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Categoría: Incestos

Mi abuelo en casa

Después de quedar fuera del colegio, encontré placer en donde menos lo esperaba. Pero, vamos por el principio.



Me llamo Andrea, tengo dieciocho años. Desde hace una semana estoy suspendida del colegió, pues me cacharon fumando hierba. Y mis papás ahora me negaron el permiso de salir, así que estoy encerrada en casa. Y desde hace unos meses mi abuelo paterno vino a vivir con nosotros. Un viejo gruñón de pelo gris. Así que tenemos casa llena. Mi abuelo Benito es muy independiente, jamás pide ayuda para nada, pero la semana pasada sufrió una caída y se rompió un brazo y se lastimó una pierna. Así que por el momento usa una silla de ruedas y como mis padres trabajan… si, adivinaron. Yo lo cuido.



La parte más bochornosa para ambos fue cuando tuve que bañarlo, por así decirlo. Y él se negaba como un niño a que lo viera desnudo. Así que solo lo acomodaba en una silla especial y el hacía lo suyo, luego salía mal vestido y lo llevaba directo a la cama.



Pero su terquedad le duró solo un par de semanas y al querer vestirse resbaló. Escuche un golpe seco y un grito ahogado. Así que fui corriendo al baño y me encontré con el abuelo tirado en el piso y desnudo.



—Sal de aquí! Yo puedo solo! —Me gritó en cuanto me vio entrar.



—Tranquilo abuelo, te voy a ayudar. Tranquilo.



Cuando lo pude levanta y sentar en su silla pude notar que tenía una erección tremenda, creo que mi abuelo se estaba masturbando, y por eso quería privacidad. Tiene la verga más grande que jamás haya visto. Gruesa y larga. Pero lo más impresionante es que a su edad todavía se le pare. Para su edad aún se mantiene en forma, no como papá que está descuidado. Lo lleve a su habitación sin decir una palabra y podía notar su vergüenza. Así que día siguiente ni siquiera me dejo ayudarle a empujar su silla. Se la arreglo para hacerlo solo. Pero, yo no podía sacarme de la cabeza aquella visión. Y además. ¿Se masturbaba pensando en quién? ¿EN MI?



Acostada en mi cama repasando la imagen de aquella descomunal verga, por instinto mi mano fue bajo mi pijama y sentí la humedad en mis dedos. Jugué un poco hasta que reaccioné. ¡Me estaba masturbando pensando en mi abuelo de setenta años!



Así que al día siguiente entre de sorpresa al baño y en efecto, con el brazo que aún le funcionaba se sobaba la verga. Tenía los ojos cerrados y cuando me vio, pego un brinco que por poco y se desnuca.



—¡¿PERO QUE MIERDA?!



—Tranquilo abue… solo quería ver que estuvieras bien…



—¡ESTOY BIEN SALTE DE AQUÍ YA!



— ¿No estas ya muy mayor para andarte masturbando…? —le pregunté mientras lo acomodaba en su silla.



—NO ME ESTABA…! MIRA NIÑA… YA MEJOR DÉJAME SOLO! —parecía que los ojos se le salían del enojo.



—Si quieres… te puedo ayudar abuelito! —Le solté sin pensar y el reaccionó como yo esperaba.



—¡YA TE DIJE QUE TE SALGAS DE AQUÍ CON UNA CHINGADA!



—Ok, ya me voy… siga con lo suyo.



Durante la cena estuvo mirándome nervioso. Como niño escondiendo la travesura. Y yo me mantuve sería, pero sin quitarle la vista de encima ni un momento. Luego, espere a que mis padres se durmieran y tanto papá como mamá. Una vez dormidos, no los despertaba ni una bomba. Así que fui hasta la habitación de mi abuelo y entre a gatas. Sin prender la luz me acerqué a su cama y busque bajo las sábanas hasta encontrar su verga que, por el momento estaba flácida y arrugada. En cuanto sintió que mis manos se apoderaban de su miembro despertó de un respingo.



—¡¿PERO QUÉ…!?



—SHHHHH! —Le puse un dedo en los labios y con la cabeza le indique si gritaba despertaría a mis padres. El no dejaba de negar con la cabeza. Pero, su verga pensaba diferente. Poco a poco fue bombeando sangre y crecí entre mis manos. Yo ya le daba de besos desde la punta hasta sus bolas. Por alguna razón, sentir los pelos que le cubrían la verga me excitaba más.



—¡niña ya basta! —me decía una y otra vez en voz baja.



—Tranquilo, yo me encargo. Tu tranquilo abuelito.



Quite las sabanas para poder ver ese pito senil. Y si, jamás tuve entre mis manos una verga tan grande.



—Dios mío! Dios mío! —solo repetía esas palabras una y otra vez, mientras yo lo masturbaba y se retorcía emitiendo unos gemidos horrorosos.



