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En el cielo nace el sol… y en el mar nace la luna.
Pam, pam, pam, pam… El fuerte y agitado palpitar del corazón de Alan parecía escucharse en toda la habitación, al mismo tiempo que su sangre hirviente se agolpaba en su pene, provocándole tremenda erección. Miraba embobado tan femenino y maravilloso cuadro. Y yo desde mi sitio podía percibir la creciente excitación del atractivo chico, quien estaba en el esplendor de la sexualidad, ya que solía excitarse hasta con el toque del viento helado en su sexo-.
Su mirada estaba clavada en el cuerpo de la mujer madura tan hermosa, ahora semidesnuda, transpirando sensualidad por todos los poros de su cuerpo; la acariciaba con sus ojos y restregaba su deseo morboso en ese par de muslos duros y brillantes como troncos tallados al sol: estaba enloquecido por poseerla. La adrenalina producida por el morbo de ver a la madre de su amigo tan sensual se transformó en deliciosos escalofríos que recorrió todo su cuerpo.
El joven veinteañero no pudo contenerse y se levantó de golpe. Mientras, ella muy diligente buscaba algo en el armario de la sala cuando, de manera sorpresiva, fue tomada por la cintura, de espaldas. No atinó a darse la vuelta cuando sintió una boca ansiosa devorarla por el cuello y sintió una respiración agitada que la embriagó. La voz tan deseada del amigo de su hijo la dejó de una pieza, pero reaccionó instintivamente y su sangre se volvió lava candente.
Ella restregó su cuerpo al cuerpo masculino con movimientos sensuales, contoneando sus caderas al ritmo de las caricias que le daba Alan. La respiración agitada del chico crecía al mismo tiempo que su miembro, y ella pudo sentir el palpitar del viril miembro en su trasero. Ello provocó un rico hormigueo en su cuerpo y una rica humedad en su sexo. La agitación enfebrecida de la pareja era enloquecedora y yo deseé que la poseyera cuanto antes. Mi deseo se hizo realidad instantáneamente…
Los brazos fuertes y venosos del chico parecían contener un río trepidante de sangre incontrolable, acariciando frenéticamente el vientre femenino, deslizándose sin delicadeza -más bien con enloquecida pasión- por esa piel tersa, llegando a los voluptuosos senos para masajearlos, jalando los respingados pezones, arrancándole gemidos de gata en celo. Ella parecía tener luz propia ante tanta felicidad.
Los hilitos de los jugos de Mariana llegaron hasta mí, empapándome deliciosamente, haciéndome estremecer cual ser viviente. Muy mojado vi cómo una mano velluda, grande y caliente buscaba el sexo femenino. Desesperadamente hizo a un lado la tanguita rosa para empezar a acariciar lujuriosamente la rajita depilada. La frotaba con mucho ardor, hasta casi arrancarle perlitas de sangre. ¡UHF!, yo podía sentir cómo se estremecía ella con esas caricias enfebrecidas y yo sentía como respingaba más su bello trasero, ofreciéndoselo morbosamente al chico.
Yo estaba muy regocijado ante el lujurioso espectáculo. Como pocas veces, algo me era tan warro como la pasión desenfrenada de un jovenzuelo y una mujer madura: el juvenil deseo perverso y la sensualidad exquisita de la madurez.
El sexo de Mariana empezó a palpitar como un corazón rejuvenecido cuando los dedos varoniles empezaron a penetrar su rajita entre gemidos escandalosos y chillidos de excitación de ambos. Las vigorosas acometidas iban en aumento y más licores de amor llegaban hasta mí… La pareja temblaba de deseo y los cuerpos se restregaban más y más el uno al otro. De pronto sentí las dos manos crispadas de Alan acariciándome febrilmente, recorriendo mis broches y ligas, así como el borde de encaje de las medias negras de likra.
La apasionada mujer se arqueaba sensualmente mientras sus gemidos se tornaban más escandalosos, y en una de esas, llevó su mano hacia atrás hasta alcanzar el pene de Alan. Él emitió un gemido tan fuerte y caluroso que me hizo temblar hasta a mi mismo. "… Las ganas de sexo entre un hombre joven y una mujer madura es la suma de un deseo perverso-morboso y una hoguera candente de sensualidad…" Pensé al verlos muriendo por sentirse y por apagar el fuego que poco a poco comenzó a consumir a esa pareja llena de deseo y lujuria.
-¡¡Dios mío!!, ¡¡¡ahhhhhhh!!!, gimió con placer infinito él.
-¡¡¡Qué durísima está!!!, susurró ella superexcitada.
-Tócala más, siéntela cómo me la has puesto, uffff!, contestó él.
-Mmmmm, ¡qué bien dotado estás amor, justo como me gusta! Musitó Mariana, con una amplia y agradecida sonrisa.
Dicho esto, ella empezó a masturbar el maravilloso y vigoroso pene, aunque con dificultad debido a la posición en que se encontraba -aún de espaldas- hacia él. El chico desfalleció de gusto cuando sintió la suave y delicada mano acariciar su arma por encima del pantalón que buscaba con urgencia el cierre para bajarlo y poder sentir su textura y grosor. Alan pareció leerle la mente y él mismo desabrochó el pantalón y bajó el cierre. Tomó la mano femenina y la colocó en su paquete. Mariana buscó con urgencia el pene añorado y pudo palparlo más cerca dentro del bóxer, y luego pudo tocarlo completamente, plena y excitablemente.
Su excitada mano de deslizó por dentro de la prenda y al fin –después de tanto desear tocarla-, la palpó y la reconoció, tal y como la había construido en su imaginación cada que se masturbaba pensando en él. Entrecerró los ojos al tocar la piel suave y tierna del capullo, la ladera, el nacimiento de los testículos que apenas alcanzaba a tocar. Se convulsionó enloquecidamente y llevó su mano a su conchita para tocarse como solía hacerlo en la soledad de su habitación.
La excitación de los dos iba en aumento. Mariana continuaba frotándose con ardor en el cuerpo masculino, restregando sus nalgas contra la polla bien erguida que parecía estallar. Las manos viriles y cálidas volvieron a arremeter contra la jugosa conchita. Tres dedos entraban y salían lubricadísimos –se escuchaba hasta mí el sonido de la lujuriosa fricción- y también los largos dedos masculinos bajaban hasta mi para jalarme y estirarme hasta casi romperme.
De pronto, el chico se colocó en cuclillas y pude observar la expresión excitada de su rostro; acercó su boca hasta mi y empezó a lamerme, a darme mordisquitos fuertes, continuando con las lamiditas por las caderas y nalgas femeninas. Su excitación llegó al máximo y se puso de pie rápidamente emitiendo un fuerte gemido que yo sabía, era el éxtasis de aquel encuentro. Por última vez, Alan meneo su hinchadísima polla en el culo de Mariana y eyaculó a torrentes, bañando con el blanquísimo líquido las curvas femeninas. Ella simultáneamente dejó escapar un chillido orgásmico que yo bien conocía, con un rostro pleno de luz lunar afrodisíaca de satisfacción. Fue un doble ¡¡Ahhhhhhhhh!! Cuando se separaron, ví sus extasiados rostros de placer y me sentí feliz.
Con expectación observé que ambos se sentaron en el sofá, exhaustos, y se percataron de la cercanía del hijo de Mariana quien aún permanecía dormido… la pareja cruzó una mirada y con una expresión de perplejidad se miraron sorprendidos, como preguntándose: ¿y ahora?
Continuará…
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