, sin inmutarse, contestó:
―Silvia, yo ya tengo varios coches. ¿Qué interés puedo tener en el tuyo?
―Ya claro, tú tienes mucho dinero. Dudo que tengamos algo que ofrecerte.
En ese momento Andrés concentró su mirada en mi esposa, primero mirándola directamente a los ojos y luego descendiendo la vista a su busto que se realzaba desafiante bajo la blusa encarnada. Por primera vez noté en él esa mirada lujuriosa que tantas veces me había señalado Silvia y que yo me negaba a creer.
Silvia captó lo que Andrés le decía con los ojos y, sin pensárselo, se lanzó al ruedo.
―Está bien, para igualar tu apuesta estoy dispuesta a entregarme a ti. Si aceptas y ganas seré tuya durante el resto de la noche. Si pierdes nos quedaremos con tu cheque.
Los cuatro nos quedamos de piedra ante el anuncio de mi mujer.
―Un momento – balbuceé yo, y cogiendo a Silvia del brazo la giré hacia mí y le dije al oído:
―¿Estas loca o qué? Como se te ocurre hacer semejante apuesta.
―Cariño, no hay peligro alguno. Tienes unas cartas imposibles de superar y sé que Andrés la aceptará aunque se arriesgue a perder ese dinero.
Reconozco que estaba confundido, mi mujer tenía razón en cuanto al hecho de que mis cartas eran maravillosas, pero en el póker que nosotros jugábamos, y desconozco si en el real es también así, no había una combinación de cartas insuperable. La escalera de color máxima, en teoría invencible, sólo podía ser superada por una escalera de color mínima. Es una regla que impide que nadie pueda sentirse seguro de ganar por muy buenas que sean sus cartas.
Andrés, ya repuesto de la sorpresa inicial y frunciendo el ceño, se dirigió a nosotros dos:
―¿Estáis seguros de lo que acabáis de proponer? – y tras un breve silencio añadió:
― Voy a hacer como que no he escuchado nada por si os lo queréis pensar mejor.
La patata caliente estaba de nuevo en nuestro tejado, pero Silvia estaba convencida, quizás demasiado, de la victoria y, mirándome fijamente, asintió levemente con la cabeza, lo suficiente para que yo me percatara de que quería seguir adelante. Su mente ya estaba planificando todas las cosas que iba a hacer con el dinero y yo sabía que si me negaba a seguir adelante me lo recriminaría en el futuro. Con un hilo de voz y un nudo en la garganta confirmé que mantenía la apuesta.
El envite estaba echado. Observé como Juan escondía la mirada hacia la mesa soltando aire, mientras que Lucas, serio e impasible como siempre, observaba a Andrés que era el siguiente que tenía que hablar.
Andrés repasó unos segundos sus cartas hasta que levantó la mirada hacia a Silvia que se mantenía a mi lado contemplando mis naipes. Debo reconocer que mi esposa es una mujer guapa, luce una melena lisa de color castaño natural, sus ojos son de color verde botella, con pestañas largas y cejas no demasiado pobladas, también de color castaño, como su pelo. Su boca, cuyo labio inferior es muy carnoso, y una nariz ligeramente achatada completaba unas facciones en su rostro dulces y redondeadas.
La mirada de Andrés era fija y penetrante y en ese momento si me pareció que la estaba desnudando con ella. Caí en la cuenta de que mi jefe ya tenía arriesgado su dinero antes de que nosotros contra apostáramos. No había para el riesgo añadido, pero se le ofrecía la oportunidad de gozar de un auténtico bombón y supe que no iba a rechazar semejante invitación.
Efectivamente, tras unos segundos que parecieron horas, Andrés se dirigió a mí:
―Está bien, acepto. Si ganas te quedarás con el cheque y los 30.000 Euros. Si pierdes tu esposa será mía el resto de la noche y se someterá a mis deseos. Te toca enseñar tus cartas.
Silvia me acarició el hombro en señal de satisfacción y yo empecé a mostrar mi jugada: 10, J, Q, K y As de diamantes. Juan no pudo evitar soltar un “Guauu” de sorpresa y hasta Lucas hizo una pequeña mueca de admiración, pero Andrés se mantuvo impasible y empezó a mostrar las suyas: 2, 3, 4, 5 de corazones. Miró a Silvia una vez mas y pasándose la lengua por los labios enseñó la última carta que le quedaba, el As de corazones.
Mi corazón dio un vuelco mientras contemplaba, absorto, las dos tiras de cartas sobre la mesa. Juan observaba con incredulidad, Lucas se rascaba nerviosamente la nariz y Andrés me miraba con una media sonrisa. La baza era suya, su escalera batía a la mía. Entonces valoré el alcance de la apuesta. Silvia iba a ser suya y, de pronto, me vino la imagen de él follándosela. Me apareció una opresión en el estómago.
Cuando alcé la mirada hacia Silvia la vi sonriendo nerviosamente y sólo al ver mi rostro se dio cuentas de que algo iba mal.
―¿Qué pasa? ¿Has ganado, no? Tu escalera es mayor que la suya – dijo con toda confianza y seguridad.
Yo ya no podía ni hablar, y fue Juan el que replicó a mi mujer:
―La escalera mínima es la única que supera la máxima. Son las reglas del Póker. ¿No lo sabías? Andrés ha ganado la apuesta.
Silvia me miró y yo asentí con la cabeza confirmando las palabras de Juan. Cuando ella miró a Andrés, éste la contemplaba embelesado. Los ojos de él le decían que había ganado e iba a disfrutar de ella plenamente lo que quedaba de noche. Mi esposa no pudo evitar sonrojarse ante la fija mirada de Andrés y yo volví a imaginármelos follando.
El silencio se apoderó del salón hasta que la propia Silvia con claros signos de nerviosismo lo interrumpió:
―Mira Andrés, te pagaremos los 30.000 euros de la apuesta y todo zanjado ¿De acuerdo?
Andrés contestó con toda la tranquilidad:
―Os di la oportunidad de echaros atrás y no lo hicisteis: Apostasteis fuerte y tengo intención de cobrar. No te haré ningún daño, te lo prometo, pero a partir de este momento vas a estar a mi entera disposición. – y tomó su vaso de whisky, dio un sorbo y se puso a juguetear con las cartas que esa noche le habían obsequiado con un triunfo totalmente inesperado
Sus palabras me golpearon de nuevo pero sobretodo afectaron a mi esposa a la que sentía respirar junto a mí muy agitada. Fue Juan quien levantándose rompió la tensión que se mascaba en el ambiente:
―Bueno chicos, creo que por hoy ya está bien, voy a llamar a un taxi y me vuelvo a casa; ¿Vienes Lucas? -
Antes de que Lucas respondiera intervino Andrés:
―Donde vais a encontrar un taxi a estas horas de la noche. Os he traído yo y os volveréis conmigo – y dirigiéndose de nuevo a Silvia, añadió:
―No vamos a tardar mucho en lo que tenemos que hacer ¿Verdad Silvia?
Apareció en ella un claro semblante de rabia, y dándose la vuelta se dirigió sin mediar palabra hacia la cocina. Andrés sonreía viendo la reacción de mi esposa. El enfado de Silvia le estaba dando sin duda un añadido morbo a lo que él ya tuviese pensado hacer con ella.
Me levanté y también yo fui a la cocina. La encontré ligeramente reclinada sobre el fregadero con un vaso de agua en la mano y muy pensativa.
―¿Por qué no me dijiste que podíamos perder? – me dijo cuando me acerqué a ella.
―Creía que conocías las reglas. Además fuiste tu quien hizo la apuesta sin consultármelo.
―¿Y si me niego a cumplir lo pactado?
