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Categoría: Parejas

Me lo monto con una ex (Parte 1)

En esta serie de relatos os contaré una serie de encuentros que tuve con una ex. Obviamente son relatos que, aunque en su germen tienen algo de realidad, están recubiertos de ficción para hacerlos más morbosos y para proteger además nuestras identidades. Espero que os gusten.



No soy demasiado futbolero, pero un día mi hijo salió del cole diciendo que quería apuntarse “al fútbol” con sus compañeros del cole. Os traduzco: quería apuntarse a las escuelas de fútbol que impartía, por las tardes, un club de la localidad. Yo lo veía, y lo sigo viendo, muy pequeño para ir corriendo detrás de un balón. Me lo imaginaba recibiendo balonazos y con una pierna rota de una patada... pero bueno, terminamos apuntándolo. Le compramos unas botitas de fútbol del número 29 de un color tela de llamativo (las modas) y ahí que iba él dos tardes a la semana a “entrenar”. Meto lo de entrenar entre comillas porque realmente no sé si ni usar esa palabra. Lo que hacían era llevarse tres horas a la semana corriendo como posesos detrás de la pelota. Pero él se lo pasaba genial. Y por la noche dormía, encima, como un tronco.



Al poco se nos dijo que la Diputación iba a realizar una especie de torneo provincial y que los niños (y niñas que también había) irían a jugar por diferentes pueblos cercanos. A las dos tardes de entrenamiento se le incorporó la mañana del domingo.



Así que os resumo. Dos tardes a la semana viendo al niño correr tras la pelota desde la grada del campo de fútbol, y la mañana del domingo visitando las localidades cercanas y viendo hacer lo mismo en otros campos.



Sirvió todo, eso sí, para conocer gente. Niños de otros colegios que compartían con mi hijo los entrenamientos y el fútbol y sus padres que los acompañaban. Incluso abuelos.



Llevábamos un par de meses así cuando ella apareció. Paula había sido mi novia en los tiempos del instituto. Fue una relación corta, de unos meses de verano. Y lo cierto es que amor hubo poco, pero sexo... mucho y descontrolado. Recuerdo con una sonrisa como le gustaba follar en la calle y como la comía. Se había casado y tenía, visto lo visto, un pequeño de la misma edad que el mío. Yo ni lo sabía pero me gustó verla. Y con eso de la ley de Murphy al poco tiempo encima se hizo amiga, o por lo menos compañera de grada, de mi mujer. Obviamente tanto mi mujer como el marido de Paula ignoraban nuestro pasado y yo, por mi parte, tampoco decía nada.



Me vi más de un domingo tomando cervezas con el marido de Paula mientras ella y mi mujer miraban a los niños correr tras el balón en algún campo de Carmona, de Alcalá de Guadaira o del Aljarafe. Llegó el punto típico de compartir coche para las salidas futboleras e, incluso, de quedar alguna tarde para ir al McDonald’s con los críos y los cuatro.



Que una ex estuviera tan metida en mi vida actual era una cosa rara, pero me resultaba muy morboso y albergaba el profundo deseo de poder tirármela como en los viejos tiempos.



Y ocurrió



Fue un domingo en un desplazamiento hasta la localidad de El Viso del Alcor. Habíamos salido de la nuestra en los dos coches y habíamos aparcado, un coche tras otro, en la zona trasera del campo de esa localidad. Es un campo de fútbol de césped artificial y un pabellón deportivo. Como digo allí aparcamos los dos coches: el de ellos es un Seat Ateca realmente impresionante.



Los niños estaban ya allí, pues habían salido en bus todos juntos. Los vimos entrenar y calentar antes del partido, que estaba puesto para las 12,30. Cuando empezó ya tenía yo la primera Cruzcampo en la mano. En el primer tiempo me tomé un par de ellas hablando con otros padres y madres y viendo como los niños corrían tras el balón. Llegó el descanso. En ese momento mi mujer mi pidió que fuera al coche a coger del maletero una bolsa con ropa que le iba a dar a otra madre que estaba allí. Terminé lo que me quedaba de cerveza y fui al coche. Salí del campo de fútbol y rodee el pabellón. Cuando llegué a los coches vi que Paula estaba allí también, luchando por meter algo en su propio maletero. Me acerqué y vi que era una bici pequeña.



- ¿Necesitas ayuda?



- Ah! Gracias. Te lo agradezco. Es que me deje la bici el otro día en casa de otro niño y me la han traído en su coche hoy, pero no consigo meter la puñetera aquí -me contó haciendo esfuerzos para encajar la bici en el maletero.



