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La señora Z.Z. es un enigma para el barrio y, desde hace años, una leyenda oscura se ha tejido sobre ella. Se rumorea que asesinó a un hombre. Pero no a un hombre cualquiera, se trataba de Nikos Vlassis, un actor de teatro perseguido por las masas estudiantiles que, a mitad de su vida, despareció en muy poco aclaradas circunstancias.
La señora Z.Z. se ha mantenido en su peso desde que quedó viuda. Ha perseverado y sido fiel al color de sus vestidos y al de sus botas. Va de negro profundo de lunes a domingo y no suele hablar con la gente del barrio, quienes la tildan de sexi pero algo tenebrosa, a la vez.
Es hermosa y esto se puede percibir más allá de sus gafas y de su pelo, que todavía se mantiene negro, aunque con algunas canas.
No tiene amigas ni hijos, no tiene hermanas ni vecinas que cuenten cómo preserva, aún hoy, esa voz con la que alguna vez aspiró a ser solista. Vive en un piso que nadie ha visto por dentro, y donde muchos se imaginan que respiró por última vez el actor barbudo de Tesalónica Nikos Vlassis. La señora Z.Z., que no es ningún sobrenombre, sino que así figura en su buzón de correo, esa noche despachó a la policía con pretextos para no tener que narrar esta terrorífica historia que os voy a contar.
23 de enero de 1997: Celebrando el cumpleaños número 50 de Nikos Vlassis con una cena de frutos del mar y una botella de vino de precio incalculable, la señora Z.Z. desató las tiras finitas de su corsé hecho a mano, delante de su enamoradísimo actor y lo condujo con palmaditas a la cama. Después llegaron los besos, las fustas de su yegua, los mejores juguetes sexuales y los mordiscos. Ella le dijo en seis idiomas que lo deseaba y él, sentado, entró al cuerpo de la metódica Z.Z.
Cabalgando bajo un ritmo ascendente como el sirtaki, la situación se tornó en actividad gimnástica de sexo.
Él gemía y ella jugaba con movimientos llenos de elegancia, con la actitud calculadora de alguien que se vuelve divina y peligrosa. A ella le gustaba hacer disfrutar a Nikos, le encantaba que gimiera en su oído mientras le daba suaves golpecitos con la fusta de cuero, soñaba con elevar su mente a paraísos para estallar de placer; pero, para sí misma, no se permitía llegar al orgasmo nunca. Hasta esa noche.
El vino la había estimulado, tres copas la habían hecho desprenderse de los límites que tanto la sujetaban. Así que, cuando trepó sobre su hombre y tomó aire con un suspiro frío, sintió que su cuerpo tenía algo que cumplir. Sus piernas percibieron el efecto de su poder femenino prudentemente guardado pasar a la acción. Su órgano recibió lo que ella había estado preparando, se cerró y estrujó con fuerza el pene de su amante, con tantas ganas y con tanta presión en aumento, que fue imposible que no empezara a gemir sin freno. El ardiente Nikos Vlassis no había experimentado jamás una sensación de aprisionamiento y coerción sexual semejante en su cuerpo.
Z.Z. fue capaz de notar que el tamaño de su pene se hacía más fuerte y duro. Para él fue imposible creer tanto crecimiento; de repente, sintió una leve señal de flaqueza, perdió el conocimiento y desfalleció entre jadeos e insondables quejidos.
La señora Z.Z. llegó al orgasmo sola, pues fue tal el poder de su vagina sobre su amante, que lo hizo desaparecer; lo absorbió en su totalidad como si de una mota de polvo se tratara.
Ahora, Vlassis es parte de ella, juguetea dentro de su vagina y la lleva al éxtasis en lugares y momentos insospechados. La masturba de día y de noche provocándole alguna risa maliciosa y, de postre, antes de ir a dormir, le dice que la ama, siempre después de que ella afirme, sonriente y resuelta, antes de cerrar los ojos: “Nikos, me perteneces”.
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