―Es mi jefe y sabes que puede ponernos en problemas. Ya has oído que tiene que llevar a casa a los otros dos. Te echará un polvo rápido y todo habrá terminado.
Hablarle así a Silvia estaba siendo una pesadilla porque de mi mente no desaparecía la imagen de ella con Andrés follándola salvajemente.
―Está bien, espero que tengas razón - y tras terminar el vaso de agua se dirigió de nuevo al salón. En su serio semblante se denotaba la turbación que le producía el saber que en pocos minutos estaría en los brazos de otro hombre.
Cuando regresamos al salón nuestros tres invitados se habían servido otra copa. Juan y Lucas estaban sentados en uno de los dos sofás, mientras que Andrés trasteaba junto a la cadena de música entre los Cds de música. Silvia, excusándose, se dirigió al aseo principal de la casa y yo, tras coger mi bebida me senté, cada vez más nervioso, entre Juan y Lucas.
Este último se me acercó y me dijo al oído:
―No entiendo como has consentido en entregar a una mujer tan espléndida como tu bella esposa. No te enfades, pero reconozco que me hubiera gustado tener yo las cartas de él - y tras su comentario se echó un sorbo de whisky a la garganta.
No tuve ganas de contestarle en ese momento. Sabía que tendría que intentar conversar con ellos mientras Andrés se llevaba a mi mujer a una de las habitaciones para hacerla suya. La bebida no calmaba mi boca seca y sabía que la espera iba a ser interminable.
Andrés eligió finalmente un Cd y una música suave comenzó a brotar de los altavoces. Se sentó en el otro sofá y, con su copa en la mano, esperó el regreso de Silvia, el inesperado premio que le había ofrecido una inocente partida de póker.
Al cabo de un rato, en el que reinó un absoluto silencio, ella regresó al salón. Silvia es muy coqueta y se había arreglado para recibir a nuestros visitantes. Estaba preciosa con su falda beige tableada que le llegaba a la altura de las rodillas y la blusa color carmesí cuya apretura hacía resaltar sus pechos. Unos zapatos negros de medio tacón completaban su figura. No sabía la causa, pero me parecía mas guapa que nunca y a Andrés le debía parecer lo mismo pues se la comía con la mirada.
Silvia se quedó junto a la puerta de entrada al salón, quieta y avergonzada, esperando el temido momento en el que Andrés fuera a buscarla.
Finalmente él se levantó, nos indicó que cogiéramos de la mesa de centro nuestras copas y la apartó a un lado. Luego se aproximó al lugar donde ella estaba y le cogió la mano, pero cuando todos esperábamos que abandonaran el salón, apagó la luz principal dejando sólo la de la pantalla de mesa situada en la esquina de la ele que formaban los dos sofás de nuestro salón. Con la vista puesta en Silvia comentó en voz alta:
―Vamos a bailar un poquito. La música nos relajará.
Agarrando a Silvia por la cintura, la atrajo hacia él y empezaron a bailar, justo delante de nosotros tres. Silvia le puso sus brazos en los hombros y, mirando hacia el suelo, empezó a moverse al compás de la melodía. El ambiente de luz tenue existente y la calidez de la melodía creaban realmente un efecto relajante y a todos nos vino bien, sobretodo porque Silvia y Andrés empezaron a bailar simplemente como amigos.
Pero a Andrés debía hacérsele muy difícil mantenerse bailando a distancia de Silvia sabiendo que ésta estaba a su entera disposición y poco a poco comenzó a arrimar su cuerpo al de ella. Mi mujer ya se lo esperaba y no puso obstáculos al acercamiento. Cuando los dos cuerpos se rozaron finalmente, Silvia encogió ligeramente su pelvis. Sin duda Andrés tenía su pene en erección y ella ya lo había notado.
La escena fue calentándose por momentos, buscando él la mayor proximidad a mi esposa y reculando ella para evitarlo. Me pareció que Andrés había perdido de vista el hecho de que estábamos nosotros allí contemplándolo todo y, sin reparo alguno, bajó sus manos de la cintura al trasero de mi mujer, apretándolo contra su entrepierna sin que ella pudiera ya separarse. Cuando les vi totalmente juntos pensé que era preferible marcharnos, pero tanto Juan como Lucas contemplaban embelesados el baile, de modo que no dije nada.
Cuando Andrés comenzó a recoger con sus dedos la tela de la falda de Silvia y está empezó a deslizarse hacia arriba ella paró e intentó apartarse para protestar:
―¿Qué haces? ¡Aquí no, delante de ellos no!
Andrés la miró y sin contestar la atrajo de nuevo hacia él. Ella intentó rebelarse separándose de nuevo:
―¡Basta ya! – le reprendió con seriedad.
La categórica respuesta de él nos sorprendió a todos:
―Me apetece seguir aquí y no me importa que ellos estén delante, además así podrán ver como cobro mi apuesta. Si quieren irse que lo hagan. Tú sigue bailando.
Y apretándola de nuevo contra el comenzó de nuevo a recoger entre sus manos la falda que había caído cuando ella se había apartado. Cuando al girar Silvia nos ofreció la parte posterior de su cuerpo la maniobra de Andrés ya había dejado al desnudo la mitad de sus muslos. Medio giro después los ojos de Silvia se encontraron con los míos y noté en su mirada el ruego de que abandonáramos el salón.
Tanto Juan como Lucas me miraron esperando que me levantara para irnos, pero mi cabeza no hacía más que pensar en esos momentos en las palabras de Andrés. Lo lógico era abandonar el salón para no ver lo que se avecinaba, pero por otro lado era evidente que podía ser peor imaginármelo sin saber nunca la auténtica realidad. Además quedarme me ofrecía la gran ventaja de poder ver las reacciones de Silvia. Miré a mis dos acompañantes y luego giré de nuevo la vista al frente. El siguiente encuentro con los ojos de mi mujer reflejaban su despecho por mi actitud de mirón.
Andrés se iba excitando por momentos y no tardó en terminar de subir la falda enrollando la tela en la cintura. Apretándose aún más a Silvia puso sus dos manos sobre las bragas y empezó a recorrer su trasero por encima de ellas. La comenzó a besar en el cuello y en el siguiente giro sus manos trasladaban los extremos de las bragas hacia el centro de sus nalgas. Un giro más y éstas aparecían ya como si fueran un tanga, mientras que Andrés pellizcaba y manoseaba la suave piel de los cachetes desnudos de su trasero.
Él buscó besar la boca que se escondía en el rostro agachado de mi avergonzada mujer. Le costó conseguirlo pero ella, resignada, al final tuvo que ceder. Cuando sus lenguas se entrelazaron él se encendió aún más, pero, sorprendentemente, a los pocos instantes dejó de besarla y separándose un poco de ella se quedó quieto durante unos segundos. Luego se aproximó de nuevo a mi mujer y poniéndole las manos en los hombros la giró, lentamente, media vuelta. Volvió a apretarse contra ella y comenzó a bailar de nuevo haciendo notar a Silvia su erección, esta vez en el trasero. Ella sintiéndose frontalmente observada por completo por nosotros volvió a agachar avergonzada el rostro mientras que Andrés, tras pasarle sus manos por los pechos, sobre la blusa, las bajó y metiéndolas directamente bajo la falda, que frontalmente aún cubrían la mitad de los muslos, empezó a subir hacia su coño.
Cuando Silvia notó los dedos de Andrés pasearse por su vulva sobre la braga instintivamente se encorvó, lo que originó que el erecto miembro de él se apretara por completo al culo de ella. Andrés paró de nuevo y exclamó:
―No puedo mas, me pones a tope, tengo que follarte.
Con celeridad se bajó la cremallera del pantalón sacando al exterior una polla erguida y de buen tamaño. Silvia, medio encogida y con un hilo de voz volvió a protestar:
―Por favor, no lo hagas aquí. Vamos a una habitación.