Se la chupe despacio, dándome el tiempo de saborear cada parte de su verga, a ratos solo le lengüeteaba la punta.



—¿ya te vas a venir? —le pregunté cuando dejo de rezar y apretó los ojos. Pero no alcanzó a responder y un chorro de semen escurrió por mis manos. Le di un beso en la frente y le di las buenas noches. Salí de ahí y me fui a lavar las manos. Creo que me voy a ir al infierno. Pero que buena verga tiene mi abuelito.



Al día siguiente, ni siquiera nos acompañó a desayunar. Incluso pasado el mediodía, seguía en su habitación. Pero, a mí, rubia de dieciocho años, con los ojos verdes y los pechos pequeños pero firmes y un culo redondo y duro. Ningún chico o profesor se me negaba. Menos un vejete. Así que puse manos a la obre y entré a su habitación.



—Hola abue! ¿Todo bien?



—Niña, eso de anoche no puede volver a pasar. ¡Eres mi nieta carajo! —Me dijo y de verdad pensé que se soltaría a llorar.



—¿Está mal que quiera ayudar a mi abuelito? —Le pregunte mientras me mordía el labio y me balanceaba con movimientos infantiles.



—Es que no está bien, no puede ser. ¡Entiende!



—Ok.



La verdad es que toda mi vida me he comportado como una malcriada y apenas pude, tuve sexo con hombres y mujeres. Así que el regaño de un viejo, solo me calentaba más. Fui a mi cuarto y me puse unos shorts de cuando estaba en secundaria. Obvio, me quedaban tan chicos que mis nalgas se salían por todos lados y me quite el sostén. Así mis tetas se podían notarse bajo mi camiseta, aunque sea un poco.



—Ok abuelo, hora de limpiar tu habitación. —le dije mientras me agachaba para que viera mi culo. El culo de su joven nieta.



—¡¿PERO QUE MIERDA HACES?! —Me dijo gritando y enseguida volteó la cara para no verme.



—Solo estoy limpiando.



Quiso empujarme, pero se olvidó que tenía el brazo roto y enseguida grito del dolor



—¡PUUUUTA MADREEEE!



—Ándele por payaso. Si nada más estoy limpiando.



Continúe con la limpieza y me agachaba de manera exagerada. Mientras mi abuelo en silencio. Poco a poco me recorría con la mirada. En cuanto nuestras miradas se cruzaban, mi abuelo se volteaba. Pero el bulto en su pantalón de pijama era imposible de ocultar.



—¿NO QUE NO? —le pregunté y pego un grito descomunal.



—¡CHINGADA MADRE! ¡PUEDES PARAR DE UNA BUENA VEZ!



Me acerqué y me puse de rodillas frente a él, pegue mi cara hasta que pude sentir en mi cara su verga. Baje su pijama hasta que ese gran pito quedo frente a mí.



—Muy pinche enojado no estás. Mira nada más como tienes esta cosa!



—¡Suéltame de una buena vez! —Pero no lo solté, y en comencé a jalar su pito, luego pare y lo vi mover el pelvis, estaba disfrutando el viejo. Aunque seguía con los ojos cerrados.



—Abre los ojos. ¿No quieres verme? —Lo único que salió de sus labios fue "perdóname dios". Pero no opuso resistencia y mi boca se tragó su verga. O lo que alcanzaba a entrar. Enserio está enorme. Mi lengua recorría de principio a fin ese pene. Desde abajo hasta arriba y juro por Dios que intentaba tragármela toda. De pronto, sentí como mi buenito, con su mano sana, me tomaba el cabello y lo poni a un costado para ver como la boca de su nieta se llenaba de verga. Y empujaba mi cabeza hasta el fondo, sentía que me ahogaba, pero no quería parar. Me empujaba con fuerza y apenas y podía respirar. Y aunque trataba de sacar su verga de mi boca para jalar aire. Ahora era el quien me lo impedía. Incluso me quitaba las manos. Para que su verga entrará sin obstáculos hasta mi garganta. Estaba extasiada y no podía ni quería parar. Pero, mi abuelo me jalo del pelo y su semen golpeaba mi boca, mi frente, mis ojos. Tenía la cara llena de semen y mi abuelo temblaba mientras las últimas gotas mojaban mis labios y me escurrían por la barbilla.



—¿Te gusto? —Le pregunte a mi abuelito. Todavía con su semen en los labios.



—Hija, tenía más de veinte años que no me daban una mamada. Pero por favor. Que sea la última vez. Te lo suplico.



—Ya veremos cómo te portas. —Le di un beso en la frente y salí de ahí con una sensación de culpa y placer.



