Recuerdo bastante bien ese primer día de clases en la universidad. Estaba en curso nocturno porque ya tenía algún tiempo de estar trabajando y era la única opción viable. Entré al salón de clases, miré alrededor, y vi muy buenos prospectos. Chicas blancas, peli-negras, castañas de cabello ondulado, alguna morena simpática, y por supuesto, la mayoría no eran tan llamativas, nenas normales.
Escogí un puesto y vi a esta mujer, no una chica de 19 ni 20, una mujer de unos 32, que en principio no me había llamado tanto la atención, pero al tenerla más cerca noté su cabello rojizo, alisado, su tez blanca, unas pocas y bastante claras pequitas sobre sus mejillas, se vía de mediana estatura y llevaba uniforme de banco, saquito azul, camisa blanca, falda azul poco más arriba de las rodillas, zapatos azul oscuro y sin pantimedias. Esto último fue lo que inicialmente llamó mi atención, pues lo usual es que con esto tipo de vestido, siempre usen panthyhouse, pero sus piernas blancas eran hermosas, con unas marcadas pantorrillas, una piel que se notaba suave y firme, y pude ver el arco interno de su pie que se asomaba por el borde del zapato.
No soy fetichista, pero unos pies lindos son encantadores para cualquier hombre, y esta era un caso excepcional.
Recuerdo que luego de una conversación trivial sobre dónde ella trabajaba y dónde trabajaba yo, etc., en la cual la noté bastante atenta pero también entre reservada y tímida, le hice el primer comentario interesante que no olvidaría -“ese es el puente más lindo que haya visto”- -“puente?, cuál puente?”- -“el de tus pies”- -“ja, osea…que loco estás…ja”-. Así comenzó esa amistad que a todos llamaría tanto la atención en nuestro salón. Un chico de 19 años, siempre de saco y corbata (por cuestiones de trabajo) y una mujer de 32, conversando todo el tiempo, comiendo juntos en la cafetería y siempre riéndose. De vez en cuando nos molestaban diciendo que parecíamos hermanos y no faltaba quien hiciera un comentario más subido, de que hacíamos buena pareja. Los dos éramos de tez blanca, cabello oscuro, ojos café, delgados, y yo un poco más alto que ella. Ella de hermosa y marcada cintura, buenas caderas, trasero levantadido y senos naturales algo más grandecitos de lo promedio para una chica de su talla.
El primer trabajo en grupo lo hicimos en su apartamento, un apartamento mediano en las afueras de la ciudad, en un lugar muy céntrico. Estuvimos ella, dos de sus compañeras, el esposo de una de ellas y yo.
Al llegar conocí a su esposo (con quien luego me enteré que tenía serios problemas al punto de querer separarse), su hijo mayor de unos 9 años y una niña de quizá 4.
Desde el inicio a su esposo no pareció agradarle nuestra visita, pero en estos casos siempre preferiría retirarse a hacer algunos mandados.
Igual que en las películas, nunca faltaba alguna mirada pícara, algún roce de manos al tratar de agarrar coincidentemente el mismo lápiz, e incluso noté como en algunas ocasiones se acercaba a mí de más para ver cómo resolvía un problema de estadísticas.
El día de aquel primer trabajo en grupo, no podía evitar mirar sus muslos blancos, con aquellos vellitos casi rubios. Creo que me habrá visto unas dos veces mirándola de la basta del shortcito hacia abajo, pero lo más que llegó a hacer fue sonreirse.
También en el salón, cuando exponía los casos, noté como su mirada de arriba abajo mientras yo hablaba, me intrigaba.
Luego de varias semanas, un viernes, presentamos un trabajo para el cual estuvimos trabajando por varios días hasta tarde. Salimos de la universidad en grupo y decidimos ir a una disco cercana a celebrar.
