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Después de que todos se fueran a una actividad que había cerca, los únicos que quedábamos éramos Mercedes y yo, ya que desde antes habíamos planeado no ir para poder vernos en su cabaña.
Al llegar a su cabaña toco la puerta.
-Pasa- dijo una voz sensual detrás de la puerta.
Al entrar me sorprendí bastante al ver cómo iba vestida, o mejor dicho, como no iba vestida. Tenía puesto un brasier negro, por el cual se le veía casi todas las tetas, tenía una tanga igual que el brasier, negra, por la cual se le veía toda la vagina.
Estaba acostada en la cama de una forma provocadora, mientras se estaba mordiendo el labio inferior.
Mi pene ya estaba despierto. Por lo que di un salto para caer en la cama junto a ella. Le di un beso rápido, mientras le empezaba a quitar el brasier, dejando al aire libre sus pechos. Con mis manos empecé a jugar con sus tetas, esas, hermosas y deliciosas. Ella empezó a reír mientras jugaba con sus tetas. La seguí besando, mientras bajaba un poco con cada beso. Al llegar a sus tetas me detuve un momento para poder saborearlas. Seguí bajando, hasta llegar da su vello púbico, me encantaba como tenía sus pelo, ya que no eran ni muy grandes, ni muy pequeños y no estaban acomodados, estaban a lo loco. Le bajé el calzón para dejar su vagina frente a mí. Seguí bajando hasta llegar a su clítoris. Me preparé para lo que estaba a punto de hacer, primero jugué un poco con mi lengua en su vagina, luego se la empecé a chupar. Amaba como se escuchaban sus gemidos de placer, si su voz era perfecta normalmente, era aún más hermosa al oír los gemidos que yo le causaba. Subí mis manos hasta sus pechos para poder agarrarse las muestras la hacía disfrutar. Después de un rato así me tiré hacia atrás y me la traje conmigo para que quedara encima de mí. Al estar encima de mí nos quedamos viendo por unos instantes. Su larga cabellera rubia nos envolvía en una manta de pasión y deseo. Rápidamente me quité la camisa y el pantalón. Me acosté en la cama y dejé que ella se sentara en mí. Dejando que ella hiciera el trabajo. Metió mi pene en su vagina y comenzó a saltar. Me encantaba como se veía mi pene dentro de su vagina, rodeada de una gran melena de alocado pelo rubio. Me excitaba cada vez más al ver como sus tetas saltaban con ella y caían. Pero, lo que más me gustaba era como se escuchaba en roce de nuestros cuerpos, junto con sus gemidos que casi llegaban a la categoría de gritos.
-Quiero que te venga en mi cara.
Después de un rato así estuve a punto de venirme, por lo que la bajé de mi. Ella se hincó en el piso, abrió la boca y me la empezó a chupar mientras me masturbaba con sus manos.
-Ya no aguanto más.
Ella sacó mi pene de su boca pero me siguió masturbando. No tardé mucho en eyacular y lanzarle todo mi semen en su cara. Un poco del semen cayó en su boca, pero, la mayoría cayó por el resto de su cara.
Yo ya estaba, pero ella aún no terminaba. Así que, agarrándola por la cadera la lancé hacia la cama. Y me puse sobre ella en la famosa posición del misionero. Y la seguí penetrando hasta que se vino.
Después de eso nos quedamos acostados en la cama, besándonos. Después de un rato ya estábamos otra vez con ganas, por lo que la puse de perrito y la empecé a penetrar con todo lo que tenía. Ella gritaba de placer, yo estaba a punto de venirme, y en escucho la puerta abrirse. Al darme la vuelta veo a Cristina (la mejor amiga de Mercedes) entrando en el cuarto. Los dos nos tapamos rápidamente con las sábanas.
-Tranquilos, no se lo voy a contar a nadie -dijo con una voz tranquila- la verdad es que ya lo sospechaba.
Y con la misma tranquilidad con la nos dijo eso, recogió algo de una de las mesas de noche y salió.
Después de eso Mercedes y yo no podíamos parar de reírnos. Y decidimos no volver a tener sexo durante el resto del viaje. Pero, cuando volvimos del viaje...
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