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Memorias inolvidables (Cap. 7): Dos años y medio con Eduardo

Ya sabéis que cada vez que mi padre viajaba para ver cómo iban sus naranjos y todo el asunto del arroz que también cultivaba, lo acompañaba. Me lo arreglaba con amigos cuando era en medio de la semana para que me pasaran los apuntes, pero pronto mi padre se dio cuenta que no me hacía un buen servicio y, aprovechando que yo no tenía clases en viernes, nos íbamos por la mañana del viernes para regresar en domingo, unas veces por la mañana, otras por la tarde.



Nunca mi padre quiso aceptar dormir o comer en casa del tío Onésimo. Le parecía un abuso hacia la señora Emerenciana. Consintió, sin embargo, que yo fuera porque ya sabían que entre Eduardo y yo había un cierto feeling que ya estaban deseando que fuese claramente positivo y dejarse de preocupaciones. Lo sabían en la casa de Eduardo y era sabido por mi padre. Como en mi casa no hablábamos de lo que hacíamos, ya que no era muy conveniente, no se enteraron de momento. A efectos de mi padre y la familia de Eduardo éramos novios, lo que nosotros ni pensábamos en ese momento, tampoco despreciábamos la idea. Cuando alguien nos lo comentaba, decíamos que no hay inconveniente, pero nunca lo afirmábamos. Un noche escuché por casualidad que la señora Emerenciana le decía al tío Onésimo: «Estos chicos no dicen nada de lo suyo, pero follan más que tú y yo, algo debe haber» y el tío Onésimo le contestó: «Es cosa de juventud, además como resulta que, por más que follen, no surten efectos, ¿qué más da? que se diviertan». Me fui a la habitación riéndome y le conté a Eduardo, que me dijo:



— Ellos ya lo han hecho antes, mira la retahíla que somos en casa, eso sin contar las veces que han usado preservativos, ‘haberlos, haylos’.



Nos reímos, fue motivo para calentarnos y enamorarnos. Le pedí a Eduardo que me follara dos veces seguidas sin sacármela y lo consiguió. Eduardo era una máquina de sexo y semen. Luego, más tarde, mientras conversábamos muy abrazados y besándonos de vez en cuando, me dijo:



— Podríamos presentarnos ya como novios para que no estén echando cábalas por su cabeza, ¿no te parece?



— Mira, Eduardo, no tengo inconveniente en nada porque te amo y sé que me amas, en esta casa no hay problemas y me encuentro a gusto, pero no es lo mismo en la mía, aquello es un infierno, es por eso que mi padre y yo nos fugamos en cuanto podemos.



— Entonces…, —poniendo una cara muy triste, preguntó— ¿no vamos a poder ser novios, ni vivir nunca juntos?



— Claro que sí podremos, mira, el verano está próximo, vengo entonces con calma con mi padre o sin él y lo decimos formalmente, aunque eso para mí es lo de menos, me interesa que seas feliz y que tus padres y hermanos sepan que te amo.



— Eso, mejor, cuando vengas en verano que te quedarás más tiempo y celebraremos una fiesta de compromiso y podremos salir juntos a todas partes…, —me miraba alegre y contento.



Estábamos los dos sentados sobre la cama completamente desnudos uno cara al otro. Eduardo desplegó sus piernas y las estiró a lo largo de la cama, momento que aproveché para sentarme sobre su pubis y meter mi culo encima de su polla que estaba enhiesta. Con la mano me la acomodé y le dije que no se moviera. Estábamos muy unidos, cara a cara, cogidos de la mano y balanceándonos hacia la cabecera y hacia los pies de la cama, nos mirábamos finamente a los ojos y me dice:



— Te quiero.



— Te quiero, —le dije también.



— Te quiero más que a mi madre.



— Te quiero más que a nadie en el mundo, —le sonreí.



Juntamos nuestras bocas y nos besamos, metimos nuestras lenguas hasta el fondo, le robé su saliva para hacerla más:



— Te amo, Eduardo.



— Te amo, Ismael, y te adoro y te quiero…



— Mi tesoro y mi bien, mi vida



— Y yo a ti también.



— Te amo más…, —dijimos a la vez los dos interrumpiéndonos por el beso en que nos robábamos el alma uno al otro.



