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Mi ayudante para todo

8. Mi ayudante para todo



Día 19



Mi matrimonio atravesaba un bache bastante feo, pero yo no quería divorciarme o no sabía si quería hacerlo. De hecho, sí que dudaba. Hacía largos meses que no tenía amante ni affaire ninguno y largos meses que el sexo con Marido era de rutina. Creo que para estar bien con marido necesito otra u otras vergas. Y entonces ocurrió que tuve que hacer una gira de inspección a varias empresas de provincia más o menos por la misma fecha, y decidí irme en auto e invitar a mi becario, Alejo, muchacho recién egresado, de 24 años de edad, hermoso como el sol aunque él no lo sabía, pues era tímido y nervioso, huraño, sumamente estudioso y alejado de la vida real. Tanto, que cuando subió al coche conmigo, se sorprendió al enterarse de que iríamos solos. Yo ya había pensado todo y diseñado el viaje no en función del trabajo –que se cumpliría- sino del placer.



Ese primer día viajamos largas horas, parando solo a almorzar, hasta llegar a una ciudad cercana ya a la primera que tenía que visitar, al día siguiente. Llegamos a buena hora y salimos a un bar de música en vivo que yo conocía de anteriores visitas. Habíamos charlado de la empresa y de la ciencia, de libros y política en la carretera, él mirando al frente, yo manejando. Ahora, con la cerveza, charlamos de cosas más personales, de novios y matrimonios. Él estaba con una chica con la que vivía de pleito, que lo humillaba constantemente, que no entendía su pasión por la ciencia y quería que trabajara para hacerse rico. Yo le conté mi crisis matrimonial. Pero esa noche no cogimos… él no me cogió. Yo lo quería completo, pero él no cedió, dijo que no estaba bien, que él tenía novio, que yo era casada, que esto y que aquello. Y se hizo la noche. Y se hizo de día y marchamos a la segunda ciudad.



Trabajé en la mañana mientras Alejo paseaba, y en la tardenoche no pude evitar que me invitaran a salir dos buenos amigos de aquella ciudad, Márgaro (sí, mi Márgaro, ese negro de gruesos brazos y elevada estatura que me comía con los ojos cada vez que su chica no lo veía, ese negro que tardaría casi tres años en cogerme pero que desde entonces me cogía con la mirada… y yo a él) y su mujercita de entonces, delgada y morena, que ya entonces me celaba un poco, así que me descaré y llamé a Alejo. Bebimos los cuatro, Márgaro y su chica se besaban y se tocaban y al cabo de dos cervezas no pude evitarlo y besé a Alejo… y él me respondió. Yo me había puesto para salir, después del trabajo, una minifalda sin medias y el pequeño Alejo tardó en llevar su mano a mi rodilla y a subirla lentamente hasta acariciar mi muslo durante las siguientes dos cervezas, y los tequilas que vinieron, y el viaje al hotel en el asiento trasero del auto de Márgaro…



Por fin, por fin lo tenía. Por fin eran mías esas nalgas que durante tiempo había admirado, esas botas vaqueras que le quitaría, ese paquete que más de una vez, durante el año que llevaba siendo mi becario, había mirado con disimulo. Su amplio pecho enfundado en playeras con motivos zapatistas. Por fin sería mío enterito y yo, empapada y feliz, esperaba únicamente su verga, ya estaba lista, listísima… pero él volvió a rechazarme, entre la borrachera y la culpa… y el llanto y el vómito y yo, frustrada y furiosa, me quedé despierta la noche entera.



Al día siguiente partimos, yo furiosa, él crudísimo. No hablé mucho hasta medio camino a la tercera ciudad, donde llegaríamos ese medio día pero donde mi trabajo me esperaba a la mañana siguiente. Sin embargo, algo dijo él, algo tierno, algo sentido, algo que pedía perdón con una mirada de perro triste y entonces yo me solté. Le conté del bulling, el maltrato en la escuela, los rechazos, los rechazos, los rechazos. Y entonces él empezó a acariciarme la pierna bajo la falda, mientras yo conducía, y a encenderme otra vez, y a encenderme, hasta llegar al hotel donde nos abrazamos, fundiéndonos en uno solo.



Mi mano entró dentro de su pantalón asiendo una verga dura como la piedra, de buen tamaño y bella textura. Le bajé los pantalones y me hinqué para adorar a Priapo. La punta de mi lengua buscó la punta de su verga mientras mis dedos exploraban, sopesaban y medían. Apenas pequeños lengüetazos en la puntita, para que mis dedos siguieran la  ruta de sus hinchadas venas, para que la otra mano sopesara los testículos y acariciara las redondas, firmes y durísimas nalgas, cubiertas de suave vello dorado.



De las ligeras lamidas a la puntita de la cabeza, pasé a envolver el glande entero con los labios y a rodearlo con mi boca y mi lengua. Succionaba despacio, todavía acariciaba. Él no se movía, apenas sus manos, perdidas en mi pelo, mostraban signos de vida, lo mismo que su agitada respiración. Cuando empezó a gemir, me lo empecé a coger con la boca, llevando la punta de su verga hasta el fondo de mi garganta para luego sacarla hasta la puntita dl glande, con ritmo creciente, tan creciente como sus gemidos. “me vengo” exclamó de pronto, tratando de apartarse. Yo lo agarré más fuerte de las nalgas, empujándola hacia mí, para recibir en mi boca el cálido líquido, de amargo sabor, para no dejar de chuparlo hasta que estuve segura de que Alejo no había perdido su erección.



Lo moví hacia la cama. Él me dejaba hacer. Su larga verga apuntaba hacia el cielo, dura como una roca. Le dí la espalda y, de cara al espejo, me senté sobre él, muy despacio. El me tomó de la cintura, acarició mis nalgas y mi ano, mientras yo subía y bajaba buscando mi placer, mirando en el espejo aquella espléndida cabalgata. No mudé propósito, no cambié, no hice otra cosa que usarlo como si fuera un consolador cárnico, hasta derrumbarme en medio de un interminable orgasmo.



Alejo permaneció quietecito, donde esta, sin moverse, la enhiesta verga señalando al techo, la respiración agitada, los ojos entrecerrados. Yo me recuperaba lentamente, pero no quise desaprovechar esa espléndida erección, y despatarrada. Le dije:



-Hazme tuya así, gózame.



Y me gozó, enloquecido, con los ojos en blanco, penetrándome hincado, con mi cadera sobre sus muslos, arremetiendo en mi como si yo fuera su esclava. Y yo, loca, loca por ese tigre inesperado, que tanto había necesitado para salir de su cueva… y entrar a saco en la mí. Yo iba por mi cuarto orgasmo cuando él terminó dentro de mí, empapado en sudor, anhelante, con el corazón galopándole a cien.



Durante tres días cogimos en la tina del hotel, en la cama, en la mesa. A partir de ahí fue mi ayudante para todo, pero nos descuidamos: estaba en tal hoyo mi matrimonio que yo cogía con él todos los días, en la oficina, en hoteles… y finalmente, Marido se dio cuenta. De eso os contaré en la siguiente entrega.


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