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Tuve la fortuna de casarme con una mujer muy bella, por dentro y por fuera, pero resulté ser ese hombre que les gustaría ver a su esposa con otro, una mera fantasía que muchos tenemos, pero pocos nos atrevemos a confesar. Esto me ocurrió poco después de casarnos al notar como me la chuleaban y como cada cabrón se le quedaba viendo las nalgas.
Pasaron poco más de 20 años de feliz matrimonio cuando lo que les contaré lo que sucedió. Era el año 2004. Fernanda contaba con 43 años y yo con casi 48.
Con la llegada del internet, como mucha gente lo hace sin aceptarlo, mi esposa y yo visitábamos muchos sitios pornográficos.
Me gustaba mucho ver la expresión de mi esposa al visitar sitios de hombres bien dotados, en especial negros. Ella no comentaba mucho, salvo de que se trataba de fotos arregladas porque no podía existir un pene de ese tamaño, pero el brillo en sus ojos la delataba: le encantaba ver vergas gigantes de todos colores y sabores: jóvenes, maduros y viejos.
Aún no le participaba yo mis deseos. Llevaba alrededor de 20 años guardándolos como una mera fantasía y me masturbaba frecuentemente pensando en ella con otro hombre. Simplemente después de nuestras navegadas, teníamos una actividad sexual más intensa.
En una ocasión, llegué a casa después del trabajo y para mi sorpresa, Fernanda navegaba los sitios porno sin mí. Hasta ese momento, según yo, solo lo hacíamos juntos. Cuando me tiré en la cama junto a ella me llamó la atención que se encontraba en un sitio de hombres. Estaba viendo un catálogo de vergas. No hizo absolutamente nada para quitar la página cuando llegué.
Después de saludarnos con el acostumbrado beso en la boca, le pregunté que a qué se debía su atrevimiento de ver esas fotos y videos sin mí.
“¡Oh pues!, ¡tengo mis derechos! ¿Qué no?”, fue su respuesta.
“¿Y te gusta lo que ves?”, le pregunté.
“Hay algunos, bueno, casi todos, que se ven ricos, ricos”, contestó.
Su respuesta me excitó. Ella insistía en que algunos no eran de verdad, pero cuando veíamos clips de películas, le quedaba muy poca duda. Nos encantaba ver, sobretodo, escenas interraciales. Siempre bromeábamos sobre los negros y sus legendarios pitos.
Si bien es cierto que algunas fotos eran retocadas, o “photoshopeadas” como decimos ahora, se trataba de hombres bien dotados, superándome casi todos en tamaño y grosor.
Y así seguimos por algún tiempo, disfrutando juntos y fantaseando.
Un día que llegué más temprano de lo normal, entré a la casa si hacer mucho ruido. Estaba el automóvil de Fernanda en su lugar. Subí a la recámara y la encontré masturbándose con la laptop enseguida. Me miró, pero simplemente no pudo detenerse y me ignoró. Esta era la primera vez que la sorprendía haciéndolo completamente a solas. Lo había hecho frente a mi accediendo a mis peticiones y claro, seguramente lo hacía en la regadera o en el baño, como cualquier mujer, pero no haberle importado que la sorprendiera fue sumamente excitante para mí: veía una película de una madurona con un joven negro.
Mi esposa tenía 43 años por esas fechas, o sea, toda una MILF que se había conservado extraordinariamente bien y hasta la fecha, hace voltear a otros hombres.
Imagínenla: Fernanda cuida mucho su forma de vestir. No necesita ropa ajustada o provocativa para darse uno cuenta lo que trae dentro. Sus nalgas y sus tetas resaltan discretamente, aunque a veces sale con ropa deportiva acentuando más su figura. Cuida mucho su peso y lo único que hace es teñir su pelo periódicamente. Mantiene su panocha rasurada a mi gusto, con una pequeña porción de pelo púbico a los lados. Su ano se lo exijo suave y completamente rasurado, aunque el exceso de pelo nunca ha sido para ella un problema.
Mide 1.70, pesa 58 kilos. Su pelo es rubio obscuro de nacimiento. Tiene pequeñas estrías en el vientre, resultado de los dos embarazos, muy poca celulitis y sus tetas son naturales, ligeramente caídas, originalmente 36C, pero nunca voluptuosa, de gusto fino y elegante.
Vivimos un noviazgo muy anal, cosa que hasta la fecha sucede; prefiero penetrarla por detrás y meterle el dedo y aspirar su olor cuando y donde se pueda, aún en lugares públicos. Todo inició para evitar el embarazo durante nuestro noviazgo. Me quedé enamorado de su bello ano.
Hicimos el amor como pocas veces de intenso.
Ya pasado el trance, entablamos la plática.
“Te encantaría probar una de esas vergas, ¿verdad?”.
Ella se quedó un momento en silencio, y finalmente aceptó que sí le gustaría, pero que sería una locura. Luego le pregunté sobre la edad y complexión del hombre de “su” fantasía. Fernanda me confesó que no le importaba mucho el físico, sino que estuviera bien dotado, como las fotos de internet.
Aun a pesar de haber tenido sexo intenso minutos atrás, mi verga estaba parada al máximo con solo escuchar sus palabras. Fue cuando confesé por primera vez: “me encantaría verte en acción con otro hombre”.