Nos callamos y comenzamos de nuevo. Me tumbé entre las piernas abiertas de Eduardo y desplegué las mías a su costado. Empujábamos los dos, mientras levantábamos el pubis por la presión que hacíamos. Tardamos un tiempo en sentir que nos veníamos y llegó primero a mi que disparé al techo cayendo todo sobre nosotros mismos y sin interrupción Eduardo dejó sus restos en mi recto. Al calmar nuestros espasmos y quedarnos con más deseos no permití que me sacara su polla de mi culo y al rato estábamos igual. Me sentía lleno, porque no habíamos dejado escapar la primera y con la segunda estaba más feliz. No sentía molestia y sabía que tenía la energía de Eduardo en mi interior. Decidimos ir a la ducha y asearnos para salir a dar una vuelta. Le dije a Eduardo:



— Vamos a caminar algo para hacer hambre, que mucha cama nos quitará el apetito.



— Con lo que hemos trabajado, yo ya tengo hambre, pero vamos a pasear, —me contestó.



Nos ayudamos a lavarnos, primero Eduardo me metía un dedo para abrir mi ano y que sacara sus restos, luego le di placer en su culo succionando con mi boca y suspiraba gimiendo de placer.



Salimos a la calle sin rumbo, vestidos con lo más feo que teníamos, hechos un zafarrancho tras el combate y descaradamente tomados de la mano hasta llegar a la plaza y sentarnos en una terraza para tomar una cerveza cada uno. No fuimos escandalosos, pero tampoco recatados. Los que se dieron cuenta conversaban sobre nosotros. Pero nosotros estábamos felices. Quizá fue aquella la cerveza que mejor me haya sentado en toda mi existencia. Todavía mi cariño por Eduardo me hacen recordar estos momentos inolvidables y tan gratos que pasamos Eduardo y yo.



Llegó el verano, mis calificaciones fueron buenas, muy buenas, porque algo que me dijoEduardo fue:



— Quiero que obtengas buenas calificaciones para ser un médico digno de mí.



Esto me estimuló y luché no solo por aprobar todo sino por sacar lo mejor de mí. Yo estaba feliz de ir a mostrarle a Eduardo mis calificaciones y él me daba tantos besos como sumaban los números obtenidos. Estos besos me los daba siempre delante mi padre y de sus padres. Todavía no habíamos hecho ningún tipo de declaración. Ese día que fui a mostrarme las calificaciones le pedí a mi padre que me llevara, aunque regresáramos el mismo día. Mi padre aprovechó para pernoctar, estar con su puta preferida — la Candelaria— que siempre me llamaba hijo y me daba caramelos, aunque yo era mayor; yo, en cambio, me iba con mi amor, mi querido Eduardo, que no me daba otros caramelos para chupar que sus pezones y su polla, para mí más deleitosos.



De manera formal, ese día en que mi padre estaba muy feliz a causa de su hijo, invitó a comer en un restaurante al tío Onésimo y a la tía Emerenciana, ya no la llamaba señora sino tía. A los postres, el tío Onésimo me dijo:



— Tu tía Emerenciana y yo queremos invitarte a pasar tu verano en nuestra casa, lejos de los ruidos de la ciudad, para que descanses por ese esfuerzo que has hecho.



Yo miré a mi padre que sonreía de satisfacción, buscando su anuencia, pero él solo medio con una cara de hombre gozoso:



— Eres mayor, no necesitas mi permiso, ellos te quieren, tu me has demostrado que los quieres, acepta y dales alegría, ayudas a Eduardito y que se gane unos cuartos más.



Mi padre, como siempre hace cuando quiere demostrar su poderío, escarbó su billetera y le daba un fajo de billetes al tío Onésimo. De ninguna manera aceptaron y le dije yo a mi padre:



— Será mejor que Eduardo y yo nos encarguemos de las compras de casa y entre los dos arreglamos este negocio.



Mi padre aceptó de buen grado. El día que me trajo, me dio el fajo de billetes y dijo:



— Antes de que se acaben, pídeme.



— Papá, compraré algunos chuches para los niños más pequeños, —le dije.



— No seas molestia, no te quejes de nada, hazlos felices, para mí son mi familia, jamás les des un disgusto.



Así fue la despedida de mi padre hasta la mitad del verano que no pudo aguantar y se vino a ver cómo estábamos. Esos dos medios días que vino, comió con nosotros en la casa del tío Onésimo por primera vez en su vida, pero nos invitó en la noche a cenar a todos, incluidos los más pequeños. A dormir se fue a su hotelito con La Candelaria. Si mi padre se hubiera quedado viudo se hubiera casado con la Candelaria y nosotros, al menos yo, hubiéramos tenido madre.