Entonces mi abuelo comenzó a tener confianza, me tocaba el culo. Sin importar que mis padres estuvieran en casa. Durante una semana me alejé. Apenas y le dirigía la palabra. Tampoco lo masturbe y dejaba que se las arreglará en el baño. Mi abuelo estaba de mal humor y cambio mi nombre de "niña" a "maldita perra". Podía sentirse el odio en el aire. Una semana exacta. Y le levante el castigo. Además, ya extrañaba al viejo.



—Hola abuelo. —le dije mientras entraba a su habitación. Mi short me apretaba aún más.



—¡No no no no! ¡Ya no! ¡NO! —repetía mientras intentaba salir de la cama.



—Si si si abuelito.



—Sal de aquí o le voy a contar a tu papá la clase de perra que tiene por hija.



—Cuéntale lo que quieras. —le dije y me senté en su pierna buena. Mi abuelo insistía en alejarse, pero su amigo ahí abajo estaba más que despierto y él lo sabía. Sudaba y suplicaba. Pero no me importó. Mis manos tocaban su verga, sentí como un escalofrío recorría su piel. Se recostó y cerró los ojos. Luego se incorporó y me dijo muy serio.



—Está bien. Pero esta es la última vez. Prométemelo.



—Prometido. —Moví mi short y sentí su verga entrar, muy lentamente en mí. Si, de aquel viejo que me compraba helados cuando era niña.



—¡NO NIÑA QUE HACES!—quiso quitarme de encima, pero solo logro que su verga entrara un poco más en mí, sentía que me partía en dos y ni siquiera había entrado la mitad.



—¡HAAAAG! —Nunca pensé sentir tanto dolor. Y seguía resbalando por aquella verga.



—¡Esto está mal! —Me dijo, pero su cadera comenzaba a moverse. Yo quería cabalgarle, pero no podía sacármelo. Solo pude mover la cadera y sentir como se movía dentro de mí.



—¿Seguro que quieres que sea la última vez? —le pregunté mientras apoyaba mis pies en sus rodillas. Ahora yo cerraba los ojos y apretaba los dientes. Solo así pude subir y bajar un poco, el ardor me hacía gritar, pero no podía parar.



—¡haaa! ¡HAAAAA! ¡HAAAAA! —Pude sentir como su semen me inundaba por dentro. Parecía no poder parar y empujaba su verga los más que podía. Mis ojos se pusieron en blanco y por primera vez en mi vida supe que es un orgasmo. Cuando por fin baje y mi abuelito pudo respirar y hablar sus únicas palabras fueron claras y precisas.



—¡ERES LA PUTA PERRA MÁS RICA QUE ME ALLÁ COGIDO EN MI VIDA!



Soy una puta. No tenía ni puta idea ese viejo cabrón. Salí y me di un baño. Pensé en castigarlo otra semana. Pero, a los dos días le quitaron el yeso de la pierna y aunque lento, pudo caminar. Esa misma noche y en cuanto se durmieron mis padres. Entro a mi habitación cuando desperté, su verga ya estaba entrando en mi boca. Inconfundible. Su verga bien dura entraba y salía con brutalidad de mis labios. Aunque quise, por la sorpresa sacarme. Ya me tenía bien sujeta y no pude más que recibir una y otra vez las embestidas asfixiantes hasta que mi boca se llenó de semen. Me coloco a cuatro patas y su verga ahora con una fuerza descomunal entro por completo en mí. Mordí mi almohada para ahogar el grito de dolor y solo logré excitarlo más, me jalo del pelo y mis nalgas chocaban contra él. Mi abuelo saco su verga de mi panochita y la coloco sobre mi cola. Apretaba mis sábanas, mordía lo que podía y ni así lograba apagar mis gemidos. Mi abuelo me jalo del cuello y tapo con su mano mi boca. Escuchamos que una puerta se abrió y nos quedamos inmóviles. Me quede inmóvil, mi abuelo seguía metiendo y sacando su verga de mi cola. Solo saco su verga para que su leche me mojara las nalgas. Ahora él se levantó y me beso en los labios.



—Eres muy escandalosa, nos van a descubrir —me dijo y salió de mi habitación. Pero mi madre, de pie y con las manos en boca llena de horror estaba justo afuera. Ahora sí, mi abuelo quedo como piedra. Yo me tape bajo las cobijas. Cerraron mi puerta y solo pude escuchar gritos de todos. Al día siguiente. Mi abuelo se había ido a un asilo. Mi padre se fue de la casa y mi madre no me dirigía la palabra. Hasta que le pregunte.



—¿Qué pasó con papá? —me enseñó fotos que saco del teléfono de papá, fotos que me tomaba mientras dormía.



—Los dos son unos cerdos. Y jamás los quiero volver a ver.



Por más que intente averiguar del asilo, jamás me dio ni una pista. Pero a papá lo comencé a ver hace unos meses. Y ahora voy a pasar el fin de semana en su casa. Veremos qué pasa.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 10
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