Fernanda volteó sorprendida ante mis palabras. Comencé a acariciar sus labios vaginales para reafirmar mi deseo y no dejarla enfriarse.
Tomamos la computadora y comenzamos a buscar sitios de encuentros casuales. Aunque mi esposa estaba para que le pagaran por sexo, estábamos dispuestos a pagar por ver realizada “nuestra” fantasía; ya era de los dos. Habíamos derribado una muralla más. Estábamos convencidos y esa sería nuestra siguiente tarea: ubicar a alguien que llenara nuestras expectativas.
Localizamos algunos sitios y comenzamos a pedir informes bajo otros nombres y otras ciudades.
Pasaron días, semanas…
Nuestras relaciones sexuales se hicieron más intensas aderezadas con la nueva fantasía. Mientras más tiempo pasaba, más refinábamos nuestras intenciones, pero aún faltaban los detalles básicos: donde sería y con quien, que tan confiable, discreto y sano sería el prospecto. Nos aterrorizaba pensar en enfermedades más que en algún loco. Sabíamos que se trataba de gente desinhibida completamente y potencialmente peligrosa, pero el deseo y la fantasía superaban cualquier objeción. Las respuestas de los sitios no se hacían esperar. Eran decenas cada día.
Entre los planes estaba el clásico de ligar en un bar o en un lugar público, pero eso no nos garantizaba que se tratara de un buen tamaño. Luego nos preocupó que fuera en nuestra misma ciudad por aquello de nuestra reputación y llegamos a otra determinación: sería fuera, lejos, donde el riesgo de que conocidos lo supieran o que nos rastrearan fuera inexistente.
Yo sabía que Fernanda prefería a un hombre joven y fogoso, como cualquier cuarentona que le den a escoger. En lo personal, me encantaría que fuera un negro sin importar la edad, pero un buen negro era más difícil de encontrar en México, pensaba yo.
Cuando hacíamos el amor, me encantaba besar y lamer su culo, acariciar todo su contorno, pensando en que pronto, quizá, algún otro hombre disfrutaría esos mismos encantos.
Una tarde lo decidimos. Un día nos contestó un buen prospecto en la Ciudad de México y lo contactamos. Decía cumplir todas las fantasías. En su descripción decía ser un joven cubano-jamaiquino, de 30 años que le encantaban las maduras y contar con una verga “bastante grande” y lo mejor: negro.
Fernanda se rio. “¡Guau! ¡Le llevo 14 años!”.
Le pedimos fotografías y nos las mandó por correo electrónico a una dirección que creamos para tal propósito. Si en efecto era el tal Andy que decía ser, se veía bien, bastante bien: algo alto, algo delgado, y… negro de raza. A mi esposa le encantó su descripción de “bastante grande”, aun teniendo tendencias racistas. En una de las fotos claramente se apreciaba que su verga le llegaba casi a medio muslo. Le salía por el calzoncillo, sin mostrarla toda, posando provocativamente.
Aprovechando la proximidad de nuestro aniversario de bodas, iríamos a pasar unos días en la bella Ciudad de México y llevar a cabo nuestra fantasía. Seguimos en contacto con Andy y acordamos fecha de llegada y como contactarlo, así como sus honorarios, sobre los cuales nunca llegamos a un acuerdo. Nos hacía entender que eso lo veríamos en su momento.
No teníamos la manera de verificar la autenticidad del personaje, vaya, ni siquiera que existiera, aun así, tomamos el vuelo en la fecha acordada. Una luna de miel nos vendría bien de todas formas.
Entre los múltiples detalles, le pedimos a Andy que nos encontrara en el aeropuerto de México, ofreciéndonos a cubrir sus gastos de traslado y desde luego, llevarlo de regreso. Él siempre nos aseguró que así sería. Le mandé fotografías de una pareja que supuestamente éramos nosotros, lo más parecidos, pero en realidad no lo éramos. Por ningún motivo mandaríamos nuestras fotos reales. Tomamos un vuelo a Hermosillo (vivimos de Monterrey) y de ahí a la Ciudad de México, para hacerle creer que éramos originarios de la primera ciudad. Le pasamos todos los detalles del vuelo.
Cuando llegamos al aeropuerto, nos encontramos con el tradicional tumulto de gente. Nuestro vuelo iba atestado más la cantidad de gente esperando hacía de aquello un mundo de humanidad de todos colores. Al salir, buscamos algún individuo parecido a Andy si éxito alguno.
Fernanda se puso algo nerviosa en ese momento. Yo simplemente pensé que había sucedido lo más probable que sucediera: Andy era un fiasco.
Cuando caminábamos hacia la salida nos alcanzó: tenía que ser el, el mismo muchacho de las fotos.
Aunque no coincidíamos con las fotos que el seguramente traía consigo, él era inconfundible, aunque no tan negro como lo visualizaba, más bien mulato obscuro, ojos claros, un poco más alto que yo. Nos veía y veía un papel. No había ninguna otra pareja de mediana edad alrededor.
Se acercó a nosotros.
“Perdonen, ¿son ustedes Dalia y Roberto?”, dijo con el típico acento caribeño.
