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"Un divorciado vuelve a su pueblo a hacerse cargo de una herencia."
La muerte de un familiar lejano, del que ni siquiera soy capaz de recordar su aspecto físico (sorprendentemente me había nombrado en su testamento heredero universal de sus bienes), me obliga a adelantar las vacaciones y pasar una larga temporada en la comarca altoaragonesa de donde mi familia es originaria, arreglando todo tipo de papeles y documentos, además de venta de tierras, de ganado, de varios locales comerciales, pago de impuestos, saludar a antiguas amistades y tratar con familia casi olvidada.
Una temporada en contacto con la naturaleza desbordante de los Pirineos con la alegría de acceder a una inesperada e importante cantidad de dinero y sin una mujer cerca (o casi) que llevarme a la boca o al rabo hace tiempo que no me ocurría; seguro que es una de las épocas que más pajas me he hecho, tengo la sensación de que mi rabo se parece al mando de un "scalextric".
Pasadas un par de semanas, una noche, tras insistirme mucho y ayudado por las copas, voy con un amigo de infancia a uno de los clubes de carretera cercanos a mi pueblo. No está tan destartalado como puede parecer por su aspecto externo y la docena de mujeres ligeras de ropa que por allí hay no están nada mal. Tras una copa y un poco de vacile con algunas tías, mi amigo se pierde tras una cortina con una rubianca delgada y muy alta, de tetas redondas muy blancas, vestida con un camisón rojo transparente.
"¿Tu no te animas o es que las putas de este pueblo somos poco para el señorito de Madrid?"
Una mujer más cercana a la cincuentena que a los cuarenta años, bajita, pelo corto castaño y con algunos quilos de más me mira a los ojos con una mueca de cachondeo mientras ahueca el exagerado escote de su minivestido negro para lucir un par de tetazas grandes que no parecen necesitar sujetador para llamar la atención.
"¿Eso que enseñas es de verdad?, ¿no son de silicona?. ¡Qué tetas, qué aspecto más impresionante!".
"Todo lo mío es de verdad. ¿Te gustan?, por aquí tienen fama las cubanas que hago. ¿Quieres probar?, por treinta euros te hago un completo que te va a dejar nuevo y por sesenta y una propina pasamos la noche entera. No puedes negar que vas salido, corazón, te delatan esos ojitos de calentón que llevas puestos".
Se me debe notar mucho. Cojo el vaso y sigo a Maru ("Maruja o María o llámame como quieras") por una empinada escalera situada tras la cortina. Buen culo, sí señor; grande, con forma de pera, bamboleándose a derecha e izquierda, con aspecto de ser duro. No puedo contenerme y le doy un fuerte azote sonoro ("chico malo, eh; vaya, vaya el señorito").
"¿Que quieres que hagamos?, cariño. Puedes darte el gustazo que te apetezca y te ponga bien. ¿Estoy buena, eh?; ya se te va poniendo dura, ladrón. Si no usamos condón tendré que cobrarte un poco más, ¿vale?, pero tu no te preocupes, amor, que aquí somos todas limpias y sanas. El médico es un buen cliente y controla la situación".
En una habitación pequeña presidida por una cama metálica muy grande y con varios espejos en las paredes reflejándola, Maruja es una reina y lleva razón, la polla me exige ya ponerme en funcionamiento. Se arrodilla y se apoya en el cabecero de la cama enseñándome su tentadora parte trasera. Me agarro a esas fuertes caderas y follo como un poseso en un coño caliente y mojado como una piscina. Me encanta el estruendoso chirriar de la cama. No duro un asalto, en muy pocos minutos echo casi todo lo que llevo dentro. ¡Qué sensación más estupenda!.
"Ibas quemado, tío; ¡vaya vitalidad, qué lechada, qué corrida más grande!. A tu mujer la debes preñar sólo con mirarla. Descansa un poco que te voy a hacer todo lo que quieras. De aquí vas a salir relajado y tranquilo como nunca".
La Maru se ganó los ciento setenta euros que me pidió por la mañana, más treinta de propina ("vuelve pronto por aquí, señorito de Madrid; contigo da gusto"). Una buena mamada corriéndome en su boca mientras le insultaba: "¡golfa, zorra, puta!"; unos fuertes y sonoros azotes en ese culo fantástico ("pega sólo con la mano, eh; con el cinturón nada de nada que eso sólo se lo permito a mi novio") antes de una paja cubana tremenda (nunca me habían hecho un pajote tan bueno con unas tetas tan grandes y duras) y un polvo largo, lento, tranquilo, a primera hora de la mañana, mientras a petición mía me insultaba, primero algo cortada y luego con ganas ("me da un poco de corte porque ésto lo piden poco por aquí: maricón, chupapollas, cerdo, hijoputa, …").
Relajado sí salgo, la verdad sea dicha.
