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Categoría: Parejas

Mi Ama de Llaves

MI AMA DE LLAVES

Por César du Saint-Simón.


La gran mayoría de los hombres están en la falsa creencia de que las mujeres se sienten más mujeres y más satisfechas sexualmente cuando son penetradas por un pene con las proporciones de la “Verga de Triana” con protuberancias y venas a punto de estallar y una cabeza que escupe lava, y más aún si el propietario de esa descomunalidad de falo es un negro “Mandinga”.
Pongan atención a este relato y créame que lo que aquí se dice que pasó, es verídico, los datos son fidedignos y no se han cambiado los personajes porque aquí no se trata de proteger a nadie, ya que nadie es inocente.


I
Cuando yo estaba soltero, trabajaba para nuestra familia un Ama de Llaves con capacidad gerencial asombrosa. Dirigía toda la servidumbre de la casa: las tres mucamas, el Chef, el mesonero, el chofer, el jardinero, ocho hombres y dos mujeres del personal de seguridad, manejaba todos los asuntos de mantenimiento y todo lo relativo a suministros; además, cada vez que había algún tipo de recepción en la casa, ella asumía toda la organización del evento hasta el momento que se retiraba el último de los invitados y el último del personal contratado, y al final, cuando ya todos nos recogíamos a descansar, o a otra actividad, ella verificaba el personal de seguridad y era solo entonces que se tomaba un descanso. A esto hay que agregar que, como era de nuestro mas alto personal de confianza, también estaba en el deber y en el derecho de departir con nosotros y nuestros invitados en el transcurso de la fiesta o de cualquier otro tipo de ágape que se convidase, motivo por el cual ella siempre vestía a la moda, con alta costura y con un pelo azabache cuidado por un famoso estilista de aquel entonces, que con muy buen gusto no pretendía competir en glamour con los propios o los invitados.
Si señor esa era Mi Ama de Llaves, una mujer morena clara, de mediana estatura y edad madura entre treinta y cuarenta años, con pelo y ojos negros, en donde relucía aquella vitalidad, energía e inteligencia que la caracterizaban, y con un no-se-qué en no-se-donde que obligaba a cualquiera a fijarse en ella.
II
Durante una tarde de pausada llovizna, yo estaba recostado en mi sala de estudio digiriendo un enorme churrasco que me almorcé, junto con una botella de buen vino tinto Portugués, luego que regresé de la marina en donde le estaba haciendo unas reparaciones menores al bote auxiliar de “La Sultana del Caribe”, un yate que nos compramos varios amigos y yo, para escaparnos de la batalla política en que estaban nuestras familias contra otras familias en la lucha por controlar el Poder, gastando muchos millones y mucha saliva.
En mi somnolencia empecé a tener una leve pero sostenida y contenida tensión en mi pene, atrapado por el suspensorio del short, mientras soñaba como una mujer me lo manoseaba procurando liberar mi erección, levantando la liga, y halando hacia arriba con firmeza mi asfixiado falo. Abrí los ojos y estaba frente a mí su cara, la cara de mi Ama de Llaves...
- Cuando un hombre está en esta condición siempre tiene que tener una mujer cerca de él, sentenció, mientras el cálido vaho de su esfuerzo por sacarme la méntula del calzón, rozaba mi cara, al tiempo que metía la otra mano para liberar mis testículos.
Puse mis manos sobre sus muslos llevándole hacia arriba la saya color azul índigo, que al llegar al tope de su cintura, mostró una pantaleta tanguita color rojo carmesí, que en aquel día (confesome en otra oportunidad) se había puesto para mi, y se la quité liberando los cierres mágicos a ambos lados, para que ella, que ya había hecho unas ahorcajadas para montarme, acomodase su vulva y la alinease con mi pene que ella dirigía hacia sí misma. Instintivamente me cimbré hacia su cuerpo, buscando la penetración, pero fue inútil: ella tenía el control de nuestros movimientos y de mis impulsos. Allí empezó una danza exótica, ejecutada por dos cuerpos, en la apacibilidad de una grisácea media tarde de un lluvioso mes de Agosto del trópico venezolano.
Cuando sus caderas descendieron suavemente, su ardorosa y húmeda oquedad atrapó y estranguló el glande de mi inflamado palo, causándome la sensación de que iba ha ser separado de mi cuerpo para siempre; justo en ese instante, soltó la constricción y dejó caer todo el peso de su cuerpo en mis caderas para que, de principio a fin, mi virilidad fuese engullida por aquella caverna repleta de una especie de baba ardiente y resbaladiza. Dió comienzo a un zigzagueo lento pero febril de sus ancas, de su vientre y de sus perniles que retorcía y batía dentro de sí todo aquello que se había metido.