El primer día del verano con Eduardo fue feliz, muy feliz para mí. Además de la compañía de Eduardo con todo nuestro amor sobre la cama, estaban los niños que me adoraban con egoísmo infantil, porque les daba cosas. pero hubo algo que me ganó más a esa familia. La tía Emerenciana fue todo un código de cariño maternal, me acompañó un rato a solas para decirme cómo tenía que hacer con mi ropa usada, para que ella la lavara, tendiera planchara y me la dejara junto con la de Eduardo, me preguntó por mis gustos, deseos, todo lo que me gustaba y me animó varias veces a que fuera libre y le pidiera todo lo que necesitaba. Ese día, cuando ya estábamos acabando nuestra conversación se me escapó un «Sí, mamá». Me abrazó, me besó como lo vi en muchas ocasiones hacerlo a sus hijos y me sentí verdaderamente hijo y extremadamente amado. Desde ese día me dirigí a ella siempre como mamá. Lo notaron todos al día siguiente en el comedor cuando me preguntó:



— ¿Quieres un poco más de salsa en tu plato?



Y contesté con toda naturalidad:



— Sí, mamá, está muy rica, nunca la había probado.



Yo no me di cuenta, pero Eduardo y los niños dejaron de comer y se quedaron mirándome. Entonces les dije:



— ¿Qué pasa? ¿Acaso no es verdad que está muy rica?



Entonces se dio cuenta Eduardo que me salió de dentro, que no fue ficticio. Esa noche Eduardo me relataba su impresión y la de sus hermanitos y me di cuenta que todo el tiempo había estado tratando de mamá a Emerenciana y me alegré. Le propuse a Eduardo que el domingo, faltaban cuatro días, les confirmaríamos a todos nuestro noviazgo y compromiso para efectuar al concluir mis estudios. Eduardo se puso tan feliz que me pidió que yo llevara la iniciativa de esa noche y al final lo follara hasta desgarrarlo:



— Yo no estropeo a nadie, menos aún a la persona que más amo.



¿Qué había dicho? perdimos los estribos y nos convertimos en dos fieras haciéndonos el amor. A grandes rasgos diré que de los detalles de amor con Eduardo, que los recuerdo paso por paso y todavía me emociono y me caliento, no es necesario decir más que aquello de que hicimos fogosamente el amor y, al finalizar, se le ocurrió una idea genial que yo aprobé. Eran las cinco de la mañana.



— ¿Dormimos o nos vamos?, dice Eduardo.



— ¿Estas cansado y tienes sueño?, —pregunté



— Si a la primera, no a la segunda, —me contesta.



— Entonces, vámonos a cansarnos más y ya dormiremos, —dije.



Podríamos hecho las preguntas y respuestas al revés, daba lo mismo. Había una cosa en mente. Para nosotros dos ya éramos novios, teníamos que celebrarlo y preparar lo que haríamos el domingo. Lo primero fue ir a un joyero, no íbamos a ir a la joyería del pueblo, al poco ya se habrían enterado. En la moto de Eduardo nos fuimos a otro lugar más grande donde éramos totalmente desconocidos. A las 9 de la mañana estábamos saliendo y nadie sabía adonde ni para qué. Preguntamos a unas personas y nos dijeron las tres joyerías que había. Alguien nos dijo cuál era la mejor y nos acercamos allí. Nos atendió un chico joven y le dijimos que queríamos dos anillos iguales de compromiso.



— ¿Para vosotros dos o para dos chicas?, —preguntó.



— Claro, claro, para nosotros, —respondí.



— ¿De compromiso, dijisteis?



— Sí, queremos que al llevarlos cuando vamos juntos se note que somos novios.



— Ah, muy bien, vais a mirar esto, luego os enseño otras cosas.



Nos mostró unas bandejas de anillos muy comunes, y cuando ya habíamos visto casi todo sin separar nada, sacó de dentro un estuche como una caja de camisa o más ancho y nos mostró algo diferente, estaban los precios puestos en cada par, Nos gustaron todos, pero especialmente dos y le pedimos parecer.



— Estos de acá son muy habituales para compromiso o pedida de mano de las novias…, para vosotros, que sois gays, ¿no? —asentimos con la cabeza— diría que son más adecuados estos de esta parte, pero de gustos los vuestros y no lo tenéis malo, por lo que veo.