Me acerqué y vi que el problema es que en el maletero ya había bastantes cosas. De todas formas entre los dos conseguimos hacer algo más de hueco y meterla dentro. Mientras lo hacíamos mi cuerpo se rozó un par de veces con el suyo y parecieron saltar chispas. Me puso cachondo perdido eso de rozarme con ella. Recuerdo que llevaba unos leggings negros que se le quedaban algo por encima del tobillo y una sudadera de nuestro equipo de fútbol. Debajo unas NB rosa y unos calcetines cortitos del mismo color que dejaban al aire la piel de los tobillos. Fue rozarme con ella, como digo, y mi polla se puso morcillona. Yo creo que ella lo notó pero no hizo nada al respecto más allá de sonreír y darme las gracias por la ayuda. Pero no iba a dejar pasar yo la oportunidad. Le coloqué mi mano sobre su mejilla agarrándole un poco la cabeza y le estampé mis labios en los suyos. Ella no hizo nada por apartarme. Es más, cuanto que presioné algo separó los labios y mi lengua entró en su boca llenándose de su saliva y de su sabor. Ambos cuerpos estaban apretados y aproveché para apretarle el culo. Lo tenía duro y firme. Al apretarlo su cuerpo se hundió más en el mío y mi polla dura ya se quedó allí aprisionada entre ambos cuerpos. Entonces ella al notarla si colocó sus manos en mis hombros y me retiró diciendo que aquello no estaba bien y que ni era el sitio... y que la dejara. Pero yo no estaba dispuesto a dejar tan rápido aquella situación. Viendo que no había gente alrededor, la atraje de nuevo hacia mí y empecé a besarle el cuello. Ella colocó de nuevo sus manos en sus hombros y dijo “para, para”, pero no hizo esfuerzo para separarse.



No lo pensé demasiado. Levanté la cabeza y miré alrededor. En la calle no se veía nadie. La cogí de la mano y la metí en la parte trasera de su coche. Ella protestó pero no hizo el más mínimo esfuerzo por evitarlo. Las plazas traseras eran amplias, aunque se veían acortadas por un elevador para el niño que ocupaba la plaza más alejada de las tres. Los cristales traseros tintados nos darían algo de intimidad. Ella me preguntó qué estaba haciendo. Mi respuesta fue cerrar la puerta, agarrar su cintura y atraerla hacia mí. Le volví a meter la lengua en la boca al mismo tiempo que mi mano entraba por debajo de su sudadera y apretaba una de sus tetas. Mi erección era más que completa.



Ella gimió al sentir su pecho apretado. Me cogió la mano y me dijo que la dejara pero, como antes, no hizo ningún esfuerzo por apartarla. Tiré del sujetador hacia abajo y la teta salió por encima de él. Me lancé a chupar ese pezón que me esperaba ya de punta. Lo relamí, lo mordisquee, le recorrí la aureola una y otra vez. Ella gemía, allí apretada contra mi cuerpo y contra el elevador del niño. Me agarró con fuerza el pelo mientras sus suspiros y gemidos aumentaban. Joder, como me tenía.



Apoyé un pie en el suelo del coche, la rodilla contraria en los sillones traseros y agarrándola de la cintura la hice girar un poco. Quedó de cara a los respaldos traseros, con el culo apuntando para mí. Metí mi mano por la cinturilla de lo leggings y de un tirón se los bajé hasta la mitad del muslo. Con ellos bajé también unas braguitas azules. Ella no hizo nada más que gemir y protestar levemente. Le di una cachetada en el culo y le separé algo las nalgas viendo un coñito totalmente depilado en el que se notaban ya fluidos producto de la excitación de Paula.



Con la lengua lo recorrí de arriba a abajo, consiguiendo que ella gimiera y arrastrando todo su sabor a mi boca. Volví a repetir el recorrido tres veces más, antes de aplicarme a la zona del clítoris. Se lo empapé con mi saliva, y lo sostuve entre mis dientes. Luego mi lengua empezó a recorrer frenéticamente todos sus alrededores, entrando y saliendo de su coñito.



Mientras lo hacía ella sólo gemía y aumentaba el tono de su respiración. Levanté algo la cabeza mordiéndole el muslo, y penetrándola con dos de mis dedos. Su cuerpo se arqueó un poco más y un gemido más fuerte se le escapó de los labios.



-Te gusta esto ¿eh Paula? Te recuerda otros tiempos ¿verdad?



Ella contestó con un “no pares”. Sonreí y volví a comerle el coñito.



En ese momento sonó el móvil de ella. Fue, además del susto, como si un despertador sonara en medio de un buen sueño. Ambos nos incorporamos rápidamente. Ella recogió el móvil, que estaba a nuestros pies tirado y contestó. Por lo que pude extraer era el marido preguntando que donde estaba. Ella estuvo rápida de reflejos y le dijo que se había acercado al baño de un bar cercano. Que ya iba de vuelta.



Colgó y se me quedó mirando. La besé mordiéndole el labio. Ella me apartó y me dijo que me había pasado. Se subió la ropa interior y el resto de la ropa y se recolocó el pelo. Yo hice lo mismo, sintiendo que mi polla todavía estaba dura deseando meterse dentro de aquel cuerpo. Pero aquel día no iba a poder ser. Me bajé del coche y miré alrededor. No había nadie. Le hice una seña y ella bajó también. Cerró el coche. Yo le dije que iría al mío por una cosa y ella dijo que se iba al campo a ver al marido. Cada uno se fue, por lo tanto, hacia un lado, aunque no pude reprimir un giro y una mirada hacia aquel culo que se alejaba pero que hacía unos segundos había sido mío.



