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Marta y el bobo - Gran Biguda

Conocí una chica a la que llamaremos Marta. Le había tocado en suerte una gran belleza. Ésta podría haberle asegurado un éxito irrefutable entre la gente normal, pero su naturaleza era otra. Era una anormal auténtica. Educada en un catolicismo que nunca logró asustarla de manera convincente, temía a Dios por las dudas. Trataba de hacer buenas obras, cosa que le desagradaba y le aburría mucho, pero igual lo hacía, no fuera a ser que Dios existiera y el Juicio Final la sorprendiera sin argumentos para reclamar el cielo. A los quince años se ofreció para ayudar en un instituto de rehabilitación de lisiados. Allí, los buenos cristianos dejaban a sus bobos y a sus rengos para que los malos cristianos pudieran lavar sus culpas atendiéndolos un rato. El lugar era inmenso, descuidado, ruinoso y casi desierto, era uno de esos tantos esqueletos estatales que los gobiernos construyen para disimular su desinterés absoluto por la gente. Muy de vez en cuando se cruzaba con algún otro voluntario desganado que paseaba a su correspondiente rengo. Marta paseaba a su bobo por aquellas inmensidades. Empujaba la silla de ruedas con lentitud, con rumbo incierto. El chico habrá tenido unos catorce años, cierto retraso mental y algunos problemas motrices. No hablaba. Cada tanto Marta paraba para acomodar la manta que cubría las piernas del muchacho. En una de esas tantas ocasiones descubrió bajo la manta una tremenda erección en aquel despojo humano. Se quedó mirando ese descomunal falo, con la misma cara de estúpida de su compañero de paseos. Reaccionó cuando la mano temblorosa del muchacho logró alcanzar y apretar unas de las tetas rollizas de Marta. Se rió nerviosa, nunca había sospechado siquiera que aquellas criaturas también podían calentarse. Miró para todas partes tratando de divisar alguna silueta lejana que la obligara a renunciar avergonzada a lo que estaba por hacer. Desgraciadamente no encontró nada que la atemorizase. Mientras se sacaba la bombacha enredándose nerviosa, agradeció haberse puesto faldas ese día. Al mismo tiempo pretendía hacer callar a ese pobre idiota, quien reía y aplaudía a los gritos, boicoteándose a sí mismo. Haciendo malabares logró montarse sobre la silla y pudo luego de un rato embocar aquel enorme miembro dentro suyo sin usar las manos. No pretendía llegar al orgasmo con semejante incomodidad, no sabía en realidad qué esperaba de aquella situación. Tampoco le importaba. Solo cabalgaba frenéticamente. Violenta. Mirando de reojo, jadeando fugazmente con ojos asustados. De pronto, la inundación. Lenguas de semen hirviendo le recorrían el interior, estrellándose contra las paredes de su carne caliente. El bobo se babeaba con la cabeza echada hacia atrás, sonriendo. Como diciéndole a Dios que ya se lo podía llevar. Marta trataba de limpiar. La silla, el muchacho, sus muslos, sus culpas. Limpiar lo más posible, si no para expiarse, por lo menos para no dejar pruebas. En ocasiones siguientes ya no sintió culpas. Ya no tenía pecados para hacerse perdonar en aquel lugar, sin embargo, nunca dejó de dedicar algún tiempo libre a aquellas pobres almas abandonadas por Dios. Aleluya.

Datos del Relato
  • Autor: ANONIMO
  • Código: 18140
  • Fecha: 23-02-2007
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.42
  • Votos: 156
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2844
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