Tengo que bajar a Huesca a ver al notario y a pasarme por el banco. Llueve durante todo el recorrido y cerca de la capital un todoterreno que me adelanta a demasiada velocidad en una curva hace un extraño y se sale de la calzada dándose un buen golpe con los quitamiedos. Me acerco a intentar ayudar en el momento en que por su propio pie y sin daño aparente salen del automóvil una mujer de poco más de treinta años y un jovencito.
Los de Tráfico y la grúa aparecen rápidamente y certifican que el coche tiene para varios días de taller. La cara de desolación y contrariedad de la elegante señora me lleva a ofrecer llevarles donde necesiten. "Muchas gracias, mi familia tiene un chalet en la capital. Allí nos dirigíamos a pasar el fin de semana mi sobrino y yo".
Camino de la casa me cuenta que se llama Carmen, esposa de un militar de alta graduación destinado en otra región y que su sobrino Félix acaba de volver de estudiar en el extranjero.
El chalet es todo un palacete situado en la mejor zona residencial de la ciudad. Salen a recibirnos varios sirvientes y en pocos momentos me veo instalado en una cómoda habitación. Tras asearme y descansar unos minutos bajo las escaleras con destino al salón, en dónde arde un acogedor fuego de chimenea.
Carmen se levanta del sofá y en ese momento me doy cuenta de su tremendo atractivo: elegante de movimientos, estatura mediana, delgada, morena con corta melena rizada, rasgos agradables, curvas disimuladas por un suelto vestido negro. Parece tener de todo, de tamaño pequeño, pero en su sitio.
"No he tenido ocasión de agradecerte tu amabilidad al traernos hasta esta casa. Haré todo lo posible para compensarte". Bueno, ¿palabras equívocas o simple buena educación por su parte?. Preferiría lo primero porque la señora está muy buena.
Una estupenda cena, charla agradable y divertida, luz de candelabros, abundantes copas, calor de chimenea, ... . Sin ningún preámbulo y con naturalidad apabullante, Carmen se sienta a mi lado, me besa lenta y tranquilamente y acaricia el pantalón en el lugar de mis momentáneamente sorprendidos cojones. Si a ella no le importa que el sobrino esté presente, a mí menos aún.
Tras unos minutos de largos besos meto mi mano bajo la falda y descubro que no lleva bragas. "Quítate el vestido, quiero verte". "¿No te importa que esté aquí tu sobrino?".
"No es la primera vez que mira mientras lo hago; jugamos a menudo. A Félix le encanta y a mí me excita mucho."
¡Qué buena está!. Pechos pequeños, redondeados como si fueran dos duras manzanas con oscuros pezones; caderas redondas dando abrigo a un culo pequeño, duro y respingón; piernas largas y finas y una total y absoluta depilación. Se me hace raro en el primer vistazo, pero es muy excitante.
Me ayuda a desnudarme, besando y lamiendo las partes de mi cuerpo que van quedando al descubierto. Miro hacia atrás y veo al sobrino desnudo tocándose con ganas un largo rabo. Es curioso, también está depilado todo su cuerpo.
"¿Pretendéis un trío?. Los hombres no me gustan ni me ponen nada de nada".
"No te preocupes, él sólo hace lo que yo le digo; no va a participar si tu no quieres o yo no se lo ordeno".
En silencio, con lentitud y mucha tranquilidad, Carmen va lamiendo mi cuerpo al mismo tiempo que no para de tocarme el rabo con las manos. Se para un largo rato mordisqueando mis pezones, lo que me encanta, baja hasta mi excitada polla y continúa chupando los testículos. Toda la escena es lenta y en silencio, como en una película muda.
Tengo ganas de follármela, de penetrar su coño. Me atrae que no tenga vello y que se vea todo el sexo muy mojado y brillante. Se apoya en el brazo del sofá doblando la cintura y ofreciéndome su cueva. Ni siquiera mi brusca penetración arranca de ella más que un breve y suave suspiro. El jovencito se coloca a nuestro lado para ver bien la escena mientras sigue meneándose la polla, que alcanza ya un tamaño considerable, sin ninguna prisa.
Empieza a moverse muy suavemente antes de que yo comience a empujar. Me amoldo a su ritmo (no recuerdo un polvo tan lento y cómodo para mí) y me dejo llevar por él. De repente aumenta el ritmo y empieza a gemir más alto, un minuto más tarde parece que monto en una atracción de feria que se mueve a derecha e izquierda, arriba y abajo. Me tengo que agarrar con fuerza a sus caderas mientras los gemidos pasan a ser gritos roncos y sordos, hasta que un fuerte y largo suspiro me da idea de su orgasmo. Las convulsiones de su coño duran muchos segundos y yo eyaculo poco después.
El sobrino se ha corrido sobre el cuerpo de su tía con media docena de chorros de blanca leche.
