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Hace unos días estaba muy cansada porque llevaba varios días sin poder dormir y terminando unos trabajos retrasados muy importantes para mi ascenso. Fueron días frenéticos, pero cuando acabé me quedé muy relajada y tranquila. Me llamo Ruth, por cierto, tengo 39 años y he conseguido el ascenso. Pero lo que voy a contar fue lo que me sucedió el día que entregué el material. Iba a regresar a casa, satisfecha por el trabajo cumplido, para celebrarlo con mi marido y mis dos hijos. No me atreví a coger el coche porque estaba muy cansada, así que cogí el metro.
Iba con mis zapatos de tacón, mis medias oscuras, mi falda un poco por debajo de las rodillas, mi blusa y mi chaqueta de ejecutiva, muy discreta, como siempre suelo ir. No llamo mucho la atención, soy bastante normalita (1’65, no demasiado agraciada en cuanto a cara, peso normal, pecho un poco desmesurado, que me da vergüenza enseñar si no estoy en la intimidad y que cuando salgo me preocupo de disimular, tipo normal, aunque demasiado culo y demasiadas cachas). Hay una estación de metro que me pilla muy cerca de mi casa y está en la línea 6, la circular. Era bastante tarde, pero es una línea bastante segura y era jueves, por lo que mucha gente. Me senté al lado de unas señoras mayores que iban charlando sin parar. Sus voces me adormilaron y cuando me quise dar cuenta estaba profundamente dormida.
Soñé (luego descubrí que no era tanto sueño) que estaba con mi marido cenando y que él me metía la mano debajo de la mesa por mis muslos. Me excité mucho. Mi marido estaba desconocido y me metía mano por todo el cuerpo, sobre todo en mi pecho. Me empezó a besar y a desabrochar la blusa. Mi coño estaba empapado y deseosa de hacer el amor con él. Pero entonces algo falló. Oí una voz que no era la suya decir "me la tengo que follar, tíos".
Entonces me desperté y me descubrí con la blusa desabrochada, el sujetador en mi estómago, mis grandes (talla 115) pechos en las manos de un muchacho, disfrutando de mi palidez, mis pezones sonrosados, lo blandito de su tacto. Me asusté y le aparté con el brazo y me intenté tapar. Estábamos solos en el vagón y a mi alrededor estaban 3 chicos de no más de 18 años. Dos estaban sentados a mi lado, uno magreándome los pechos con ganas y otro que me había bajado las medias y subido la falda hasta la tripa, que me estaba explorando mi cueva, no demasiado bien afeitada, pero mojada del todo.
Me agarraron los brazos y me dijeron que estuviera quieta. El otro estaba con los pantalones en el suelo con su polla a punto de acercarse a mi boca. Una polla que estaba repleta de jugos y que olía a semen fresco, a sexo salvaje y que me volvía loca; no era demasiado grande, pero tenía una forma muy bonita y su glande estaba al máximo. Se habían puesto muy calientes haciéndome de todo y me habían puesto a mí igual de caliente. No le hizo falta repetirme que se la chupara.
Le agarré al mango y le chupé su verga desde la base hasta por fin llegar a su capullo. Absorbí todos sus jugos pre seminales y los dejé resbalarse por mi barbilla. Le empecé a masturbar como una loca y él empezó a decir "puta, qué bien me la estás mamando, sigue así, puta, puta, qué bien, me voy a correr encima de ti". El de las tetas también se había sacado la polla y con la otra mano se la empecé a masturbar. La suya era más grande; por algo el chaval era un mulato que estaba de vicio.
No me podía creer que una señora como yo les hubiera excitado tanto. El que tenía de pie mamándosela se corrió encima de mí, pillándome por sorpresa, por lo que su leche me llegó por todas partes y haciéndome pensar que estaba comportándome como una puta. Al acabar, el tercero tomó su puesto, pero como vio que no reaccionaba a la descarga de hace poco, me puso su polla en los labios y me la meneó ahí hasta que saqué mi lengua y recorrí su glande y luego me la metí hasta el fondo. El mulato, al que no había parado de masturbar (y llevaba un buen rato poseída con ese pedazo de rabo que a duras penas podía coger con mi mano), se puso de rodillas en el asiento y apuntó a mis pechos y descargó sobre ellos, acariciándome con su enorme polla en las tetas, en los pezones.