Estábamos mirando y mirando y haciendo preguntas de respuesta obvia como las típicas: «¿esto se puede grabar?, ¿cuánto tiempo tardarías en hacerlo?, ¿el grabado es por dentro o por fuera?, ¿qué tipos de letras tenéis?



El chico contestaba a todo con paciencia y nosotros tardábamos en decidirnos. Hablamos un momento entre nosotros si podríamos ver en otra joyería y acabábamos diciendo que no. Algo escucho el chico que dijo:



— Yo soy gay, podéis ir a las otras joyerías, no tengo problema, pero ya sé qué pensáis y os espero aquí.



— Entonces no nos vamos. Oriéntanos para que nos decidamod.



— Ahora tenéis que pensar hasta cuánto queréis gastar y luego vemos los trabajos y los materiales.



— A mí me gusta este, y si tienes los dos nos los quedamos, —dije totalmente decidido.



— Hoy no podemos tener dos, porque ninguno se repite, además tengo que mediros el dedo y si los queréis grabados elegir entre los seis tipos de letras, pero en dos días, el viernes los tengo aquí, pero eso sí, tenéis que darme la señal.



— Si crees que puedes cumplir, te lo pago ya, —le dije.



— Necesito vuestros nombres y teléfono para avisaros, si vivís cerca hasta yo mismo los puedo llevar y ahora a medir, en qué dedo lo queréis.



Nos quedamos mirándonos, sin saber qué dedo elegir.



— ¿Pensáis casaros alguna vez por el juzgado o notaría?, —preguntó.



— Jamás de los jamases, nuestra palabra vale más que la palabra de un juez o notario o alcalde y concejal.



— Yo haré lo mismo, entonces en el anular de la izquierda, ese dedo con contiene la vena del amor ˝vena amoris˝ y conecta con el corazón. Esto es tradicional, pero cualquiera sabe.



— Pero me gustan las leyendas aunque sean falsas —dice Eduardo y añade en voz baja—, ¿pagamos entre los dos?



— Esto lo paga mi padre que me ha hecho este obsequio, —digo mostrándole la tarjeta.



Nos estaba midiendo los dedos con dos cosas diferente, primero una cinta que se ajustaba y preguntaba si apretaba o iba bien y cuando le decíamos que no molestaba, hacía la medida con unas secuencias en espiral o helicoidal y comparaba. Cuando le dijimos donde vivíamos, nos dijo:



— Soy José Alpuente, allí vive mi abuela. El viernes os aviso, si queréis venir me decís la hora y si lo preferís, sabiendo que ya los tenéis aquí, el sábado os los llevo a personalmente y voy a visitar a mi abuela.



— Perfecto, genial, si cumples este encargo te invitamos cuando vengas.



— Yo os avisaré donde estoy en mi coche, os venís allí, que debo probaros para que coincidan las medidas y daros unas indicaciones. Habéis escogido plata pura y tiene incrustaciones valiosas, pero no tendréis problema. Ya os felicitaré el sábado. Estad tranquilos, no suele haber errores ni demoras en este servicio.



Habíamos estado casi dos horas con José y ya le tomamos afecto. Era la hora de cerrar cuando había enviado los datos y recibida la confirmación, nos pidió que nos quedáramos para saberlo y cerrando la puerta nos invita a tomar algo. Le acompañamos al bar y los tres tomamos un refresco de naranja. Nos despedimos hasta el sábado con unos sonoros besos por su parte y discretos por la nuestra.



Estos besos fueron motivo de comentario entre nosotros. El beso sonoro es sinónimo de aceptación de una amistad, alegría de haberse encontrado, es un beso sin compromiso pero que manifiesta la estima que se tienen las personas. José tenía más que estimarnos a nosotros, aunque ya sabemos que el sábado, si todo va a la perfección le vamos a dar un beso de los nuestros y, si quiere o se despista, nos lo llevamos a la cama.



José es un chico guapo. Es flaco, no presenta ningún tipo de musculatura, pero no engorda porque es nervioso con su trabajo y no es para menos con la cantidad de oro, plata y diamantes que tiene en su joyería, lo que le debe a su abuela que lo arriesgó todo por él, por el cariño que se tienen. Todo esto nos lo contaba mientras tomábamos el refresco.