Tras unos minutos descansando, tía y sobrino me dan las buenas noches y se van a dormir cogidos de la mano. Subo a mi habitación y el cansancio del día me vence rápidamente.
Cuando despierto son más de las diez y llueve como si fuera el diluvio. Tengo hambre y tras una larga ducha bajo a la cocina ("la señora está en el invernadero, ha dejado dicho que le espera allí tras su desayuno").
El invernadero es una gran construcción con abundancia de ventanales acristalados y con una vegetación exuberante. Parece una selva tropical, humedad y calor asfixiante incluidos.
Carmen está al fondo, desnuda, sentada en un sillón de mimbre al estilo de las películas de Enmanuelle, mientras que el omnipresente sobrino está sentado también desnudo en una silla cercana de alto respaldo. Sobre una mesa unas botellas de ron Habana están algo más que empezadas y ambos dan señales de una cierta embriaguez.
"Hola Luis, ¿has descansado?. Bienvenido a la selva de la familia, aquí cualquier cosa puede suceder. Tómate unas copas a ver si nos alcanzas. Mi marido llega esta tarde para recogernos y llevarnos a casa. Estamos combatiendo la depresión con ron cubano: ¡viva Fidel!".
"¿Es tan malo ir a casa a reunirte con tu marido?".
"Te ruego no ahondes en la herida. ¿Crees que en Valladolid Félix y yo nos podemos permitir nuestros juegos y alegrías?. ¡Mueran los malditos ejércitos!".
Se sienta sobre mis rodillas ("sin vello parezco una niña, ¿verdad?. Es un capricho de mi marido, pero a mí también me excita; toca mi coñito suavemente") y empieza a besarme.
Una vez desnudo, empujo su cabeza hacia abajo para que me la chupe. También lo hace con suavidad y lentitud, tomándose todo el tiempo del mundo y con largos y profundos lametazos. Me pone bien mientras paladeo el oscuro licor.
"Tengo ganas de follarte, ven y súbete a mi polla". Lo hace y, de nuevo, apenas se mueve, parece como si sólo intentara acariciar y apretar el cipote con el interior del coño.
El sobrino ya está cascándosela mientras no pierde ojo de lo que hacemos su tía y yo. A Carmen ya le han empezado las prisas y sube y baja sin parar provocándome rápidamente una corrida estupenda. Se baja de mí y se dirige hacia el jovencito: "ven Félix, como tu sabes; dame polla, mi niño".
La verdad es que precisamente de niño no es ese pollón. Se pone tras su tía y le mete un rabazo que parece sacado de una película porno; unos cuantos pollazos tremendamente fuertes y rápidos y los dos se corren casi a la vez sin apenas decir nada de nada.
Quién sí lo dice es una de las criadas que se acerca hasta la ventana junto a la que nos encontramos: "señora, señora, su marido acaba de llegar; dése prisa, está en el comedor y pregunta por ustedes".
"Por favor, tu quédate aquí, no quiero que te vea; mejor me ahorro explicaciones. Nos marcharemos enseguida y la criada vendrá a buscarte". Se acerca, me besa suavemente y se despide: "gracias por todo".
Son las siete de la tarde, he conseguido terminar todos los trámites que tenía previsto realizar y ya estoy en el coche camino de mi pueblo.
Es curioso, apenas media docena de personas de esta zona sabían de mi existencia hasta el momento de heredar; ahora me saluda todo el mundo con quien me cruzo por el pueblo y me invitan a café los directores de los bancos, de agencias de seguros, de inmobiliarias y concesionarios de automóviles y hasta algún concejal del ayuntamiento.
Estoy buscando casa porque la que he heredado está en pleno centro rodeada de escandalosos bares de copas y además es imposible aparcar por ser zona monumental y turística. Pretendo venderla y comprarme otra en un lugar tranquilo de las afueras del pueblo. Entro a una pequeña oficina inmobiliaria que anuncia varias casas aisladas y antes de poder abrir la boca alguien dice: "¿Luisito, eres tu?; ¿no te acuerdas de mí?, soy tu amiga Nines."
Recuerdo que Angelines era una niña de mi edad, antipática, llorona, delgaducha, fea como un dolor y con mala leche que me hacía aguadillas en la piscina y me daba fuertes capones, pero la mujer que está sonriendo ante mí es una atractiva cuarentona de pelo muy corto teñido de rubio que pone cara de cachondeo al darse cuenta de cómo la miro y que me lleva del brazo hasta una cercana cafetería en dónde hablamos como amigos que tienen mucho que contarse.
"Qué alegría verte, Luis, cuéntame, hace tantos años que no he sabido nada de ti; con lo mucho que me gustabas cuando éramos niños y venías los veranos al pueblo".