Me pareció una eternidad cuando detuvo el ondulante contorneo de la cópula para permitirme manipular los botones de su blusa de lino beige, y los broches de su sostén rojo carmesí (que también se los puso para mí), para así dejar en libertad a “Cesita” y “Cesarita” como a partir de entonces se llamarían aquellas hermosas y firmes tetas, que con sus negrísimos y perfectamente concéntricos y erectos pezones, serían las mimadas de todos los festines de placer que habrían por venir, y luego...
- Date más duro, le ordené y me obedeció ha como ella lo entendía, allá a su manera: se detuvo; los dedos de una mano se sumergieron en mi cabello y la otra mano se apoyó en mi pecho, arqueó su tronco hacia atrás, apretó los labios de la boca y los labios de la cuca, oprimió y soltó incontables veces todo lo mío dentro de las hondonadas de su sexo, convirtiendo en hedonismo arrebatado lo que debía ser solo placer.
Unos estremecimientos en sus nalgas iniciaron una convulsión sísmica que fue subiendo por todo su cuerpo para exhalar un orgasmo acompañado de un gemido hondo, abismal. De súbito respiró todo el aire del estudio, y a continuación, sin pausa, me cabalgó con energía y ardor, de arriba abajo, sin contorciones, sin tardanzas, jadeando y resoplando mientras yo le propinaba cariñosas pero potentes palmadas en su macizo trasero, al tiempo que aprovechaba para darle una saboreada a las inaprensibles tetas que subían y bajaban acompasando la galopada. La ardiente secreción de su caverna impregnaba todos nuestros vellos pùbicos. Hasta mi nariz llegaba aquel fuerte olor de mujer apasionada, efusiva y arrebatada que en aquel lúbrico cohabito de los encontronazos de carne contra carne, también exudaba la femenina delicadeza de hembra amante y mujer sensible.
Su abnegación se detuvo repentinamente, se apeó de mi, al tiempo que prendía con su mano derecha la estaca que había tenido metida, se arrodilló entre mis piernas, me miró a los ojos y bajó la cabeza para lamerme en aquel sitio que no es pene y no es testículo.
- Déme leche, le cuchicheó a mi palo, dándole varias batidas y metiéndoselo en la boca, agitando su cabeza en va-y-ven, bajando la cerviz y engullendo todo mi miembro hasta las profundidades de su garganta.
Daba ronquidos de placer. No me lo estaba mamando, no lo estaba chupando: lo succionaba hacia sus entrañas; un temor me sobrevino cuando pensé que podría tragárselo en un acto caníbal, pero lo que realmente me vino fue una repentina y violenta eyaculaciòn y mis fluidos seminales inundaron su cuerpo, estremeciéndola y atorándola. Saboreó los restos de mis jugos y degustó, relamió y paladeó por entre mi pubis y el ombligo los olores y sabores que encontraba con el Olfato y la Vista, y mientras friccionaba su clítoris y balbuceaba incoherencias, se retorció y brotó de ella un quejido tembloroso. Luego irradió una sonrisa soltando expresiones onomatopeyas de relajado regodeo.
- Gracias amo y disculpe, me dijo, mientras que se incorporaba y rehacía su compostura de funcionaria familiar, volviendo a atrapar las tetas dentro de aquel impúdico sostén. La práctica pantaleta quedó rápidamente cubierta por la falda que pronto retornó a su lugar y mientras calzaba adecuadamente a “Cesita” y “Cesarita” en su zona, agregaba: “No quise importunarle. No habrá una próxima vez si usted no me lo ordena”.
Se dio media vuelta y caminó, aún aturdida y con aquellos piernones lerdos, balanceando provocativamente el “As de Oros” (como yo llamaría de allí en adelante aquél libidinoso trasero), hacia algún lugar buscando la salida, la cual encontró y que con toda sobriedad traspasó para entrar en mi vida.
III
Nada había terminado: Todo estaba comenzado. Durante el resto de la tarde me quedé pensando qué merecía regalarle que ella no fuese a interpretar aquello como “un pago por sus servicios”, y una vez más apelé a mi “Kit de Supervivencia Masculino”, en donde encontré algunos artículos que servirían a mis sinceros propósitos. Así, preparé mi visita, para esa misma noche, a su apartamentito, en el área de Intendencia de la casa. Según ella me contó, meses después, esa misma tarde mientras yo buscaba excusas para visitarla, se fue a preparar nuestro tálamo licencioso, rogando que todo fuese de mi agrado, y que me sirviese de inspiración para ordenarle cualquier cosa (siempre me obedeció, por cierto), con tal que no fuese el apretar las piernas, porqué aún las tenia flojas.
