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Mi amigo y yo buscando piso (1)

No había hecho más que llegar a Pamplona, lejos de mi Granada natal, para trabajar en una empresa de seguridad, con presencia en todo el territorio. Desde la misma nos habían gestionado el tema de turnos, de rotaciones, etc. excepto una cuestión: la del piso.

Habían destinado a mi amigo Santiago, compañero mío de fiestas, y demás de Granada, quien había roto recientemente con su novia, y le pareció buena idea cambiar de aires, y venirse para Pamplona conmigo, al menos un par de años.

Llegamos a Pamplona un domingo por la mediodía, aproximadamente a las 12:00 del mediodía, y el ambiente se veía un poco difícil para hacer ocio, pero no nos detuvimos mucho en corroborar esa situación. Nos dirigimos al Hotel Iruña Palace “Tres Reyes”, el cual nos pagaba la empresa durante una semana, hasta encontrar un piso, que obviamente también nos pagaban, pero que nosotros teníamos que gestionar.

Así pues, el primer día nos dimos una vuelta por la ciudad, para conocer un poco las calles, y lugares mas relevantes, que seguro nos venia bien para nuestro trabajo. Vimos que en el tema de bares, estaba bien mal el asunto. Respecto a las tías, había de todas clases, pero pudimos observar un buen ejemplar de ellas en la avenida Carlos I. Yo personalmente me fije en una chica, de unos 22 años, pelo moreno, de 1,68 m., al menos, y ojos verdes. Llevaba puesto unas medias con diseño en rombos, muy sensuales, pero lo que sobre todo me llamo la atención fue un culo perfectamente definido, y unas tetas que a pesar de ser un poco gorditas, las tenia bastante bien colocadas. No se porque razón, me recordaba a Mónica Bellucci en la segunda parte de Matrix.

Cuando pase a su lado, la mire descaradamente, y ella me devolvió una picara sonrisa, para inmediatamente volver su cara hacia sus amigas.

- ¡ Joder Alfonso, no seas tan descarado ¡ -, me dijo Santiago mientras me daba una disonante colleja.
- ¡ Vete a la mierda, Santiago ¡, dije un poco furioso por el gesto.

Santiago sonrió ampliamente, y luego lanzo una carcajada, de esas que te hacen reír aunque no tengas ganas, consiguiendo que finalmente me riera yo también.

Mientras tanto, volví a echar un vistazo para la zona desandada, con mirada obsesiva para volver a ver a aquel bombón que prácticamente se había burlado en mi propia cara, pero que yo sabía le había gustado.

Justo cuando pasamos por la calle Tafalla, con la avenida de Galicia, preguntamos a unos cocacolos que había en un parque, si sabían donde había alguna inmobiliaria, y estos nos remitieron a unos escasos 200 m, cerca de una rotonda.

Una vez la hubimos situado y miramos unas cuantas ofertas, nos marchamos a tomar algo por ahí. Después de dar unas cinco vueltas a Pamplona, dispusimos a irnos para San Sebastian, que nos habían comentado que estaba mejor para la marcha.

Así pues nos marchamos para allá, y estuvimos el resto de la tarde en San Sebastian. Pudimos observar que allí había también buen ganado, pero nada digno de mención. Nos volvimos al Hotel con unas cuantas copas de más, y a dormir hasta el día siguiente.

El lunes por la mañana, aunque no muy temprano, por razones obvias, nos levantamos bastantes resacosos. Cuando yo desperté Santi ya se había duchado, y el muy cabrón se la zurreaba con la revista Men del mes pasado que se había traído desde Granada.

- Joder…. Santi… no podías hacerlo en el baño, que me vas a rebotar el estomago ya tan temprano.
- ¡ Vamos, Alfonso, que no dirás que no estoy tan bueno como la morenita de ayer!,- dijo en tono burlón, al mismo tiempo que se reía al ver mi cara de malaostia, típica siempre que me vacilaban.

Sin decir ni una palabra, me fui a ducharme, amenazándole que para cuando saliera del baño estuviera preparado para salir, el muy cabrón podía estar machacándosela una hora sin parar. Es mas, cuando habíamos ido alguna vez a algún pub, y Santi se ligaba a alguna, como yo no pillase tajada podía estar esperándolo cerca de dos horas para poder irnos. La verdad es que el tío las dejaba a todas bien contentas, por lo que me habían soplado alguna chica con la que había estado.

Como ya había sospechado, aun no se había terminado de vestir. Le lancé un par de maldiciones, para que se apresurara, y baje al hall del hotel para echar un vistazo a las instalaciones y las tías que había por allí. A los 10 minutos, Santi bajo corriendo, pues me sabia bastante cabreado.

- ¡ Joder, tío, lo siento, no sabia que era tan tarde….! -,gimió una disculpa.

