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Mirian es una hermosa mujer de 38 años, compañera de trabajo con la que he podido intimar en los últimos tiempos por coincidencia en las tareas laborales. Su historia es bien sencilla, además de monótona. A pesar de tener estudios universitarios y de los cambios que en la mentalidad de la mujer han acaecido en España, ella sigue teniendo unas ideas tradicionales en cuanto al matrimonio, el sexo, la infidelidad y otros tópicos. Bien cierto es que esto es debido en gran parte por las influencias del impresentable machista que eligió por pareja. Si esto cuento es por la necesidad que ella me mostró de crear una vía de escape a sus frustraciones. Sabía de mi afición a escribir sobre muchos temas y me pidió hacerlo sobre su experiencia.
Bien, Mirian, aquí están mis palabras sobre tu realidad:
Vidal es un tipo de clara idea fascista, conservador con su entorno, bebedor y putañero. Es biólogo, ex – militar y sabelotodo. Mirian se enamoró de él en los tiempos de instituto, casándose con él tras un largo periodo de novios. Este tipo es de los que piensan que las mujeres somos seres inferiores, creadas por Dios para darle hijos, placer y estar a plena disposición del macho. En fin, de esos tipos que poco a poco van quedando en extinción, por suerte.
Mirian es una encantadora compañera en cuanto a su amabilidad y disposición a ofrecerse a cualquier necesidad que tengamos el resto de los humanos, pero de esas personas que rehúyen de las realidades de la vida. Es como si su desagradable marido le hubiese lavado el cerebro. Por ello, en cuanto nos reunimos varias personas y sale el tema sexo, religión, educación o temas que pueden suscitar controversia, huye de la conversación, se sonroja y se mete en su burbuja.
En la época de temporada alta en nuestro trabajo, nos vemos obligadas a realizar horas extraordinarias que nos vamos turnando por grupos. En la última temporada, coincidimos las dos de compañeras para las tareas de tarde. Fue aquí cuando me atreví a ir progresivamente sacando el tema del sexo. Tenía la excusa perfecta dada mi condición de recién divorciada, lo que me daba cierta cancha para hablar del tema.
Le comenté que si algo echaba en falta del matrimonio era precisamente el sexo. Recordaba las fantasías de pareja, las posturas del kamasutra que practicábamos, el sexo oral. Yo notaba cómo ella se sentía incómoda hablando de estos temas, más bien escuchando, porque hablar, la verdad, hablaba poco, pero yo seguía dando explicaciones a las que ella cada vez, mostraba más atención.
Pasados varios días de monólogos, por fin se atrevió a hacerme algunas preguntas. Me preguntó si había sentido un orgasmo alguna vez. Me quedé paralizada, en primer lugar, e indignada de pensar que el machote de su marido no había sido capaz de ofrecerle placer en tantos años de convivencia. Fue entonces cuando comencé a idear la manera de que Mirian disfrutara alguna vez de sexo de verdad, del que se hace a dos, del que los placeres se reparten.
Mi respuesta fue contundente: siempre que hago el amor, tengo que llegar al orgasmo, si esto alguna vez no ocurre, cambio de pareja y aquí paz y después gloria.
Esta pobre inocente, me contó que ella nunca había sentido lo que su marido cuando soltaba tanta "leche", pero que creía que esa era una característica biológica de la mujer. En fin, ya digo, las influencias del mierda de su marido.
Le dije que el verdadero amor no se basa en el sometimiento al ser amado, sino compartir, y en el sexo, si cabe, mucho más. El mejor de los placeres se presenta cuando la mujer siente que el hombre desea hacerla ver las estrellas de puro placer, cuando era saboreada en su sexo con una lengua de continuas vibraciones sobre su clítoris que te hacen tocar el cielo con las manos, cuando conseguía que sus pezones se endurecieran hasta tensar la piel de las aureolas, cuando la explosión de semen en tu interior van acompañadas de palabras de amor, de miradas cómplices, cuando terminado el acto te acarician la cara con manos de seda, arrancándote sonrisas. Es ahí cuando existe verdadero amor, es ahí cuando sabes que te aman.