―No puedo esperar más, te deseo, tengo que metértela ya.
Y acercando su picha al trasero de mi mujer, comenzó a apartar la braga para poder abrirse paso hacia el coño de ella. Silvia le dijo entonces:
―Ten cuidado, no tomo pastillas y podría quedarme embarazada.
Andrés dudó unos instantes y mientras con una mano se masturbaba bajó la otra al bolsillo trasero de su pantalón. Con habilidad maniobró en la cartera con una sola mano para extraer un preservativo que agarró entre sus dientes. Guardó de nuevo la cartera y tras romper el envoltorio ajustó el condón a su verga. Se la meneó un par de veces más y se arrimó de nuevo a Silvia apartando de nuevo la braga y buscando la entrada de su cueva. No le fue fácil por la posición de ambos y por tener ella las piernas cerradas, pero tras tantear varias veces le introdujo su inflamado cipote y apretó su cuerpo al de ella. Silvia no estaba excitada y se quejó por la rápida penetración que le dolió. Andrés bombeó un par de veces y se frenó en seco con claros rasgos de sufrimiento en su rostro. Tras mantenerse parado unos segundos dio un golpe de caderas hacia delante que empujó a mi esposa hacia el sofá vacío, haciendo que apoyara sus manos sobre el respaldo. Continuó follándosela unas pocas veces y resoplando se pegó a ella con un último empujón. Se estaba corriendo. Entonces entendí la causa de su urgencia y sus paradas. Su grado de excitación era tal, que no podía aguantar mucho tiempo sin venirse. Eso me extrañó, pues la idea que tenía de Andrés y de su forma de vida no coincidía con lo que acababa de pasarle.
Cuando sus espasmos terminaron Andrés se retiró de dentro de ella, exclamando que había sido maravilloso. Sin embargo, pese a sus palabras, le noté contrariado por lo que le había pasado. En el fondo los tres espectadores estábamos decepcionados. Todo había ido muy deprisa y en realidad él apenas había podido gozar del sensual cuerpo de Silvia. La calidez del ambiente y las expectativas que se abrían invitaban a una sesión de sexo morboso, pero la eyaculación precoz de Andrés parecía haber roto el encanto de la situación.
Andrés sacó su miembro de ella y se sentó en el sofá. Silvia abandonó su incómoda posición y se sentó junto a él. Sus expresiones eran muy distintas. Mi mujer escondía su cara entre las manos, avergonzada por haber sido jodida, y más aún en mi presencia y en la de los dos individuos que había conocido esa misma noche. Andrés por su parte con los brazos sobre el respaldo del sofá, y con la vista al techo, recuperaba el resuello tras su rápida corrida. La música seguía sonando pero ninguno teníamos claro que hacer a partir de ese momento. El propio Andrés fue el primero en reaccionar y quitándose el preservativo lo cogió por la abertura entre los dedos y se dirigió a Silvia, que estaba a su lado:
―Toma Silvia, tira esto a la basura.
Ella apartó las manos de su rostro para ver a qué se refería él. Cuando vio el presente que le enseñaba hizo una mueca de repugnancia y dijo:
―No pretenderás que sea yo quién lo haga. ¿Por qué no lo tiras tú?
Andrés la miró extrañado y con una maliciosa sonrisa alzó el condón que contenía su reciente eyaculación a la altura de los ojos de ella. Entonces comenzó a acercárselo lentamente.
―¿Qué haces? – protestó -¡Para ya!
El ni se inmutó y continuó acercándole el globito. Silvia comenzó a recular en el sofá hacia el extremo mas cercano a nosotros a le vez que él se estiraba para acercarse cada vez más a mi mujer. Llegó un momento en que ella quedó medio tumbada y recostada sobre el brazo del sofá, sin poder retroceder más. Andrés amplió su sonrisa, situó el condón justo encima de su rostro y le preguntó socarronamente:
―¿Qué pasa Silvia? ¿No te gusta?
―¡Eres un asqueroso! – contestó ella
―Vamos. No te enfades, al fin y al cabo esto es obra tuya.
Silvia cerraba los ojos, pero los abría de inmediato ante el desconocimiento de lo que pretendía hacer Andrés. Él movía con ritmo pendular a escasos centímetros de su cara el transparente envoltorio que contenía su leche recién derramada y cuya consistencia podíamos observar pese a la tenue luz de la pantalla que iluminaba la habitación.
Luego, mientras lo mantenía sujeto por la abertura, cogió la base con los dedos de lo otra mano y empezó a subirla para ponerlo en posición horizontal. Silvia adivinó la intención de Andrés y de inmediato se cubrió la cara con ambas manos, aunque eso no podía evitar, si era el deseo de Andrés, que la mojara.
―Vamos Silvia ¿de verdad que no quieres tirarlo tú por el inodoro? Puedo manchar el sofá si se me derrama aquí mismo.
Andrés empezaba a mostrar un aspecto desconocido para mí. Se estaba mostrando soez y grosero con mi mujer, algo que no encajaba en la opinión que yo tenía de él. Estaba cada vez mas convencido de que su temprana corrida, y encima delante de nosotros, le había realmente afectado y lo estaba pagando con ella. Intenté librar a Silvia de su suplicio dirigiéndome a él:
―El baño está junto a la puerta de entrada. – y con un gesto y una fingida sonrisa le di a entender que acabara con eso.
Andrés fijó su vista en mí durante unos segundos, con desafío, pero yo no cedí y finalmente se incorporó y salió del salón con su preservativo en la mano.
Tanto yo como mis dos acompañantes intuíamos que el polvo no había sido suficiente para Andrés y no nos movimos. Silvia, en cambio, debió pensar que la apuesta estaba cobrada y una vez recuperada del susto, adecentó su ropa y, sin atreverse a mirarnos, se levantó para irse. Al llegar a la puerta se topó con Andrés que regresaba, ahora ya con las manos vacías.
―¿Dónde vas con tanta prisa? - Dijo Andrés.
―¿Y lo preguntas? Ya has tenido lo que querías. Me voy a dormir – Silvia contestó con decisión.
Él cortó su retirada cogiéndola por el brazo. De nuevo esa sonrisa maliciosa, nueva para mí, volvió a mostrarse en su semblante.
―No, no. ¿Crees que ya estoy satisfecho? Lo de antes ha sido sólo ha sido un aperitivo. Anda, ven conmigo – y llevándola del brazo la situó frente a nosotros y nos preguntó:
―¿Qué os parece lo que he ganado esta noche? Bueno Mariano, tú ya lo sabes, no es necesario que me contestes, pero vosotros dos… ¿que opináis? ¿No os parece magnífica?
Lucas simplemente hizo un gesto de asentimiento. A Juan en cambio se le notaba muy incómodo. Ni se atrevía a alzar la mirada. Lo mismo le pasaba a Silvia, que permanecía ahora de pie inmóvil y expectante ante los desconocidos planes de Andrés sobre ella.
―Juan, ¡mírala! ¿No es un auténtico bombón?
El hombre, viendo que comenzaba a ser el punto de atención de los presentes,
se sentía aún mas azorado.
―Bien, creo que tendré que convencerte.
Andrés se situó detrás de Silvia y llevó ambas manos a su cintura. Luego las adelantó a la altura del botón mas bajo de su blusa. Soltó los botones, uno a uno, menos el más alto, el que entallaba sus pechos bajo la blusa carmesí. Luego deslizó sus manos hacia los laterales de su falda encontrando con una de ellas la cremallera que hizo descender con parsimonia para jugar después con sus dedos con el corchete que en esos momentos era lo único que sostenía la prenda adherida a la cintura de ella. La mano libre la llevó al botón aún sin desabrochar de su blusa.
