Mucho tiempo sin escribir. Esta vez les voy a relatar algo que me sucedió durante las vacaciones.
Tengo varias compañeras de la universidad bastante buenas, entre las cuales cuento a una chava de un enorme culo. Es horrible del rostro, lleno de granos, pero su culo definitivamente es sensacional.
Un viernes, a la salida, la putita esta me pidió que me quedara un momento, que para hablar de la tarea. Nos fuimos a una especie de bodega en la escuela donde casi nunca hay nadie. Apenas llegamos, ella se agarró a mi verga como si fuera una paleta.
- ¿Qué te pasa? - Pregunté -. Tienes novio - era verdad.
- Me vale - dijo ella -. Él no me coge.
Me dio un largo beso en la boca. Yo sentí algo de repulsión de ver su rostro tan feo cerca de mí, pero termine por empezar a excitarme. En pocos segundos, ya la tenía asida por su amplio y redondo trasero.
Por un momento nos besamos con pasión. Yo le besé el cuello, lo cual me encanta hacer, y llegué pronto a sus tetas, las cuales no están nada mal.
Ella tocaba mi verga con mucha furia, de forma que me la paró en pocos segundos.
Yo no quería que ella me la mamara de esa manera, así que le propuse hacer un 69. Ella aceptó.
Me la mamaba mientras yo disfrutaba en mi cara de su enorme y delicioso culo, que además de lamer, picaba con mis dedos.
Por una hora nos la pasamos en esa posición, hasta que ella insistió en que me la cogiera bien. Se puso en cuatro patas y yo se la metí sin dudar ni un poco, pues tenía tantas ganas de perforar ese trasero.
Ella no hacía más que gemir de placer. Me decía que estaba bien bueno, que le encantaba lo que le estaba haciendo, en fin: cosas de esa especie.
Hicimos un perro, una vaquera y un misionero (ya dije que cojo en pocas posiciones).
A punto de correrme, la desensarté y arrodillé delante de mí. Mientras mi corrida la cubría su cara, yo apretaba sus sabrosas nalgas como plastilina.
- Que rico - me dijo ella, tragándose el semen que le había echado.
- Que ricas nalgas - dije yo.
- ¿Te gustan? - Me preguntó.
- Mucho - le dije.
Al día siguiente, se sentó junto a mí y me permitió, desde ese día, estarle manoseando el cuelo si yo así lo quería.
Vaya que es una zorra barata.