Dijo que a ella nunca le había acariciado el sexo con la lengua y que no creía que le gustara, pero cuando Vidal la obligaba a chupársela sabía que a él le gustaba mucho, pero ella siempre escupía el semen, porque él parecía una bestia y le daba asco.
Pasados unos meses en los que frecuentemente hablábamos de estos temas, comenzó a sospechar, en cierto modo influida por nuestros comentarios subliminares que ella supo descifrar, que el machote de su marido no tenía bastante con una sometida y acabó siendo un asiduo de prostíbulos y orgías varias.
Me pidió consejo y, claro, no pude más que darle el que mejor se merecía:
―Mirian, realmente creo que lo que necesitas es que de una vez por todas te des cuenta de que hay hombres que serían capaz de perder la vida si con ello te producen placer, así que no pierdas más tiempo y disfruta de una buena jornada de sexo con el hombre que te desee, que no te sienta su objeto personal.
La verdad es que le costó mucho aceptar la realidad, pero por fin, un buen día, decidió pasar a la acción. Me llamó a casa, emocionada como colegiala ante su ídolo, para pedirme un favor: Préstame tu casa toda una tarde, creo que ya es hora de comprobar la veracidad de tu modo de ver el sexo. Grité de emoción y por supuesto acepté perderme una tarde o las que hicieran falta si era para que mi amiga rompiera de una vez por toda la burbuja en la que vivía.
Quedó el sábado con Fabián, un compañero de trabajo, aunque de otro departamento. Un chico de 32 años, atlético aunque no muy guapo, pero una delicia de hombre. Fabián hacía años que la amaba en silencio, pero sabía que era una quimera para él.
Mirian contó a su marido que estaría almorzando con nosotras para celebrar la licenciatura en derecho de Maite, la jovencita del grupo que llevaba años alternando estudios y trabajo. El súper macho cabrón picó.
El sábado sobre mediodía llegó a casa, almorzamos juntas. La noté ilusionada aunque me dijo que sentía un poco de miedo ante la situación. En una larga conversación la hice ver que no hacía más que lo que debía y que no tenía motivos para sentir remordimientos, ya que ni amaba a su marido ni tenía porqué estar sometida a un matrimonio que no era más que un contrato que debían cumplir las dos partes y él ya hacía años que no la trataba como un ser humano, más bien como un objeto más de su posesión.
Le dije que sobre las 21:00 horas volvería, le di dos besos de despedida, le deseé suerte y me marché, advirtiéndole que debería contarme con pelos y señales lo que aconteciera. Cuando a la hora convenida, regresé, no había rastro de Mirian ni de Fabián. Todo en orden, salvo la canasta de ropa sucia donde estaba el juego de sábanas que había en mi cama y una nota sobre la mesa del salón donde escribió: "Gracias, amiga, por abrirme los ojos y por tu inestimable ayuda. Te confieso que hubo alguna ocasión que pensé que eras una perversa enfermiza y una entrometida en temas ajenos. Mañana te cuento cómo desde tu hogar pude ver el cielo. Mirian."
El domingo por la mañana, sobre las 10:00, llamó a la puerta. No era ella, era un ángel de sonrisa reluciente, ojos despampanantes y palabras atropelladas. Contó lo ocurrido:
Llegó Fabián sobre las 16:00 horas, nos besamos tímidamente, pasamos al salón y dejó un ramo de rosas blancas, rojas y amarillas sobre el sillón. Iniciamos una conversación en un tono muy bajo, más bien susurrando. Pasada como una hora donde me habló lo que me había deseado, las veces que pensó, incluso, de dejar la empresa para no verme, porque sufría cuando me observaba cuando Vidal me recogía a la salida, me dio un beso que me pareció de almíbar. Yo por mi parte le dije que ya me había dado cuenta de la forma de mirarme, pero que vivía en una "burbuja" de la cual había podido liberarme. Cuando quise darme cuenta tenía mi brazo rodeando su cuello, mi cuerpo inclinado hacia el suyo y mis labios liberando palabras que nunca se me ocurrió pronunciar antes, junto a los suyos.
Su mano, nerviosa, subía con suavidad desde mi cadera hasta el lateral de mi pecho, su aliento, cada vez más agitado, proporcionaba frescura a mi piel, que se erizaba por momentos. Fue cuando posé su mano sobre mi pecho y la apreté, para que notara las palpitaciones de mi corazón. La pasión que puso con un solo beso en mis labios provocó que mis pezones se hincharan y sintiera una extraña humedad en mi sexo.
