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~Fui con una de mis amigas, a una espiritista, bueno al principio no tenía mucha fe, pero cuando comenzó hablarme de Juanjo, y de la manera en que lo hizo, me impresionó tanto, que no me queda la menor duda, de que Doña Irma, me decía la verdad. Además me dijo. Que pronto Juanjo reencarnaría, y que yo lo reconocería por sus ojos, y por otras marcas. Pero insistió en que me comprase un perro.
Como a la semana al pasar frente a una tienda de mascotas, lo vi un hermoso Gran Danés, de dos años, amaestrado, de color blanco, y con unos ojos saltones como los de mi difunto esposo. Por todo eso, y porque pude, y quise me lo compré.
Así continué viviendo sola, aunque acompañada por aquel hermoso perro. Fue una de esas noches que tras ducharme, ya por costumbre bajé al patio para dar un vistazo, y como de costumbre, Fantasma subió a mi dormitorio, solo que esa noche, en lugar de hacerme caso, y obedecer cuando le dije que bajase. Quizás fue como me quité la bata frente a él, Fantasma dirigió su morro directo a mi coño. Para mi más grata sorpresa, al igual que cuando Juanjo estaba vivo, y me veía así, se agachaba frente a mí y sin más ni más se dedicaba a lamer toda mi vulva, sin que yo pudiera hacer algo para evitarlo. Por eso de la misma manera, apena sentí la húmeda lengua y la fría nariz de Fantasma en contacto con mi coño, como que de inmediato, me desplomé sobre mi cama, con mis piernas bien abiertas tal y como lo hacía cuando mi marido se dedicaba a mamar mi clítoris, y chupar los labios de mi vulva.
Yo no podía creer, para mí que realmente mi marido había reencarnado en ese perrazo, por lo que apenas pude, separar su morro de entre mis piernas, me acordé que a Juan José le encantaba que yo antes de que me enterrase toda su verga, le diera una mamada. Así que sin pensarlo dos veces, agarré el grueso bulto de Fantasma, y llevándolo a mi boca, por un buen rato me dediqué a mamárselo.
Tras lo cual me recosté en la cama y le ofrecí mi coño al perrazo, como quien si ya lo hubiéramos hecho en infinidad de ocasiones se acomodó sobre mí, de forma y manera tal que lo hacía mi difunto esposo. El sentir como ese grueso, y largo trozo de carne penetraba mi vulva, me convenció definitivamente que el espíritu de mi esposo se encontraba en el cuerpo de Fantasma.
Yo chillaba de placer, a medida que sentía como una, y otra vez, Fantasma enterraba toda su gran verga dentro de mi depilado coño. Cuando no era que yo colocándome cual si fuera su perra, en ocasiones he dejado que hasta me di por el culo. Claro que hemos quedado abotonados, pero eso no me ha impedido disfrutar de todo lo que Fantasma me hace. Luego me enteré por casualidades de la vida, que mi amiga la que me llevó a ver a Doña Irma, al parecer le contaba todo aquello que yo le comentaba. Así que dejé de visitarla, al darme cuenta de que aquella señora, era una estafadora.
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