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Después del furtivo y excitante encuentro en su departamento, Jorge y yo nos acercamos más y nos atrevíamos a llegar cada vez más lejos en las caricias que nos proporcionábamos.
Lo que les relato a continuación ocurrió una semana después de nuestro primer cachondeo. Volvimos a ir a su departamento, esta vez entré con más confianza. Sentados en el sofá, bromeamos y reímos un rato. Él comenzó a hacerme cosquillas, pellizcándome los costados; eso es algo que definitivamente me hace delirar de risa. Le rogaba que se detuviera, ya no podía soportarlo más, obviamente él aprovechaba la situación para tocarme donde le diera la gana, y noté sus… emmm… malas intenciones, cuando el picoteo fue disminuyendo hasta convertirse en un rico masaje a lo largo de mi cintura, subiendo por mis senos, y acompañado por ardientes y deliciosos besos.
Tardé un poco en recuperarme, entre mis gemidos se escapaba una discreta risa, producto de las cosquillas. Y eso lo excitaba, ¡claro que lo excitaba! Porque cada vez que reía levemente, él me besaba con más intensidad, mientras sus manos estrujaban mis pechos, logrando la erección de mis pezones. Una de sus manos recorrió mi espalda, hasta fugarse a mi trasero, y aunque batalló un poco para meter la mano entre mis nalgas y el sofá, estando prendido, ¡nada es imposible para mi hombre!
Lentamente me recostó sobre el sofá, recargándose sobre mí, con una mano me levantó la pierna, para acomodarse en medio; con la otra se aventuraba dentro de mi playera, acariciando uno de mis pechos por encima del sostén. Y me seguía besando… me besaba con un deseo tal, que yo misma comencé a desearlo también; nuestras lenguas se revolvían tratando de entrelazarse, yo sentía claramente su respiración en mi rostro. Bajé mi mano a lo largo de su vientre, y allá, a lo lejos, atrapé el bulto endurecido de su pantalón… Él gimió… ¡Dios cómo me excitó eso! Sentí un cosquilleo exquisito en mi vientre, bajando por mi interior, hasta mojar mi vagina, esa humedad deliciosa que anuncia el incendio de nuestro cuerpo.
Dejó de besarme para lamer mi cuello, mientras, ahora con sus dos manos, pellizcaba ambos pezones, duros, turgentes. Yo frotaba suavemente su pantalón, ejerciendo presión, y sintiendo cómo a cada latido incrementaba su tamaño y firmeza; y claro, noté también cierta humedad que llegaba a la tela de la bragueta. Y si hay algo que me prende, es un pene humedeciéndose por sí solo.
Se levantó, y me tomó de la mano. Dulcemente me llevó a la recamara. De pie ante la cama, me tomó de la cintura y me pegó a él. Me besó, introduciendo su lengua hasta encontrarse con la mía. La presión de su pene en mi monte de Venus me incitaba aún más. Me tomó de las nalgas, levantándome un poco, lo suficiente para que sintiera la punta prisionera de ese bello miembro en mi clítoris, frotándola contra mí ¡Eso se siente tan bien! Mojaba tanto que mi pantaleta estaba ya empapada, comenzando a mojar mi pantalón, que a pesar de ser de mezclilla, no bloqueaba en absoluto las sensaciones.
Esa fricción me hacía vibrar, él lo notó. Mis gemidos pausados me delataban. Y me recostó sobre la cama, acostándose a mi lado. Nunca hasta ese momento me había tocado la vulva. Y esta vez iba a hacerlo, lo adiviné en sus ojos. Mientras me besaba, sin dejarme hablar, deslizó su mano por mi abdomen, levantándome la playera hasta descubrir mi sostén. Acarició cálidamente cada parte de mi piel, rodeó mi ombligo con un dedo, y siguió bajando. Se detuvo en el cinturón, y ágilmente lo desabrochó, al igual que mi bragueta, y dejó a la vista la parte frontal de mi ropa interior. Suavemente recorrió el resorte sobre mi vientre, tal vez esperando a que yo objetara algo. Al sentir mi consentimiento, deslizó lentamente sus dedos por debajo de la prenda, jugando con el vello, acariciando mis ingles.