Fernanda y yo nos miramos, dando por concluida la primera etapa de la aventura. Dalia y Roberto eran nuestros nombres ficticios.
“¿Andy?”, pregunté yo.
“Hola Roberto… hola Dalia”, dijo con cortés acento. Tomo la mano de mi esposa y la besó. “Encantado de conocerlos…, eres una mujer divina, soñada. Nunca pensé que fueras tan hermosa, aunque no te pareces mucho en la foto”, prosiguió.
Mi corazón empezó a latir más rápido de la emoción y comencé a sentir mi verga pararse. Apreté la mano de Fernanda y comenzamos a caminar hacia los estanquillos de renta de autos.
Andy iba bien vestido. No se notaba que tuviera necesidad de dinero, pero seguramente se trataba de un gigolo cuyo trabajo era complacer mujeres y nos cobraría una buena cantidad de dinero por sus servicios.
Mientras hacía yo los trámites, Andy y “Dalia” se quedaron detrás. Yo volteaba de repente. Ella continuaba serena y sonriente, mientras el joven aguardaba, si propasarse con ella, ni siquiera tomarle la mano o insinuar algo sobre lo que seguiría.
Al subir al auto rentado, Andy abrió cortésmente la portezuela del lado delantero para que Fernanda subiera, pidiéndome primero permiso para ello. Posteriormente, el subió en el asiento trasero y conduje hasta el hotel. Nos registramos. Le pedí a Andy que nos esperara en el bar y que pidiera lo que quisiera.
Fernanda sacó nuestra ropa y artículos de baño de los velices, colocando todo en su lugar.
Sin habérmelo comentado, compró dos negligés para la inolvidable noche, uno negro y el otro color azul cielo. Los modeló frente a mí, y estuve a punto de cogérmela ahí mismo. Mi erección y excitación eran ya extremas, pero me apartó.
“Dijiste que quieres ver”, me recordó, mientras completamente desnuda ponía todo de nuevo en su lugar.
Bajamos al bar unos minutos después. Andy nos aguardaba tomando whisky en las rocas. Se puso de pie, jaló la silla de mi esposa y me hizo ademán de que tomara asiento.
Fernanda pidió vino blanco y yo lo mismo que Andy.
“Supongo que te dedicas a esto, Andy”, comencé yo, “a complacer mujeres o parejas”.
Andy sonrió.
“En mis ratos libres, claro. Me encantan las mujeres maduras y déjame te dijo Roberto, Dalia es de las más hermosas si es que no la más hermosa, a quien he tenido el placer de conocer y espero complacer”, contestó. “Soy supervisor en una planta de Toluca. Casi termino mi carrera de ingeniero químico”, agregó.
“Dalia, hermosa, ¿te parezco atractivo?”, preguntó dirigiéndose a Fernanda, quien, desacostumbrada al nombre ficticio tardó unos segundos en contestar.
Mi esposa sonrió y me miró. “Eres muy guapo Andy”, contestó finalmente. “Debes de complacer a muchas compañeras de trabajo y de tu carrera, ¿verdad?”.
Andy sonrió. “La verdad, me encantan las mujeres maduras, con porte y clase como tú, preciosa. No eres cosa de cada día, te digo”.
“Pero siendo tan joven y guapo, sería un desperdicio, ¿no crees? Te ves más joven de 30. Se nota que te cuidas”, continuó Fernanda.
“A los negros no se nos nota mucho la edad, bella señora. MI madre es de La Habana y mi padre de Montego. Él es más negro que una goma de camión, como la noche, y mi madre es algo morena”, dijo, al sacar una foto de la pareja, que aparentaban más edad que nosotros. “Vivo con ellos en Toluca”, agregó.
Sin faltarle al respeto, Andy comenzó a adularla con elegante experiencia. Finalmente, tomó su mano paro la retiró al acercarse la mesera.
Nunca habló en concreto de sus nalgas o sus senos, simplemente de sus bellas formas, cara y clase.
“¿Y ustedes? ¿Hacen esto a menudo?”, finalmente preguntó.
“No”, contestó Fernanda. “Es nuestra primera vez. Lo venimos platicando desde hace algunos meses y por fin nos animamos a llevarlo a cabo”.
“¿Que otro se folle a tu mujer mientras tú ves?”, me preguntó en tono bajo de voz.
“Hay individuos a los que nos gusta”, le contesté. “Sobre todo cuando tienes a una mujer apetitosa como Fernanda”, proseguí.
“¿Fernanda? Un momento, ¿Qué no es Dalia?”, dijo desconcertado. Ya habríamos pasado cerca de la hora conversando cuando caí en el error.
Mi esposa me volteó a ver. “Así le digo. Su nombre completo es Dalia Fernanda”. Se me ocurrió y salí del apuro.
Claro era que Andy estaba acostumbrado a trabajar con nombres ficticios.
“Debo suponer que tu nombre no es Andrés, pero no importa. Mañana supuestamente no nos volveremos a ver”, dije yo.
Andy sacó su billetera y me mostró su credencial de elector. Su nombre era Andrés Jacinto y había nacido en 1982, el año en que conocí a Fernanda. Tenía apenas 24 años cumplidos o por cumplir. Podría ser nuestro hijo.
“Pero dijiste que tenías 30 años”, hice la observación.
