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TENGO 23 AÑOS.
Soy Manuel de nuevo, vuelvo a recordar mi juventud, en este caso han pasado 5 años desde mi relación fallida con Laura. Tengo 23 años y según recuerdo por aquel entonces había tenido 2 novias más, Marta y María.
Con Marta follar no estaba mal. Al principio de nuestro noviazgo, le pasaba igual que a mí, tenía ganas de hacerlo todos los días.
Nos conocimos en mi trabajo, ella trabajaba como secretaria de mi jefe, un tipo mayor y viejo verde que la miraba con ojos de salido todo el rato. Y eso que en aquella época las mujeres no vestían como ahora, más sexys, sino todo recatadas, sin enseñar piernas, con lo que la libido del viejo debería andar por los suelos, pero no era así.
Un día la llamó a su despacho, para que le redactara una carta.
-Marta, venga aquí. La llamó. Yo estaba cerca, por lo que pude oír lo mal que la trataba.
-Si, señor Lafuente. Marta entró en su despacho.
-Quiero que me redacte una carta para el señor Perez. Tome nota, le dijo muy borde.
Marta empezó a escribir lo que le decía. Después no pude oír mas porque tuve que hacer otras cosas y ya estaba lejos de su despacho.
Al cabo de un rato, salió llorando del despacho del viejo. Me acerqué a ella y le pregunté.
-¿Qué te ha dicho?
-Nada, no pasa nada.
-Venga, en serio, ¿qué te ha dicho?
-Me ha gritado, me decía que escribiera rápido y eso. Es un maldito... Se calló la última palabra que iba a decir.
-Tranquila. Ya queda poco por hoy. ¿Quieres que tomemos algo al salir?
-Bueno, si tú quieres. Está bien.
Al salir de trabajar quedamos en la cafetería que llevaba Don José, buena gente.
-¿Tu que tomarás?
-Un café solo.
-¡José, dos cafés solos!
Nos lo tomamos y hablamos de cosas triviales. Así empezamos a quedar y a salir y unos meses después nos hicimos novios. Al contrario que Laura, Marta, no era nada recatada y le gustaba el sexo tanto como a mí.
Follábamos en mi piso y en el suyo. Lo hacíamos en cualquier parte, en la cocina, en el salón, en el baño y en todas las posturas posibles.
Después de un tiempo, me di cuenta de que lo hacíamos siempre que el viejo la trataba mal. Era para ella como una especie de desahogo.
Quedamos una tarde en su piso después del trabajo. Ella me recibió muy azorada. Llevaba puesta una bata y debajo un camisón blanco.
-Hola Manuel, ¿qué tal estas?
-Yo bien, ¿y tú?
-Bien. Pero lo dijo muy seria.
-Me llevó al salón y decir nada, me desabrochó el pantalón y me sacó la polla y empezó a chupármela con ansia. No me dejó decir nada, ella siguió y siguió mamando, hasta que me corrí en su boca. Se limpió la boca y se quitó las bragas, poniendo mi boca en su coño.
-Oye, más despacio, le dije. ¿Qué te pasa?
-Nada, que ese cabrón me ha hecho chupársela.
-¿Qué dices?
-Si, después del trabajo. Me ha llevado a su despacho y debajo de la mesa me ha hecho chupársela o me ha amenazado con despedirme.
-Qué mamón. ¿Y por qué lo has consentido?
-Tenía miedo de que me despidiera.
-¿Y por qué lo pagas conmigo? Je, je
-No sé, tú me quieres, quería follar contigo.
Lo sabía, sabía que lo hacía por eso, y que cada vez que el viejo la maltrataba, lo hacíamos.
Así transcurrió un tiempo, hasta que Marta dejó el trabajo, no sé qué pasó, pero al parecer, según me contaron, ese día no estaba allí, Marta se enfrentó al viejo y la despidió.
Con su despido, empezó mi calvario. Ella no recibía broncas del viejo y yo no recibía sexo.
Una tarde me estaba haciendo una paja, con una revista de señoritas en lencería, cuando Marta me pilló.
-¿Pero qué haces cochino?
-Pues nada, aquí, haciendo un poco de...
-Un poco de nada, mamón. Tú te lo pasas bien y a mí me tienes a dos velas.