A estas alturas yo había desabotonado su camisa, descubriendo felizmente que debajo no traía nada. Acaricié el fino vello de su pecho, y al recorrerlo, noté de repente una textura realzada en su piel, fina, casi imperceptible, arriba de la tetilla. Detuve lentamente el beso, y bajé la mirada. Me encantó descubrir el hermoso tatuaje en su pecho, en blanco y negro, con una forma semejante a la cabeza de un ciervo (Después me comentaría que fue su propio diseño) Recorrí la estilizada figura con mis dedos, él sonreía mirándome. Posé mi lengua en su pecho, y dibujé lentamente los bordes del tatuaje. La respiración entrecortada de mi hombre me señaló que lo disfrutaba. Bajé a su tetilla, dura ante el estímulo. Él cortó mi respiración al sentir mi lengua en esa zona tan sensible.
Mi mano bajó hasta su cinturón, lo desabroché, desabroché también el botón, bajé el zipper, y busqué apoderarme de ese preciado tesoro que estaba guardado para mí. Pero, no tuve éxito, mi amado dulcemente me tomó de la muñeca, apartando mi mano traviesa de esa zona. Lo mire, como una niña a quien le quitan su juguete, y me sonrió. Me volvió a besar, largo, apasionado. Y regresó a su labor bajo mi pantaleta.
Despacio, muy despacio, acarició cada centímetro de mi monte de Venus. Bajó hasta el clítoris, acariciándolo con todo lo largo de su dedo mayor, lento, suave. Con delicadeza deslizó ese dedo hasta separar mis labios mayores, y encontrar la entrada de mi recinto. Me sentí descubierta cuando sintió la excesiva humedad de mi sexo. Me excitaba la manera en que me tocaba. Movió su dedo en círculos, explorando la entrada de mi vagina, y lentamente, casi con temor a lastimarme, comenzó a invadir mi interior. Entraba un poco, y salía, entraba un poco más, y volvía a salir, en cada movimiento acariciaba mis paredes, haciéndome gemir de placer. Un poco más, sólo un poco más Amor, y me descubrirías en toda mi extensión.
Por fin logró introducir todo su dedo, moviéndolo de afuera hacia adentro. Yo estaba excitadísima. Vamos, ya había tenido una pareja sexual, pero no era tan sensible como este hombre, tan delicado, tan dulce. Aproveché su total concentración en mi vagina, para nuevamente aventurarme en su pantalón, metí mi mano en su bragueta abierta, y acaricié ese húmedo miembro de arriba abajo, con la palma de mi mano. No me dijo nada. Bajé un poco el resorte de su truza, descubriendo el glande. Lo acaricié con mis dedos, esparciendo su humedad por toda la cabeza. Siguió dándome placer, sin objetar. Acaricié todo su tronco por dentro de su truza, paseando mi mano a todo lo largo de su ancho miembro. Sentía venir el orgasmo, mis músculos empezaban a tensarse. ¡Por fin me apoderé de él! Toda mi mano no alcanzaba a rodearlo, lo froté, lentamente, al ritmo qué él llevaba en mi vagina. Mi hombre comenzaba a sudar, abrí los ojos en medio del largo beso, y noté su rostro descompuesto por el placer, Estaba sintiéndolo, lo sé. Se aventuró un poco más, y empujó su mano para tocar mi fondo, me dolió, pero fue un dolor delicioso que hizo subir mi libido al límite. El orgasmo se acercaba. Apreté con más fuerza su pene, frotándolo más rápido. Él también aceleró su ritmo en mí.
No tardamos mucho, con su boca acalló el grito que liberé al venirme, mientras yo sentía mi mano empapándose con su leche caliente. Fue delicioso, sentí incluso cuando retiró su mano de mi interior. Algunas gotas de su sudor habían escurrido en mi rostro, y al mirarme quiso ocultar lo apenado que estaba. Me limpió el rostro con la sábana, y llevó mi mano empapada de leche a su boca. Con ternura la limpió, hasta no dejar rastro de semen. Nos quedamos recostados un rato, recuperándonos de los orgasmos.
Ambos ya nos masturbábamos desde antes, pero ¡Cielos! Compartirlo es de las experiencias más excitantes que podemos vivir.
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