“No tengas cuidado amigo”, me dijo. “Muchas se asustan o me rechazan si saben que soy menor, pero le garantizo que no se arrepentirán”, aseguró.
Fernanda y yo nos miramos. Con solo 20 años, aquel chico debería de ser un toro que pudiera darle placer toda la noche.
“¿Les parece si cenamos aquí en el hotel?”, propuse.
“Encantado”, dijo Andy. “Me muero de hambre”.
“¿Tu, mi amor?”, pregunté dirigiéndome a mi esposa.
“¡Claro!”, contestó ella. “Vamos”.
Pasamos al elegante restaurante. Había poca gente. Nos sentaron en una mesa apartada.
Cenamos y platicamos largo y tendido sobre nuestras vidas. Él nos platicó de sus planes y aventuras. Según nos contó, solo había tenido relaciones similares en tres ocasiones con gente de Veracruz y Guadalajara, y unos gringos o canadienses. Nos juró que en ninguna de ellas le había tocado complacer a una mujer tan bella como mi esposa.
Dada su autenticidad y caballerosidad, le comenzamos a creer. Fernanda comenzó a sentir los efectos del vino y, cuando nadie nos veía, se dieron un beso en la boca. Sentí mi verga reventar al verla besar en la boca a otro hombre por primera vez.
Cuando terminamos de cenar, le dije a mi esposa que era mejor esperar a Andy en la habitación. Le dimos la llave de tarjeta y el número. Pagué la cuenta y nos retiramos, mientras Andy quedaba esperando en el restaurant.
Cuando llegamos a la habitación, Fernanda pasó al baño y salió completamente desnuda. Se puso el negligé negro y se recostó, a esperar al amante rentado.
No había nerviosismo alguno, solo un incontenible deseo. Andy sabía que se la tiraría y ella estaba ansiosa por probar la experiencia de que otro hombre se la cogiera mientras yo veía.
“Si quieres nos podemos echar para atrás”, le dije.
“¿Qué no era lo que queríamos?”, contestó ella. “Me muero porque me coja. Me encantó. Se ve lleno de energía. Me va a volver loca. Quiero que me vuelva loca”, fue su respuesta.
“Te voy a filmar”, le dije. Ella solo sonrió, aprobando mi intención.
Pasaron exactamente 15 minutos cuando llegó Andy. Tocó la puerta discretamente.
“¡Adelante!”, gritó Fernanda.
Andy entró. Lo primero que vio fue a Fernanda en la cama, luciendo increíblemente provocativa con su negligé.
“Bueno, si más preámbulo, haré lo mío”, dijo Andy, al tiempo que comenzó a desvestirse, con notoria experiencia.
Quedó finalmente solo con un diminuto calzoncillo. Fernanda, fascinada, contemplaba su atlética desnudez y su enorme bulto. Sacó su verga entre el calzoncillo y el muslo. “Miren, para que les conste que no era de mentiras”, dijo.
Fernanda y yo lo mirábamos extasiados. Andy se recostó junto a ella y comenzó a besarla en la boca mientras ella lo abrazaba, girando un par de veces sobre sus cuerpos.
Andy deshizo los nudos del negligé, haciéndola exponerle sus hermosas tetas. Las besó con especial pasión. Luego se recostó en su espalda y Fernanda bajó su calzoncillo: un auténtico ejemplar de masculinidad, notablemente más grande que el mío se mostró por primera vez ante los ojos de mi hermosa Fernanda. Era obscuro, con algunos lunares negros, con venas bien delineadas y la cabeza circuncidada rosa.
Saqué mi verga y comencé a masturbarme lentamente. Ver a mi esposa junto a una verga ajena era una pasión indescriptible, única.
Se volvieron a abrazar y mientras giraban besándose y manoseándola, Fernanda quedó completamente desnuda. Se detuvieron. Fernanda quedó sobre Andy mientras sus bocas se fundían en un ardiente beso.
Andy tomó a Fernanda de las caderas y la puso a su lado, casi levantándola, haciendo gala de su fuerza y condición física.
“Si no te importa buen amigo”, me dijo, “me voy a tirar a tu mujer como nunca te la has tirado tú o algún otro hombre”.
Me desnudé por completo, al tiempo que Andy bajaba a hacerle el más intenso sexo oral que había sentido Fernanda, haciéndola estremecerse, no sé si por tratarse de un jovenzuelo experto o por ser presa de intenso placer.
“¡Que deliciosa concha tienes, mamacita!”, decía Andy, en medio de los intensos gemidos de mi esposa. Escuchaba claramente su lengua juguetear con el clítoris de Fernanda, mientras ella se mordía los labios en total éxtasis.
“¡Déjame mamarte esa hermosa verga que traes colgando Andy!”, gritó Fernanda.
En respuesta, Andy llevó sus largos dedos a la boca de mi esposa y comenzó a lamerlos y mamarlos como si fuera una verga, mientras él seguía inmerso en su vagina, haciéndola gritar de placer.
Andy se fue separando de la vulva de mi esposa, sin dejar de besársela, subiendo por su pubis y estómago, comiéndola a besos, haciendo escala en sus bellos senos y mordisqueando sus erectos pezones. Culminaron con sus bocas unidas en caliente y húmedo beso. Fernanda lamía su moreno rostro y aruñaba su espalada.