Cuando bajé a la zona administrativa, en vez de entrar en la oficina o en la habitación de monitoreo de seguridad, seguí por el pasillo y llegué al ventanal que comunicaba con el jardín interior de su Suite. La morenaza estaba sentada en el columpio, sin mecerse, al lado de la fuente artificial que iluminada con suaves luces verdes y amarillas, daban vida a los Helechos, los Lirios y los Papiros que, mientras nos observaban, hacían una danza con la fresca brisa que bajaba de la montaña junto con la neblina, en un compás de sensualidad en acción. Con las puntas de las sandalias doradas ancladas en la grama, respiraba aceleradamente, sus pechos así la delataban, haciendo subir y bajar a “Cesita” y “Cesarita”, que podía verlas anhelándome, cubiertas por un grácil y etéreo tul color rosa vieja, ceñido a su cintura con un cordón de rústico sisal ocre, para de allí abrirse ocupando el ancho asiento del balancín.
- Vengo a darle órdenes, le dije mientras apuntaba con mi dedo índice hacia el interior del aposento.
Ella cerró los ojos y mostró una suave sonrisa al tiempo que exhalaba un vehemente suspiro de alivio y gratitud. Se levantó torpemente apurada de la tabla para girar hacia lo desconocido, hacia la Suite de la Fantasía.
La salita estaba admirablemente decorada: una estatua de jaspe de tamaño natural, con un brazo extendido apuntando a la habitación y mirada que no miraba, compartía el área de estar con unos muebles fabricados de lianas traídas de la Selva Amazónica, y procesados ergonómicamente para acomodar unos magníficos cojines de cuero blanco, que junto con la cortina, pared a pared, de lienzo color rosa vieja y la mesita central con tope de espejo de Cristal de Roca y una Chaguarama Bonsái en su centro, escoltada por una caravana de siete camellos esculpidos en marfil, daban una sensación de amplitud acogedora. Desde el estante en la otra pared, entre muchos libros que se veían leídos, salía una melodía instrumental de “Los Beatles” y en ese momento se escuchaba “Lucy in the Sky with Diamonds”. No había retratos ni fotografías por ninguna parte y solo tres velones irradiaban armónicamente en el ambiente la luz y el perfume apropiados para levantar fuego a los sentidos.
El tul y el cinturón de sisal cayeron en el brazo de jaspe, y la piel morena de mi ama de llaves se acomodó, eróticamente, para contrastar con los níveos cojines del diván de bejucos, en donde, asentada sobre sus calcañares, con las rodillas semi-separadas y con sus manos sosteniendo, en ofrenda, aquellos deseables montículos, su húmeda mirada rogaba por mis órdenes.
Luego de “meterle mano” y acariciarle sutilmente con mi pene los pezones, la cara, la boca, practicar un restregón entre sus senos y hacer un simulacro de penetración auditiva, para que al rozarle el lóbulo de la oreja y tocar la su cavidad acústica, soltase una risita discreta muy “cuchi” que acompañara retorciendo todo su torso, la deje atrás y me fui a la habitación con la intención de preparar el escenario para los impudores que yo había premeditado. Al entrar, me encontré con que ya todo estaba dispuesto para como yo lo habría planeado: la cama estaba despejada y en el centro estaba dispuesta una sola almohada y un espejito de mesa, iluminados por un delgado haz de luz que salía del techo. La mujer llegó por mi derecha y rozando sus pezones contra mi hombro, se deslizó, cual minina, para ir a acostarse poniendo sus ancas sobre el almohadón, atrayendo las piernas hacia su rostro y abriéndolas pornográficamente en una “V” para mostrarme todos los pliegues y ondulaciones que rodeaban su valle ya húmedo y cuyos viscosos jugos que brotaban del pozo vaginal, discurrían lentamente hasta el umbral anal. Tomé el espejo y lo puse frente a ella de modo que pudiese ver sus propias intimidades, como yo las estaba viendo.
- Ahora mueve la cuca, le mandé. La felina empezó a subir y bajar el “As de Oros” como si estuviese calentando los abdominales.
- No. no... ¡Que aprietes la cuca!, le corregí la orden. Asintió con la cabeza. Frunció el entrecejo, apretó los labios de la boca y... ¡Aquella cuca casi que hablaba!