―Creo que deberías mirar esto, Juan – le reiteró esperando que prestara atención.
Ya teníamos todos claro lo que iba a suceder y observé que Lucas no perdía detalle esperando poder admirar en breve el cuerpo de Silvia mientras que ella temblaba ante la vergonzante inminencia de su desnudez.
Juan no pudo aguantar más tiempo la tensión y finalmente posó su mirada sobre mi mujer justo en el momento en que Andrés desabotonaba el único botón de la blusa que quedaba. La prenda, libre de toda sujeción, se desplegó dejando brevemente a la vista su sujetador de color crema, justo el tiempo que empleó ella para alzar sus manos y cubrirse. Pero Andrés también soltó el corchete de la falda y está resbaló sin piedad a los pies de Silvia que de inmediato también usó una de sus manos para tapar la zona de su sexo.
Pese a los esfuerzos de mi mujer por cubrirse todos podíamos ya admirar la belleza de su cuerpo casi al desnudo. Andrés la giró hacia si mismo obligándola a alzar la cara con un suave empujón en su barbilla. Le susurró algo y ella, bastante indecisa, bajó sus manos.
Mientras la miraba directamente a los ojos, le apartó la blusa y maniobró en el cierre de su sostén hasta liberar por completo sus pechos. Luego, sin dejar de mirarla a los ojos, agarró sus bragas y comenzó a hacerlas descender por los muslos hasta que éstas terminaron de caer por si mismas dejándonos ver de nuevo sus preciosas nalgas. Una vez que la tuvo desnuda, Andrés, embelesado, fue recorriendo con la mirada todos los rincones del cuerpo de ella que aparecían a su vista. Apaciguado su ardor inicial, ahora se tomó su tiempo para contemplarla tranquilamente en toda su desnudez. Después se dirigió a nosotros:
―¡Ufff….! - ¡Tenéis que ver esto!
Sujetándola de los hombros la fue girando hasta situarla de cara a nosotros tres, para dejarnos contemplar la belleza de su cuerpo. Sus piernas eran firmes, fruto del trabajo de gimnasio que diariamente hacía, sus caderas voluptuosas y marcadas. Sus pechos, voluminosos, iniciaban a caer por el peso para después remontar hacia arriba con unas curvas pronunciadas culminadas por las aureolas y unos pezones rojos pequeños y puntiagudos. Su coño era prominente, tapizado por una hermosa y arreglada mata de pelo castaño oscuro que dejaba entrever los pliegues de su raja.
La belleza natural de su cuerpo, la inocultable vergüenza que seguía reflejándose en su rostro y el morbo de estar siendo el objeto de la encandilada mirada de los cuatro hombres que allí estábamos constituía el marco perfecto para producirnos una tremenda erección. Yo mismo nunca había visto a Silvia tan directamente desnuda, pues ella procuraba siempre evitarlo e incluso hacíamos el amor a oscuras.
Andrés seguía sonriendo orgulloso de mostrarnos lo que había ganado.
―Bueno Juan ¿Qué te parece?
Juan soltó un hondo suspiro antes de contestar:
― Yo….., no tengo palabras. – y pareciendo haber perdido de golpe todo la timidez antes demostrada y sin importarle que yo estuviera delante, se dirigió ya directamente a mi esposa diciéndole que era preciosa.
Pero ella ni miraba ni sentía. Estaba totalmente aturdida por el cariz que estaban adquiriendo los acontecimientos
Andrés dio un nuevo giro de tuerca a la situación y empezó a animar a Juan:
―Vamos Juan, seguro que estás empalmado a tope. Deja que veamos lo que escondes bajo tus pantalones.
Juan miraba a un lado y a otro sin saber qué hacer. Estaba sumamente excitado y casi sin darse cuenta empezó a tocarse su entrepierna por encima del pantalón.
Andrés ya se lanzó directamente al ruedo y cogiendo a Silvia por la cintura la acercó hacia Juan instándola a arrodillarse sobre el sofá a ambos lados de las piernas de él. Aún reticente, Silvia obedeció los deseos del que esa noche era su dueño y se echó sobre Juan apoyando su desnudo coño justo sobre la oculta erección del hombre. Para él eso era demasiado y con dificultades se bajó la bragueta y extrajo su henchida polla al exterior. Tenía un buen tamaño, sin exagerar, y era de piel muy blanca lo que contrastaba con el rojo capullo que la coronaba.
Andrés ya había preparado otro preservativo, de un color verde llamativo, y se lo ofreció a su amigo. Juan torpemente se colocó la protección y de inmediato se escurrió en el sofá buscando la penetración de su verga en el coño de Silvia.
A los pocos instantes se volvía a representar una escena con altas dosis de morbo: tenía a mi mujer casi frente a mí mientras Juan, sentado a mi lado, se la empezaba a follar con rítmicos golpes de cadera hacia arriba. Y lo más curioso es que lejos de importarme mi excitación iba en aumento. Juan continuó sus movimientos un par de minutos más, ocultando y descubriendo alternativamente el verde envoltorio de su blanca verga mientras jodía con fuerza el coño de Silvia, que, manteniendo los ojos cerrados, se dejaba follar aceptando los designios de mi jefe. Entonces él aferró con sus manos los imponentes pechos de mi esposa y, mientras emitía una especie de quejido continuo, su cuerpo comenzó a convulsionarse de un modo tal que todos nos asustamos temiendo que le pasara algo malo, hasta que el mismo Juan nos sacó de dudas:
- ¡Ayyy, me corro, me corro, por Dios! – y mientras anunciaba con voz quejosa su corrida, sus convulsiones se incrementaron aun más, transformándose a continuación en un temblor, salpicado de espasmos, que se fue apaciguando conforme terminaba el brutal orgasmo que había obtenido tirándose a Silvia.
Juan salió entonces del estado medio hipnótico en el que se encontraba y, apartando a Silvia, se puso de pie tapándose su polla y exclamando:
―¡Virgen de la Macarena! ¿Qué he hecho? Mi esposa no me lo va a perdonar jamás. ¿Qué le voy a decir?
Andrés intentó tranquilizarle y le pidió el preservativo para tirarlo. Juan le entregó el condón mecánicamente, mientras permanecía de pie, absorto en sus pensamientos, tanto como la propia Silvia que, incapaz de levantar la vista, permanecía a su lado con las manos cubriendo su pubis y sin tener claro que hacer a partir de ese momento.
Pero quien si debía tenerlo claro era Lucas. Sentí como el sofá se movía a mi derecha cuando él se levantó y con su habitual semblante serio se dirigió con decisión hacia mi esposa. Con una de sus manos le alzó la barbilla obligándola a mirarle a los ojos. Silvia, como yo, debió notar en los ojos de Lucas el deseo de éste de poseerla al igual que habían hechos los otros dos jugadores. Mantuvo la mirada hasta que Lucas, acariciándole las mejillas, acercó su rostro al de ella para besarla. Lucas paseó repetidamente sus labios por los de ella, y me pareció que fue mi propia mujer la que los entreabrió para dejarle paso, pero el beso fue interrumpido por Andrés a su regreso al salón.
―Vaya, vaya, Lucas. Veo que a ti también te ha puesto cachondo mi premio. Silvia, no te quejarás, estás siendo la atracción de la noche.