Andy continuaba haciendo su trabajo. La volvió a levantar, como yo no podría, y la sentó sobre su cadera. Su enorme verga quedó justo en medio de las bellas nalgas de mi esposa, dándome una clara visión de lo que le esperaba. El contraste de los colores de sus pieles era divino.
“¿Traes condones?”, pregunté a Andy, pero no me contestó. Volvió a apartar a Fernanda y se sentó sobre las almohadas, recargándose en la cabecera de la cama.
“En su momento, mi buen amigo”, me contestó, al tiempo que Fernanda comenzó a besar sus pies, lamiendo sus dedos, con sus bellas y abiertas nalgas hacia mí, en su familiar actitud sumisa.
Continuó besando sus extremidades hasta llegar a la erecta verga de Andy. Me miró, y sin quitarme la vista comenzó a devorarla con extrema lujuria, haciéndome eyacular en el acto.
Andy también me vio.
“No cabe duda que tienes a esta hermosura insatisfecha, amigo”, me dijo sonriendo. “Me han mamado mi tronco muchas veces, pero esta mujer sí que sabe cómo hacerlo”.
Fernanda se reacomodó un poco, permitiéndole a Andy acariciar sus suaves nalgas, corriendo sus dedos entre ellas, humedeciendo con su fluido vaginal su hermoso ano.
Tan impresionante como excitante era ver a mi bella esposa devorar hasta en tronco la verga de Andy. Estimé su longitud en 8 o 9 pulgadas, notablemente más larga y gruesa que la mía, lo suficientemente gruesa como para abarcar toda su boca. Fernanda mamaba y mamaba con el gusto de una buena recompensa recién recibida.
Mi reprimido deseo se cumplía: ver a mi esposa con una verga ajena, completamente enloquecida por ella. Poco o nada les importaba tenerme como espectador.
“¿Te gusta verme así, mi amor, te gusta?”, finalmente dijo Fernanda. “Toma video, mi amor, para disfrutarlo en la casa”, me sugirió. “¡Sabe riquísima mi amor!, ¡gracias por esto!”
Había olvidado por completo esa parte del plan: filmarla, si a Andy no le importaba, desde luego.
Me puse de pie. Mi verga estaba tan erecta como si no me hubiese venido unos minutos antes. Mi calentura no disminuyó con la eyaculación como siempre me sucedía. Aquello era inaudito, fantástico, extremadamente caliente. Me quité toda la ropa y caminé hasta el closet mientras Andy disfrutaba al máximo la mamada de mi esposa: tenía la boca abierta y los ojos casi en blanco, mientras ella se deleitaba, ocultándola por completo con su boca.
Saqué la cámara e hice los preparativos para comenzar a filmar. Me acerqué a la bella cara de Fernanda quien sacó la verga de Andy de su boca para que la tomara junto a ella: filmé su lujuriosa sonrisa y luego el erecto bicholón de Andy, brillante con su saliva y su baba seminal. Hice un acercamiento a medida que ella lo comenzó a devorar, para ir alejando la escena, mostrando su hermoso y desnudo cuerpo. Andy no tuvo ningún inconveniente.
Me acerque de nuevo a la pareja. Mi erecta verga quedó al alcance de la cara de Fernanda mientras filmaba, y tuvo el agradable gesto de soltar la de Andy por un momento y mamar la mía, arrancándome gritos de placer.
Puse la cámara a un lado y ambas manos a los lados de su cabeza, atrapándola, pero a los segundos, ella las apartó. Se sacó mi verga y me miró.
“Estas mal del cerebro si piensas retenerme con esto…pudiendo disfrutar esto”, dijo Fernanda al cambiar mi verga por la de Andy, mamándola aún con mayor pasión.
“¡Perdóname amorcito!, pero ponte en mi lugar!”, volvió a decir. “¡No me explico cómo no lo hicimos antes!”.
Resultaba difícil saber quién estaba más excitado, si Fernanda o yo. Andy simplemente hacía su trabajo, ella saboreaba su enorme reata, y yo me comenzaba a masturbar de nuevo.
Pasaron cerca de diez minutos. Fernanda no se saciaba de la vergota de Andy. No fue sino hasta que él tomó la iniciativa de reacomodarla para proseguir con la función.
“Le encanta por el culo”, hice la observación.
Andy se puso de pie y pude apreciar su enorme verga lista para continuar deleitando a mi esposa.
Fue a donde estaba su ropa y sacó un condón de la bolsa. Se lo dio a Fernanda para que ella misma se lo pusiera.
“Pónmelo con la boca, divina mujer”, le pidió. Yo tomé la cámara de nuevo y comencé a filmarlos.
Mi esposa sacó el condón del empaque y lo puso en su boca. Andy comenzó a penetrar lentamente en ella. Su grosor hacía un poco más complejo ponérselo, pero al fin lo logró. El muchacho sacó de la boca de Fernanda su enorme verga forrada, pero sin poder cubrirla por completo, casi a dos terceras partes.
Tomó a mi esposa, la levantó y la besó en la boca. De nuevo hizo gala de su fuerza al levantarla con facilidad y llevarla hacia mí, que observaba sentado masturbándome suavemente.