Luego cogió su semen y me lo restregó por mi cuerpo. Yo gemía como una perra en celo. Él era de los tres chicos el que más me gustaba. No me di cuenta con sus masajes de que al que se la estaba mamando estaba llegando al orgasmo. Un chorro potente me inundó la garganta y tuve que tragar su semen, cosa que me repugna bastante. El segundo chorro me quedó en el paladar y el tercero y cuarto y quinto se me quedó entre los labios. El chico no paraba de eyacular...
El primero se había vuelto a excitar y me agarró de las piernas con intención de follarme. Le dije que ni hablar. Me insultó y me dijo que les excitaba y luego quería dejarles con las ganas. Ni hablar. El mulato me empezó a besar y sus besos se los devolví con la boca abierta, metiéndole la lengua y acariciándole el pelo. El otro aprovechó y me la metió de un golpe. Jadeé, pero el mulato me metió la mano en las nalgas y un dedo lo metió en mi ano. El chico, sin condón y sin preocuparse, estaba con un mete saca frenético y sin compasión. Se corrió encima de mí sin contemplaciones, pero yo seguía enfrascada con mi negrito, masturbándole. El tercero me levantó y me separó de mi hombre y me aplastó contra la puerta. Me levantó una pierna y me la metió.
Notaba el semen del otro chorreando por las piernas. Su polvo fue más intenso que el anterior. Quizá mi vagina ya estaba muy irritada, así como mis nalgas y mis pechos, que ya no se conformaba con chupar, sino que quería morder. Acabó y miré a mi negrito y le dije que le quería tener dentro. Me ordenó que pusiese el culo en pompa y le obedecí, poniéndome de rodillas y con las manos en el suelo. Me la metió por detrás y me agarró los pechos, diciéndome que era la puta que más le había gustado nunca, que me quería partir el culo pero que prefería que me diese el consentimiento. Me estaba follando el coño por detrás de tal forma que estaba teniendo múltiples orgasmos, así que sin pensar le dije que me diera por culo, que mi culo era sólo suyo. La sacó, escupió en mi ano y metió tres dedos de golpe. Mi recto se contrajo y grité, pero él entonces me la metió en el coño y volví a sentir gran placer, olvidándome de sus tres dedos, que se movían en círculos. La volvió a sacar y me metió su glande, que era bastante más gordo que sus tres dedos. Mi culo estaba al máximo, pero resistí.
El mulato se echó para atrás y me dio otro arreón más fuerte, metiendo más cacho de pene en mí. Esta vez grité más. La sacó y la volvió a meter. Cada vez que me lo hacía gritaba, pero empezaba a cogerle gusto al dolor, me sentía totalmente ocupada y me subía un calor por todo el cuerpo. No me di cuenta cuando consiguió meterme casi toda su verga y cuando había empezado a bombearme. Sus manos nunca dejaban de masajearme las tetas y me decía lo buena que estaba, el pedazo de culo que tenía, lo mucho que estaba disfrutando en mi culo.
Fue mi mejor polvo, no de la noche, sino de toda mi vida. Ahí estaba yo, una mujer casada, responsable y trabajadora como una perra en celo, con las bragas en una pierna, con el sostén en el suelo, la blusa desabrochada y tirada en el suelo de un vagón entregada a un chiquillo desconocido.
Cuando me inundó de semen, le di mi número de teléfono móvil. Me lo cogió dándome un beso en la boca y obligó a sus compañeros que se fueran. Me vestí, me limpié como pude y volví a casa. Mi marido estaba muy preocupado, pero le dije que me había dormido en el vagón. Eran casi las tres y había llamado a la policía. "¿Pero seguro que estás bien? Estás muy roja". Es que cuando me he visto sola y a las horas que eran me he asustado, le dije. "Te podía haber pasado cualquier cosa". Anda, te preocupas demasiado, cariño. Le di un beso en la mejilla y me duché, sin dejar de pensar en el negrito. Me llamó a la mañana siguiente. Se llamaba León. Me citó para ir a su casa, quería que conociera a sus hermanos mayores.
Vivía en un apartamento con ellos y fui cuando salí de trabajar. Dos hermanitos igual de bien dotados que mi hombre. No dejé de verle en mucho tiempo.
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