Lucas interrumpió el beso y miró brevemente a Andrés esbozando una forzada sonrisa. De inmediato volvió a poner su atención en Silvia, la agarró de la cintura y la sentó en el sofá justo a mi izquierda. Se arrodilló a sus pies y tras cogerle las manos las apartó de su coño que celosamente cubrían. Daba igual mi presencia, estaba claro que todos habían asumido que Silvia estaba a disposición de ellos tres. Mi esposa y yo nos miramos brevemente, justo antes de que Lucas comenzara a separarle las piernas mientras acercaba el rostro a su sexo. El rubor volvió a aparecer en ella cuando los dedos de Lucas acariciaron suavemente su vello púbico antes de recorrer sus labios vaginales y separarlos para dejar asomar su clítoris. Lo masajeó unos instantes y acercó aun más su rostro al coño de Silvia hasta posar la boca en él. No me cabía duda de que era la primera vez que Silvia recibía semejante atención en esa parte de su cuerpo, a mí jamás se me había pasado por la mente practicar sexo oral con ella.
Juan y Andrés se habían acoplado de nuevo en el otro sofá y yo seguí observando a mi mujer notando como su inicial incomodidad se iba transformando mientras Lucas movía su lengua por toda la raja de su chocho, chupándolo y aprisionando con los labios el clítoris, hasta que observé cómo ella, aún esforzándose por no dar señal de excitación alguna, sufrió un par de sintomáticas contracciones de placer antes de que él abandonara su labor. Era evidente que las maniobras de Lucas habían hecho que ella, aún sin quererlo, se excitara.
Al ponerse en pie, Lucas recibió de Andrés el correspondiente preservativo, se bajó la bragueta de su elegante pantalón marrón y sacó una verga de color tan aceitunado como el resto de su piel, circuncidada y de un notable grosor. Apenas ajustado el condón, levantó las piernas de Silvia, separándolas, y se echó sobre ella introduciéndole sin dificultades su gruesa polla en el coño, que sin duda estaba mojado por la saliva de Lucas y por sus propios fluidos de excitación.
Apenas empezado el bombeo en el interior del sexo de mi esposa, Lucas le acarició las tetas con ambas manos mientras intentaba de nuevo besarla en la boca. Silvia debió darse cuenta de que besar a ese hombre mientras la follaba podía hacer que su excitación llegara a cotas peligrosamente evidentes, dada mi presencia, y le esquivó, procurando que el placer no se apoderara de ella, manteniendo los ojos cerrados y las manos sobre el asiento del sofá, mientras simulaba muecas y quejidos de fingido desagrado cada vez que él empujaba introduciendo su lanza en lo más profundo de su cueva.
Reconozco que, pese a que un tercer tío se la estaba follando esa noche delante de mí, los esfuerzos de Silvia por resistirse a gozar me agradaron y más cuando éstos concluyeron con éxito en el momento en que Lucas tensaba su cuerpo y con apenas un suave gemido se corría gozando del voluptuoso cuerpo de mi esposa.
Cuando Lucas abandonó el cuerpo de mi mujer, ella y yo intercambiamos una mirada que dejaba translucir su sentimiento de triunfo, con la creencia de que todo había terminado, y mi convencimiento de que eso no iba a ser así y de que algo iba a cambiar en nuestra vida sexual a partir de esa noche.
Al volver a prestar atención a mis invitados noté que Andrés no se encontraba en el salón, que Juan seguía perdido en sus pensamientos sentado en el otro sofá y que Lucas, relajándose, se había acercado al equipo de música y escudriñaba entre los Cds.
Silvia, intentando exponer lo menos posible su cuerpo desnudo, se deslizó del asiento del sofá en el que había sido follada consecutivamente por Juan y Lucas y, gateando, buscó su ropa que se amontonaba en la alfombra, allí donde la había dejado Andrés al desnudarla. Su movimiento mientras, arrodillada, se alejaba de mi posición en el sofá, me permitió contemplar su culo balanceándose y el nacimiento, asomando entre los pelos, de la raja de su coño allá donde terminaba la de su trasero. Fue la segunda visión para mí nueva, y excitantemente turbadora, de la desnudez de mi mujer.
Cuando estaba a punto de recoger su ropa, Andrés entró de nuevo al salón con una botella de champán en las manos. Al ver a Silvia en esa posición sonrió lascivamente y le conminó a sentarse, desnuda como estaba, y acompañarnos a tomar una copa de cava. Las protestas de mi mujer no sirvieron de nada y finalmente se sentó junto a mí intentando de nuevo proteger todo lo que podía, con sus brazos y manos, su cuerpo desnudo. Debo reconocer que el contraste entre ella, espléndidamente desnuda, y los cuatro hombres, que permanecíamos totalmente vestidos, ofrecía una situación altamente morbosa. Todos, menos ella, sabíamos que Andrés tenía más proyectos para esa noche.
Andrés propuso un brindis por Silvia y todos fuimos apurando nuestras copas mientras mi jefe seguía alabando a mi esposa y alardeando de la suerte que estaban teniendo todos esa noche. Después se acercó de nuevo a ella y, tomándola de la mano, la levantó y la atrajo hacia él. Le acarició con ambas manos el culo mientras su boca se dedicaba a lamerle alternativamente los pechos, centrándose en sus pezones que reaccionaron a las caricias endureciéndose. Silvia se mantenía quieta con la vista hacia el techo y los brazos colgando hacia el suelo, dejando que Andrés la manoseara de nuevo a placer.
Este cogió una de sus manos y la llevó hacia el bulto de su polla sobre los pantalones. Silvia reaccionó negativamente e intentó apartar la mano, pero Andrés se mantuvo firme y la apoyó de nuevo sobre su erección, apretándola e iniciando una suave frotación. Fue retrocediendo hacia el sofá hasta sentarse en él y obligando a Silvia a arrodillarse a sus pies, instándola a que continuara acariciándole el bulto de su polla. Con evidente torpeza ella siguió frotando un rato sobre el pantalón hasta que Andrés le pidió que le sacara la polla al exterior y le masturbara. Silvia negó con la cabeza, dándole a entender que no estaba dispuesta a seguir adelante, pero la fija y seria mirada de Andrés le convenció de que parar en ese instante, después de haber sido ya follada esa noche por los tres jugadores, era una tontería. Se aplicó en bajar la cremallera del pantalón, metió la mano en su interior y, tras maniobrar un rato, la sacó junto con la verga de Andrés a la que sujetaba con sus dedos índice y pulgar.
Andrés reiteró sus deseos de que se la meneara y Silvia inició el movimiento con los dos dedos con los que le asía la polla. Entonces él le cogió la mano y le mostró cómo quería que la envolviera con toda la palma de la mano. Silvia reanudó la masturbación mientras Andrés comenzaba a suspirar de gusto mientras su polla iba creciendo de tamaño. Era ya evidente lo que iba a pasar a continuación. Andrés se bajó los pantalones y slips hasta los tobillos y, agarrando con ambas manos la cabeza de mi esposa, fue acercando el rostro de ella hacia su entrepierna. Silvia luchó contra la intención de Andrés de que se la chupara, y es que mamársela era ya demasiado para ella.
Ambos porfiaron un rato, y parecía que Andrés iba finalmente a renunciar, pero en ese momento Lucas, completamente desnudo, se acercó a Silvia y se arrodilló detrás de ella, cogiéndola de las nalgas. Ella se giró observando al hombre gitano que la estaba de nuevo manoseando. Lucas acercó su cara al trasero de mi mujer y de nuevo su lengua se apoderó del coño de Silvia que reaccionó con un respingo al sentir la calida sensación sobre su vulva. Le chupó por completo no solo la raja del coño, sino también la del culo lo que de nuevo le produjo varias contracciones de placer mientras, inconscientemente, aceleraba la paja que le hacía a Andrés.