De una vuelta, puso su cara junto a mí y nos besamos de nuevo, sin que yo objetara que su boca venía directamente de la verga de Andy.
Luego la llevó y la depositó cuidadosamente sobre la cama. Fernanda se arrodilló y Andy comenzó a besar su trasero, lamiendo su culo y su clítoris.
Unos momentos después, Andy se incorporó, tomando a mi esposa por sus caderas. A la expectativa, Fernanda aguardó la enorme verga, ansiosa. Andy comenzó a frotar con ella sus labios vaginales para penetrarla lenta y suavemente, arrancándole a mi hermosa mujer sonoros gemidos con cada milímetro que avanzaba dentro de ella mientras yo filmaba la candente escena.
Fernanda paró un poco más sus bellas nalgas, mientras Andy lentamente comenzó a recostarse sobre ella, besando su nuca, penetrándola rítmicamente, haciéndola gemir mientras él alababa su belleza y la acariciaba, enloqueciéndola al máximo.
Yo no perdía detalle, tratando de tomar los mejores ángulos sin ser intruso. Me encantó ver la forma en que Andy satisfacía a mi esposa, la maestría con que se la cogía a pesar de su corta edad.
“¡Mi amor, amorcito!”, gemía Fernanda. Yo pensaba que se dirigía al amante rentado, pero no: era a mí. “¡Nunca me lo hiciste así, ni en tus mejores momentos!”.
Las palabras de Fernanda eran como combustible para Andy, que aceleraba su ritmo al escucharla, sin decir una sola palabra, haciendo discretos gemidos, determinado a exprimirla de placer. Era de llamar la atención el que Andy no hiciera insinuación alguna de dominarla, a pesar de que a ella le gusta ser dominada. En medio de escandalosos gemidos y jadeos, mi bella esposa experimentó un tremendo orgasmo, profundo, épico, más Andy no alteró su ritmo, metiendo y sacando su verga en ella, a pesar de sus gritos.
Andy se incorporó, pero Fernanda hizo lo propio, siguiéndolo con sus nalgas pegadas a él, tratando de evitar que se le saliera la verga rentada, pero Andy se la sacó cuando finalizó su clímax, haciéndola quejarse melosamente. Sus bellas nalgas estaban algo sudadas. Andy le dio un par de suaves nalgadas.
“Aguarda mi reina, aguarda”, dijo Andy. Revisó el condón, empapado con los jugos de Fernanda. Ella se puso de perrito, y Andy comenzó a empujarle suavemente el culo con la rosada cabeza de su miembro. Me acerqué con la cámara.
“Supe por ahí que te encantaría que te la metiera por el culo. Enfoca bien mi amigo, para que disfruten viendo como me follo a tu bella hembra”, dijo, dirigiéndose a nosotros dos.
Comenzó a mover levemente su cadera mientras le dejaba ir a Fernanda su bichola, arrancándole discretos quejidos, deteniéndose para dejarla acostumbrarse, continuando y parando, hasta que solo sus negros testículos quedaron fuera de mi esposa. Permaneció sin moverse. Fernanda, completamente ensartada y abierta, solo jadeaba. Las enormes manos del muchacho casi cubrían sus nalgas mientras las cosquilleaba. Andy comenzó a hacer movimientos circulares con su cadera haciendo que Fernanda sintiera una extraña, pero muy placentera sensación. Con sus brazos alrededor del estómago de mi esposa, movía su cuerpo como serpiente, pero impidiéndole a ella moverse. La tenía presa, paralizada, mientras su enorme riata revoloteaba en su intestino.
Yo, con la cámara, no perdía detalle alguno.
Andy comenzó a sacar un poco su verga, arremetiéndola de inmediato, alargando sus ciclos, hasta sacarla casi por completo y penetrándola de nuevo en su totalidad, durando así varios minutos.
Al final, Andy sacó su verga del fundillo de Fernanda y se sentó en la cama. Ya se notaba su necesidad de venirse, por su ritmo de respiración. Fernanda se sentó junto a él, le quitó el condón, y arropó con su boca la palpitante verga de Andy: era evidente que después de más de media hora de estársela culeando no podía más.
Andy se hizo hacia atrás. Primero se apoyó en sus puños, pero no pudo contenerse ante la rica mamada que Fernanda le estaba dando.
Se desplomó sobre la cama. Su sudado cuerpo resaltaba más su musculatura. Ana trepó en la cama para mamársela mejor, devorándola por completo. Yo me acerqué del otro lado con la cámara, al tiempo que Andy comenzó a gritar. Fernanda no se quitó, y recibió en su boca la tremenda eyaculación del cubanito. Su semen comenzó a salirle por la boca mientras Andy se arqueaba de placer al llenarla.
La palpitante eyaculación del joven duró mucho más que la mía, y de la cantidad de semen mejor ni les cuento.
No perdí detalle con la cámara, desde que la verga de Andy desapareció en la boca de mi esposa hasta que poco a poco comenzó a sacársela. Su bella cara, adornada con el semen del muchacho la hacía verse más sensual, como soñé tantas veces haberla visto.