Él, en silencio, se levantó, cogió el ramo de rosas y desapareció por el pasillo, dejándome agitada y expectante. Volvió en pocos minutos, me ofreció sus manos y me llevó a tu habitación. Cuando entré, sonaba Let’s fall in love de Diana Krall en tu pequeño equipo y la cama estaba abierta, una rosa de cada color sobre ella y sus pétalos rociados sobre la almohada.
Posó sus manos sobre mi camisa para dedicar unos segundos en desabrochar cada botón, mientras me besaba. Creo que era electricidad lo que recorría mi cuerpo. Con mis pechos desnudos, duros y los pezones erectos, bajó la cremallera de mi falda, se posó de rodillas ante mí y, bajándome las bragas, besó mi vientre hasta llegar a mi sexo, ya al descubierto.
La sutil sensualidad de Diana Krall, ambientaba de la mejor manera la estancia, cuando me posó sobre la cama para coger las rosas, arrancarle pétalos que fue posando sobre mis pechos y mi palpitante vagina. Te juro, Elisa, que el placer que sentí era mayor que el que había sentido el resto de mi vida junto. Él comenzó a desnudarse, parecía que no había lugar a las prisas. Asistí sin perder detalle del descubrimiento de su sexo, algo que jamás me interesó ver en mi marido. Ayer fue el mayor espectáculo que pude ver.
Su miembro apareció poderoso, venas palpitantes talladas en un tronco de piel tensa y suave. Se me antojó deliciosa. Extendí mi mano para alcanzarla, notando sus latidos que parecían acompañar a la melodiosa voz de Diana Krall con sus movimientos. No tuve sensación de pecar, pero si así lo he hecho, no importa ir al infierno.
Lo atraje para saborear su pene. Cuando lo metí en mi boca, él, delicadamente, lo retiró, puso un dedo sobre mis labios, como pidiendo paciencia y se deslizó hasta mi vagina, ocupada por un pétalo que cogió para abrir mis labios vaginales y frotarlos con él. Su lengua jugó largo rato, en suaves subidas desde mi culo hasta el clítoris, hinchado y sonrosado. Cuando introdujo su lengua en mi interior, ya no pude más, tuve un orgasmo que me hizo gritar, llorar y reír a la vez, mientras mis manos apretaban mis pechos, pellizcándolos, queriendo comprobar que era yo misma.
Cuando los espasmos dieron lugar al relax, él se puso de rodillas, con sus nalgas sobre mi vientre. Sus testículos acariciaban mi ombligo y sus manos se posaron sobre mis ojos para cerrarlos. El comenzó a masajear mis sienes hablándome de amores, de cómo hacer felices a las flores. Bajó sus manos para seguir masajeando mi cuerpo. Creo que era una nube donde me encontraba cuando sentí su miembro frotar mi clítoris, antes de abrirse camino hacia mi interior. Despacio, fue metiéndolo y sacándolo para acelerar el ritmo al compás de nuestras respiraciones, que estaban nuevamente alteradas. Lo abracé con mis piernas para que no escapara jamás. Estaba como loca, botando sobre tu cama para intentar que me penetrara lo más profundo que pudiese mientras literalmente le comía los labios y me atreví a tocarle los testículos bamboleantes, rozando la entrada de mi vagina, para asegurarme que me estaba entrando todo lo posible. Las palpitaciones de su pene presagiaron que llegaba el momento de recibir su semen al que recibí con nuevo orgasmo que me pareció más sublime aún que el anterior. Quedamos abrazados largo rato, mientras me decía que me amaba y palabras preciosas que me vas a permitir que no te cuente y, bueno… Elisa, eso es todo o, ¿acaso quieres que también te cuente la ducha, la limpieza de la cama y demás?
―No... no, de verdad, ya vale. Me estás dando una envidia que…
Nos dimos un fuerte abrazo y lo celebramos con unas buenas cervezas muy frías.
Total, que esta es la leve historia de una mujer que descubrió que, al menos un ángel, sí que tiene sexo.
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