Además de guapo es particularmente bonito. Es un niño guapito que no le pasa su juventud, porque con 28 años que tiene debiera estar con más barba y necesitar mucho gimnasio para estar en la forma en que se encuentra. Y no hemos visto todavía por dentro, que debe estar mejor. Lo que me atrajo fue su cara. Miraba como quien escucha y ama sin más, pero no necesita sonreír para mostrar que está contento. No sonríe, no tiene risas y su voz es queda, sus palabras se ajustan a las necesarias para explicarse y sus gestos suaves, ensayados y bien dirigidos, no parece amanerado y lo es, tiene ligeros movimientos del cuerpo que son algo afeminadas, pero la lentitud con la que se mueve parece mostrar que está controlando sus movimientos en cada momento.



Cabello largo y rizado, con apariencia de mojado, no deja ver sus orejas y enmarcan toda su cara. Frente despejada y ancha, el pelo por delante es más bien corto y lo tiene bien enzarzado don los cabellos hacia el lateral derecho. Cejas pobladas, cuidadas e iguales las dos en todo. empiezan gruesas, hacen curva superior y acaban en punta. Los ojos bellísimos, alargados sin ser excesivamente achinados, en su posición normal asomaba bien la niña de un marón que se va oscureciendo hacia el centro y los párpados cortan la visibilidad de la niña a partes iguales superior e inferior. La nariz superrecta, suave descendiente hacia dos lóbulos exactamente iguales, anchos y preciosos. La boca intermedia, con gruesos labios y siempre cerrada excepto al hablar. El labio superior es totalmente visible porque se curva su parte superior debajo de la nariz, el labio inferior tiene una curva perfectamente formada. Su piel se ve suave, con pocos afeitados o se la ha hecho depilar. Su cabello no dejaba ver las patillas.



El cuello me llamó la atención, tiene una nuez marcadísima y preciosa, casi no se puede. Digo que debe haberse depilado porque en la parte baja de la barbilla no se ve ni sombra de tener un solo pelo, ni señal de haberlo tenido.



Muchacho verdaderamente atractivo como ninguno. Nosotros somos jóvenes y tenemos que meter cuchilla de vez en cuando o dejarnos todavía la pelusilla que nos crece. Eduardo anda cómodo, afeitándose los sábados para ir a la discoteca y no mostrar nuestra vergonzante pelusilla. José debió de hacérselo a su debido tiempo y con láser.



Llegamos casa tarde para comer y Eduardo tuvo que llamar a su mamá para que no se preocuparan. Lo hizo cuando salíamos en moto de la joyería y nos entretuvimos casi 20 minutos en el bar. Pero los sorprendimos a todos en la mesa esperando. En la casa de Eduardo su madre bendice siempre antes de comer y da gracias después pidiendo por la salud de sus hijos. Me dice Eduardo que antes de llegar yo a casa los nombraba a todos sus hijos, pero ahora no los nombra y no se atreven a preguntarle el por qué del cambio. Le dije:



— No te preocupes, Eduardo, volverá a nombraros, ahora no quiere que yo me quede fuera y por eso no os nombra, pronto lo hará.



Eduardo se me quedó mirando, aseverando con su asentimiento que esa debe ser la razón:



— Debe estar pensando cómo te incorpora, como hijo, sobrino, amigo, yerno, jajajajaja… y yo tan preocupado.



Eduardo y yo sufríamos dos cosas que los demás se dieron cuenta, ambas casi contradictorias pero racionalmente posibles. Por una parte teníamos una alegría inmensa de ser novios, no podíamos retener la alegría, hablábamos más alto, saludábamos a todos con una espléndida sonrisa, íbamos engallados y moviendo mucho nuestro cuerpo a cualquier sitio para cualquier cosa, pero queríamos mantener secreto. Por la otra esperábamos que no fallaran los anillos de compromiso de lo que estábamos muy seguros por la palabra de José y, por otra, no queríamos hablar de ello entre nosotros, para que no se nos escapara nada delante de ellos ni escucharan nuestros murmullos.



En las noches nos costó más hacer el amor, nos besábamos y nos tocábamos para incitarnos y excitarnos, pero nos costaba a los dos. Nos reíamos de ello pero llegó el viernes y entre poco dormir y nuestro nerviosismo estábamos a punto de explotar de cualquier manera. No quisimos ir al desayuno. Nos duchamos y en la ducha intentamos hacer el amor, no me pudo meter Eduardo su polla y me pidió que lo intentara yo con él. Por más lubricante que le puse y me puse, no entró. Nos dimos un beso largo para ver si así pasaba nuestro mal y nuestras bocas estaban secas de ansiedad, las lenguas raspaban. Nos abrazamos para llorar juntos, nuestras pollas estuvieron caídas sin poderlas erectar. Salimos de la ducha y nos dispusimos con seriedad extrema a ayudar al tío Onésimo, el papá de Eduardo, en sus quehaceres.