Cuando llegué de nuevo a las instalaciones deportivas le entregué lo que quería a mi mujer y me preguntó que porqué había tardado tanto. Le dije que había estado hablando por teléfono y ahí quedó zanjado el tema.



El resto del tiempo que estuvimos allí no pude evitar mirar con una sonrisa a Paula, que me estuvo evitando. Incluso volví a tomar algo con su marido, divirtiéndome por dentro sabiendo lo que le había hecho a su mujercita.



Terminó el partido y tras esperar a los chavales que salieran de los vestuarios cada uno se fue para casa. Mi hijo quiso volverse con nosotros en el coche y durante todo el viaje estuvo contando sus anécdotas del día.



Llegamos a casa y almorzamos. Yo me puse a ver un rato la tele pero mi hijo dijo que se iría a dormir. Así que subí con él y lo acosté. Aproveché la visita a la planta superior de la casa para cambiarme y ponerme algo más cómodo.



Cuando bajé de nuevo mi mujer estaba lavando los platos. El verla allí en la cocina, con el culo contra mí, me hizo recordar lo que esa mañana había disfrutado con Paula.



Me acerqué por detrás a mi mujer y empecé a besarle el cuello, apartándole el pelo. Ella al principio intentó evitarlo pero luego se dejó hacer con una sonrisa. Me apreté más contra ella para que, además, notara mi polla dura contra el culo de sus vaqueros. Se sujetó con fuerza al borde del fregadero y yo metí una mano por debajo de su camiseta para sobarle las tetas. Se las apreté sin quitarle el sujetador y recorrí el camino de sus pechos a su cuello, acariciándola. Luego deslicé la mano hasta meterla dentro de su vaquero. Noté el calor de su coñito y escuché el gemido leve que le producía sentirse acariciada allí.



Mi mujer iba a ser la que recibiera lo que deseaba haberle dado a Paula por la mañana.



Desabroché su vaquero y se lo dejé caer a los tobillos. Mi pie empujó el suyo obligándola a separar más las piernas y me agaché. Notaba su olor. Le aparté la ropa interior de color rojo y paseé mi lengua por su rajita, sintiendo su sabor, escuchando sus gemidos. Quería comérselo como se lo había comido esta mañana a su amiga, pero estaba a mil y la polla me dolía incluso de las ganas. Me levanté abriéndome la bragueta y sacando la dura polla fuera. Y la penetré allí, sintiendo como se movía para facilitarme que se la metiera. Veía y me gustaba como se aferraba al fregadero y como ante mis penetraciones sus gemidos iban a más. Con una de mis manos le tapé la boca, porque no quería que el niño nos escuchara.



Coloqué la otra mano sobre su espalda y me apliqué a follarla todo lo duro que pude. A ella siempre le ha gustado que me la folle un poco duro, metiéndole toda la polla y azotándola. Los azotes estaban descartados por el niño, aunque alguno se me escapó. Sólo el sonido de mi piel contra la suya me daba que podía despertar al niño, pero me dio igual, eso no lo podía evitar. Me mordió algo los dedos de la mano que tapaban su boca. Sentía su aliento cálido en la mano y los movimientos de su boca cada vez que mi polla la martilleaba por dentro. La vista de mi polla entrando y saliendo de ella, toda llena de sus blanquecinos fluidos me encanta, y en aquel momento me llevó a darle más y más.



Era un deseo animal, deseo por mi mujer pero también deseo por Paula. Era una mezcla difícil de separar. Ver la espalda de mi mujer, la línea algo hundida de su columna, sus dos hoyuelos, su rajita del culito, el color ese blanquito que tiene… me tenía a mil.



Llevé la mano que tenía en su espalda a su cuello, a su mandíbula haciendo que se levantara un poco para besarle en el cuello. Lo hacía mientras notaba su respiración, su aliento, su lengua en mis dedos… y entonces me corrí. Fue una buena descarga. Noté mi leche salir de mi polla hacia su interior. Cómo lo necesitaba… ufff. Esperé a que toda la leche saliera, le mordí el lóbulo de la oreja y le solté la boca. Ella respiró hondo y gimió levemente al verse libre. Coloqué de nuevo una mano en su espalda y con la otra me sujeté la polla al sacarla. Estaba envuelta en sus fluidos y algunas gotas, mezcladas con mi semen, fueron al suelo. Hice girar a mi mujer. Me encontré con su sonrisa y sus pupilas dilatadas del deseo. Le sonreí y la besé. Nos fuimos juntos al baño para limpiarnos y arreglarnos.



Luego yo seguí viendo la tele, ella recogió un par de cosas y se fue conmigo.



-¿Qué te apetece ver?


Datos del Relato
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