Lucas abandonó la maravillosa tarea y poniéndose en pie, introdujo por detrás su picha en el coño de Silvia que permanecía arrodillada masturbando cada vez con más énfasis a mi jefe. El gitano empezó un lento bombeo que se fue acelerando cada vez más, mientras sus manos se habían ya apoderado de las dos tetas de Silvia que colgaban al aire por la posición en la que ambos se encontraban. En esta ocasión mi esposa no pudo contenerse. La postura en la que se la estaba follando Lucas era la que mas le gustaba y estaba claro que el hombre debía agradarle o sabía excitarla muy bien. Silvia comenzó a gemir suavemente mientras sus piernas comenzaban a dar signos de debilidad ante la furiosa follada que Lucas le propinaba. Los síntomas de un cercano orgasmo de Silvia se fueron acentuando y Andrés aprovechó la calentura de ella para conseguir finalmente arrimar el rostro de mi mujer a su polla y, sustituyendo la mano de ella por la suya propia, dirigir e introducir el glande entre sus labios entreabiertos. Silvia, concentrada en el gusto obtenido por la impetuosa follada de Lucas, apenas se percató de que tenía en su boca un pedazo de polla y succionó el capullo de Andrés, quien sí comenzó a suspirar mas profundamente con la excitante sensación de sentir su picha en la boca de mi bella esposa.
Finalmente Silvia no pudo aguantar más y sus gemidos se convirtieron en una mezcla de quejidos y gritos hasta que sus rodillas se doblaron en el momento en que el orgasmo apareció en ella. Mientras se corría Silvia, inconscientemente, comenzó a chupar con frenesí la polla de Andrés quien, sorprendido, apenas tuvo tiempo de sacarla de tan estupendo agujero donde iba a correrse sin remedio si ella seguía mamándosela.
Consiguió a duras penas evitar la eyaculación y también Lucas se retiró sin venirse, dejando a Silvia hecha un trapo a los pies de Andrés mientras se serenaban sus sentidos después del orgasmo alcanzado.
Miré a Juan y observé en él claras muestras de incredulidad ante lo acontecido. Seguramente no esperaba que Silvia pudiera tener un orgasmo y debo admitir que a mí también me había sorprendido y, sobretodo, molestado que se corriera con un hombre al que ni conocía. Pero la más sorprendida era la propia Silvia que, confundida y azorada por lo que había pasado, ahora no se atrevía ni a levantar la mirada.
En cambio Andrés estaba en su salsa, había conseguido evitar una nueva e inesperada eyaculación precoz y, sonriente, se incorporó anunciando un nuevo brindis por el orgasmo de mi mujer. Se despojó de toda la ropa, tal y como había hecho Lucas, y cogiendo a Silvia la sentó en el sofá. Recibí una furtiva mirada de mi esposa en la que me quería dar a entender que le disculpara, que no había podido evitar lo que había pasado. Pero ella no sabía que yo mismo, pese a mi enfado, estaba totalmente empalmado y que también había estado a punto de correrme viendo como se la follaba Lucas mientras ella se la chupaba a Andrés.
Andrés comenzó a llenar de cava las copas dejando para el final la de Silvia. Apenas unas gotas cayeron en la de mi esposa antes de que se vaciara la botella. Juan se ofreció a compartir con ella el contenido de su copa, pero Andrés, que mantenía un rictus sonriente, le dijo que no se preocupara, que él lo arreglaría.
Salió del salón, ante la extrañeza general, volviendo al poco rato y escondiendo algo en una mano detrás de su espalda desnuda. Le dijo a Silvia que alzara su copa y entonces nos enseñó lo que escondía. Traía los tres condones que creíamos estaban en la basura y los mostraba orgullosamente. Con la otra mano acercó uno de ellos a la copa de mi esposa, que, estupefacta e incapaz de reaccionar, vio como derramaba el esperma recogido en el condón dentro de su copa de cava.
Hizo lo mismo con el segundo de los preservativos y cuando cogió el tercero, el de color verde que se había puesto Juan, nos lo acercó sin poder evitar dirigirse a él para preguntarle cuando se había corrido por última vez, y es que el preservativo mostraba una abundante eyaculación. Juan, ante la risa de Andrés, a duras penas pudo contestar que hacía más de seis meses. Cuando lo vació en la copa de Silvia, su contenido alcanzó una notable cantidad de semen, ya bastante licuado, que llenaba mas de dos tercios de la misma.
Andrés pidió brindar por el orgasmo alcanzado por mi mujer y todos levantamos nuestras copas menos Silvia que, aturdida, miraba su copa repleta de la lefa de los tres hombres que esa noche se la habían tirado consecutivamente. Todos dimos un sorbo a nuestras copas y Andrés se dirigió a Silvia animándola a hacer lo mismo. Yo estaba convencido de que ella no lo iba a hacer y en efecto ella reaccionó depositando la copa a sus pies. Entonces Andrés le dijo que si no lo hacía consideraría que la apuesta no estaría cobrada.
Silvia me miró suplicando que intentara sacarla de esa situación, como había hecho anteriormente, pero no fui capaz de decir nada. En realidad, y no se si por el propio cabreo que yo tenía después de su orgasmo, sentía una excitante comezón interior ante la posibilidad de observarla bebiéndose la leche de los tres varones que me acompañaban. Entonces ella, tras lanzarme una mirada llena de rabia, cogió la copa del suelo y, tras contemplar de nuevo su contenido, la aproximó a sus labios, dudando que hacer.
Andrés y Lucas, totalmente empalmados, se la meneaban ante la incertidumbre de Silvia en apurar el semen recogido en la copa. Juan también se tocaba sobre los pantalones y yo, totalmente excitado, prefería no tocarme por miedo a correrme.
Tras unos segundos de espera, Silvia posó sus labios sobre la copa y la inclinó lentamente, con lo que el líquido comenzó deslizarse en dirección a su boca. Cuando la leche alcanzó su labio superior, hizo una mueca de asco y puso de nuevo la copa en posición vertical. Volvió a contemplar lo que debía beberse y unos segundos después, tras obsequiarnos a todos los allí presentes con una mirada llena de ira, aproximó de nuevo la copa a sus labios y de un solo trago, sin saborearlo, se echó a la garganta todo el semen allí acumulado. No pudo evitar un par de arcadas que la obligaron a toser varias veces, pero, una vez repuesta, puso la copa sobre la alfombra y volvió a mirarnos, esta vez de una manera desafiante.
Nuestra sorpresa era total, sobretodo la mía, pues aún no podía creerme que mi escrupulosa esposa se hubiera llevado a la garganta la leche de los tres invitados. Pero Andrés no tardó en reaccionar y, sonriendo aun más lascivamente, se aproximó a ella sin dejar de menarse la polla. Cuando estuvo justo frente a ella le dijo:
―Vaya Silvia, creo que nos has desconcertado a todos. No pensaba obligarte a beberte la copa, era sólo un juego. La pregunta que ahora me hago es hasta donde eres capaz de llegar.
Andrés, sin dejar de masturbarse con una de sus manos, agarró con la otra uno de los hombros de mi mujer. Manteniéndola sentada, la separó del respaldo del sofá y la atrajo hacia él, hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros de su rabo. Silvia observó brevemente la polla babeante de Andrés y luego dirigió su mirada a los ojos de mi jefe, con el mismo aire de desafío mostrado con anterioridad. Andrés aceleró los movimientos de su mano sobre la polla y por unos instantes pareció que iba a terminar de hacerse la paja sobre el rostro de ella, pero la mirada altiva de Silvia debió hacerle recapacitar y se paró. Acercó la punta de su capullo a los labios de Silvia y lo restregó suavemente por ellos, impregnándolos de líquido preseminal. Silvia se limpió con la mano los labios y levantó de nuevo su fría mirada a Andrés, quién meditaba qué hacer a continuación.