Sus locos movimientos palpitantes eran toda una incitación que provocó mi apetito venéreo y, cuando se avistó a sí misma cangrejeando sus carnosidades, me imploró, casi delirante, que le apaciguase sus enardecidos deseos en forma violenta y definitiva.
- ¡Mátame amo, te lo ruego! Me lloriqueó, mientras giraba sobre si misma para quedar expuesta ahora en cuclillas, con el trasero desplegado en todo su derroche carnal.
El sieso estaba expuesto directamente al rayo de luz que venía del techo y hacía brillar los humores que habían aflorado de la vagina. Todo en ella estaba mojado, sudado, empapado y trastornado. Aferró con sus manos las nalgas y las separó despiadadamente al límite de lo humanamente posible suplicando la caridad de la penetración sin armisticios.
- ¡Quiero morir! ¡Cogeme amo! Gimoteaba, con la cara de medio lado, aplastada contra el colchón, mientras agitaba el culo en todas direcciones.
De dos empujones quedo calada hasta “la patica” y un resoplido agradeció la estacada. Culeaba sin soltar las nalgas. Vibró sorprendidamente maravillada cuando le metí por el ano la primera cuenta de una ristra de metras, que como sarta de Abalorios, había sacado de mi “Kit de Supervivencia Masculino”. Le metí la segunda metra y se meneó extasiada. Cuando entró la tercera esfera se sacudió fascinada. En la cuarta inserción quedó con la boca abierta para no parar de jadear. Al incluirle la quinta masa se estremeció arrebatada. Así fui hundiéndole cada una de las doce canicas, y al llegar a lo que sería el extremo de la culebrita, halé retrotrayéndole la doceava borla, pero ella, de un salto, soltó las nalgas y trató de incorporarse como para salir gateando y así sacarse la docena completa. La sujeté por el pelo para detenerla, a la vez que adelantaba firmemente mis caderas. Para amansarla la puse de hinojos, con los brazos extendidos hacia adelante y manteniéndole la cabeza alzada, obedeciendo a los animados templones que le daba a su melena. Con cada uno de los jalones a su cabellera, le extraía de su cuerpo una cuenta, fornicandola enérgicamente, asiéndola con ambas manos por las grupas y conteniéndola para canalizar su desenfreno. Nuestro placer fue en aumento. Ahora sacudía los brazos de lado a lado, giraba sobre su tronco y lo levantaba para dejarlo caer piadosamente, a modo de genuflexiones, como si estuviese en un acto ritual que adoraba al acto en si mismo, al tiempo que lanzaba aullidos de satisfacción cual cántico de estar en la Gloria. El punto culminante llegó para ella cuando le saqué la última metra. La locura se posesionó salvajemente de aquella cuadrúpeda enardecida con deseos atrevidos. Coceó y pateó, se sacudió y se estremeció hasta que nos desunimos. Agarró el collar de abalorios para ponérselo en el cuello, se vino hacia mí, tumbándome de espaldas, y ágilmente echó su cuerpo sobre el mío, pero de contrario: me puso la cuca en la boca y su boca se zampó mi méntula con tal voracidad que parecía que tenía “hambre atrasada”. Mi descarga se produjo cuando se sacó mi pene de la tráquea para hacerle caricias y poder respirar profundamente. Mi eyaculación la sorprendió acariciándose la cara con mi verga, y un sobresalto eléctrico le causó un violento bombazo de sus genitales, para soltar un espumarajo orgásmico que me tonificó la cara y serenó la libido a ambos.
IV
Durante años nos explayamos en prácticas sicalípticas que solo la intimidad de una pareja desbloqueaba permitía. La imaginación conjunta gratificaría nuestros cuerpos y nuestros espíritus. Respetarnos en nuestro devenir como seres independientes, quizás fue la clave de tanto presente sin futuro; del amor sin compromiso; de la pasión sin el sacrificio y de nuestro no depender del pasado. Desarrollamos nuestros propios códigos para comunicarnos en público: lenguaje oral en clave y gestos puntuales nos permitían citarnos o advertirnos con discreción. El secreto de nuestra relación nunca estuvo en peligro de ser descubierto por terceros, ni amenazado de ser develado a nadie por uno de nosotros.
