Ese día había tenido mucho trabajo. Llegué al hotel lo más rápido que pude y prácticamente sin comer y medio vestido me recosté en la cama, apagué las luces y me quedé rápidamente dormido.
Al rato comencé a sentir ruido en la habitación contigûa que me despertó. Al ruido – cuya naturaleza no podía discernir- se agregaban unas voces de hombre y mujer en un tono, que a mí me pareció bastante sugestivo. Me incorporé en la cama y presté atención. Por unos minutos hubo un gran silencio pero luego se escuchó claramente una voz de mujer que como quejándose decía
- ¡dámela....mi vida...dámela toda! ¿sí?
- ¡si mi amor! ... te la doy todita ...¿te gusta? contestó un hombre y el diálogo continuó
- ¡Ay sí que me gusta!... ¡dame más!
- ¡Ay que no puedo más...!
- ¡Ay mi vida!
- ¡Me voy mi amor!
- ¡Dame la leche!... ¡toda la leche!
- ¡Tomá la lechita....bien calentita!
- ¡Ay!...¡sí!....
Hacía una semana que no tenía relaciones – no suelo hacerlo si viajo (las desconocidas son peligrosas)- así que no bien comencé a escuchar la conversación se me produjo una erección de aquellas y me comenzó un dolor sordo en la región pudenda, llamémoslo así. Imaginé una mujer voluptuosa a la que un hombre vigoroso penetraba, montándola, y no tuve más remedio que masturbarme y acabar (todavía estoy buscando la acabada) con gran placer junto con mis invisibles inspiradores.
Al otro día sentí curiosidad por ver aquella pareja que plena de lujuria me había servido de inspiración y sin saberlo había aliviado mi dolor pudendo. Miré el número de la habitación, 202, y me dirigí al comedor esperando ubicarlos en el desayuno. No bien llegué ví una rubia despampanante con una minifalda roja, un trasero divino - de esos con cintura de avispa y que apenas caben en la silla- y unos pechos desbordantes, con un negro atlético que tenía un gran aro de oro en la oreja. Pensé: “estos son...¡que pedazo de hembra!”, me acerqué a su mesa y distraídamente me fijé en su número de habitación que lucía en el gran llavero encima de la mesa. Pero no era. Solo había una pareja más, pero no podía ser, dos viejecitos con aspecto de turistas bastante pálidos y con su cámara de fotos. Pero cual no sería mi sorpresa cuando al pasar junto a su mesa ví un 202 bien grande. No podía ser. Pasé nuevamente y el número era ese, no cabían dudas. Me senté en una mesa próxima y me puse a observarlos. Comían lentamente y casi no hablaban, de pronto la mujer le dijo
-¿Me alcanzas la panera?
El hombre, seguramente duro de oídos, siguió bebiendo su café
-¡dámela...mi vida! ¿sí? Y señaló la panera rebosante de crocantes panecillos
al escuchar esto me intranquilice, reconocí la voz y el tono pero no por eso dejé de oir el resto
- ¡sí mi amor!...¡te la doy todita! Y le alcanzó la panera mientras le decía ¿te gusta?
- ¡Ay sí que me gusta!...¿y a ti?
- ¡Ay que ya no puedo más! Y señaló los panecitos
- ¡Dame la leche!...el hombre le sirvió sonriente un pequeño chorrito y la mujer riendo casi, le dijo
- ¡Dame toda la leche...!
- Tomá la lechita...que está bien calentita
Ahí ya no pude más y acercánome a su mesa les dije
- Buenos días señores
- Buenos días
- Ustedes están en el 202 ¿no?
- Si señor
- Yo estoy en el 201...y anoche...bueno no fue mi intención escuchar
- ¡Ay señor discúlpenos! Pero somos medio sordos y hablamos fuerte...disculpe usted
- No me molestó en absoluto, solamente quería saber si ustedes...no sé como decirlo
- ¡Ah sí! De noche tomamos leche con pan...¡no podemos cenar muy abundante!...la presión ¿sabe?
Avergonzado y sintiéndome más turbado que nunca me retiré a mi habitación sin desayunar. Esa noche me hice la cabeza –y una regia paja- con el culo y las tetas de la rubia – tema bastante más prosaico que una cena geriátrica frugal- y tampoco encontré la acabada.