La verdad es que Santi, siempre que se disculpaba daba la sensación de que iba a llorar. Que tío mas raro desde luego.

Así pues salimos del hotel, sólo teniendo que bajar la Av. Galicia, y ya estábamos junto a la inmobiliaria. Nos quedamos mirando la cristalera, para ver las ofertas que habían, pero desde luego nada interesantes. Mientras ojeábamos las mismas, me percaté de que en la oficina había algo que me llamaba la atención. Miré entre las hojas, y pude ver, al fondo de la oficina, una chica que me resultó familiar, justo cuando me golpeó Santi en el hombro, llegado a hacerme daño:

- Joder Alfonso, no es esa la tía que vimos ayer en la calle! -, con una risa burlona.

Ciertamente que era ella, observé. En ese momento mi pulso se aceleró, mi boca comenzó a resecarse, debido a mi ansiedad, y por supuesto que mi polla empezó a cobrar vida propia.

- ¡ Joder, pero que buena esta la cabrona ¡ -, dije sin pensar, provocándole una risa de lo mas escandalosa a Santi.
- ¡ Tio ¡, no te rías, que se va a dar cuenta -, repliqué.
- Como si ella ya no se hubiera dado cuenta, con la cara de gilipollas que se te ha quedado -, concluyo mi amigo mientras me hacia un gesto para que pasara delante.

Antes de pasar, y aprovechando el espacio que separaba el escaparate, de la puerta, tuve con carácter urgente que acomodármela, pues seguro que la tenia ya al menos a 20 cms, de su máxima expresión, que podía llegar a los 23 cms. La verdad era difícil en esos casos ocultarla. Tímidamente, entré en la oficina, y vi que habían dos chicas a parte de la buenorra, aunque menos atractivas, es mas, poco atractivas. El tío, vamos, casi ni me fije, pero me dio la sensación de que era algo mayor también. Me dirigí a una de ellas, para preguntarle.

- Hola, buenos días, ¿Podría informarme de los alquileres de pisos que tienen ustedes? -, pregunte sacando mi mas educada forma de dirigirme a un desconocido..
- Desde luego, caballero, pero me va a disculpar, pues ese asunto lo lleva mi compañera Anabel -, dijo señalando a la despampanante chica.
- Muchas gracias -, concluí, disponiéndome a irme hacia esta.

Santi solo me seguía, sin pronunciar palabra, y con su soberana y estupida risa de siempre.

- Disculpe -, fue lo único que dije.
- ¿Si?, decidme chicos -, dijo con voz calmada y tranquila Anabel sorprendiéndome al habernos hablado de “tu”, sin conocernos, y no obstante produciéndome una sensación bastante agradable.
- Buscábamos un piso para dos personas aquí, en Pamplona -, expuse un poco mas tranquilo.
- ¡Fenomenal!, vamos a echar un vistazo de qué tenemos por aquí -, respondió devolviéndome un calurosa sonrisa, que no hacia mas que consiguiera empalmarme un poco mas, hasta el punto de hacerme ruborizar, y sentir angustia en el paquete.

Era la primera vez que una tía conseguía intimidarme de esas maneras, ¿Qué estaba sucediéndome?. Acaso estaba tan desesperado por echar un polvo que me hacia comportarme de esas maneras, luego yo tenia claro que no era el tipo de chica con la que me casaría. Además, observe que Santi a esas alturas ya también la miraba con deseo, casi más bien lujuria.

- Bueno, antes de nada, presentarme, soy Anabel, responsable de pisos y visitas, y ¿vosotros sois…?.
- Yo soy Alfonso, y el es Santi, un amigo y compañero de trabajo -, dije a modo aclarativo.
- Fenomenal, pues tomar asiento y os empiezo a contar lo que tenemos -, concluyó.

Empezó a mostrarnos carpetas con pisos distintos, bastante bonitos en un principio, pero nosotros queríamos verlos “in situ”. Así mismo se lo dijimos a Anabel, que dijo que en ese momento no podía salir, pero me pidió nuestros datos, y prometió por la tarde quedar con nosotros para enseñárnoslos. La verdad yo no había pensado en esa posibilidad, pero la verdad me gusto mucho la idea.

Le pasemos nuestros teléfonos, y nos despedimos muy educadamente. No habíamos hecho mas que salir de la inmobiliaria, y tuve que respirar profundamente para contener los nervios que había pasado. Me había sentido un poco mal por la forma que me quedé mirándola el día anterior, pero a la vez, y una vez visto su comportamiento estaba bastante más excitado y ansioso.

Nos fuimos a comer algo, y a mi me apetecía tomar un café. Por su parte a Santi, no le apetecía, pero si irse a echar una siesta. Así pues me fui a dar una vuelta por Pamplona, poco después de ese café.

