El día que Julia llegó con esa minifalda roja al trabajo, cambió todo. Yo estaba terminando mi turno y me estaba retirando pues tenia que juntarme con algunos amigos xeneizes del barrio. "Otro día se reunirán conmigo", pensé. Y seguí su contorneada silueta de gimnasta norteamericana.

Julia siempre había sido bastante selectiva para elegir a sus amistades en el supermercado. Mi ventaja era que siempre había estado a mi lado y yo estaba completamente seguro de que le gustaba, pero no había querido llevar las cosas más allá porque no había sentido algo por ella hasta ese día.

Ella entró al vestuario de damas. Yo me quedé parado en la puerta, desde donde pude ver que Arbella, otra de mis compañeras, también estaba en la habitación donde las mujeres se cambiaban ropa, pero ya estaba lista para irse por lo que no hubo problemas. Además, Julia había llegado como media hora antes de su horario de entrada, por lo que aún no tenía planeado cambiarse así que charlamos bastante relajados.

Cuando Arbella se fue, seguimos con la plática y yo fui cerrendo la puerta del vestuario muy lenta y dicimuladamente para que mi compañera no se diera cuenta. Cuando ya estaba con la tarea casi cumplida, le comenté lo linda que se veía con aquel vestido. Contenta y algo avergonzada, buscó algo en su bolso, lo que me dio tiempo de terminar de cerrar la puerta y acercarme rápidamente a su lado. Al querer mostrarme que lo que había sacado de su bolso eran unas flores de plástico para acomodárselas junto al pelo, yo ya estaba a su lado abrazándola. Me miró algo sorprendida, pero no le di tiempo a algo más y la besé. La besé mucho tiempo y con pasión, hasta que mi boca, de su boca, pasó a su cuello y a sus hombros descubiertos (su vestido rojo le cubría de los pechos hacia abajo). Ella también había perdido la vergüenza y ya me estaba desabotonando la camisa. Quedé con el dorso desnudo y Julia no perdió tiempo, pues luego de pasar su boca por mi pecho y por mi abdomen, me bajó los pantalones y los calzoncillos. Mi pené, que estaba duro y erecto, terminó en su boca. Yo estaba camino al cielo con su masaje, pero luego terminó el jueguito y me pidió que le devolviera el favor. La senté en la banca que había en la habitación y coloqué sus pies en mis hombros. Después, fue besando cada centímetro de sus piernas, desde los tobillos hasta las pantorrillas. Luego, seguí hasta la entrepierna. Allí estaba su bombacha, completamente empapada. La retiré y me fui con mi boca hacia su vagina, la que comencé a penetrar con mi lengua, a veces jugando con su clitoris y otras buscando mayor profundidad. Después, terminé el juego bocal y metí un dedo para continuar la dilatación. Cuando ya estuvo lista, tomé mi pené, y estando ella aún con su vestido puesto, apunté a su vagina. Lo clavé de una. Ella gimió. Después empecé lentamente con el mete-saca y fuimos agarrando ritmo. Ella seguía con sus piernas sobre mis hombros por lo que sabía que las embestidas las sentiría muy profundas. Luego de un rato, comencé a sentir que me iba. Ella comenzó a gemir con mayor agitación, lo que me dio muestras de que también estaba llegando al clímax. Aproveché para clavársela aún con más fuerza, hasta que los dos nos fuimos, yo unos segundos después que ella.

Desde ese día, Julia y yo salimos regularmente. Nunca más volvimos a tener sexo en el supermercado, pero nos revolcamos en nuestras camas muy seguido.