Posó un buen rato, relamiendo con su lengua los rastros de semen que pudo alcanzar. Se inclinó sobre el estómago de Andy y lamió lo que escapó de su boca durante la abundante eyaculación. Luego se dirigió a su rizado y escaso pelo púbico y lo limpió con su lengua.
Después volvió a posar. Se puso de pie, sin perder la mirada en el lente de la cámara y poco a poco, se fue acercando a mí, mientras la respiración de Andy bajaba casi a un ritmo normal. Un hilo de semen comenzó a salir por un lado de su boca, cayendo en sus tetas. Yo sabía lo que tenía en mente, y la verdad, me pareció excitante.
Acercó su cara y juntó su boca a la mía. La abrió para besarme, pasándome con su lengua una buena cantidad del semen de Andy que había guardado para mí.
Fernanda comenzó a besarme como pocas veces. En segundos, el semen de Andy salía de mi boca, mientras ella frotaba su cara en la mía, embarrándome lo más que podía.
Cuando se separó, vi unas gotas en sus tetas y las lamí, pasándoselas luego a Fernanda, hasta que por fin tragó lo más que pudo. Cuando volteamos, Andy nos miraba con atención.
“¡Amigo!”, dijo sonriente, “¡tomaste de mi leche, pero era para la güerita!”.
Fernanda me miró y me besó. Bajó su cabeza a mi verga y comenzó a mamármela. En menos de un minuto me extrajo mi carga, abundante como si fuera la primera vez, pero la tragó toda.
Ya satisfechos y exhaustos de tanta pasión, no sabíamos qué hacer con Andy. No habíamos hablado ni de tiempo ni de honorarios.
Nos sentamos a conversar con unas bebidas, desnudos los tres. Platicamos sobre nuestra familia, sobre nuestro noviazgo. Andy se notaba genuinamente interesado, no solo por cumplir alguna cuota por escuchar, sino que nos esmeramos por ser auténticos sobre nuestras intimidades. Fernanda habló también sobre lo que hacía con sus ex, detalles que ni yo sabía para ser honesto, hasta que llegamos al tema de sus honorarios.
“La verdad no sé si cobrarles. Normalmente cobro 2 o tres mil pesos por sesión con mujer. Mi tarifa varía si la dama no está de buen verse, pero Dalia estuvo fenomenal y es despampanante. Me la pasé fenomenal. Jamás me la había pasado tan padre. Yo soy el que se supone que alquilan para placer, pero esta mujer está para pagarle”, confesó Andy.
“Lo que sí fue inusual fue verlos saborear mi leche”, prosiguió. “Eso sí que fue caliente, nunca me había tocado”.
Quedamos un momento en silencio. Andy sabía bien que me había gustado el intercambio con mi esposa.
“Por módicos 5 mil, dejo que me la mames, amigo, y que tu esposa nos vea, ¿qué te parece?, Nada de culearte, solo con tu boca”. Noté que su verga estaba ganando rigidez después de hacer la oferta.
“Sé que quisieras amigo”, prosiguió. Tomó el pene en sus manos y comenzó a agitarlo para mí.
“¿Lo haces también con hombres?”, preguntó Fernanda.
“Cumplo fantasías y sueños”, simplemente contestó Andy. “Es todo lo que les diré”.
Mi esposa y yo nos miramos.
“Directamente del culo de tu esposa ha de saber mejor”, insistió Andy.
Fernanda simplemente dijo: “está deliciosa, y aderezada conmigo debe saber mejor”, concediendo la invitación del muchacho.
Andy tenía su vergota en la mano. Dada su sólida erección, ya no podía sacudirla. Nos quedamos los tres en silencio, mientras yo observaba su monumento y el aguardaba mi aceptación.
“Por cinco mil…por otros cinco, te la sambuto en el culo, amigo”, insistía Andy, “y créeme, te va a encantar”.
Sonreí y pensé.
“Créeme Andy, me encantó verte hacer gozar a… Dalia. Nunca la había visto así. Con eso me conformo”, le dije. “De eso se trataba esta aventura. Gozar los dos, ella con una buena riata y yo viéndola y filmando para nuestro uso privado posterior”.
Sentí que tanto Andy como mi esposa se decepcionaron, aunque debo aceptar que sentí mucha curiosidad por mamársela.
“¿Y qué haremos con esto?”, insistió el cubano, poniéndose de pié y agitando su intensa erección en nuestras caras.
“De eso yo me encargo”, dijo Fernanda en tono acomedido, tomando posición de rodillas frente a Andy.
Tomé mi cámara. Fernanda volteó hacia ella, esperando que comenzara filmarla. Con su bella acostumbrada sonrisa y expresión de lujuria, tomo en su boca la verga de Andy y comenzó a mamarla con su acostumbrada pasión.
Arrodillada la tragaba mejor y se deleitaba haciéndome el espectáculo. Bien sabía que gozaríamos viendo el video ya en privado.
Fernanda se esmeraba y disfrutaba. Sabía que Andy se retiraría en un rato más, por lo que puso su mejor empeño en darle la mamada de su vida. La filmé a la perfección, desde sus bellas nalgas en forma de corazón, hasta sus ardientes labios empapados con la baba seminal de Andy.
