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Cuando salió de trabajar sentía que las piernas le temblaban, el nerviosismo no la dejó en paz durante toda la jornada en la escuela donde era la miss de inglés; y cuando caminaba hacía su auto seguía repitiéndose que estaba haciendo mal: "ya no soy una chamaca calentona en busca de una aventura, ya no estoy para acostones pasajeros, pero…" y pensaba en su enamorado y terminaba suspirando, "es que… es tan… guapo, me gusta el condenado chamaquito, pero… no debo, ¿cómo me voy a acostar con un chico que podría ser mi hijo?", y cuando llegó a su carro vio a lo lejos, en la esquina, a su enamorado, al chiquillo que conoció por medio de su hijo, pues eran compañeros de la universidad.
Antes de entrar al hotel Martí tuvo fuerzas para advertirle: "no se cómo me atrevo a hacer esto, y por favor quiero que cumplas tu promesa, esto no debe saberlo nadie, ¿entiendes?, te imaginas que se supiera que hice el amor contigo, me meterías en un gran problema, pero bueno, ya lo hablamos, sólo espero que luego de esto me dejes en paz. Y sólo haremos lo que yo te permita, no quiero que insistas si no acepto acostarme contigo, ¿si?", y cuando junto a él esperaba que les entregaran la llave, sentía que sus piernas se doblaban del nerviosismo; cuando entraron al cuarto la madura ya estaba decidida: si, se dejaría coger por el jovencito, pero procuraría que fuera algo rápido y sobre todo que la experiencia no despertara su excitación; pero cuando él chico cerró la puerta del cuarto y de inmediato lo vio empezar a quitarse la ropa se atrevió a preguntarle "quiero que me digas por qué quieres hacer esto, por qué te quieres acostar conmigo, nunca te di motivos, eres amigo cercano de mi hijo y esto me parece monstruoso, ¡contesta!".
--"Me gustas mucho, te deseo y quiero hacerte el amor. Te prometo que nadie sabrá nunca de lo que vamos a hacer".
Y lo miró quitarse el pantalón vaquero, la camisa a cuadros, los zapatos negros y la trusa blanca de algodón, para luego liberar ante sus ojos sorprendidos su erecta masculinidad, que hizo que ella exclamara secretamente: "¡santo dios!, lo tiene enorme", pero fiel a su intención, sin dejar de ver al desnudo chico sólo se quitó los zapatos, las medias y su pantaleta roja –bastante vieja de por si--, y sin más se acostó sobre la cama, cerrando pudorosamente las piernas, así esperaría el ataque del ansioso muchacho que le preguntó "¿no te vas a quitar la ropa?"; "no, ¿para qué?, hazlo así", argumentó mirándolo a los ojos con cierto coraje; y cuando él se subió a la cama Ana giró el rostro para no verlo, subió pudorosa su falda del uniforme escolar para mostrar los vellos escasos de su pepa y los bordes regordetes de su vulva, y abrió un poco las piernas; cerró los ojos cuando sintió las manos ansiosas que recorrían sus piernas, primero, luego su entrepierna, y tuvo que abrirlos cuando sintió otras caricias: la cara del chico que se metía entre sus muslos, buscando con la boca el sexo peludo, aquello la sorprendió y tuvo fuerzas para decir "no, eso no, por favor, ya hazlo y termina que no soporto estar así, en esta situación"; el chico no tuvo más remedio que aceptar y con lentitud la montó, y la madura sintió sobre los labios de su panocha la dureza de la verga erecta, suspiró, contuvo la respiración, y se dejó penetrar, primero con lentitud, la madura sintió como la dura carne distendía su canal vaginal causándole cierto dolor, pero mordiéndose los labios dejó que el chiquillo le metiera todo el pito, hasta que ambos quedaron pegados, muy juntos, él totalmente dentro de ella que sintió la calidez del abrazo y la juvenil boca que buscaba la suya; intentó evitar el beso, pero los labios del chico atraparon los suyos y casi contra su voluntad abrió un poco la boca para responder un poco al apasionado acto, entonces él chico empezó a moverse sobre ella, sacando un poco el pito, removiéndolo para luego volver a sepultarlo por completo dentro de ella que instantes después sintió la breve palpitación que antecede a la venida y sin querer pensó "ya se viene… es normal con los jóvenes, se vienen rápido, bueno, así terminamos y ya", y sintió las rítmicas pulsaciones de la verga al inyectar su vagina de semen, tuvo fuerzas para contar las contracciones y se sorprendió al percatarse de la enorme cantidad de leche que estaba inundando su panocha, no obstante suspiró con cierto placer, hasta que ambos se quedaron quietos, sin decir palabra; luego la mujer sintió que el chico volvía a moverse sobre ella y que el duro palo seguía dentro taladrándole la pucha, quiso protestar y se encontró con los ojos tiernos del chico y su voz débil "¿me dejas de nuevo?", y cerrando los parpados se sometió a la nueva cogida, que primero fue lenta y poco a poco más rápido, y más y más, más cuando la mujer sentía chapalear el duro miembro en su distendida panocha, hasta que mordiéndose los labios acalló su orgasmo que la hacía gemir y remover su pelvis contra la del adolescente y cuando estaba por venirse de nueva cuenta, sintió la verga palpitar otra vez, para volver a llenarle la vagina de mocos, y sin querer suspiró un quedo "aaaaahhh, mmmmm, ya, ya, termina, por dios" y se abrazó al chico que seguía eyaculando. Al final, cuando logró que el joven la soltara con la voz entrecortada musitó "no se si eres capaz de entender lo que acabamos de hacer… desde mi divorcio, que fue hace años, nunca volví a tener sexo con nadie, hasta… hasta hoy, y por lo que más quieras, no vuelvas a buscarme por favor, y menos al teléfono de la casa de mi madre, ni vayas a buscarme", dijo la señora mientras que con abundante papel higiénico se limpiaba la anegada panocha, y cuando se ponía el calzón escuchó a su juvenil amante "¿ya quieres irte?, ¿podríamos hacerlo de nuevo?"; "claro que no!, ya te dejé cumplir tu capricho, ahora déjame ir y no vuelvas a buscarme ¿entiendes?", dijo fingiendo cierta dureza. Lo miró acostado en la cama con ojos suplicantes pero en silencio, acto seguido tomó su bolso y salió de la habitación.
Esa noche y las siguientes, en la soledad de su cuarto seguía recriminándose por haber accedido a los requiebros pasionales del jovencito, pero secretamente revivía una y otra vez "el acostón" con el amigo de su hijo. Y no obstante la represión o la culpa tenía que admitir que coger con él fue "maravilloso" y "cuánta leche, madre santa!, ¡¡se vino muchísimo, y dos veces, válgame, que ardor, andaba muy caliente por mi el pobre chamaco!!, pero ya, que me deje en paz y sobre todo… que nadie nunca sepa nada de esa… cogida".
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