En aquel tiempo se puso de moda decir que: “todas las mujeres son unas `Cuaimas´”, refiriéndose así, a que la agresividad, ponzoña y toxicidad de la serpiente más peligrosa del Amazonas, son también atributos femeninos. Pues bien, agresiva lo era bastante ya que no paraba de culear una vez que se hacía con mi estaca; ponzoñosa también lo era cuando la mandaba a practicar con los juguetes eróticos que le suministraba, y la toxicidad la tenía en sus jugos vaginales que ella siempre estaba dispuesta a brindarme.
Una vez me llegó, vestida para salir, a la sala de juegos, en donde yo estaba practicando en la mesa de billar algunas suertes y artilugios, y me manifestó que se sentía totalmente “Cuaimatizada” en contra de todos los hombres, que iba a hacer diligencias en la calle y me venía a pedir que le hiciese el favor de “llenarme la cuca de leche”, para lo cual ya se había dispuesto haciendo unas contorciones circenses, y apoyando su vientre contra el brazo del sofá del barcito auxiliar, dejó a la vista el liguero verde esmeralda que le regalé cuando cumplió diez docenas de bolitas, y asomando los irresistibles fondillos cuya rajadura estaba recorrida por el hilo dental blanco que yo mismo le puse aquella vez que nos bañamos con agua de manantial volcánico que, importado de Costa Rica, tenía en aquel olor a azufre, la virtud de despertar nuevas inclinaciones lascivas. Me apremió para que la follase porque se le estaba haciendo tarde y “el chofer me está esperando”. Para sobreexcitarme, levantó una pierna, doblando la rodilla y, agarrando su zapato de largo y agudo tacón, lo clavó en el cojín, junto a su cara, y dejó totalmente expuesto su sexo y el hilo blanco que tenía yo que apartar para poder accederla.
- Viniste justo a tiempo, porque aquí tengo mucha leche para ti, le ratifiqué, mientras destrababa mi órgano, y acomodaba el glande para la penetración, apartándole con el dedo medio (vaginal) la telita que estorbaba.
La embestí primitivamente y fustigando aquel trasero, llevó tantos bombazos, que la baba vaginal empezó a brotar como de un pozo profundo. No paré hasta que le descargué toda la esperma que tenia acumulada para dársela desde hace dos días. Millones y millones de mis células sexuales quedaron navegando en aquel mar de la felicidad. En cuanto me retiré, la “lechu’a” esa sacó de entre sus tetas un tapón de esos que usan las mujeres en la mensualidad y se lo instaló apresuradamente como para evitar alguna fuga del jugo. Se arrodilló frente a mí, para succionarme el pene y extraerme algún residuo que me hubiese quedado sin vaciárselo. Se chupò los dedos glotonamente, cerrando los ojos como muestra de gozo. Con la misma mano se lanzó hacia los pelos de mi pecho, arrancándome varios y llevándoselos rápidamente a su “Monte de Venus”, soltando una risita pilluela y juguetona a la vez. Como siempre, se arregló, se acicaló y acomodó bien a mis consentidas en la blusa, para que pareciesen que, o bien se querían salir, o bien se querían esconder. Se dio media vuelta y mientras caminaba voluptuosamente hasta la puerta, batiendo vulgarmente el trasero, levantó un brazo, agitándolo de despedida.
- Mire como lo llevo Amo. Cuando los hombres en la calle me digan esos piropos gastados y de pacotilla, nunca sabrán que voy tan bien cogida, con tu “lechita” puesta aquí, dijo lanzando el trasero para atrás y agarrandose groseramente entre las nalgas.

V
Los perros que jamás me olvidaron fueron los primeros en venir corriendo a mi encuentro para saludarme, y mis hermanos me abrazaron efusivamente aquel día que regresé de una misión humanitaria de un año en Moçambique, a donde fui para colaborar en la desactivación de centenares minas antipersonales que la guerra entre ellos mismos había dejado como peligrosa herencia para los sobrevivientes del odio.
Cuando me correspondió saludar mi la Ama de Llaves, tenia puestos los zarcillos y el collar de Coral Negro que le regalé en contraprestación por el anillo muy antiguo que me obsequió, que había pertenecido a un burgués italiano, en cuyo interior tenia una cavidad secreta que se usó para llevar veneno, y que ella ocupó con vello de su pubis. Se quitó un pendiente con la mano izquierda antes de darme la bienvenida inclinando solemnemente la cabeza y haciendo una reverencia doblando ligeramente sus rodillas. Eso, en nuestros códigos, tenía un altísimo significado: “Estoy dispuesta para ti en cualquier momento”. A su vez yo le di la señal auditiva dirigiéndome a todos los presentes:
- Gracias por esperar para recibirme hasta esta hora tan tarde. Ahora me voy a mi habitación y en media hora no sabré más de mí. Hasta mañana, que descansen todos. Que tengan muchas ganas de descansar y liberar tensiones. Dije, mientras me tocaba la hebilla de la correa del pantalón en las frases que quería poner énfasis para que ella conformase el mensaje que le estaba enviando.
