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Me llamo Suny y esto sucedió cuando tenía 23 años. Mi hermana Rosmery, ella hace poco se caso con Anderson, un chico que está de muy bueno. No es muy alto, debe de andar por el 1’70, pero es guapo, atento, cariñoso y muy simpático.
Los dos tienen ya casi 30 años, lo cual les hace ser una pareja ideal. Desde el principio nos cayó estupendamente a todos, incluidos mis padres y por supuesto a mí también. Me encantaba su poder de atracción, con unos preciosos ojos oscuros, capaces de hipnotizar a cualquiera. Y yo no era una excepción. Aunque siendo sincera, lo que más me atraía era su culo, para qué nos vamos a engañar.
Todavía vivo con mis padres en el pueblo, donde tenemos una casita de planta baja, acogedora y muy bonita. Vinieron el agosto pasado de vacaciones, porque la playa está cerca y así se alejaban del agobio de la ciudad. Y fue entonces cuando empezó el suplicio para mí. En casa todas las habitaciones están al final del pasillo, separadas por el resto de la casa por una puerta, para mantenerlas frescas durante el día. Su dormitorio queda justo enfrente del mío y por las noches… Mis padres roncaban desde el principio al fin de la noche, pero yo no podía pegar ojo, porque los muy cabrones se pasaban follando toda la noche. No pasaba mucho tiempo desde que nos acostábamos y ellos ya estaban al lío. Normalmente empezaban con risitas pero luego mi hermana comenzaba a gemir como una loca, mientras le decía que le comiese todo, que no parase. Luego sus gemidos se hacían más fuertes y más fuertes, hasta que la oía correrse. Y empezaban los ruidos de la cama, cuando se ponían a follar como animales. A mí al principio me hacía gracia, pero al tercer o cuarto día estaba más salida que la manga de un abrigo.
Una noche dejé mi puerta entreabierta para poder oírlos mejor. Me metí en cama sin nada encima y cuando empezaron el polvo yo comencé a tocarme y manosearme las tetas, al tiempo que notaba como se me mojaba el coño. En el momento de los gemidos, comencé a meterme los dedos en la vagina como una posesa y los metí y los saqué hasta que noté hervir el interior. Me mojé el dedo índice de la mano izquierda y me lo metí suavemente en el ano, al tiempo que seguía con los dedos en la vagina. Notaba por las paredes de mi coñito las idas y venidas de los dedos en ambos agujeros y ni yo misma recuerdo cómo me desmayé de la corrida que tuve.
Al día siguiente fuimos todos a la playa y a mí no se me pasaban los calores ni con helados. Todo el tiempo estuve mirando para él y su paquete, mordiéndome los labios de rabia. Pero al fin tuve mi oportunidad. Mis padres decidieron al final de la tarde irse de compras y mi hermana se fue con ellos a mirarse unos vestidos a una boutique conocida. Mi cuñado se quedó conmigo en la playa y entonces me vengué. Nos pusimos a jugar en el agua como niños, mojándonos y revolcándonos, pero en medio de tanto juego, no hacía más que restregarme contra él, con mis tetas y tocarle el culo, notándolo duro, como a mí me gustan. Él se mosqueó y cuando no pudo más, se alejó de la orilla mar adentro, nadando lejos. Estaba claro que su erección debía ser enorme, y no le apetecía salir así del agua. Cuando por fin salió, le dije que me quería ir a casa. Recogimos las cosas sin decir nada y nos fuimos en el coche. Durante todo el camino no hice más que ponerle cachondo, con comentaros sobre el calor, el sexo y las noches veraniegas.
Cuando llegamos, él me dijo que se iba directamente a la ducha. Me imaginé por qué. De la prisa que llevaba no se acordó ni de cerrar la puerta. Mientras yo lo observaba desde fuera, se quitó camiseta, bañador y se metió bajo el agua. Vi claramente cómo se la estaba meneando, dispuesto a hacerse una paja que lo librase del calentón. Fue entonces cuando decidí entrar y con todo el morro me metí en la ducha con él. El me miró con una cara de estupefacción, sin entender mucho de qué iba todo aquello. Le dije que no estaba dispuesto a pasar una noche más a dos velas y que si mi hermana disfrutaba de él, yo, que era de la familia, también tenía derecho. Le cogí la polla con la mano derecha y comencé a menearla, para meterla en la boca hinchada como un pepino. Me dijo que saliésemos de la ducha y no sé ni cómo fuimos hasta la sala. Yo no soltaba el miembro ni un solo momento. Me puse de rodillas y me lo metí en la boca, sorbiéndolo como una energúmena. Me estaba empezando a sentir como una auténtica zorra y me gustaba, porque las riendas las llevaba yo. Con un tamaño ya desmesurado, le obligué a echarse al suelo, me monté sobre él y le dije que me follase. Sus empellones me dejaban tiritando de gusto y notaba la punta de su polla al final de mi vagina, encharcada como nunca. Conseguí mi primer orgasmo sin que él se hubiese corrido. Me levanté y le dije que me comiese el coño. Gemí de gusto, dejando que su lengua y sus dedos escarbasen en mis agujeros, haciendo que mi clítoris creciese como nunca y los jugos me saliesen por encima de los labios, mojando mis muslos y la alfombra. Y después de tanto orgasmo, decidí que ya estaba bien de ser egoísta y que debía darle caña yo a él. Le volví a coger la polla y empecé a restregármela por las tetas, lamiéndole el capullo con la lengua y meneándosela con ambas manso. La metí en la boca y comencé a chuparla, metiéndomela hasta la garganta y notando cómo rebotaba la punta en el fondo del paladar, caliente y mojada. Yo gemía y no paraba de decirme que era una zorra, una mala puta, que se iba a correr en mi cara. Todos los chorretones de su semen entraron en mi boca, mis labios y mi cara y algunos cayeron sobre mis tetas, mientras él gritaba de placer y me llamaba puta.
Cuando llegaron mis padres y mi hermana, estábamos duchados y viendo la tele y nunca sospecharon nada. Desde entonces, y siempre que puedo, vuelvo a follarme a mi cuñadito, porque me vuelve loca.
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