¿A dos velas? Pero si era ella la que no quería hacer nada conmigo.
-Ahora me vas a follar, capullo, que estoy muy salida. Me dijo.
Se quita la ropa deprisa y me lleva a la cama. Me tumba boca arriba y empieza a chuparme la polla con ardor. Yo estaba nervioso, nunca la había visto así.
Entonces se pone encima de mí. Me cabalga como una loca y me grita:
-Fóllame más fuerte, mamón.
Estaba como loca, no podía aguantar su ritmo, me estaba follando ella a mí, literalmente. No paraba de gritar y seguro que los vecinos nos estaban escuchando.
Me estaba dejando hecho polvo y lo peor es que yo no sentía casi nada.
Después de un rato, se corrió como una histérica. Esta no era la Marta que yo conocí. Esto hizo que después de un tiempo, acabara por buscar de nuevo prostitutas.
Unos días después hablé con un compañero de trabajo, soltero, que me mostró un prostíbulo donde poder descargar mis “energías”.
Allí había muchas chicas, guapas y no tan guapas. El primer día me dió por acostarme con una chica no muy guapa, que estaba empezando en esto de la prostitución.
Como era un poco fea, le dije que se pusiera de espaldas, no quería verle la cara, pero si el culo. Tenía un buen culazo la jodía. Me la follé con prisas como si quisiera acabar cuanto antes, aunque el recuerdo de Marta aún seguía en mí. Pero supongo que ya era tarde para intentar recuperarla.
Tiempo después intenté volver con Marta, la verdad no sabía porqué, pero me pareció que debía de intentarlo.
Llamé a su casa, pero no me contestó. Tenía todavía una llave de su piso, donde habíamos vivido buenos momentos de sexo. Entré y oí unos gemidos al fondo, ya sabía que estaba pasando. Marta estaba follando con un tío que no conocía, en su habitación. Salí de allí rápido. Ya no me importaba lo más mínimo.
Esa noche volví al puticlub y me follé otra vez a la chica no tan guapa. Me la follé yo encima, aunque no fuese tan guapa. Quería ver su cara mientras se lo hacía y mientras tanto me olvidé de Marta.
Unos meses después, conocí a María.
María era muy guapilla, tenía unos ojos azules, vivarachos y una nariz monísima, enseguida me prendé de ella. Yo no estaba mal entonces y enseguida me la ligué.
María también era virgen cuando nos conocimos. Pero en su caso no fue como con Laura. Se mostró tímida en nuestra primera vez, pero después se entregó bien al sexo.
Un tiempo más adelante, a mí me dio por la vena fetichista y eso. Me gustaba hacerlo con María con sus botas puestas.
Un día estábamos haciéndolo, yo encima de ella y con sus piernas cruzadas alrededor mío, con sus botas puestas como le había pedido. Me apretaba con sus piernas y me estaba empezando a hacer daño, además se quejaba de que las botas pesaban mucho para estar encima con sus piernas en alto.
-¿Te queda mucho? Me preguntó.
-¿Mucho?
-Sí, para correrte. Me estoy cansando en esta postura.
-Si me das un par de minutos, me corro.
Empecé a acelerar más. La oí decir por lo bajo: Jodido fetichista, me tienes así hecha polvo solo para satisfacer tus deseos y yo ni me entero.
Me cabreé bastante. ¿Te crees que no te he oído? Maldita sea. Más rápido aún la embestía aunque las botas me daban en la espalda.
Apreté los dientes, rabioso, mientras seguía follándomela. Ahora te vas a enterar.
-Aaah. Se quejó, me escuece.
-Ahora te aguantas. Habían pasado más de dos minutos y yo seguía sin correrme.
Ella me empujó hacia atrás y me sacó de dentro. Yo me corrí en ese momento salpicando su cara.
-Cabrón, me has manchado y me ha entrado semen en el ojo. Me apartó de un golpe, se quitó las botas y se fue corriendo al lavabo.
Cuando volvió del lavabo, toda enfadada, me dijo que a partir de ahora se habían acabado las chorradas fetichistas y que si quería follar, lo haríamos como las personas normales y en la postura del misionero.
Como podéis imaginar, volví a las andadas. Era la tercera pareja que me salía rana. Empezaba a pasar de las novias, pero después de unos años me volví a ¿enamorar?
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