El grupo de estudio completo salimos juntos ese día. Legamos, pedimos algunas picadas, algo de ron y mezclador para los hombres y cocteles para las chicas. La invité a bailar y accedió. Me dijo que le encantaba bailar pero que hacía tiempo no lo hacía. Primero un merengue, luego salsa, algo de reggae, algunas locuras con trans y rock, para luego llegar una tanda de música típica que pareció interminable. Empezamos bailando separados pero poco a poco la iba acercando hacia mí, ella no se rehusó en ningún momento y las cosas fueron pasando casi solas, y ya nos habíamos olvidado del grupo en la mesa, éramos sólo nosotros. No estaba seguro de hasta dónde me dejaría llegar, pero teníendola tan cerca, no podía dejar pasar la oportunidad de sentir su cuerpo pegado al mio. Ella me gustaba y quería saber si también yo a ella. Luego cambiamos bailando a dos manos, como le decimos, con mis manos en su cintura y espalda y ella con sus brazos alrededor de mi cuello; yo la iba apretando contra mí. Estaba aprovechando el momento y me iba excitando la situación. Podía respirar de su aliento, tibio y tan sexy, sentir sus labios en la comisura de mis labios; fue completamente excitante, pero no la quise besar aún. La presioné un poco más y pude escuchar un suspiro casi mudo, sentí sus pechos poco más debajo de mi pecho, riquísimo, bajé un poco mis manos hasta llegar poco más arriba de esas nalgas que tanto había imaginado. Por sus caderas la acerba a mí, y al ritmo de la música la hacía moverse; su pubis zurraba con el mío, lentamente, suave al comienzo, pero más y más fuerte a medida que avanzaba la canción, y mi erección era inevitablemente evidente, sobre todo para ella. Podía sentir como con pequeños movimientos subía y bajaba presionando mi pene contra su vagina por sobre la ropa. Fue espectacular, sudábamos un poco aun con el aire acondicionado del lugar y escuchar su respiración acelerada en mi oído era la mejor melodía. Estábamos teniendo sexo con ropa. La tomé del cuello, despacio con mi mano sobre su nuca y bajo su cabello y la besé sin más largas. Nuestros labios se comían sin mayor vergüenza y decidí explorar con mi lengua, cosa que ella rápidamente imitó. Nuestras lenguas juguetearon a acariciarse, mientras mis manos por primera vez acariciaron su trasero por sobre su falda, tanteando todo, su forma perfecta, su firmeza y el borde de unas bragas en triángulo. Así estuvimos no sé cuánto tiempo, mientras nos fuimos adentrando más entre la gente para dizque evitar que los otros compañeros notasen lo que ocurría. Cuando sentí su mano sobre mi pantalón, debajo del cinturón, supe que esto sería inolvidable. Una de sus manos quedó tras mi cintura y la otra me tocó todo lo que quiso. Con la punta de sus dedos dibuja la forma y extensión de mi pene sobre el pantalón de tela y de pronto con su mano trataba de agarrarlo todo. Acariciaba la punta y apretaba un poco como tratando de masturbarme.
Tengo que admitir que de a momentos tenía que moverme un poco para evitar un accidente.
Le dije que diera vuelta a su falda disimuladamente, y la oscuridad del lugar se prestaba para todo. Ella asintió con la cabeza, casi sin mirarme y lo hizo; ya al rato pude meter una mano a través del zipper de su falda de medio lado. Empecé por detrás, acaricié sus nalgas, levanté la braguita y la fui tocando toda. No era mucho el espacio pero a los dos nos gustaba. Cambié la mano de posición y finalmente llegué sobre su pubis. Pude sentir alguno pequeños vellitos que pasaban a través de la tela de la braga. Más abajo la tela se sentía húmeda y tibia. Sentí como mis dedos se lubricaron al acariciarla. Hubiera querido meter mis dedos a la boca para probarla, pero no podía arriesgarme a perder el hilo de la situación. Ella suspiraba con más fuerza y decía a mi oído “más…tócame, más…sí…más”. De a ratos volvía a acariciarme el pene. En un momento me bajó el zipper y su mano fría rozó mi piel. Di un saltito, pero sin quitarme. Su mano se hizo espacio entre el elástico de la parte de arriba de mi ropa interior y cuando sus dedos me tocaron directamente la punta del pipi, fui yo el que suspiré y apreté. Me acariciaba con la llema de uno de sus dedos y me humedecía regando mis primeros jugos por todo el glande con su dedo. Ya no podía estar más erecto, pero hice lo posible por concentrarme en ella.
Aparté un poco las bragas y humf…delicia…, sus labios húmedos me fueron dejando pasar. Su vagina tibia era una gruta paradisíaca que quería explorar de a poco, y así lo hice. Escuchar sus “aahs” en mi oído me inspiraban más y más. Sus pequeños gemidos eran todo lo que quería escuchar. Pasé primero un dedo, luego dos, mi dedo anular llegó a la entrada de su intimidad y siguió de largo, podía sentir su interior suave pero con esa textura que a los hombres nos hace rogar por más. Metía y sacaba mi dedo con suavidad, acariciándola por dentro y por fuera. Busqué su clítoris, y con la excitación fue más fácil ubicarlo. Jugué con él, lo acaricié, toqué, sobé, y sentía en mis brazos como ella se iba retorciendo con cada toque. Pasé mis dedos por toda su rajita cuanto quiese y ella separaba las piernas para que yo la tocara más. Ella se movía un poco, subía un pco y bajaba; lo estaba disfrutando al máximo. Noté que se empezaba a estremecer. La masturbé y no paré hasta que finalmente sentí un juguito caliente humedecer la piel entre mis dedos, y la escuché a ella suspirar más fuerte y gemir un “ah papi” a mi oído. Supe entonces que se había venido con el primer orgasmo de esa noche. En ese punto sí saqué mi mano con cuidado de su falda sin acomodar su braga, y discretamente, pero con ella viéndome a los ojos en la oscuridad, metí a mi boca y saboreé cada dedo que ella había mojado con sus líquidos. Me llegó ese sexy aroma que queda impregnado por horas y que ahora tenía en mis dedos. Me encantó probar ese rico sabor medianamente fuerte, el cual aún degustaba en mi boca cuando su lengua se abrió paso entre mis labios para darme el último beso de la discoteca. Sentía el líquido lubricante salir y salir de la punta de mi pene, listo para penetrarla; cosa que ocurrió algunos minutos después cuando salimos de la disco y nos fuimos a un hotel a terminar lo que habíamos empezado. Pero esa se una historia para otro día.