A las tres de la tarde, aproximadamente, recibí una llamada a mi móvil.

- Si, ¿dígame?, pregunte dubitativo por el numero que me era desconocido.
- Hola, ¿Alfonso? -, preguntó una chica.
- Si, soy yo, dígame -, pregunté.
- Hola, te llamo de la inmobiliaria, para ver si puedes quedar en una dirección para ver un piso, interrogó la chica.
- ¿Eres Anabel? -, pregunte algo despistado.
- No, no, soy Sonia… Anabel está esperando en ese piso, si os es posible pasaros a verlo -, dijo ella.
- Pues, esto…. Veras… resulta que Santi no está conmigo, y el también tiene que verlo, y no se, pensamos que nos llamarías mas tarde….

Y así estuve dudando un buen rato, hasta que se me paso por la cabeza la idea de que podía llamar a Santi, y que se acercara.

- Y dígame, ¿dónde está el piso?, pregunte interesado.
- Pues está en una calle junto a Avenida Carlos I, pero Anabel te esperaría en la misma avenida, explico Sonia.
- Pues ni media palabra mas, me voy para allá, y ahora aviso a mi amigo -, resolví finalmente.
- Fenomenal Alfonso, Anabel te esta esperando pues, ¿es necesario que la llame?, preguntó.
- No, en absoluto, creo que esto a tres minutos del lugar -, respondí quizás con demasiada seguridad.
- Pues entonces nada mas, que tengas buenas tardes -, se despidió.

Devolví el saludo, y me dirigí hacia la dirección que me había dicho Sonia. Cuando llevaba solo dos minutos estaba ya en Av. Carlos I. Empecé a bajar la calle, al mismo tiempo que aceleraba el paso, y se me agitaba el corazón. Se notaba que tenía ganas de encontrarme con Anabel, aunque tenia claro de que no tenía posibilidades con ese bombón. He de reconocer, que desde mi punto de vista, mi único atributo fuera de lo normal era mi tremenda tranca, la cual había ocasionado muchas alegrías y alguna vez quejas en antiguas novias, por lo cual no tenía muchas esperanzas en atraerle.

Anduve unos doscientos metros más, y ya había llegado a donde estaba Anabel. Vestía una falda corta con una camiseta de tirantes, y unas largas y finas medias, de un tono claro. Pude observar que tenía unas largas piernas, que salían de un culo redondo, firme y bien moldeado. De buenas ganas lo acariciaba durante toda la tarde.

- ¿Que tal estas Alfonso?, dijo con voz un tanto calida y firme.
- Esto… bien, muy bien, fenomenal -, empecé a tartamudear, sorprendido de que supiera mi nombre.
- ¿Y tu amigo?, ¿vemos el piso? -, pregunto de un modo que me pareció reconocer cierto nerviosismo en la forma de decirlo.
- Por supuesto -, aclaré haciendo un gesto de que la seguía, pero sin responder a sus anteriores preguntas.

Le pregunte por la dirección, para enviárselo a Santi de donde estaba el piso. Andamos un par de calles hacia el sur, hasta que paramos en el portal de un edificio en principio un poco antiguo a simple vista. Anabel sacó un llavero con unas pocas llaves, y cuando fue a colocarlas en la cerradura, la puerta se abrió sin más. Se notaba que el mecanismo estaba estropeado y no funcionaba, y por lo tanto evitar el acceso era inevitable. Eso creaba una sensación de intranquilidad, a vista de posibles robos, u situaciones parecidas no obstante no dije nada… y que podía decir, si a los pocos minutos Anabel estaba subiendo las escaleras, al menos dos escalones por delante de mi, y dejándome ver por primera vez parte de sus braguitas. Joder me dije a mi mismo, cuando vi que eran negras, con encajes de rosas, también negras. Aquella vista era de infarto, pues el piso estaba en el segundo, y si hubiera habido un tercer piso me hubiere muerto. Que ganas me dio de cogerla por las caderas, y hundir mi cara en su aparentemente extraordinario coño.

Gili de mí, que no me di cuenta al llegar al piso que tenía mi cara clavado en su culo, y cuando alcé la vista para verrla, tenía sus ojos clavados en los míos. Ostia puta, ya me ha pillado y ahora se cabrea, fue lo primero que pensé. Al contrario a mis pensamientos, tenía una extraña risa, y yo diría, sucia mirada. Para mi fue la primera seña de que le podía gustar, y que podíamos llegar a algo, dando como resultado que empalmara en diez segundos.