Mi jefe le tomó la cara con las manos y, tras acariciarle repetidamente las mejillas, se dispuso a besarla. Andrés tanteó con su lengua sobre los labios de mi esposa, hasta que ella los abrió permitiéndole el paso y él aprovechó para besarla con pasión, moviendo la lengua con fuerza en el interior de su boca. Echó su cuerpo hacia el de ella obligándola a recostarse de nuevo sobre el respaldo del sofá y le separó las piernas lo suficiente para dejar al descubierto la raja de su coño y dirigir allí su tranca. No tardó demasiado en acoplarse e introducirle el nabo en su totalidad moviéndose despacio, tomándose el tiempo necesario para no incurrir de nuevo en el error de una corrida prematura.
Luego dirigió sus besos a las tetas de Silvia que, pese al disgusto que le provocaba ser jodida por Andrés, notó como sus pezones se erizaban con el jugueteo de la lengua del macho sobre ellos. Cuando Andrés llevó sus dedos al clítoris de mi mujer y lo frotó repetidamente, acompañando la follada, ésta tuvo que esforzarse en reprimir la creciente excitación que iba sintiendo. La suerte para ella era que Andrés también estaba próximo al climax y por ello, al poco rato, él le sacó la polla, se medio incorporó y empujó a Silvia por los hombros hacia abajo, arrastrándola desde el respaldo al asiento del sofá.
Cuando la tuvo incómodamente tumbada de cuerpo para arriba sobre el asiento, se arrodilló sobre éste y llevó su picha al perfecto canal que separaba sus dos grandes tetas. Las agarró con ambas manos, ocultó entre ellas su miembro y moviendo de arriba abajo los dos globos mamarios comenzó de nuevo a masturbar su polla con ellos.
―Joder Silvia, vaya par de tetas que tienes. Me dan ganas de echártelo todo entre ellas, pero aún no ha llegado el momento.
―¡El momento de qué, cerdo! – Silvia le contestó - ¿Aún no has tenido bastante?
―Pronto lo verás, querida, y los demás también.
Andrés abandonó el desfiladero en el que su polla estaba a punto de explotar y agarrando a Silvia de las caderas tiró aun más de ella hacia abajo, mientras él se arrodillaba en el suelo. Con esta maniobra consiguió que ella quedara sentada en el suelo con la espalda apoyada en la base del sofá y la cara recostada sobre el asiento. Acercó su verga al rostro de Silvia y comenzó a restregarla por todos los rincones de éste. Luego le acercó a la boca la punta del nabo y con tres pequeños golpecitos le invitó a abrirla. Vi cómo mi esposa le miraba con rabia y sin ánimo de obedecer, pero otros tres golpes más fuertes sobre sus labios le convencieron de que era estúpido negarse.
Cuando Silvia entreabrió la boca, Andrés empujó y le metió más de la mitad de su aparato, iniciando una nueva masturbación, meneándose la parte de la polla que aún sobresalía. Silvia puso de manifiesto su desagrado cuando sintió las gotas de líquido preseminal que desprendía el capullo de Andrés conforme este se pajeaba cada vez más rápido, pero en ningún momento se la mamó, dejando que todo lo hiciera él, a quien parecía no importarle la actitud pasiva de ella
Tras unos minutos de continuada masturbación, acompañada de suspiros y gemidos por parte de Andrés, él saco la picha de la boca de Silvia y sin dejar de pajearse, se dirigió a ella.:
―Sabes Silvia, desde que te conocí tu belleza me dejó prendado, pero siempre has tenido conmigo un comportamiento altivo y grosero. Esa forma de tratarme hizo cambiar mis iniciales e inocentes fantasías sexuales contigo hasta desear cosas bastante más perversas que un simple polvo. Últimamente mis mejores pajas me las he hecho pensando en que me la pelaba sobre tu cara hasta correrme sobre ella. Nunca pensé que esto pudiera ocurrir, pero aquí estamos los dos, haciendo realidad mis fantasías.
―Eres un cerdo asqueroso y salido.
―Tienes razón Silvia, soy un guarro y un salido que te va a llenar la boca y la cara de lefa caliente. Vamos, ¿a qué esperas? Abre la boca.
―¡Adelante cabrón, termina de una puta vez!
Silvia abrió su boca y Andrés le metió de nuevo buena parte de la polla acelerando el movimiento de su mano sobre la parte que aún sobresalía y suspirando cada vez con más intensidad. Tras un minuto de furiosa masturbación y medio gimiendo exclamó:
―Joder, te voy a embadurnar de leche. Voy a disfrutar de la mejor corrida de mi vida.
Un ronco grito acompañó el inicio de su eyaculación que, pese al anuncio hecho por Andrés, pilló por sorpresa a Silvia que en cuanto sintió el esperma en su boca apartó la cara hacia un lado escupiéndolo con fuerza y liberándose de la polla. A Andrés no le importó, sujetó la cabeza de Silvia con la mano libre y dirigió cada nuevo chorro de leche hacia una parte distinta del rostro de mi esposa. Una vez culminada la eyaculación restregó con su propia verga el semen acumulado esparciéndolo por la cara de Silvia: Luego, tambaleándose, se incorporó y se sentó en el otro sofá sujetándose el pene, aún chorreante y con el semblante repleto de satisfacción. Había completado una deliciosa venganza y era evidente que había disfrutado muchísimo con lo que le había hecho a Silvia.
―Increíble, ha sido increíble, mucho mejor de lo que esperaba. Y tú ¿qué tal Silvia? ¿Te ha gustado mi leche?
Silvia, con la cara toda pringosa, se sentó de nuevo en el sofá, a mi lado y le objetó con sorna:
―Seguro que es tan asquerosa como tú. ¿No has visto que la he escupido? Apenas he tenido que probar su sabor.
Andrés replicó:
―¿No quieres reconsiderarlo? Aun puedes hacerlo, tienes la cara llena de esperma.
En ese momento Juan, que estaba en el sofá junto al exhausto Andrés, se levantó torpemente y se dirigió hacia Silvia. El bulto en sus pantalones era tan evidente que cuando ella le vio acercarse saltó con brusquedad:
―¿Qué? ¿Tú también quieres hacerme lo mismo?
Pero Juan sacó un pañuelo de su bolsillo y balbuceó:
―No. Yo sólo venía a ofrecerte un pañuelo para que te limpies la cara.
Silvia hizo un gesto como pidiendo perdón y le dejó que él mismo le limpiara todos los restos de semen. Una vez terminada la tarea Juan se quedó parado frente a ella admirando su cuerpo desnudo, pues Silvia ya ni se preocupaba por taparse.
De inmediato Andrés retomó la voz cantante de la situación, dirigiéndose a mi esposa:
―¿Has visto lo galante que ha sido Juan? ¿No crees que deberías recompensarle de algún modo?
Silvia lanzó primero una furiosa mirada a Andrés, para concentrarse después en el hombre que tenía ante ella, y que inconscientemente, mientras se deleitaba observando sus curvas, se frotaba con la mano en la entrepierna. Andrés intervino de nuevo:
―¿Tu que crees, Juan? ¿No te mereces un premio? ¿Una mamadita?
Juan, cada vez más turbado, contestó con un hilo de voz:
―No se. Jamás me lo han hecho y no estoy seguro de que me guste.
―¿Nunca te la han chupado? Eso no puede ser. Tienes que probarlo. Te aseguro que es delicioso.
―Pero yo estoy a cien y podría venirme en su boca y eso es algo que no quiero hacer, es demasiado… sucio. Yo prefiero hacerlo cómo antes, en su coño.
―Pues ya no hay condones, pero tú no te preocupes, deja que te la mame y si notas que te vas a correr, te la follas por el coño y te sales cuando te llegue.
Andrés se dirigió de nuevo a Silvia:
―Vamos Silvia, chúpasela un poquito. Dale esa satisfacción, deja que lo pruebe.