En eso me di cuenta que no llevaba el móvil. Me asusté. Si llama José no le contestaremos y no sabremos nada. Regreso a casa desde la segunda manzana. Intento abrir el móvil, no lo había puesto a cargar y estaba descargado. Lo enchufo a la corriente y salgo corriendo para alcanzarlos. En la puerta me doy cuenta que he dejado la tarjeta en la habitación, voy a recogerla corriendo y salgo a la calle, iban la por la sexta o séptima manzana. Pude verlos porque no había gente, voy corriendo como si tuviera que ganar la medalla en los Olímpicos. A su altura me costó frenar y los adelanté. Me paré, incliné el cuerpo hasta casi tocar la cabeza al suelo, pidiendo aire para respirar, me icé y los vi delante de mí, no podía hablar, volví a agacharme agarrándome de mis tobillos, y comencé a tener saliva en la boca:



— Ne- neces- necesito tu- tu móvil.



Se sacó el móvil del bolsillo y marqué el número de la tarjeta y esperé ansioso y con los ojos hinchados que el tío Onésimo le dijo a Eduardo:



— Este agarra un mal.



— Joyería Alpuente, ¿en qué puedo servirle?



— Soy- soy, soy…



— Diga, diga…



Eduardo me toma el móvil y dice:



— Espere un momento, por favor, —mirando la tarjeta que yo tenía entre manos— Soy Eduardo y estoy con…



— con Ismael, claro, sí, llevo casi una hora llamando o quizá más, desde que abrí la tienda, tengo aquí vuestro encargo.



— Espera, por favor, ya veo que Ismael se ha calmado, te paso el móvil y díselo, por favor, —contesta Eduardo con tal cara de satisfacción y alegría que se me pasó de inmediato la agitación externa y sentía hormiguitas en mi barriga.



— Dime, soy Ismael.



— Hace más de una hora que estoy llamando…



— Se me descargó el móvil y no me he enterado…



— Pues que quiero decirte…



— ¿Algún problema?



— No, ¡joder!, no, qué problemas y qué malas pulgas, que tengo vuestro encargo y si queréis os lo llevo esta noche cuando acabo de trabajar, os invito a cenar en casa de mi abuela…



— Pero hombre, vamos a molestar a tu abuela



— Que no, hombre, que no, ya se lo he dicho y está feliz…



— Pero…



— No seas maricón, joder, que la pondremos muy feliz; acepta de una puta vez, sí o sí, yo he cumplido y vosotros ¿qué?



— Hecho, ahí estaremos, traeremos un dulce.



— Vale, hasta la noche.



— Hasta la noche.



Me encaro con Eduardo muy en serio y le digo:



— Ya está, esta noche lo trae y su abuela nos invita a cenar y prepara camas para nosotros.



El tío Onésimo estaba observando y escuchando en silencio hasta que nos miramos y le miramos y nos volvimos a mirar y él estaba perplejo.



— ¿Qué?, —dijo el tío Onésimo.



Yo en silencio hacía gestos para que se lo dijera, le daba codazos a Eduardo para que hablara. Por fin se decidió.



— Papá, es un secreto nuestro que te vamos a decir a ti, pero no digas nada a nadie hasta el domingo que lo diremos a todos juntos. Mira, papá, Ismael y yo nos hemos decidido, somos novios y el domingo en la comida queremos declararos a vosotros nuestro compromiso.



El tío Ismael no salía de si, estaba como mareado, como si lo que oía fuera imposible. Tras un largo rato de silencio, dijo:



— Hijos míos, me alegro mucho por vuestra felicidad, pensaba que eso no llegaría nunca y en verdad que lo deseaba; «antes que os fuerais con otros mejor que ellos se decidan», pensábamos tu madre y yo; es lo mejor que podéis hacer.



El silencio podía escucharse, nadie había en la calle como si todo se hubiera paralizado, y continuó:



— Yo no estaría contento con esto si me lo reservara egoístamente, pero tengo que decírselo a tu padre —se dirigió a mí mirándome y poniendo sus manos sobre mis hombros—; entiende que, si no lo hiciera, sería como una traición a mi mejor amigo…, ahora vamos a un bar a celebrar nuestro secreto y allí pensamos cómo llamar a tu padre.