Como lo estaba esperando, a la media hora la cerradura de mi habitación se abrió, con la llave maestra que, como Administradora General de la casa, ella tenía bajo su custodia. Entró llevando la postura de una Reina, de una Czarina de todas las Rusias y las lágrimas de alegría que rodaban por las mejillas le realzaban su grandeza. Caminando hacia mí lentamente, se quitó el uniforme de oficial de la Marina de Guerra que me sorprendió vistiendo para mí en esa ocasión tan especial. Llevaba puesto aquel diamante de doce quilates, el cual yo le regalé en nuestro quinto aniversario de aquella tarde tropicalmente lluviosa del mes de Agosto, llamado “Gota del Sur” por su forma y sus destellos azulados, que montado en un collar de Platino con Esmeraldas, lucía soberbio contrastando con su oscura piel y entre sus dos erectos y perfectos pechos, Un calzoncito de seda rosada con el anagrama de mi nombre bordado sobre el pubis completaba su atuendo para nuestro reencuentro. Se ensalivó los dedos índices de ambas manos y los frotó con lujuria en sus pezones. Bajó las manos y las metió por debajo del bordado moviéndose en círculos de masturbación. Rotó sobre sí misma y al estar de espaldas, dobló su dorso rápida y sensualmente, batiendo su melena hacia adelante y obligando al calzón a entrar en el valle que se abría entre sus nalgas, acariciándolas con las manos mojadas de los humores vaginales.
- Bienvenido mi Rey, mi Czar de todas las Rusias. Me saludó besándome los pies, mojándolos con sus lágrimas.
- Bésame aquí. Llora aquí, le ordené al tiempo que blandía mi falo, heroicamente robusto y saludable, mientras abría las piernas para hacerle espacio para que cupiese su cuerpo.
Estaba como que esperando esa orden: apenas le dije, y sin parar de llorar, me agarró la estaca con las dos manos, la lamió opíparamente muchas veces y, siempre llorando, se hincó mi palo hasta más allá de las amígdalas. Luego, empezó a succionar, lo cual calmó sus sollozos dulcemente. Se tranquilizó luego de que estuve encima de aquella máquina sexual, espoleándola durante una hora, para seis orgasmos seguidos. Cuando pudo hablar, además de las consabidas frases de que “me hiciste falta”; “como extrañe tus caricias”; “te pensé todos los días”; “otra vez no lo resistiría”, me dijo que lo que más extrañó de mí fue el sexo anal (“siempre me ha seducido la forma como me lo metes: así... así..., poquito a poquito”), porque ahora tenía un marido que “es un malvado cruel carnicero en eso de cogerme por el culito”...
- ...y es que tiene esa cosa así de grande y así de grueso, me comentó mientras hacía unos gestos ampulosos, exagerados, dramatizados y que definitivamente no se correspondían con la descripción de lo que podría ser algo “grande y grueso”, sino que más bien se estaba refiriendo a algún animal desconocido para mí.
- Además, continuó diciéndome en referencia a la verga de su marido, tiene la cabezota esa azul y carrasposa, y se le brotan muchas venas que se ponen moradas porqué como él es más blanco que un pote de leche... !!!, dijo repitiendo esos gestos exagerados, desmedidos y exorbitantes.
- ¿Cuándo conociste a ese fenomenal personaje?
- Fue el mes que te fuiste, amo, en la fiesta de mi hermana. En cuanto lo vi se me mojó la cuca. ¿Te acuerdas aquella vez, mi amo, que me cogiste... y me cogiste... y me cogiste, que me quedaron doliendo los ovarios?
- ¡Ah si!, venía de una semana en “La Sultana del Caribe” comiendo Langosta... ¡Que loquera!
- ¡Bueno!... ¡Los ovarios me empezaron a doler como aquella vez! ¡Te imaginas amo! Cuando se me recostó para bailar aquel Bolero, casi que acabé. Tenía las piernas flojas y ese dolor en los ovarios, y viene ese hombre, me aprieta por la cintura, me agarra por el pescuezo y me pregunta al oído: ¿Sabes para qué viniste a este mundo? ¡Para ser mía!
- ¡Carajo! ¿Esa cursilería te enamoró?