"Bueno, mi vida se resume en pocas frases: muy cerca ya de los cincuenta años, abogado sin ganas de ejercer, funcionario de nivel medio en Madrid, divorciado tras ocho años de aburrido matrimonio, sin hijos y, como ya sabrás, gracias a la herencia de un familiar me puedo plantear cambiar de vida. Eso es todo."
"Más o menos también has hecho un resumen de mi vida: muy cerca ya de los cincuenta años, economista sin ganas de ejercer, viuda tras casi veinte años de muy difícil matrimonio, sin hijos y sin compromisos afectivos; me gano la vida con una pequeña agencia inmobiliaria y no tengo muchas posibilidades de dar un brusco cambio a mi vida."
La tarde se me hace muy corta gracias a la simpatía de Nines, a su charla alegre contándome la vida, obra y milagros de todo el pueblo y a las visitas que hacemos a casas en venta. En la última, un precioso pequeño chalet de tonos rojizos rodeado de bastante terreno y oculto a la vista por un denso bosquecillo, la falta de luz me hace tropezar en el salón y para no caerme me sujeto a Angelines, con tan buena puntería que me agarro de sus caderas: "vaya, Luis, ya era hora; a lo mejor es que quieres darte un revolcón conmigo".
Se acerca más a mí y mirándome a los ojos se quita rápidamente el vestido, lo arroja al suelo y de manera brusca se arranca el sujetador y las bragas dejando a la vista dos tetas muy morenas, sin marcas de biquini, con oscuros pezones de gran tamaño, amén de una poblada mata de vello púbico muy rubio (también teñido, supongo), muslos algo gruesos y un redondo culo. Está muy buena y yo muy excitado.
"Me has mirado ya bien, so cabronazo. ¿Te gusto?. Prepárate porque mi coño quiere que te lo comas; ¡vamos!, de rodillas y a jugar con la lengua, maricón". No está mal, no señor. Me gusta. Esta mujer promete.
Tengo la cara empapada de mi saliva y de los líquidos vaginales de la mujer que me agarra del pelo y tira con fuerza hacia arriba para ponerme en pie al mismo tiempo que se arrodilla ante mí y sin cerrar los ojos comienza a chupar lentamente mi polla, que pone tiesa y dura como un trozo de metal. Intenta hablarme pero no dejo que lo haga, sujeto la cabeza de sus cortos cabellos y meto y saco el rabo con fuerza y rapidez de su boca, de manera que no deje de mamar ni un momento; ¡joder cómo me ha puesto!.
No quiero correrme todavía, le obligo a darse la vuelta apoyada en el respaldo de un gran sofá y la meto de golpe en su mojado sexo para darle unos buenos pollazos ("así, qué bien; sigue, más fuerte, más, más; qué dura está, sigue, sigue, cabrón") buscando ya mi orgasmo que no llega a pesar de las fuertes y largas contracciones vaginales y del poderoso grito que da Nines al tener su corrida.
No puedo esperar más y mientras veo como el largo orgasmo transforma los rasgos tensos de la cara de la mujer en la representación del relajo y la tranquilidad, me masturbo a gran velocidad hasta que logro eyacular manchando la espalda y el culo de Nines con cuatro o cinco chorros de semen. Nos sentamos ambos en el sofá y medio abrazados quedamos adormilados.
La humedad que siento en mi pene me hace despertar sin saber muy bien en dónde me encuentro y pensando que tengo ganas de orinar aunque en seguida comprendo que Angelines está lamiéndome el rabo. Me encanta una lengua de mujer que sepa excitarme, para mí es un placer añadido que engrandece mis orgasmos y esta mujer es una estupenda lamepollas, su lengua se ensancha y engorda o se hace fina y larga según dónde esté lamiendo de manera tal que en todo momento consigue que no sólo la polla sino el cuerpo entero esté pendiente de lo que hace. Me ha puesto en tal estado que me mira con expresión complacida ("cómo me gusta tu rabo, so cabronazo"), se sube encima y tras meterse la polla muy lentamente se mueve arriba-abajo, en círculos, a derecha e izquierda, provocándome una placentera rápida corrida.
Sigue moviéndose durante el par de minutos en los que aún logro mantener una erección presentable y su nuevo escandaloso orgasmo se alarga bastante hasta que descabalga para tumbarse a mi lado, darme un beso en los labios y quedar dormidos ambos.
Antes de dormirme del todo pienso que ya va siendo hora de decidirme a cambiar de vida y quedarme aquí; total, en Madrid no se me ha perdido casi nada y ahora me lo puedo permitir económicamente.
Angelines y yo nos hemos hecho inseparables, no sólo en la cama. He comprado el chalet que tanto me gustó y he dado el paso definitivo para quedarme: Nines me ha regalado una preciosa cachorrita de perro de una raza de mastín propia de esta zona. Decidido, aquí me quedo.
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