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Estaba en el centro de la ciudad. El tráfico intenso, las calles llenas en hora pico y yo cansado de una larga jornada en mi oficina. Me bajé a comprar unas tonterías en una abarrotería que queda justo al lado de una universidad. De repente veo dos policías agarrando un ladrón y escucho a la gente gritando. Se forma el despelote. Veo a los curiosos arremolinados observando todo y me llama la atención un chico, evidentemente en su primer año de universidad. Flaco, alto, por lo menos 1.82, cabello largo negrísimo, cejas delgadas, un piercing en el labio, y con una palidez realmente asombrosa. Nariz delgada. Llevaba un jeans pegadito que le quedaba flojo y camiseta con unos colores llamativos que acentuaban su palidez. Se me quedó viendo fijamente y le sonreí. Comenzamos a hablar acerca del incidente y de todo lo que pasaba y yo hice el ademán de caminar, solo para alejarme de la gente.
—Me llamo Joel.
—Mucho gusto, ¿vives por aquí?
—No, voy a tomar el metro.
—Uf, te va a tocar caminar con este solazo.
—Ni modo, no tengo para el taxi.
—Bueno, si quieres te llevo para que te quede más cerca, mi auto está ahí.
Todo para el campeón. Apenas subió a mi carro le dije que se pusiera cómodo. A los 10 minutos comencé a acariciarle la nuca con toda naturalidad. un cabello sedoso. El entrecerró los ojos y yo le moví la mano hasta mi pinga, que en ese momento ya estaba dura y formaba un bulto en mi pantalón. Me imaginé que, si bien Joel tenía experiencia, sus contactos no habían sido con hombre de mi edad, maduros y con mucha más experiencia. Con una mano manejaba yo y con la otra le rascaba detrás de la nuca.
El tráfico era desesperante. No avanzábamos. Por suerte mi auto tiene los vidrios polarizados, muy oscuros y tenía la tranquilidad que nadie nos iba a ver. Le saqué la verga del pantalón y se veía rectecita, no muy gruesa pero larga, con la cabeza rosada y un olor a orín no muy marcado. No tenía ni un solo vellito púbico, una verga totalmente rasurada. Yo le saqué los huevos que eran igualmente lampiños y los acariciaba mientras él se dejaba llevar. Esperé un rato a ver si avanzaba y se me ocurrió estacionarme fuera de un edificio en construcción. Ya se había ido la nómina y se veía desierto mientras alrededor los autos pasaban y la gente apurada buscaba su camino.
Me saqué la pinga y le fui bajando la cabeza lentamente para ponerlo a mamarme ahí mismo. Él se agachó y comenzó a chupármela suavemente, con delicadeza, como si tuviera miedo de hacerme daño. En un segundo me chupaba solo la cabecita, con ganas, con mucha saliva. La babeaba y lamía como si fuera una paleta. Llegó un momento que el carro comenzaba a moverse con su mamada y me asusté. Volví a arrancar el auto y me dirigí ésta vez a los estacionamientos de una universidad privada, uno que está en declive y atrás solo un parque oscuro por lo que me estacioné de frente a la entrada y así podía vigilar quien entraba y salía.
Joel me bajó los pantalones hasta las rodillas y comenzó a sacarle brillo a mi verga. Mamaba y mamaba mientras yo le agarraba el cabello largo y sedoso y lo halaba hacia arriba de vez en cuando para mantenerme sin venirme. Lo puse a mamarme los huevos y después le sobaba la espalda. Una boca deliciosa, rosadita y el maldito mamaba como un experto a los 10 minutos. Le dije que aguantara y le fui metiendo la pinga hasta el fondo cada vez más lentamente.
Cuando ya me estaba cansando del jueguito le agarré la cabeza con una mano y con la otra me pajeaba. El seguía babeándome tanto que la saliva me corría entre los huevos y mojaba el asiento. De vez en cuando agarraba mi verga y se pegaba en las mejillas y la olía.
—abre la boca perra que te voy a poner a tomar tu lechita caliente.
Obediente el abrió la boca cuando sintió el primer trallazo. Luego le bajé la cabeza y lo apreté contra mi tuco, haciéndolo tragarse la leche completa. Ese día me había pajeado, pero igual se tuvo que tragar su buena tanda.
Cuando terminamos el auto olía a diablos. Saqué un paquete de toallitas húmedas y se las pasé. Se tuvo que gastar casi todo el rollo y yo me sentía totalmente cansado. Está de más decir que preferí pagarle el taxi que llevarlo a la parada del metro.
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