- ¡Nooo! ¡Fue el bojote ese que me puso justo en el papo! Me descontroló. Se me fueron los tiempos. Entonces le pedí que nos sentásemos, pero él me propuso que nos fuésemos de allí, y como yo ya estaba rendida, sin voluntad, acepté sin ninguna resistencia de esas ridículas que hacen las mujeres “para ponerse difíciles”, “porqué no son ningunas regaladas”.-
- Pero tú te le regalaste a ese hombre rapidito ¿no?, le comenté socarronamente, mientras le agarraba la mano y se la atraía hasta mi pene para que juguetease con él y me masturbase.
- ¡Aaayyy! ¡Yooo si! Nos fuimos de una vez para aquel hotel donde estuvimos Usted y yo, que en la habitación tenía como una mesa a la que le faltaban dos patas... ¿Te acuerdas amo? ¡¿Verdad?!... Que me pusiste de pie, doblada agarrando el borde de la mesa, con las piernas bien abiertas, pero como quedaba como con la cabeza más abajo, mi trasero se levantaba justo a tu altura y tu me lo metiste por atrás esa vez passssitooo... passssitooo, me recordó dirigiéndose a mi miembro mientras me lo agitaba con un compás “pasito-pasito” también.
- ¿Qué si me acuerdo? Esa vez fue cuando estrenamos la cera sexual aquella con olor a frutas. Así si fue facilito metértelo, porque tú me culeaste también pasito-pasito y yo apenas te lo empujaba un poquito y entraba sin dificultad. Después con el batuqueo la habitación se llenó con ese olor inolvidable. Bueno, Pero cuéntame tu como hiciste, ¿asumiste la posición de una vez?
- ¡Nooo! ¡Que va! ¡¿AMO?! ¿Para que pensase otra cosa de mi? ¡Yo me hice la sorprendida y nerviosa!, exclamó, para luego hacerme cosquillas con la punta de su lengua en mi falo.
- ¡Ja, Ja! ¡Eso estaría digno de verse!
- No te burles amo. ¡Estaba nerviosa! ¡Verda´! Solamente me dejé llevar por él. Como todo estaba oscuro y estábamos tan excitados, casi no nos dió tiempo de desvestirnos. Cuando me vi acostada boca abajo, iba a mirar para atrás pero no... En ese momento se me montó y sentí un dolor y una quemadura por atrás, pero no podía ni gritar, ni sacudirme, ni respirar, ni nada... ; me dio varios empujones (agitó vigorosamente mi verga) y yo rompí la sábana con las uñas. Luego soporté algo que me corría por dentro y que me estaba corroyendo. Mi marido me lo sacó y se bajó preguntándome que “si me había gustado”. Yo no podía moverme ni mucho menos hablar. Estaba aturdida y a mi mente solo vino la imagen de mi tía-abuela, la que era monjita, que siempre quiso que yo también lo fuese.
- Eso es lo que yo llamo “una cogida VERGATARIA”. Ven ponte allí, que te voy a dar por el culito...
- ¡No amo! ¡No quiero!, dijo con un chillido rayando en la histeria.
- ¡Me vas a desobedecer! ¡Lo qué te pasó debió ser horrible!
- Es que ahora no me gusta. Ahora lo que me da es angustia y rabia, comentó bajando la cabeza, mimándose la cara con mi órgano y haciendo un gesto de “puchero”.


VI
Mi ama de llaves había cambiado profundamente, el paso de los días así me lo confirmaba. Ya no me hacía fiesta: no me mostraba a "Cesarita" cuando yo pasaba por su oficina; ni me llamaba desde una ventana cuando yo estaba solo en la piscina; ¡ni siquiera se mordía el labio inferior mirándome por encima del hombro cuando yo le apretaba una nalga. Cuando podía meterle mano, se dejaba... simplemente se dejaba y ya. No era como antes que me abría más las piernas y flexionaba las rodillas al tiempo que rotaba la cintura para facilitar el acceso a sus humedades. Un domingo regresó de andar con su marido, traía una cara de perturbación y una mirada perdida en su propio interior con los ojos enrojecidos y un andar indisciplinado. Pensé que el marido le había pegado, luego de indagarle supe que lo que le pegaron fue una cogida MAYÚSCULA...
- ¿Pero porqué sigues con ese hombre? ¿Es que te gusta sufrir? ¿qué tanto sientes por él? La interrogué preocupado porqué ya era un asunto de la salud de mi Ama de Llaves.
- Le tengo respeto. Me contestó poco a poco, sin otro comentario.