Mientras tomábamos unos vinos, le dije a tío Onésimo que no le dijera nada a mi padre sino que le hiciera venir con cualquier excusa o necesidad inventada y que estuviera con nosotros en nuestra declaración.



— Dejadlo todo conmigo. Sé que no voy a avisar de tu casa a nadie más que a tu padre, por esa parte no te preocupes, nosotros tres, mamá y tus cuatro hermanitos, y… ¿quién es esa persona que os invita esta noche a casa de su abuela?, ¿un amigo?



— Sí, —contestamos los dos a la vez.



— Somos diez, iremos a un restaurante para celebrar tan grata ocasión, vosotros en la moto, mamá y dos niños conmigo y los dos mayorcitos con Onésimo, vamos fuera de la ciudad, ya lo arreglo yo. Ah!, sí, vuestro amigo, ¿tiene coche o moto? supongo…



— Sí, sí, claro, si viene esta noche es que tiene transporte.



— Si no lo tuviera, se va con tu padre y los chicos. Vosotros lo arregláis con él, yo haré lo que me toca hacer y mañana aviso a todos que viene el tío Onésimo y nos vamos a comer fuera de casa, mamá se pondrá contenta.



Estábamos felices, pero también llenos de ansiedad de que llegara la noche y nos dijera José dónde estaba para juntarnos con él y ver cómo habían quedado los anillos grabados.



Decidimos ir a la piscina cuando acabáramos de ayudar a tío Onésimo. Vimos que no había tanto que hacer, más bien nos quería tener con él. Se demoró a levantarse y nos mandó a la plaza a esperarle, vimos que hacía varias llamadas con su móvil y se levantó para juntarse con nosotros. Fuimos a una parcela y vio que estaba un tractorista, habló con él y nos regresamos hacia casa.



Fuimos a la habitación para cambiarnos y nos entraron las ganas. Lo miré. Me quedé fijamente mirándolo cómo se desnudaba para ponerse su bañador. No lo había visto nunca como ahora. Miré recorriendo los ojos lentamente desde la cabeza a los pies. Se quedó parado al verme absorto. Me gustó más que nunca su cuerpo. Sus brazos mostraban sus bíceps abultados y sus músculos abdominales estaban bien definidos, lo que antes no me había dado cuenta. Sus glúteos redondeados, lisos y sin pelos. Sus piernas fuertes y bien señaladas. Por eso sus vaqueros ajustados daban fiel cumplimiento de la realidad interior de su figura, marcando un buen paquete, es lo que yo había visto y no me extrañaba, pero el cuerpo entero me llamó la atención y yo casi no podía apartar los ojos de él. Debe haber sido un nadador, con sus brazos y piernas que desprenden un aura de poder y fuerza. Parecía como si pudiera haberme levantado con una mano, incluso su meñique habría hecho que mi cuerpo fuera más liviano. Olía a lino recién lavado, en total oposición a los sucios olores que emanaban casi todos los hombres. El cuerpo de Eduardo emanaba justo el olor que más me seducía. Su piel brillaba con humedad. Estaba ante mi Adonis, mi dios griego, y no podía creer que siempre había estado a mi lado y hoy pareciera una aparición divina. Así que decidí acercarme y hablarle a mi dios:



— ¿Vas a menudo a la piscina?



— Siempre que puedo, —contestó.



— ¿Con amigos?



— Antes sí, ahora no, —dijo escuetamente.



— ¿Por qué ahora no?



— Porque ya no me quito mi ropa mas que para ti y para dormir.



Le besé y me besó, largo beso húmedo. Qué bien trabajaban ahora las lenguas. Acabé de desnudarme y me abracé a Eduardo, sintiendo su calor y su amor. Por su estremecimiento noté que por mi piel pasó mi amor hacia él.



— Hoy vas a ir a la piscina con amigo, —le dije.



— No; voy con mi novio, a presumirlo sin decir nada a nadie.



— Tus conocidos te preguntarán ¿quién es ese?



— Les diré: el único por quien daría mi vida.



Me puse detrás y le besé incesantemente en su cuello. El acariciaba mis nalgas con sus manos. Con mis manos ponía más dura su polla, invitándole a que me atravesara, le dije:



— Ahora eres Cupido para mí, dispara tu saeta de amor en mi culo y que la sienta en mi corazón.



Me arrojó a la cama con fuerza y continuó envolviéndome con sus apasionados labios sobre mi espalda. Sentí su pene duro como una roca y un agradable estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.