Andy comenzó a deslizarse hacia atrás, hasta encontrar apoyo en la mesa. Al recargarse, su verga apuntó hacia arriba, haciéndola verse más grande que nunca. Fernanda la siguió, caminando sobre sus rodillas, sin sacarla un solo segundo de su boca, tratando de retenerla con sus dientes, arrancando placenteros gemidos de Andy. El muchacho se inclinó y tomó a mi esposa de los costados, la volteó con facilidad y la levantó, haciendo que Fernanda quedara montada en su reata. Le salía por enfrente. Fernanda comenzó a frotar el erecto pito del cubano con sus húmedos labios vaginales al tiempo que rodeaba de nuevo su estómago con ambos brazos, sujetándola con firmeza.
Durante unos segundos frotó su verga en el clítoris de mi esposa. Yo no perdía detalle.
De un rápido y certero movimiento, se la metió en el culo, sorprendiéndola, arrancándole un leve gemido de sorpresa y dolor.
“¡Te tengo preciosa!”, le dijo, y sin soltarla, comenzó a serpentear de nuevo a medida la penetraba más y más. Los pies de mi bella esposa estaban casi en el aire y la levantaba con cada vigoroso embate, hasta quedarse prácticamente inmóvil con ella completamente empalada por su vergota, escuchándose solo los gemidos de ambos. El empujaba y la levantaba. Apenas tocaban sus pies de nuevo la alfombra, y la volvía a levantar.
Después de filmarlos, me senté de nuevo para masturbarme, por tercera vez.
Andy tenía la clara intención de vaciarse en el culo de mi esposa, lo cual me fascinó. Andy comenzó a acelerar sus gemidos hasta que, en breves segundos, comenzó a eyacular dentro de Fernanda, llenándola con su caliente semen que ella sentía revolotear sus entrañas, mientras me miraba, agitada, complacida, con ambos pies en los tobillos del muchacho.
Momentos después levantó un poco sus nalgas mientras Andy le retiraba la verga del culo.
Mi esposa se arrodilló de nuevo frente a él, haciendo que algo de su semen le saliera por su semi-abierto orificio, cayendo sobre la alfombra a medida se le abrían las nalgas y se pedorreaba un poco, pero tratando de guardar algo dentro de ella.
Fernanda se puso a lamer y mamar la verga del cubano, mordiendo suavemente su tronco mientras la tenía completamente metido en su boca, haciéndolo brincar con cada mordisco.
“Nadie te la va a mamar como yo”, sentenció ella.
“No me cabe la menor duda”, dijo el joven con agitadas palabras.
Fernanda comenzó a frotar su glande en los pezones mientras besaba el pecho de Andy, me pidió que me acercara. Me arrodillé junto a ella y me besó con el sabor de su culo y verga.
Nos entrelazamos en un ardiente beso, mientras Andy nos miraba hacia abajo, seguramente extasiado de ver su obra. Fernanda comenzó a gatear hacia la cama. Se arrodilló en el borde dejando medio cuerpo abajo.
Me acerqué por detrás y comencé a besar y lamer sus nalgas, algo sudadas. Al abrirlas, se hacían hilos con el semen del cubano.
“Límpiame como me gusta”, pidió.
Metí mi dedo medio en su culo, con suma facilidad. Estaba vencido por Andy y lleno de su semen. Comencé desde arriba de su partida, llevando mi lengua por el caliente y sudado canal, hasta llegar a su ano, lamiéndolo y metiéndole la lengua, tragando el semen de Andy.
Seguramente, el muchacho no podía creer lo que estaba sucediendo. Ya me había visto probar su semen de la boca de mi esposa, pero limpiarle el culo comerlo de su culo era otra cosa.
Finalmente nos pusimos de pie. Fernanda no dejaba de agradecerme por haberla convencido, y desde luego, al joven Andy por haberla cogido como un verdadero profesional.
Al no hablar de honorarios, Fernanda tomó mi billetera y sacó cinco mil pesos sin pedirme permiso. Andy los tomó gustoso y agradecido, a pesar de que, según él, no era su intención cobrar.
Me excitó ver a mi bella esposa pagar por que se la cogieran.
Andy se retiró. Fernanda lo besó un buen rato en la boca. Las obligadas intenciones de volvernos a ver no se hicieron esperar, aunque jamás sucederían. No le sugerimos quedarse. Queríamos estar solos y platicar largo y tendido de nuestra increíble aventura.
Nos quedamos un par de noches más en la bella ciudad de México. Nuestras relaciones fueron intensas al grado de comprar pastillas para la disfunción eréctil, que por cierto funcionaron a las mil maravillas.
La última noche fuimos al mismo bar del hotel.
“¿Te quisieras ligar algún chilango?”, le pregunté a mi esposa después de algunas copas.
Había un tipo algo mayor en la barra, cuya evidente intención era buscar sexo. Lo miramos y nos reímos.
Se había cumplido nuestra fantasía al 100%. Ligar a un fulano en un bar era ya cosa de putas, acordamos.
Indudablemente lo volveríamos a hacer, en su momento, quizá en la misma forma. Ya teníamos experiencia.
¡Ah claro! La película aún la disfrutamos y la guardamos en la caja fuerte.
invitado-Jonas 15-04-2019 18:29:22
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Muy buena historia, muy caliente, yo tambien tube la oportunidad de cumplir las fantasias sexuales de una pareja