- ¡¿Respeto?!!! ¡Debías tenerle miedo!, "culillo"; como dicen por allí: ganas de salir corriendo.
- Si amo. Es que él me trata muy bien, es todo un caballero, así como tú. Aunque no me gusta como me lo hace...
- ... ¡Y por donde te lo hace!! la interrumpí.
- Bueno, si, es cierto que él es muy fuerte y me da demasiado duro, pero le tengo respeto por como me trata cuando no estamos haciendo el sexo.
- ¿Y el sexo oral? ¿Ya se lo hiciste?
- ¡NO! dijo, negando con la cabeza mientras la bajaba. Le tengo asco, añadió frunciendo la cara como de repugnancia.
La situación era realmente inquietante y me dispuse a hacer lo que estuviese en mi capacidad para cambiar las cosas. Una vez más acudí a mi "Kit de Supervivencia Masculino" en donde encontré lo que podía ser la solución, al menos parcial, a lo que estaba viviendo aquella fémina que ahora se había venido a menos, ya que las relaciones con su marido la tenía vuelta un estropajo: ya no caminaba "muy derechita" con un porte marcial; ahora tenía un paso como arrastrando los pies. Su sonrisa era solo una mueca y, cuando la tocaba, reaccionaba como un animalito apaleado: temeroso de volver a recibir otro castigo. Traté de imprimirle mucho humor y más ternura a nuestras relaciones carnales, pero sentía que ella solo me obedecía por pura sumisión, sin placer en el acto mismo. Una vez se me ocurrió traer nuevamente a nuestras prácticas obscenas la ristra de canicas de vidrio ¡y estalló en llanto! ¡era el colmo! Entonces por fin me decidí a proporcionarle lo que yo pensaba podía ser la solución: una crema analgésica y lubricante con olor a incienso que venia presentado en un tubo con cánula para aplicación en las interioridades...
- Escucha bien lo que vas a hacer. Antes que el tenga tiempo de ponerte boca abajo y zuasss, te aplicas esta crema bien adentro y por fuera también. Sin que tu marido lo sepa ni se dé cuenta te pones en cuatro patas sin que él te lo pida, y le mueves el culo como tu me lo haces... bueno, como me lo hacías..., y cuando te lo meta le dices: "ahora te perdí el respeto" y tratas de escaparte...
A mi Ama de Llaves se le iluminó el rostro, saltó sobre mí y me abrazó por el cuello agradeciéndome con muchos besitos cargados de ternura, querencia y devoción; continuó con sus mimos durante todo el final de la tarde, hasta el amanecer aquella larga y libertina noche.
El sábado siguiente mi Ama de Llaves se fue para siempre. Nunca más volvimos a saber de ella. La buscamos con unos detectives privados y llegamos hasta el marido, del cual pensábamos lo peor, pero él también estaba sorprendido, lo único que sabía es que la mujer lo había abandonado pero no se explicaba el porqué. Hablando de hombre a hombre me contó que el día que lo dejó, ella se había puesto en cuatro patas, moviéndose tan excitantemente que le hizo hervir la sangre, y que cuando se lo metió de un solo empujón "dijo algo de perderme el respeto y como que enloqueció"
- Aquella mujer se volvió una fiera. Se batió como un jabalí herido y se me soltó y corrió por toda la casa y, mientras se vestía, solo repetía: "¡esa cosa no tiene nombre!... ¡esa cosa no tiene nombre!". Cuando quería consolarla, calmarla, entenderla, ella me huía y seguía diciendo "esa cosa no tiene nombre". Se fue sin decir más nada y no supe más nada de ella hasta hoy, que viene usted buscándola.
Aún no la hemos encontrado. Creo que volverá no solo porqué haya dejado todas sus pertenencias atrás, sino que el llamado de su insaciable naturaleza sexual la convenza de retornar a su único y verdadero trabajo: obedecer mis órdenes.

FIN
Datos del Relato
  • Categoría: Parejas
  • Media: 6.26
  • Votos: 61
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
SORPRENDIDA
invitado-SORPRENDIDA 21-05-2004 00:00:00

MIL FELICIDADES POR TU RELATO... ME PARECIO MUY BELLO, MUY PASIONAL...

marisol
invitado-marisol 21-05-2004 00:00:00

Waw! me encanto la historia, excelente relato, no se no tengo palabras gracias por exponerlo...

Raimundo
invitado-Raimundo 20-05-2004 00:00:00

Excelente relato! Es lo mejor que he leido ultimamente, tanto en la historia, como en el estilo y uso del lenguaje. Ojalá sigas escribiendo.

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