Anabel no hizo ningún comentario más, continúo como si nada, y se acerco a la puerta del piso. Volvió a sacar el llavero esta vez de su bolsillo, no sin antes pasar la mano cerca de su entrepierna, y procedió a abrir la puerta. Cuando esta se abrió, vi un piso que no entonaba en absoluto con el resto del edificio algo viejo, pues parecía que lo habían hecho hacia unos meses. Estaba completamente amueblado, con cuadros, muebles modernos, suelo en parqué, y alfombras pensadas como para los mismísimos castillos.

Un poco con cara de estupido y fascinado por las comodidades del piso, no pensé en otra cosa que cual habitación seria la mas oportuna para follarla. Mi imaginación volaba, y se imaginaba a mi Belluchi particular, cabalgando sobre mí. Anabel señalaba para un lado y otro, y yo el único uno y otro lado que miraba era el movimiento de sus glúteos al andar. Me sentía morir si no la cataba, pero no podía propasarme, pues era impredecible su reacción, a pesar de las expectativas que me había creado al llegar a la planta del piso.

Finalmente, y sin casi darme cuenta, estaba dentro de uno de los dormitorios, con una amplia cama de 1,50 m. y habitación de al menos cien.

- ¿Oye, Alfonso, te has fijado que armarios empotrados tan majestuosos tienen las habitaciones? -, pregunto intentando convencerme para quedarme el piso.
- Esto… si, si, la verdad es que si, bastante grandes, pero ¿y las mantas para el invierno, también las deja el inquilino? -, pregunte un poco saliendo de mi enfermizo estado de calentamiento.
- Pues… si, quiero recordar que estaban en la parte superior del armario, déjame ver -, concluyo Anabel.

Abrió una de las puertas del armario, y extrajo una pequeña escalera, para a continuación subirse en las misma. Empezó a tirar de mantas y lanzarlas a la cama, pero algunas caían en el suelo. Me acerque a cogerlas, y simultáneamente me coloqué junto a ella. Guau, ahora podía verle el culo, las bragas, y un rasurado coño que me recordaba y apetecia como una torta maritoñi. Uhm, que rico me dije a mi mismo.

Por mucho que ella se estiraba en la escalera, no llegaba a las mantas de invierno, por lo que me dijo que me subiera yo y las alcanzara. Ella bajo, y yo subí, pero aun así, con mi 1,83 m., no terminaba de llegar al fondo de ese inmenso armario. Me incline, me puse de puntillas, y me estiré tanto como pude, desencadenando un pequeño incidente, y es que mis pantalones se rajaron por mitad.

No, Dios…, miré hacia atrás, y vi como Anabel miraba hacia la raja, o mas bien a mi enorme paquete colgando, que de no ser por mis Calvin Klein, estarían al más absoluto descubierto. A continuación, y no se como, me puse tan nervioso, que perdí el equilibrio y caí al suelo.

Cuando fui a levantarme, Anabel se fue hacia mi hombro, para ayudarme a levantar, pero como imposible de evitar mi torpeza, me volvió a caer, arrastrando a Anabel sobre mí. Se produjo un silencio de unos segundos, y nos quedamos mirándonos el uno al otro. La mano derecha de Anabel estaba sobre mi estomago, y muy lentamente la deslizo hacia mi paquete, al mismo tiempo que yo acercaba mi cara a la suya. En cuestión de dos segundos estábamos morreándonos, y su mano acariciando mi paquete. Por mi parte, le había levantado la camiseta, y solo los tirantes rodeaban su cuello. Ansiosamente mi mano buscaba el enganche de su sujetador, a la vez que mi lengua penetraba tan profundamente como podía en su boca. Por su parte, había comenzado a desabrochar los botones de mi camisa, y cuando lo había hecho en tres de ellos, arranco los demás de un tirón. No podía comprender como no la había roto, y solo había conseguido despegarlos y lanzarlos de la misma. Por mi parte, que había sido un poco más hábil que ella, el sujetador estaba suelto, por lo cual la hice quedar sentada sobre mí, para poder sacárselo por los brazos, e inmediatamente después me incorporé y me lancé a por sus pechos. Los pezones estaban duros como el acero, y la primera sensación que tuve al parparlos, eran de acariciar algo duro y firme. Jamás había tocado y saboreado unos pezones tan perfectos. Alternaba de uno a otro, a la vez que subía lamiendo por su cuello, hasta encontrarme con su boca. Su respiración se agitaba tanto, que pensaba que se iba a asfixiar. A los pocos minutos, colocó su mano nuevamente en mi ahora desnudo pecho, para devolverme el favor. Acarició el vello de mi pecho y mientras lamia y mordía uno de mis pezones, con el otro lo pellizcaba, proporcionándome una mezcla de dolor y placer de lo mas excitante..
Datos del Relato
  • Autor: ST
  • Código: 20323
  • Fecha: 15-10-2008
  • Categoría: Hetero
  • Media: 5.35
  • Votos: 31
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3092
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