Silvia me miró, cómo no dando crédito a lo que oía, pero yo, deseoso en el fondo de que se la mamara también a Juan, asentí levemente, cómo dando la razón a Andrés. Con un pequeño gesto me dio a entender que todos estábamos locos, pero era evidente que ya ni mi esposa tenía tabúes y acercó sus manos a las del tembloroso Juan y las apartó del bulto de sus pantalones. Maniobró con el cinturón, el cierre y la cremallera de sus pantalones para permitir bajárselos hasta la mitad de los muslos. Sus largos calzoncillo de líneas verticales azules fue la siguiente prenda que Silvia le bajó a la misma altura. La polla de Juan apareció, entre una despoblada mata de pelos muy largos y completamente tiesa, ante sus ojos. Me pareció bastante más gruesa que la primera vez que la vi esa noche, seguramente porque su excitación en ese momento era mayor. Volvió a sorprenderme el contraste entre el blanquecino color de su tronco y el rojizo de su glande medio descubierto.
Juan permanecía quieto, sin saber muy bien qué hacer, y fue la propia Silvia la que cogió su polla y con mucha suavidad terminó de descapullarlo, mientras él se estremecía al sentir el contacto de la palma de la mano de mi mujer sobre su dura verga. Cuando ella echó su cuerpo hacia atrás, para apoyar su espalda en el respaldo del sofá, tiró de la polla de Juan obligándole a acercarse y finalmente a poner sus rodillas sobre el asiento a ambos lados de los muslos de ella. Silvia deslizó un poco su cuerpo por el respaldo hasta que el cipote de Juan estuvo a la altura de su boca y luego con un nuevo y ligero tirón la acercó a sus labios.
Cuando engulló el glande en su boca el hombre cerró los ojos, pero cuando se metió en la boca la mayor parte de la picha y, esta vez sí, empezó a mamársela, Juan emitió un gruñido de satisfacción y empezó a suspirar. Era, sin duda, la primera vez que Silvia hacía una mamada, pero también era la primera vez que Juan la recibía. Se la estuvo chupando un rato hasta que empezó a mover rítmicamente los labios subiendo y bajando por el tronco de su cipote cuyo grosor hacía que la piel se moviera al mismo compás, originando un efecto masturbatorio que posiblemente ni la propia Silvia quería, pero que Juan seguro que agradecía, pues le estaba produciendo un gusto impensable, tanto que, instintivamente, apoyó sus manos sobre la parte alta del respaldo del sofá y comenzó a mover su cuerpo, al principio muy ligeramente, siguiendo el vaivén de la mamada de mi mujer.
Las sensaciones placenteras de Juan se fueron incrementando y eso hizo que sus movimientos de riñones de adelante a atrás a se intensificaran y que él comenzara a olvidarse de sus opiniones morales ante la posibilidad de correrse entre los labios de Silvia, mientras su polla asumía el mando de la situación, follándose a mi esposa por la boca, con creciente ímpetu.
Llegó un momento en que la fuerza de la follada era tal que Silvia, intuyendo lo que podía pasar, intentó apartarle poniendo sus manos sobre el pecho del hombre que ya estaba fuera de sí. El intento de mi mujer fue inútil y las exclamaciones de placer de Juan inundaron el salón hasta que su cuerpo empezó a sufrir las convulsiones que ya habíamos visto antes y que anunciaban su inminente orgasmo.
―¡Ay Dios, esto es increíble! – pudo exclamar justo antes de que los temblores de su cuerpo aparecieran al empezar a correrse.
Silvia se dio cuenta de que Juan le iba a inundar la boca de esperma e intentó zafarse del pollón pero esta vez no tuvo escapatoria. El temblor de Juan empujaba sin parar su grueso cuerpo contra el rostro de Silvia aplastándolo contra el respaldo del sofá y mi esposa comenzó a recibir en su boca la eyaculación del hombre. Como el grosor de la polla de Juan impedía a Silvia escupir la leche que el vomitaba, intentó retenerla entre sus mofletes que se fueron hinchando. Dado el tiempo de abstinencia de él, y pese a haberse ya corrido una vez, la corrida fue larga y copiosa y en medio de la misma, entre tosidos y arcadas, ella tuvo que tragarse el líquido mientras Juan seguía soltando leche.
Finalmente cesaron los temblores y Juan culminó su éxtasis, pero mantuvo su cuerpo aún apretado sobre mi mujer un buen rato hasta que ella le empujó y él se retiró con su pene ya en clara decadencia. Los aplausos de Andrés resonaron en el salón.
―¡Sí señor! ¡Ha sido genial! Ya te lo advertí Juan. Una buena mamada es deliciosa y veo que la has disfrutado de verdad.
Juan retrocedió hasta el mueble, intentando recuperar la compostura y la cordura.
―¡La virgen! Ha sido la corrida mas intensa que he tenido en mi vida – y mirando a Silvia se excusó:
―Lo siento Silvia, ha sido superior a mí, no he podido evitarlo. Cuando empezaste a pajearme con los labios me descontrolé. Te agradezco el maravilloso momento que me has hecho pasar.
Silvia sonrió sinceramente a Juan y le dijo:
―No te preocupes, no pasa nada. Me alegro por ti que lo hayas disfrutado.
Luego se levantó y, tras mirarme brevemente con una expresión que nunca antes había visto en ella, se dirigió, contorneándose como una puta, hacia la silla en la que Lucas había contemplado el espectáculo sin dejar de acariciarse su oscura y circuncindada verga. Aunque prácticamente ya no había nada que pudiera sorprenderme esa noche, no me esperaba las palabras que dirigió al hombre gitano mientras le miraba fijamente a los ojos:
―¿Y tú qué, Lucas? ¿No quieres que también te la chupe?
Y se acercó aún más a Lucas mirándole la polla con descaro y claras muestras de deseo, inclinando su cuerpo con clara intención de metérsela también en la boca, pero él se levantó y la alzó también a ella, puso sus dos manos sobre el trasero de mi mujer atrayéndola hacia él. Sus manos se pasearon por las nalgas de Silvia, abrieron sus cachetes y sus dedos se introdujeron repetidamente por la raja del culo, acariciando el agujero de su ano. Lucas y Silvia se besaron con auténtica pasión.
Ella no se mantuvo quieta y, mientras seguían besándose, acarició con una mano la espalda tersa del gitano y con la otra le imitó palpándole y pellizcándole repetidamente el delgado trasero aunque sin rozarle la raja del culo.
Yo ya había asumido que ese hombre producía un efecto devastador en la sexualidad de mi esposa y no me importaba, al contrario me excitaba, aún más si cabe, el abierto comportamiento de ella hacia él.
Lucas puso una vez más a mi esposa a cuatro patas, justo frente a mí, y empezó a lamerle una y otra vez el orificio anal, acudiendo, de vez en cuando, al vaginal. Se incorporó y apuntó con su sable totalmente tieso al trasero de ella. Cuando su polla empujó sobre las paredes de entrada de su ano, Silvia, sorprendida, se giró, pero pese al dolor que la penetración le producía, no rechistó e intentó disfrutar de algo que sexualmente era para ella totalmente novedoso.
Lucas consiguió, con mucho esfuerzo, introducirle buena parte de su cipote en el ano y se movió lentamente, sin llegar a conseguir al principio que Silvia se relajara lo suficiente para gozar de la sodomización. Sin embargo el gitano mantuvo pacientemente durante bastantes minutos la lentitud de sus embestidas hasta que su polla se acopló al canal del recto de mi mujer y empezó a entrar y salir de él sin dificultades. Los gemidos de Silvia le indicaron que ella empezaba a gozar de la verga en su culo y para excitarla
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