Me dio la vuelta con sus fuertes brazos y comenzó a bajar desde mi cuello, por mi cuerpo, atendiendo mis pezones duros como una roca y mi pecho plano. Saboreaba todos los lugares por donde pasaba su lengua y sus labios para catar los mil sabores de mi cuerpo. Agarró mis caderas y plantó un suave beso en la región justo encima de mi pene. La anticipación me estaba matando, pero quería que esto durara el mayor tiempo posible, así que intenté controlarme. Poco a poco, tomó mi polla en su gloriosa boca, centímetro a centímetro, hasta que la consumió en su totalidad. Levantó la boca con la misma lentitud y me encontré incapaz de respirar, el placer era así de extremo. Luego inclinó la cabeza hacia arriba y hacia abajo, chupándome la polla repetidamente sin amordazarme. Tras unos pocos minutos, pareció sentir su deseo y se detuvo abruptamente, pues quería que este momentodurara también más tiempo.



Siguió bajando aún más y empezó a besarme el culo. Sentí que mi pecho subía y bajaba, mis respiraciones eran profundas y significativas. Mientras hacía esto, le oí echar un poco de lubricante en sus manos y untarlo por toda su enorme polla. Luego se puso un condón y me lubricó el culo. Sabía exactamente qué hacer para que me retorciera y lo hizo hasta enamorarme.



Tomó mis dos piernas y levantó mis pies sobre sus hombros, dándole una entrada perfecta. Volvió a agarrar mis caderas y me empujó hacia adentro muy lentamente. Al principio hubo un poco de dolor al que ya me había acostumbrado, pero me parecía todo nuevo. El dolor fue sustituido casi inmediatamente por el puro éxtasis en que me encontraba, como fuera de mí mismo. Gemía en voz alta mientras mi culo apretado se expandía con el peso de su polla y lo sentí al golpear mi próstata. Mis ojos lloraban cuando toda su polla estaba alojada dentro de mí. Luego lo sacó una y otra vez y empujó una y otra vez. Movió mi cuerpo con el ritmo, dentro y fuera, dentro y fuera. Vi el sudor goteando por sus abdominales y su cabello rebotando hacia arriba y hacia abajo con cada empuje. Gimió en voz alta. Sentí el chorro de pre semen en mi pecho y me derramé sobre la cama.



Me dio la vuelta abruptamente, de modo que me puse a cuatro patas y continuó golpeándome. Me agarró el pelo y tiró de mi cara hacia él para poder besarme por detrás. Me empujó de nuevo a la cama y me pasó las manos por encima de mi espalda lisa. Me golpeó ligeramente en el culo y me agarré a la barandilla mientras gemía, gruñendo su nombre. Me encantó cada segundo, me sentí acercándome al clímax. Estaba claro que él también lo estaba, así que se quitó el condón y me dio la vuelta de nuevo, bombeando su verga rápidamente. Me uní a él y nos miramos a los ojos mientras nos uníamos ambos. Nuestros penes estaban chorreando gruesos chorros de semen por todo mi pecho. Sentimos un orgasmo largo, mi cabeza se había despejado del todo de pura felicidad. Cuando llegó a su fin, mi pecho estaba absolutamente empapado. Una parte se me había salpicado en la cara y traté de limpiarla con la lengua. Eduardo me lamió el pecho y me besó, el sabor de nuestro semen y sudor se mezcló en mi boca. Tenía un sabor dulce y salado a la vez, una mezcla de sabores divinos.



Casi no tenía ganas ya de salir de casa, pero me insistió para que fuéramos a la piscina. Me di una ducha rápida para quitarme los restos de semen y, una vez seco con una toalla manipulada por Eduardo, me puse mi bañador tipo speedo color naranja, encima me coloqué un short deportivo blanco y sin camiseta nos fuimos a la piscina que no estaba lejos. Habíamos dicho a mamá que no comeríamos. El color naranja de mi bañador era observado por muchos ojos de ellos y de ellas. Eduardo me dijo:



— Échate de inmediato a la piscina y que se te baje la erección.



Eso hice, pero me daba lo mismo lo que vieran, no lo iban a probar porque era solo para mi hombre. No me había dado cuenta que estaba ante otros, solo pensaba que estaba junto a mi amor, el que estaba dispuesto a dar su vida por mí y no dejó que yo la diera por él. Estar con él hacía que se me pusiera dura. Y solo pensarlo como ahora, ya se me pone dura.


Datos del Relato
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